Acaba de ver la luz el volumen «Las artes en el Reino de Sevilla», que con motivo de los mil años dl Reino de Sevilla, analiza el arte Barroco, que dejaron las mayores cortes nobiliarias, como Marchena y Sanlúcar. Es una edición financiada por la Cátedra de Estudios del Barroco Iberoamericano, de la Universidad Pablo de Olavide en su sede de Carmona que dedica un capitulo a las ciudades nobiliarias, escrita por Jesús Suárez Arévalo
DOCUMENTO SOBRE CIUDAD NOBILIARIA
En 1600 trece familias aristocráticas tenían importantes posesiones en la Baja Andalucía, ocho de las cuales tienen su sede solariega en la ciudad de Sevilla, y residencias en sus pueblos de origen.
Solo las casas más ricas y poderosas, como las de Medina Sidonia y Arcos, establecen unas cortes señoriales «extensas» en sus dominios y generan una tipología urbana que hemos denominado ciudad residencial nobiliaria.
Entre las principales ciudades residenciales aristocráticas de primer nivel solo se encuentran cuatro Marchena con la casa de Arcos, Sanlúcar de Barrameda con la casa de los Guzmanes, El Puerto de Santa María con los Medinaceli y la Huelva de los Guzmanes, con funciones urbanas económicas y sociales que contaron con la presencia estable de importantes aristócratas que establecen una corte propia, «extensa» tanto por su tamaño como por su diversidad de funciones.
En Huelva entre 1599 y 1615 Manuel Alonso Pérez de Guzmán, antes de convertirse en VII duque de Medina Sidonia, siendo aún conde de Niebla, establece su corte en el castillo de Huelva tras pasar Sanlúcar a manos de la corona. Mientras que el castillo de Sanlúcar, fundado por Alfonso X sobre una mezquita, que pasa luego a manos de los Guzmanes y finalmente a los Medinaceli. Osuna que fue una corta renacentista, no se incluye en este analisis del periodo barroco porr haber desaparecido su corte en dicho periodo.
Sólo en Sanlúcar y Marchena se prolonga de manera ininterrumpida el modelo de ciudad nobiliaria viviendo un extraordinario desarrollo económico, social y cultural, cumpliendo con una amplia gama de funciones y sirviendo de marco privilegiado donde sus señores ejercían su poder, pero también la hospitalidad, con el rey.
Tradicionalmente se toma como modelo de estas ciudades nobiliarias a las ciudades estado italianas porque allí, durante el Renacimiento, se gestaron los proyectos teóricos más antiguos de la ciudad ideal, así como las ideas sobre cómo debería funcionar la corte de un noble.
Las capitales de estados señoriales, andaluces del barroco fueron La Algaba, Ayamonte, Bornos, Cantillana, Estepa, Fuentes de Andalucía, Gelves, Gibraleón, Lepe, Moguer, Olivares, El Viso del Alcor o Villamanrique. L
La excepción barroca es Osuna que, pese a su tamaño, relevancia cultural y condición de panteón dinástico, pierde categoría debido al absentismo de sus señores y la desaparición de la brillante corte señorial que albergó durante el Renacimiento.
Al contrario de lo sucedido en el siglo XVI, cuando la creación de nuevos títulos nobiliarios a partir de enajenaciones de tierras de jurisdicción real trajo consigo la aparición de nueva capitales señoriales como Estepa,
Quedaron ejemplos de la «arquitectura del poder». un “proyecto urbanístico arquitectónico” con la creación de un área noble dentro del espacio urbano en la que aparecen yuxtapuestos elementos civiles residenciales (castillos, palacios, villas) y dotacionales centros asistenciales, molinos, hornos, y religioso (capillas, iglesias, conventos).
En el XVII surge la idea la denominada ciudad conventual, en que los nobles compiten en la fundación de conventos en los que enterrarse. Más tarde la competencia entre órdenes religiosas por los fondos ducales y las limosnas y donativos de la población local suscitó pleitos.
Aunque el spulcro ducal debe guardar la memoria familiar y proyectar una imagen dinástica de larga duración, los sepucros ducales de Marchena responden a una doble anomalía y excepción según este estudio.
Durante casi dos siglos, los duques de Arcos y sus esposas se enterraron en conventos de Marchena aunque el convento de San Agustín de Sevilla siguió siendo considerado del panteón familiar de la Casa, el lugar al que debían ser trasladados sus restos en última instancia.
Por un lado encontramos a San Agustín de Marchena donde el conflicto y separación martimonial sin precedentes de Manuel Ponce de León y su esposa portuguesa Guadalupe Láncaster provoca una duración excesiva de las obras del templo retrasando la llegada desde Madrid de los restos de su promotor, el VI duque, Manuel Ponce de León. Nunca se llegó a terminar tal y como estaba pensado. Guadalupe se enterró en el monasterio de Guadalupe extremeño y su hijo Joaquón en el monasterio de Santa Teresa en Avila.
En la Colegiata de Olivares, nunca llegaron a reposar los restos del miembro más emblemático del linaje, el conde-duque don Gaspar de Guzmán que se enterró en Madrid.
El VII duque de Arcos, Joaquín Ponce de León, movido por su devoción a santa Teresa de Jesús, rompe con la tradición familiar y pide en su testamento enterrarse en el convento carmelita de san José de Ávila. A partir de entonces, y hasta la desaparición
de la Casa de Arcos, ningún duque se enterró más en Marchena ni fue amortajado
con el hábito agustino como sus antepasados.
El duque don Joaquín Cayetano mandó enterrarse en el convento de Carmelitas descalzas de las Maravillas de Madrid. Don Manuel no dejó instrucciones precisas sobre su entierro. El último duque, don Antonio, y su esposa María Ana de Silva, en la iglesia parroquial de San Salvador de Madrid, aunque luego sufrieron dos traslados, el primero al campo santo de la sacramental de San Isidro y el segundo al panteón de la condesa de Benavente en el mismo cementerio.
Otra anomalía fueron las tumbas ducales de Santo Domingo donde se enterraron provisionalmente el I, II y II Duque de Arcos, Rodrigo, Luis Cristobal y Rodrigo, junto a sus mujeres e hijos. La descripción de estos sepulcros que normalmente no están abiertos, pone de manifiesto esta circunstancia provisional. Sobre unos poyetes en el suelo del espacio sepulcral descansan las cajas de los duques rodeados de su descendencia más directa y en los casos en que las maderas se vencen dejan ver los ropajes que llevaban.
En este caso no se cumplen las últimas voluntades del difunto y sus despojos quedan indefinidamente esperando el traslado definitivo a san Agustín de Sevilla que era el panteón de sus ancestros, lo que nunca llegó. En Santa Maria también hay enterramientos de la familia de los Ponce a la espera de ser identificados y estudiados.
El caso más llamativo es el de la colegiata de Osuna, que todavía hoy día sigue
en funcionamiento como panteón familiar de los duques de Osuna.
Aunque los conventos de Marchena pierden su función funeraria, siguen siendo importantes para la familia: se convierten en guardianes de la memoria de la familia, garantizan la integridad y continuidad de objetos valiosos para las próximas generaciones, ya sean joyas (como la sortija que debían usar en las velaciones) o bibliotecas.