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Relato: Lirio y Olmo

Lirio y Olmo

En mi caluroso pueblo sevillano, las noches de verano suelen ser cálidas y tranquilas, pero la tarde del miércoles antes de la dominical noche de San Juan una tormenta inesperada cambió el ambiente. A media tarde el sol se ocultó cubierto por negras nubes, y  el cielo descargó una furia de lluvia y viento, y la temperatura bajó inusualmente.

Mi amiga Helena me esperaba como cada noche, para dar nuestro paseo diario, tras el fin de su jornada laboral  a la entrada del instituto de enseñanza  secundaria, visiblemente preocupada. Caminamos hacia mi casa, muy cerca y supe que algo andaba mal. «Tengo que contarte algo,» dijo con urgencia.

«Esta tarde, durante la tormenta, una gata dio a luz en el motor de mi coche,» comenzó a explicar Helena. «Había intentado refugiarse en otros coches buscando el calor de los motores, pero la habían echado. Finalmente, logró meterse en el mío. Todo el mundo sabe que soy defensora de los animales, así que cuando descubrimos a los gatitos, la situación se complicó.» Helena dio el coche por perdido por varios días porque no podía usarlo sin matar a la gata y a los posibles gatitos que hubiera en su interior ni exponerse a que provocaran una avería mecánica.

Dos gatitos cayeron del motor y pasaron la noche fuera, a la intemperie mientras la madre seguía dando a luz en el interior de la estructura del vehículo y muy cerca del calor del motor, aunque nunca la pudieron ver porque estaba oculta por el amasijo de hierros del coche. Esa noche las temperaturas bajaron tanto y hacía un frío  tan inesperado como atípico en esas fechas de Junio, que uno de los gatitos casi muere durante las primeras horas del amanecer y bien entrada ya la mañana.

Nadie que no se haya encariñado y enamorado de un gato, un perro o cualquier animal casero puede entender el porqué de una historia similar. Aquella persona que no tiene, por circunstancias de la vida, el calor de un animal doméstico, es incapaz de entender la relación que se establece entre una mascota y su dueño. Usando un término gráfico que todos entienden, se trata de dos amigos, incluso dos amores. Cuando una relación entre un gato, un perro y su dueño es elegida, querida, desarrollada y fomentada desde el respeto mutuo, el cariño y el amor, surge algo mágico.

Yo lo supe desde el primer momento en que tuve a mi gata, Aurora, y me enamoré de ella. Hacía meses que yo había estado pidiendo tener un gato pequeño, recordándome a mi infancia. Había pasado por un periodo especialmente difícil y, cuando por fin volví a ser yo mismo, una parte de mí que había olvidado se reconectó conmigo, saliendo como viejas heridas sanadas  que  me permitían vivir mi verdadero ser. Entonces volvió el deseo que tenía desde niño de tener un gato.

Durante toda mi vida, he tenido gatos malteses, es decir, gatos atigrados. Cuando volví a ser yo mismo, volvió esa memoria y esa necesidad de conectar con lo ancestral, con la vida del campo, la naturaleza, lo sencillo, lo simple, con mi ser y mi niño interior.

Luego entendí que había razones más prácticas para tener un gato en mi casa. Por un defecto de construcción, habían entrado ratas sin que yo lo supiera en la casa. Las ratas en una casa ya sabemos lo que significa: posibilidad de infecciones y enfermedades no deseadas. Cuando tuvimos a Aurora, las ratas desaparecieron. No porque Aurora fuera intimidante, sino porque su simple presencia hacía que las ratas la olieran y abandonaran el edificio, entendiendo que estaba protegido por un gato.

Existen múltiples  novelas, libros y experiencias que cuentan todo tipo de historias de amor entre humanos y gatos. Esto no es nuevo, viene desde hace miles de años. Hay un libro llamado «Conversaciones con mi gata» de un lama tibetano, e incluso el periodista Antonio Burgos escribió libros a sus gatos. Para mí, los gatos tienen algo mágico, y se dice que protegen a sus dueños, creando una simbiosis de almas.

Recuerdo perfectamente que cuando adopté a Aurora, mi vida cambió. Su presencia me trajo consuelo, alegría y un sentido de conexión que no había sentido en mucho tiempo. Aurora se convirtió en mi amiga y mi compañera, y nuestra relación es un testimonio del amor y el vínculo que puede existir entre un ser humano y un animal.

Los gatos nos conocen bien, ya que llevan diez milenios estudiando nuestro comportamiento y están siempre dispuestos a compartir su sabiduría si sabemos escucharlos.

Los gatos, con su elegancia, curiosidad y majestuosidad, nos enseñan a vivir de una manera más plena y equilibrada. Nos muestran cómo ser elegantes, cómo vivir en el presente, y cómo apreciar las pequeñas cosas de la vida. Los gatos son nuestros maestros silenciosos, que nos guían a través de su ejemplo de vida sencilla pero profunda.

Los humanos tendemos a acostumbrarnos a las cosas y, al hacerlo, perdemos el interés en ellas. Creamos rutinas y hábitos que convierten cada objeto, cada persona y cada situación en algo ordinario. Sin embargo, para los gatos, cada amanecer es nuevo, cada momento es único y cada olor es un rastro a seguir y explorar. Siguiendo su ejemplo, podemos encontrar que el mundo es mucho más fascinante de lo que nos hemos creído.

Cuando un gato detecta una presa, se abalanzan sobre ella con toda su concentración, fuerza y pericia. No se distraen; persiguen el objetivo con una intensidad absoluta, cuerpo y mente unidos en el esfuerzo. Los seres humanos rara vez nos lanzamos a la experiencia con tal abandono. Sin embargo, cuando lo hacemos, podemos alcanzar un estado donde el tiempo pasa sin darnos cuenta y nos sentimos completamente inmersos y felices.

Los animales saben reposar cuando su organismo lo necesita. Son capaces de echarse una siesta en cualquier momento y lugar. En el mundo contemporáneo, la velocidad del ritmo laboral ha eliminado esta práctica.

Las mascotas siempre nos incitan al juego. Pero los humanos adultos solemos tener poca paciencia para estas prácticas, considerándolas una pérdida de tiempo. Sin embargo, el juego genera emociones positivas, nos vuelve más creativos y despierta nuestra mente.

Los animales están diseñados para moverse. Los seres humanos, durante cientos de miles de años, caminábamos unos diez kilómetros al día. Hoy en día, nuestra vida sedentaria ha reducido considerablemente esta actividad, afectando nuestra salud física y mental.

Los animales viven en el momento presente. Si están comiendo, están comiendo. Si están jugando, están jugando. Los humanos, en cambio, vivimos en un estado de despiste casi permanente, preocupándonos por el pasado o el futuro, y rara vez estamos en el presente.

Cuando un gato araña las cortinas, nos recuerda lo atados que estamos a las cosas materiales. Creemos que seremos más felices si tenemos más cosas, cuando la auténtica felicidad proviene de nuestra riqueza interior. La gratitud es una actitud asociada con la felicidad.

Los humanos somos animales de manada; necesitamos relacionarnos con los demás para ser felices. Las caricias y los mimos nos relajan y nos llenan de emociones positivas, algo que no puede conseguirse a través de la pantalla, por muchos amigos que tengamos en las redes sociales.

Mi gata Aurora  no tendría el tamaño de una mano cuando intentaba cruzar la calle, y los coches pasaban por encima de ella. Yo entendí que esa gata era víctima si no le salvaba la vida. La cogí con mi mano y la llevé a mi pecho, y sentí algo mágico. Fue como si una llave entrara en su cerrojo; mi corazón se abrió y Aurora entró en él. Fue un enamoramiento a primera vista, y desde entonces nunca más nos hemos separado.

Mi amor por Aurora me ha hecho ver a todos los gatos del mundo con ojos diferentes. Cada gato tiene su propia personalidad, actúa de una manera distinta, y todos tienen algo que enseñarnos. Aunque algunas personas sienten miedo o repulsión por los gatos debido a malas experiencias, este regalo de la vida me provocó amor por los gatos en general y por los animales.

Vivo solo con mi gata, y a veces siento que nuestras almas están unidas. Siento pena por aquellas personas que tienen miedo a los gatos, porque no saben lo que se pierden. Los gatos no solo son compañeros; son maestros de vida que nos enseñan a vivir con elegancia y dignidad.

En el trabajo, algunos compañeros de Helena, que son profesores y utilizan la lógica y la razón antes que todo, se sorprendieron de ver cómo ella se desvivía por salvar a dos gatitos. No entendían que el amor por los animales es una manifestación del amor universal. Como dijo San Francisco, todo en la creación está hermanado por el amor. Los gatos, con su presencia y su ejemplo, nos enseñan a ser más humanos, más conscientes y más amorosos.

Por suerte, Carmen, una de las conserjes del centro educativo,  encontró a aquellos dos gatos recién nacidos a primera hora de la mañana y los llevó a la Secretaría, donde los puso junto a la estufa. Si no fuera por ella, probablemente habrían muerto y los tapó con trapos y mantas. Los gatos que horas atrás apenas maullaban fueron recuperando la vida y el movimiento poco a poco gracias al calor de la estufa.

A mediodía del jueves recibí una llamada de mi amiga Helena pidiéndome que fuera al instituto. Cuando llegué, me entregaron una caja con los dos gatitos recién nacidos con los ojos cerrados. La experta en protección animal que habían consultado recomendaba dejarlos donde la madre pudiera encontrarlos, pero las condiciones extremas de la noche anterior nos hicieron dudar de esa opción.

Carmen y Helena los habían cuidado bien, pero necesitaban atención constante. Pasé el día alimentándolos con una jeringuilla de plástico usando leche sin lactosa, aunque pronto nos enteramos de que necesitaban leche materna de sustitución específica para gatos.

Helena vino a mi casa por la tarde para ayudarme. Juntos, les dimos de comer y los mantuvimos calientes. A las seis y media de la tarde, Helena compró la leche especial para gatos recién nacidos  en una tienda de productos animales. Desde ese momento, empezamos a alimentar a los gatitos con la leche adecuada con un biberón.

La primera noche que los dos gatitos recién nacidos llegaron a casa apenas pegué ojo, pero valió la pena verlos moverse lentamente y buscar la compañía el uno del otro de los dos hermanos. Mi gata, Aurora, estaba celosa y distante, bufando y protestando por la presencia de los nuevos inquilinos puesto que ella era sin duda la reina de la casa. Sin embargo, nunca les hizo daño, sólo se mantenía al margen, sintiéndose invadida.

El viernes por la mañana, después de dos días cuidando a los gatitos, Helena y yo decidimos seguir el consejo de la experta en protección animal. Llevamos a los gatitos en una caja hasta la entrada del instituto y los dejamos junto a un árbol, esperando que la madre los encontrara y se los llevara a un lugar seguro. Estuvimos esperando varias horas, pero la madre no apareció y a las tres de la tarde se hizo aconsejable devolver a los gatos al piso para alimentarlos ya que no comían desde por la mañana temprano.

A las tres de la tarde, Helena salió del instituto y recogió de nuevo a los gatitos. Los llevamos de vuelta a mi casa y continuamos alimentándolos. Nos dimos cuenta de que cuidar de ellos requería un sacrificio considerable, mayor del que habíamos previsto. Alimentarlos cada dos horas era agotador, y los pequeños gritaban con fuerza.

Esa misma tarde, Helena decidió llevar a los gatitos a una mujer experta en cuidado animal en el centro comercial  Alcampo de Sevilla. La decisión se tomó después de que Helena llevara a su perra al veterinario y hablara con otras personas en la sala de espera.

Descubrió que muchas de ellas habían enfrentado problemas similares con gatitos abandonados y que solo una persona con experiencia podría sacarlos adelante. Una de las personas en el veterinario le dio el contacto de una mujer en Sevilla que había tenido éxito criando gatitos en situaciones similares. Temíamos que a pesar de nuestros ingentes esfuerzos los gatos finalmente murieran sin la madre.

A las seis, Helena llevó a los gatitos a Sevilla. En el centro comercial Los Arcos, la mujer examinó a los pequeños. Al ver la buena salud que tenían, lo grandes que estaban para ser recién nacidos, el brillo de su pelaje y lo fuerte que gritaban, concluyó que los gatitos tenían grandes posibilidades de sobrevivir.

Uno de los factores clave para su supervivencia fue la unión entre los dos hermanos. Se abrazaban continuamente, buscando calor y consuelo en la presencia del otro. Con los ojos aún cerrados, se apoyaban mutuamente, proporcionándose seguridad y compañía. Este vínculo fue fundamental para su bienestar emocional y físico.

Helena y yo nos dimos cuenta de que, aunque el sacrificio había sido grande, valió la pena. Los gatitos, nacidos en circunstancias adversas, encontraron en la casa un refugio lleno de amor y cuidado.

Los dos hermanos, Lirio y Olmo, no solo sobrevivieron, sino que prosperaron gracias a su unidad y a la ayuda desinteresada de todos los que se cruzaron en su camino. Esta experiencia fortaleció nuestra amistad y nos enseñó el verdadero significado de la perseverancia y el apoyo mutuo. Y sobre todo nos dimos cuenta de cómo aquellos gatos habían sacado lo mejor de nosotros mismos y lo mejor de todas las personas que se habían cruzado en su camino. Esa es la verdadera magia de los gatos y del amor.

JOSE ANTONIO SUAREZ.