«Venta de Animales. Se vende una negra criolla joven sana y sin tachas. Muy humilde y fiel, buena cocinera, con alguna inteligencia en el lavado y plancha y excelente para manejar niños en la cantidad de 500 pesos».
Anuncio publicado en la prensa cubana de La Habana, en 1839. Hasta el siglo XVIII hubo esclavos musulmanes en Sevilla y Cádiz y en nuestro país la esclavitud fue abolida en 1837.
El flamenco Felipe o Philipe Bullet reclamó al Duque de Arcos en 1663 un esclavo llamado Hamete Aolcada, de color negro, de 28 años que se había escapado de su casa de Madrid de la calle San Roque y que supo dos años después que estaba en Marchena en poder del Duque de Arcos.
Según Alfonso Franco, Catedrático de Historia de la Universidad de Sevilla, el Duque de Arcos podía tener alrededor de 200 esclavos en sus palacios, tanto en Marchena como en Sevilla al igual que el Duque de Medina Sidonia y cien esclavos tenía el Arzobispo de Sevilla. Tener esclavos era un signo de estatus económico.
Felipe Bullet, afincado en Madrid dice haber comprado el esclavo al maestre de campo don Manuel Carrafa por 124 reales de plata de a ocho y este lo había comprado a Cosme de Molina vecino de Granada por escritura otorgada en la Alhambra el 4 de septiembre de 1663 que lo compró a Francisco de Medina comerciante y vecino de Cádiz. Bullet alega que no lo había puesto en libertad ni vendido, por lo que el esclavo le pertenecía. Bullet presentó como testigos un mozo de la despensa del embajador de Holanda, y otros vecinos de Madrid que corroboran su versión.
En noviembre de 1574 Marqués de Peñafiel, desde Osuna pide al Duque de Arcos, que deje en libertad a un esclavo moro, porque le hace falta a su madre que era el único apoyo con que contaba. En Arcos de la Frontera y otras ciudades andaluzas aún se conservan muchas casas antiguas con un sótano dedicado a los esclavos y servidumbre.
Los esclavos que llegaban por vía marítima en las naves portuguesas traían marcas e hierros puestos por los mercaderes para que no pudieran escapar. Solían echarles argollas en los pies, en el cuello y en los brazos. En ambos carrillos les ponían una S y un clavo -es decir, la palabra «esclavo»- para que todos supieran que era cautivo. Al llegar a Sevilla los marcaban con DSA -que quería decir «De SevillA».
El comercio de esclavos estuvo casi monopolizado por criptojudíos portugueses afincados en España en el XVI, que traían negros del Congo, canarios de las Islas, y los vendían en España o Cartagena de Indias. En estas familias de judeo conversos de origen portugués como los Báez, los Enríquez o los Arias estaba la vecina de Marchena Francisca López casada con Diego, hermano del último Rabino de Sevilla, Antonio Rodriguez Arias.
A veces, aunque no siempre, llevaban impreso las iniciales o el nombre de su dueño. «herrado en el rostro tiene un renglon que dice Gregorio Serrano Villas cuyo era el esclabo vecino de la villa de Osuna…«.
De todos los esclavos los blancos, moros y moriscos eran más propensos a escaparse que los negros y esto también incluía en su precio. Se valoraba gozar de buena salud, ser joven, no tener ningún defecto, y con plena capacidad de servici. El vendedor tiene que detallar los defectos físicos del esclavo, de lo contrario se arriesga a tener que devolver el dinero y tener el esclavo de vuelta.
El símbolo del esclavo ha pasado así a algunas congregaciones religiosas.