En una sociedad donde el estruendo del capitalismo y la incesante prisa parecen haber silenciado la melodía de nuestras tradiciones, la rica herencia cultural de Andalucía emerge como un refugio de autenticidad y conocimiento ancestral. No solo por recuperar la calma, tambien el alma: nuestra alma vendida a la codicia y al becerreo de oro.
A lo largo de los siglos, esta región ha sido la cuna de expresiones culturales como los romances, los cantes de trilla, los duelos de improvisación de versos, origen del rap, y el emblemático flamenco, que no solo son testimonios de nuestra identidad, sino que también son fuentes inexploradas de sabiduría y valor económico.
La preservación y el estudio del folclore andaluz son, por lo tanto, no solo una reivindicación de nuestra herencia, sino una necesidad imperante en tiempos donde el conocimiento se mide por su valor de mercado.
Es aquí donde las melodías de las sevillanas marcheneras y las saetas marcheneras, los tesoros gastronómicos como los molletes de origen moriscos o las tortas de manteca que llevaron los judíos a Turquía, el amplio caudal de conocimiento del arte sacro, en todas sus formas, -talla, platerúa, bordados, etc-, la herencia de la carpintería y albañilería morisca de Diego Lopez de Arenas, o todo el ingente saber ancestral que atesoran las letras cantadas por Pepe Marchena, nos invitan a una reflexión profunda sobre lo que hemos perdido en la vorágine de la modernidad y cómo savarle rentabilidad económica a nuestras tradiciones.
Al adentrarnos en las letras de los romances y el léxico específico de nuestra región, descubrimos las historias de nuestro pasado y las lecciones que pueden guiar nuestro futuro. Por ejemplo, la Jeringozá, una danza tradicional, nos enseña la importancia de la comunidad y la celebración colectiva, valores que parecen haberse desvanecido en la cultura contemporánea de individualismo y competencia.
Además, las costumbres gastronómicas andaluzas y los bailes populares son mucho más que meras tradiciones; son el reflejo de una forma de vida que valora el tiempo, la paciencia y la celebración de lo cotidiano. En un mundo apresurado, la pausa y el disfrute que promueve nuestra cultura son un recordatorio de lo que realmente importa.
No obstante, la incultura propicaida por la pérdida de valor a las humanidades, la cultura de lo inmedato y la falta de perspectiva y de visión a futuro y la falta de apreciación hacia estos saberes ancestrales han llevado a la desaparición irracional de conocimientos útiles con la misma rapidez con la que abrazamos modas foráneas por la simple necesidad de socialización mexclada con desconocimiento.
Al fin y al cabo que es hoy la moda, sino una justificación para empoderar a las multinacionales a costa de perder nuestro propio criterio e identidad para lograr la aceptación de una masa que cambia de opinión cadasegundo.
Es comprensible que aquellos países que por no tener historia traten de poner en valor un muro de 100 años, o de crear o renombrar conceptos culturales con que mercadear e imponernos su cultura y hábitos, lo que no es tan lógico es que nosotros, las tierras antiguas y cargadas de historia justifiquemos la destrucción de monumentos milenarios porque no sabemos interpretarlos ni leerlos, con la justificaciones igualmente irracionales.
El primer paso para la conquista y manipulación de otro pueblo es que no sepan quienes son ni de donde vienen, convertirlos en unos borregos incultos y manipulables que justifiquen nuestra industria e intereses y ponerlos a trabajar en la defensa de nuestros criterios y valores.
Para eso tienen que hacer que el pueblo conquistado olvide sus tradiciones, e identidad, inculcar nuevos hábitos via redessociales, tik, tok etc. Ante eso nada mas revolucionario que usar esas herramientas para poner en valor las raices ancestrales.
Por ejemplo, ciertas prácticas agrícolas tradicionales y remedios naturales que una vez fueron el sustento de nuestras comunidades, han sido eclipsadas por soluciones supuestamente modernas, a menudo menos sostenibles.
Sin embargo, también hay ejemplos alentadores de cómo estos saberes ancestrales pueden ser motores económicos. El flamenco, reconocido mundialmente, ha sido un vehículo para el turismo cultural, y la gastronomía andaluza, con su aceite de oliva y vinos, ha encontrado un nicho en los mercados globales.
La recuperación de oficios perdidos como la capronteria de lo blanco, la construcción de artesonados, la construcción de yeserias, alfarerias, ladrillo tallado, alfareria y cerámica, los cordobanes, etc, son ejemplos de como la recuperación de saberes ancestrañes pueden ser rentables y un modelo económico a seguir.
En conclusión, redescubrir y valorar nuestro folclore no es una tarea nostálgica, sino una necesidad urgente. Al estudiar y promover nuestra cultura andaluza, no solo honramos nuestro pasado, sino que también abrimos la puerta a un futuro donde el conocimiento ancestral y las tradiciones pueden convivir con la modernidad, ofreciendo una respuesta lúcida a los desafíos de hoy.
Para poner en balor todo ese valor ancestral nació Saber Mas Andalucia y Marchena Secreta hace diez años y en ellos seguimos a dia de hoy.