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La leyenda de los amores de Diego Ponce de León con una mora granadina en la Casa del Chapiz

Una llamativa leyenda del XVI nos habla de los amores sobrenaturales de Diego Ponce de León con una mora granadina, en la casa del Chapiz publicada en El Folletin, suplemento de El Correo de Andalucia el 1 de Agosto de I875 con el título de «El Señor de Marchena».
Diego Ponce de León era según algunos biógrafos hermanos del Duque de Cádiz, Don Rodrigo en los tiempos de la conquista granadina.  También encontramos libramiento a favor de otro Diego Ponce de León por la renta del llamado donadío de la Matilla en Marchena, 10 de diciembre de 1537 y otros pagos a nombre del Duque  que recogía Diego Ponce de León. Hasta aqui los datos históricos.
Pero la leyenda nos habla de un joven e impulsivo Diego Ponce de León que había dejado sus estudios de Cánones en la Universidad de Alcalá para enrolarse en la Guerra de Granada junto al Duque de Cádiz destacando por su valentía y fiereza.
Diego caminaba con un grupo de amigos por la carrera del Darro cuando decidió subir al Albaicín por la Cuesta del Chapiz, no sin antes ser advertido por sus amigos de que «si os vais á meter en el Albaicin, no doy un ardite por vuestra vida; pensad que es mala muerte la que se recibe en la sombra, por la espalda y con el puñal de un asesino; ya sabéis lo que pasa en el Albaicin, y que no seriáis el primero á quien acuchillaran esos traidores moriscos al revolver cualquier esquina».
No voy tan arriba Mendo; quedóme á la entrada de la Cuesta del Chapiz. —¿Es riña ó galanteo? —Curioso andáis; mas bien es lo segundo. Hace dos noches que al pasar junto á la Cuesta del Chapiz, después de aquel inolvidable festin, asentada en las tapias de un Carmen vi una mora, y entre la penumbra creíla de muy buen parecer; la hora y soledad del sitio me hizo enamorarla, y cuento esta noche con que me reciba en su casa.
En la esquina derecha de la Cuesta alzábanse los tapiales de un Carmen, sobre los cuales se veian las ramas de muchos árboles, entre los cuales descollaba una mansión morisca.
Tras la tapia y apoyada en uno de varios pilares que sostenian una frondosa parra, distinguió D. Diego á una mujer, vestida á la usanza mora, la cual le señaló la puerta del como invitándole á que entrara; el joven se acercó á la puerta, hallóla entreabierta y resueltamente penetró en aquel recinto y se adentró con ella en sus aposentos privados.
El relato describe una mansión mora lujosa, llena de jardines y bellezas sin igual, de hecho aún hoy la Casa del Chapiz es la mansión mora más grande y bella después de la Alhambra y sede de la Escuela de Estudios Arabes del CSIC.
Al día siguiente los lacayos de los Ponce buscaban a Don Diego por todo el Albaicín, con su llamativo escudo en el frontal, con las armas de la familia. Lo llamaban las autoridades de la Alhambra para algún asunto de importancia.
Lo encuentran bajando la cuesta del Chapiz después de una noche de placer y le advierten que el Alcaide de la Alhambra lo espera, pero Don Diego había olvidado su espada en la casa del Chapiz, así que da media vuelta y vuelve sobre sus pasos.
Cuando llama a la puerta no le abren, asi que aporrea la madera fuertemente hasta que despierta al vecino de enfrente, que le advierte de que esa casa está deshabitada desde hace años. Como Diego no cree lo que dice, baja el hombre con las llaves de la casa en la mano, para que lo compruebe.
Mientras bajaba, examinó el joven el carmen; imposible era equivocarse; estaba en la esquina derecha de la Cuesta, y en toda aquella acera no habia puerta alguna con la que poder confundirle; además sobre el portón veíase uno entre otros varios posteles que sostenían unos parrales, en el que D. Diego reconoció aquel en el cual se apoyaba la morisca, e indicarle que entrara en el carmen.
-Perdonad señor, dijo el que abria; sin duda venís equivocado; esta casa está deshabitada desde hace un año; cuando la rebelión de los moriscos del Albaicin contra el confesor Cisneros, ahorcaron los cristianos en la rambla del Beiro al rico moro dueño de esta vivienda.
La chusma se ensañó con la casa, la saqueó y quemó dando muerte á una hija de aquel infeliz, la cual según las gentes era de gran hermosura. La justicia cerró el  carmen, y confiáronme las llaves para que las guardara.
-Esperadme aquí, amigo; tengo gran curiosidad de ver esa casa; y entróse resueltamente por el jardín adelante y efectivamente encontró todo en la casa destrozado y quemado, los árboles y plantas abandonados y caídos y ya no quedaba ni rastro del esplendor que había visto la noche anterior.
Al fondo del patio encontró la puerta oscura de los aposentos de la bella mora que habia conocideo la noche anterior, entró en la habitación y la encontró igualmente destrozada y quemada, y no como la noche anterior.
De repente vio aterrado que en un rincón de la estancia estaba puesta su espada; un rayo de sol penetrando por el agimez de la cúpula hacia brillar sus esmaltes y la pedrería de su empuñadura.
Una cosa extraordinaria pasó entonces por el rostro de D. Diego; palideció profundamente, todos los rasgos de su semblante tomaron un tinte de austeridad melancólica, parecía haber recobrado la calma, y yéndose á donde estaba su espada, cayó de hinojos, tomóla y colocando la cruz de ella sobre sus labios, murmuró durante largo tiempo una ferviente plegaria.