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Opinión: El Grupo de la Guasa

En los pueblos de Andalucía, la guasa es casi un deporte nacional. No hay ocasión donde no resuene una carcajada, un chascarrillo o una burla bien lanzada. Pero otra cosa es el famoso «Grupo de la Guasa». Ese club exclusivo en donde todo aquel que piense distinto es objeto de bromas tabernarias, críticas y demás gracias teledirigidas. Una forma bastante burda y nada encubierta de vandalismo  a mitad de camino entre linchamiento y el control social malsano, que solo sirve para generar odio, mentira y enfrentamiento social. 

Pero no se equivoquen, no estamos hablando de debates profundos, ni de análisis estructurados. Aquí, la dinámica es más simple: o sigues una línea o eres «la diana de la verbena». Ya la misma existencia de esta clase de grupos es bastante vergonzosa por si misma, como para reconocer que las converesacoines de barras de bar se han trasladado a este tipo de espacios, en donde se da rienda suelta a las exageraciones, medias verdades e insidias de todo tipo rozando lo razonable, sin que nadie verifique si lo que se dice es o no verdad, porque eso es lo de menos.  

¡Ay del que se atreva a opinar diferente o a levantar la voz en público! Para estos, se ha reservado un tratamiento especial: la burla, la mofa y el escarnio. Y es que el Grupo de la Guasa no perdona a quienes no sigan la corriente.

Uno se pregunta, ¿dónde está la guasa en todo esto? Porque, la verdad, el humor andaluz suele tener gracia. Pero aquí, parece que la única broma es la falta de argumentos sólidos y el gusto por el ataque sin fundamento y la manipulación diaria sin sentido. 

Y todo por esquivar la transparencia y la temida crítica. Algunos prefieren que se le digan las críticas a la cara, para poder mejorar o cambiar lo que sea necesario. ¡Qué gran verdad! Porque solo quien quiere mejorar escucha, reflexiona y, si toca, cambia. Pero no, el Grupo de la Guasa prefiere mantenerse en su zona de confort, asegurándose de criminalizar la crítica con sentido y sensibilidad, y se encastillan en argumentos irracionales de forma que lejos de servir para algo útil, la critica sirva para mantener las cosas tal como están: cero gestión y un diez en propaganda.

Y claro, así nos va. Nos encontramos en un escenario donde la persona que discrepa, la que osa señalar los errores o la verdad, es el verdadero enemigo, no asi la que practica sistemáticamente nepotisms, desvío de poder y otros males propios de nuestro tiempo: La zorra en el gallinero y el perro del hortelano que ni come ni deja comer  Porque aquí, más que mejorar, de lo que se trata es de justificar la inacción. ¿Y cómo se consigue esto?. Muy sencillo: matando al mensajero y haciendo ruido, mucho ruido, y desviando la atención, con la tinta de calamar, hacia quienes no forman parte del grupo. Es como si, en lugar de arreglar las goteras de la casa, nos dedicáramos a pintar la misma fachada una y otra vez o a echarle la culpa al vecino.

Si lo piensan bien, los integrantes de esta clase de grupos, se están tirando piedras a su propio tejado. Porque todos esos que hoy aplauden y repiten cual loros los discursos oficiales, mañana pueden ser las próximas víctimas. Cuando les toque plantear una idea distinta o discrepar de algo, ¡zas! Ahí estarán, listos para pasar al otro lado de la guasa.

¿Y qué decir de aquellos que justifican cualquier barbaridad? Pues parece que han olvidado que, en democracia, la diversidad de opiniones es clave. Que la razón y el argumento se ejerce con responsabilidad, y no con la fuerza de un grupo de WhatsApp. Porque, al final, lo que están defendiendo no es la razón, sino la irracionalidad. No es el diálogo, sino la imposición de una sola voz a miles de personas. 

Entonces, ¿qué es el Grupo de la Guasa? Es, ni más ni menos, un reflejo de  una sociedad enferma, de cómo algunos prefieren la burla al debate, el ruido a la gestión y la propaganda a la verdad. Es un espacio donde la guasa ha perdido su gracia, donde lo que antes nos hacía reír ahora nos debería hacer reflexionar.

Porque, como bien se dice en Andalucía, “la guasa tiene un límite”. Y cuando ese límite se cruza, ya no estamos hablando de humor, sino de otra cosa. Una cosa que, ciertamente, tiene poco que ver con la alegría y mucho con el control. Y esa, señores, es la verdadera guasa de esa clases de grupos en el que nadie medianamente sensato estaría, pero que al final están todos o casi.

¡Ea, que la risa no nos falte! Pero que sea risa de verdad, de esa que nos hace más libres y no menos conscientes.