María Cristina Sánchez Hidalgo. 38 años. Hermana del Cristo de San Pedro.
Es tarde de Viernes Santo y el cielo también lo sabe, la tarde ya va cayendo, los rayos de sol de una gloriosa mañana vivida en Marchena se alejan para dar pasos a las tinieblas y el luto de una tarde que va “muriendo”.
Hoy quiero rememorar un Viernes Santo cualquiera, una de aquellas tardes de tradición cristera.
Almorzamos bacalao y espinacas marcheneras, y se invitan a los amigos respetando la vigilia de los viernes de Cuaresma.
¡Que no falte el arroz con leche, las torrijas y los dulces de estas fechas que preparan con esmero las madres y las abuelas!. Porque hoy es un día grande, es Viernes Santo en Marchena.
La calle ya está en silencio, atrás ya ha quedado el bullicio del gentío, los sones de cornetas de una centuria romana y los cantos de saetas a Nuestro Padre Jesús Nazareno por las calles y plazuelas.
La tarde sigue avanzando, la hora ya se acerca y con nervios me revisto con mi túnica cristera. Me pongo cíngulo y guantes para la estación de penitencia, y con paso apresurado salgo a una calle desierta. Reguero de nazarenos con compostura perfecta, ya llegan a Santo Domingo a su cita cofradiera.
Muchedumbre penitente en el templo se concentra, que con sobriedad y fervor oraciones allí rezan.
Recogimiento absoluto, que ya se abre la puerta, ya está la Cruz de Enagüilla encarando la cancela. Pero este año es distinto, demasiado diferente, y no puedo
ver a mi Cristo con cuerpo rígido y rostro inerte, no puedo verte pausado con lentitud solemne entrando en Santo Domingo sobre las doce del Viernes.
Volverán los Viernes Santo, y los cristeros a verte, volverá el olor a incienso, las quintas penitentes y el rachear de alpargatas al compás del miserere.
¡Santísimo Cristo de San Pedro, TÚ que todo lo puedes!. Protege a tu pueblo oprimido de esta enfermedad implacable, libéranos de este yugo para que el sufrimiento ya cese, tu misericordia infinita nos llegue y con penitencias futuras te daremos gracias siempre.