Pocos textos definen como éste el amor eterno plasmado en un libro
José Antonio Suárez López
Hoy, día del libro publicamos un texto del blog de Ana Perea Montes, sobre el significado que tiene para ella, el libro que escribió su abuelo, Florencio Montes, «Cuentos para Ana» cuando ella tenía cinco años. Pocos textos definen como éste el amor de un abuelo y su nieta, que en este caso tuvo alma de letras y cuerpo de papel.
Dicen por ahí que “no es más afortunado el que más tiene, sino el que menos necesita”. Yo sólo necesito este libro. Cuando la rutina agobia, la distancia escuece, los consejos ajenos me aburren y algunas miradas se vuelven asesinas, despliego mis cuentos.
Sus páginas adhieren la forma de un escudo protector y siento todos los besos que mi abuelo no tuvo tiempo de darme. Me siento invencible. Cuando abro la tapa del libro y paso la dedicatoria, me sorprende una aclaración que hoy te adjunto. La he releído tanto, que te la canto en voz alta, como el comienzo del Quijote o de Cien años de soledad:
“Estos cuentos para ti, Ana de mi corazón, no fueron cuentos al principio sino desahogos de cariño que tu abuelo iba trasladando al papel sin imaginar que, pasado el tiempo, se iban a convertir en letra impresa que desembocarían al final en un libro que no es mío, sino más bien tuyo, porque tú eres la protagonista absoluta, el eje sobre el que giran mis palabras, la meta de mi ternura… Tú eres casi todo para tu abuelo, Ana, y eso se nota en estas páginas que espero que releas en el futuro.
Porque pasarán los años –los años que nunca se detienen, que corren uno tras otro desaforadamente, cada uno con más prisa que el anterior- y alguna vez, cuando seas mayor, tu vista se detendrá en el rincón de la estantería donde guardas este librito y comprobarás, al leerlo de nuevo, cuanto y cuanto te quiso tu abuelo. Este abuelo que posiblemente ya no esté a tu vera, porque la vida es así de inexorable, pero no importa, tú no te entristezcas, la vida es bella y merece la pena vivirla. Seguro que al abrir sus páginas sentirás como si te abrazaran, como si una brisa pequeñita se agitara a tu alrededor. Ese soplo, ese revuelo casi inadvertido será causado por mis besos, los que no tuve tiempo de darte, los que se me quedaron dentro, dormidos entre las cuartillas que te escribía, y que ahora se despiertan para rozar tu hermoso rostro en una caricia invisible.
Nunca pensé que se publicara esta brazada de anécdotas, recuerdos y cuentecillos, porque sólo los consideré importante para nosotros. Pero algunos familiares y amigos se empeñaron en llevarme la contraria y me animaron lo suficiente para sacarlos a la luz. Lograron convencerme de la existencia de otros abuelos y otros nietos a los que, quizá, les agrade conocer estos “Cuentos para Ana”, porque acaso si se sientan razonablemente identificados con los mismos.
¿Sabes cómo se crearon sus ilustraciones? Cuando sospeché que el tema de la edición iba en serio, busqué al artista adecuado para que se encargara de las láminas que hermosearan sus páginas. Tengo amigos pintores que seguramente me hubieran prestado con gusto su colaboración. Hasta yo mismo estuve tentado de probar renovando mi antigua afición por los pinceles. Pero un dibujo tuyo me hizo ver la luz y comprender que nunca encontraría mejor ilustradora que la protagonista real de estas historias. Me reí tanto con tus retratos y representaciones coloreadas… ¡Qué gracia tienen los trazos inocentes de los cinco, seis años!…He de reconocer que te portaste como una auténtica profesional y solventaste el lance con un dechado de imaginación y donaire. Nunca me defraudaste.
Así que aquí está el resultado de nuestra obstinada colaboración. Ojalá guste a los demás tanto como a nosotros nos agradó rematar la faena. Besos, Ana. Y siempre, siempre, perpetuo e inmutable, el cariño de tu abuelo”.
Sí, las ilustraciones son de una Ana Perea con cinco años receptora, receptiva y afortunada de tener a un abuelo al que nunca le importó idealizar. Siempre nos perdonamos mutuamente todas nuestras taras. (Ahora no me pidas que dibuje, soy incapaz). El prólogo es de María Dolores Camacho, escritora impecable, amiga de mi abuelo. Por ella siento ese tipo distintivo de admiración que me hace pensar mucho para poder encontrar un adjetivo acorde con su grandeza. Ella es mayúscula.