«Perdón, ¿otra vez?» Parece que España tiene que pedir perdón por cada cumpleaños de la conquista. En cualquier momento, el Rey Felipe va a recibir un mensaje de texto de López Obrador cada 13 de agosto: «Oye, ¿te acuerdas de lo que pasó hace 500 años? ¿Cuándo te disculpas?» Mientras tanto, los españoles dirán: «Sí, ya lo tenemos en el calendario, justo entre pedir perdón por la Armada Invencible y por la paella mal hecha.»
«Descendiente de españoles… pero pidiendo disculpas» López Obrador, descendiente de españoles, parece haber olvidado que, de seguir la lógica, debería empezar pidiendo disculpas él mismo. ¡Qué maravilla sería verlo en una conferencia de prensa con un sombrero de conquistador diciendo: «Primero que nada, mis disculpas por mi abuelo… y ahora, sigamos!» ¡Tendría que enviar una carta a sí mismo!
«El club de las disculpas eternas» Si el criterio es pedir disculpas por cada mala jugada histórica, ¿qué será lo siguiente? ¿México exigiendo una disculpa de Estados Unidos por el 40% del territorio perdido?.
«¿Y qué tal si te invito… pero no puedes venir?» El Rey de España fue bienvenido en la primera toma de posesión de López Obrador, pero ahora es como esa ex pareja a la que invitas a una boda… ¡pero solo para ver cómo no responde! Parece que todo esto es parte de un plan maquiavélico para decir: “Te invité, pero si no te disculpas, no puedes venir… ¡ahora es tu culpa!”
¡Imagina el desparrame, compadre! Si España se pusiera a reclamar a Roma, a los moros y a los cartagineses por habernos invadido antaño, aquello sería como si Julio César resucitara para decir: “Perdón por traer el acueducto, quillo”. O mejor aún, que le mandáramos un burofax a Aníbal, el de los elefantes: “Aníbal, picha, eso de cruzar los Pirineos… no se hace. Pedid perdón o nos la liáis”.
Y no se queda ahí. Francia tendría que hacer fila detrás de Napoleón, que después de meterse en España diría algo como: “Pardonnez-moi por lo de 1808, lo de los cañones y la que armé en Trafalgar… ¡Es que no sabía aparcar en Cádiz!”. Pero claro, Alemania no iba a quedarse quieta, y de repente tendríamos a Angela Merkel pidiendo perdón por lo que hizo Otto von Bismarck, y de paso enviando una caja de cerveza para limar asperezas.
Y si vamos a rizar el rizo, imagínate a Inglaterra exigiendo disculpas a media Europa por el té malo! O mejor aún, que Rusia le reclamara a Mongolia por Gengis Khan: «Oye, que eso de conquistar media Asia fue un detalle feo. Pedid disculpas y, de paso, devolvednos la muralla».
La política internacional sería como el carnaval de Cádiz, una chirigota constante. Los diplomáticos entrarían a las reuniones con guitarras, y en vez de banderas ondearían pañuelos de disculpas. ¡Cada país con su coro de «lo siento»! Los representantes de Egipto pidiendo perdón por lo de los faraones, los vikingos por su manía de asaltar pueblos y dejar el suelo lleno de barro. Y nosotros, los andaluces, en plan Faraones del Caribe, escribiendo una carta a los fenicios: «Oye, lo de traernos las ánforas bien, pero ¿pedir disculpas no?».
Al final, esto se convertiría en un lío tan grande que el G20 pasaría a llamarse el “G-Perdona Miarma”, donde todos se presentarían con una rosa en la mano diciendo: “Perdóname hermano, que lo mío fue sin querer”. ¡Y allí estábamos nosotros, esperando que los romanos nos pidieran disculpas con un buen plato de espaguetis, y los moros, con un té verde y dulces de miel!