Cuando la última mujer quemada por la Inquisición pasó por Marchena
José Antonio Suárez López
El escritor Antonio Miguel Abellán acaba de dar a la luz la novela histórica La Beata Ciega, sobre los excesos eróticos y místicos de Dolores López, una beata joven y ciega que vivió unos años en Marchena, y levantó un gran escándalo al descubrirse que mantenía relaciones íntimas con su confesor.
Fue una mujer compleja y fuera de su tiempo, que vivió y murió rodeada del escándalo. Era muy guapa, ciega y su padre cometió el error de entregarla a la persona equivocada, su confesor Mateo Casillas, demasiado joven, con doce años.
En el beaterío de Santa Isabel de Marchena, mantuvo escarceos con otras beatas y con su confesor, antes de escaparse de nuevo con él a Lucena para luego volver a su Sevilla natal, donde se encontraría con su destino. Convertirse en la última persona quemada por la Inquisición en España en 1781.
Mantener relaciones íntimas en el seno de instituciones religiosas o ser molinosista o iluminista, -quietista- seguidora de Miguel de Molinos, -por mediación de su primer confesor- que -cien años antes- defendía que a través de la contemplación interior el ser humano podía comunicarse con Dios, sin la mediación de la iglesia la hizo ser perseguida y morir quemada por hereje.
Al fondo, la Sevilla – y la España del XVIII-. «El pueblo sevillano era dócil, analfabeto, y estancado donde no podías leer apenas libros extranjeros que entraban por el puerto, porque acababas en el castillo de San Jorge. Con el traslado de la Casa de Contratación todo el movimiento comercial y el aperturismo de los extranjeros pasó a Cádiz, que era más abierta».
«El problema de Dolores López es que era muy poco discreta, se relacionaba abiertamente de forma íntima con sacerdotes y eso no se podía tolerar. Ella pedía que la azotaran sus confesores. Ella les decía que cada azote libraba a un alma del purgatorio. En la actualidad esa actitud de la beata tal vez podría tacharse de masoquismo. Hay mucha documentación al respecto, sobre solicitantes, muchísimos casos de confesores que, mediante la confesión auricular, como la llamaban, seducían a toda mujer que bajara la guardia».
Al mismo tiempo mostraba un «desequilibrio místico también presente en Santa Teresa o San Juan de la Cruz claro que ellos tuvieron más suerte aunque Santa Teresa estuvo a un paso de ser quemada».
Guia espiritual de Miguel de Molinos publicada en 1575
Llegó a las beatas de Santa Isabel de Marchena huyendo del convento de Nuestra Señora de Belén de Sevilla de donde fue expulsada. En Sevilla fue pareja de Mateo Casillas, su confesor al que lo entregó su padre a la edad de doce años tras morir su madre.
Declaró que «Cuando en el sesto precepto leía no fornicar, entendía no murmurar; que por este motivo ignoraba por qué parian las casadas y no las doncellas, y que cuando hizo voto de castidad fué para ella voto de no casarse».
«Su confesor mantuvo relaciones con ella muy joven a la edad de doce años en Sevilla cerca de la parroquia de San Pedro. Se aprovechó de la confesión auricular y no era un caso aislado, estaba a la orden del día en Sevilla las relaciones de los sacerdotes con sus hijas espirituales» indica el autor.
Mateo Casillas, su confesor le metió en la cabeza las ideas de Miguel de Molinos. «Cuando muere su confesor, ella pasa al convento de Belén de Sevilla en la Alameda, pero estuvo poco tiempo. La echaron porque tuvo varias relaciones con novicias» explica el autor.
De allí vino a Marchena «donde tuvo escarceos con las internas e inició una relación con su confesor, natural de Lucena» explica Antonio Miguel Abellán. «Con él tuvo una relación seria y prolongada a la vista de todos, lo que provocó el lógico escándalo en Marchena. El escándalo fue tal que antes de que fuera denunciada a la Inquisición el confesor de marchó a Lucena y ella junto a otras amigas se fueron a Lucena con su confesor. En Marchena fue un escándalo y se le conoció como la beata diabólica».
De Lucena vuelve a Sevilla, donde vuelve con Mateo Casillas su primer confesor, que decide declarar ante la Inquisición todos sus pecados en un remordimiento. Sus pecados eran haber yacido con la Beata Ciega, Dolores López siendo su confesor.
«Para evitar ser quemada viva, pidió confesarse, lo que se le concedió. Tras tres horas de confesión completa en la Cárcel Real, fue llevada al quemadero, del Prado de San Sebastián, donde a las cinco de la tarde se le dio garrote, y su cadáver fue dispuesto en la hoguera, donde se estuvo consumiendo hasta las nueve de la noche».
«Al momento la detienen a ella y comienzan los interrogatorios en la Inquisición en el Castillo de San Jorge. La condenan por hereje y por molinosista, por ilusa, pero no por bruja a pesar de que sus vecinos la acusaron de bruja y curandera. Fue una víctima de su época en realidad. La Inquisición ya había eliminado a casi todos los judaizantes y protestantes que quedaban en Sevilla. Y la quema de la Beata hacia ya cuarenta años que no se quemaba en Sevilla a nadie. Por blasfemar te podían mandar a galeras».
«En esa época en Sevilla había instalado un ambiente de terror en la ciudad donde tu mismo vecino te podía denunciar a la Inquisición, no te podías fiar de nadie ni del vecino ni de la familia. Al reo lo metian en una mazmorra pero no te decían porqué. Sevilla era un templo enorme donde estaba todo controlado» expone Antonio Miguel Abellán.