Cómo un simbolo de verguenza y herejía acabo siendo capirote nazareno
José Antonio Suárez López
La vestimenta de los reconciliados y condenados por la Inquisición incluía el sambenito, que era una especie de túnica que se colocaba sobre la ropa y una coroza o capirote como simbolo de penitencia y humillación pública. Los condenados por la Inquisición desde el siglo XV en Sevilla lo eran por motivos religiosos, solían ser, judíos, conversos o moriscos. Con el paso de los años este capirote que fue símbolo de verguenza y humillación acabó siendo usado por la Hermandad del Silencio como simbolo de penitencia.
Antes de juzgarlos o condenarlos la Inquisición les daba la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y proclamar su adhesión a la fe católica y de ser reconciliados de sus pecados por la autoridad eclesiástica no sin antes pagar una pena económica y de ser humillados públicamente. Aquellos que se reconciliaban se convertían en «penitentes».
Así vestidos, los reos eran procesionados en humillación pública hasta el lugar donde se celebraba el auto de fe.
Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana o española, dedicado en 1611 al Rey Felipe III, define el capirote como: «cobertura de la cabeza, y ay muchas diferencias dellos». A continuación nos habla de los capirotes de los doctores, de los colegiales o de los de luto. Más adelante, nos define un tipo especial de capirote llamado coroça o coroza. Se trata del «rocadero hecho en punta, que por infamia y nota ponen a los reos de diversos delitos». Entre estos se encuentran los sentenciados por la Inquisición y otras veces por la Justicia ordinaria, como cornudos, alcahuetas y otros delincuentes.
En Marchena encontramos un listado de los primeros reconciliados por la Inquisición de Sevilla en 1496 predominando el oficio de sastres y auxiliares, jubetero, (Fabricante de jubetes y jubones, especie de camisa medieval), borceguinero, que hacían borceguíes, botas de piel, tundidor, que recorta e iguala los hilos de las telas, trapero, comerciante de telas. Sevilla fue la primera ciudad de España donde operaba la Inquisición y tras arder la primera hoguera muchos de los judeo conversos de la ciudad huyeron a Marchena buscando proteción de la justicia señorial y huyendo de la justicia del Rey y de la Inquisición sevillana.
En Marchena no había en ese tiempo Inquisición ya que el convento de Santo Domingo no abre hasta 1530, por lo que no se hicieron aquí juicios o actos violentos, que se realizaban en el quemadero del Prado en Sevilla y la sede inquisitorial estaba en San Pablo de Sevilla y Castillo de San Jorge. Los frailes de San Pablo de Sevilla venían a Marchena a petición del vicario que luego funda Santo Domingo. En ese tiempo los interrogatorios solían hacerse en las parroquias principales de los pueblos, en este caso San Juan donde tras cumplirse la penitencia quedaban colgados durante siglos los sambenitos para que quedara memoria de que familias eran los judíos o conversos.
Una vez abierto el templo dominico de Marchena en 1530 y con la Inquisición encomendada a ellos, se establecen los familiares de la Inquisición, entre familias importantes del pueblo. En Santo Domingo encotramos el único escudo de la Inquisición que queda en Marchena, ya que los frailes dominicos y sus templos eran los encargados de desarrollar esta institución inquisitorial hasta su prohibiión en el XIX. Una vez abolida la Inquisición por los franceses, el padre Alvarado, dominico y marchenero se convirtió en uno de los mayores defensores de la Inquisición.
Originalmente, el sambenito llevaba la señal de la Cruz, pero en una carta acordada fechada el 10 de julio de 1514, se ordenó que los sambenitos de los reconciliados ya no llevaran la Cruz debido a que esta señal no era tratada con el debido respeto por los reconciliados. En lugar de la Cruz, se debía poner la señal del Aspa de San Andrés.
Durante la Inquisición, los penitenciados eran obligados a vestir un sambenito y una coroza o capirote blanco como signo de su castigo y arrepentimiento. Estas prendas buscaban marcar y humillar a los acusados, haciéndolos reconocibles públicamente como herejes o pecadores.
Esta disposición subraya el estigma y la humillación que enfrentaban los reconciliados, quienes eran marcados públicamente como penitentes y portadores de la vergüenza asociada a sus delitos de herejía, incluso después de su reconciliación con la Iglesia.
Las primeras Instrucciones de la Inquisición española fueron aprobadas en noviembre de 1484. “Deseoso Torquemada de que todos los inquisidores procedieran con uniformidad en el ejercicio de su destino, convocó una junta en Sevilla, compuesta de estos tres consejeros reales y de los inquisidores de Sevilla, Córdoba, Jaén y Ciudad Real, disponiendo que asistiesen Juan Gutiérrez de Lanchabes, licenciado en leyes, y Tristán de Medina, bachiller en ellas, como personas instruidas de su confianza, y con acuerdo de todos promulgó a 27 de noviembre de dicho año 84 las primeras instrucciones del Santo Oficio …”.
Llorente indica que la primera provisión conocida de la Inquisición española aprobada por los primeros inquisidores de Castilla, fray Juan de San Martín y fray Miguel Morillo, en 1480 ordenan «al marqués de Cádiz, al conde de Arcos y a los demás duques, marqueses, condes … hicieran en los pueblos de su respectivo señorío … una pesquisa exacta de las personas de ambos sexos que hubiesen ido a refugiarse, prendiesen e hicieren conducir a las cárceles de la Inquisición de Sevilla» debido a que muchos judíos y conversos de Sevilla habían huído a Marchena buscando la protección de Rodrigo Ponce de León.
Los reconciliados no debían llevar la señal de la Cruz en los sambenitos, y en su lugar debían llevar la Aspa de San Andrés. Esta disposición fue establecida en una carta emitida en la Ciudad de Segovia el 10 de Julio de 1514 para evitar que la señal de la Cruz fuera deshonrada o tratada de manera irrespetuosa por aquellos que habían sido reconciliados por delitos de herejía.
El 10 de julio de 1514, la Inquisición de Sevilla establece que «los reconciliados no traigan la señal de la Cruz en los S. Benitos, y en su lugar traigan la Aspa de S. Andres. (…) Sepades que somos informados, que a causa de reponeros los sanbenitos de los que se reconcilian (…) la santissma. Cruz de nra. redempcion no es tratada ni honrrada con la veneracion e acatamiento devidos, antes ultrajada e vituperada, en diversas maneras de los tales reconciliados, que la traen en grande ofensa, de nro. Salbador Jesucristo, y en mucho oprobio de nra. religión cristiana, en lo qual queriendo proveer como combiene, conforme al cargo por la santa sede Apostolica a Nos cometido, por cuanto combiene que la señal de la Cruz Ssma. no sera puesta en lugar donde pueda ser deshonestamente tratada; Mandamos dar, y dimos la presente en la dha. razon por el tenor de la que os encargamos ê mandamos, que luego que os fuese presentada, mandeis, ê fagais quitando los sanbenitos que traen los reconciliados de nra. Jurisdiccion, la señal de la Cruz, y en su lugar faced poner la señal del Aspa de San Andres».
Según una carta de junio de 1520, todos los reconciliados y condenados a cárcel perpetua debían vestir el sambenito de forma permanente y no se les podía quitar por ninguna razón. Ningún inquisidor podía quitarles el sambenito sin una licencia y mandato específicos. Esta disposición tenía el propósito de que aquellos que estaban en prisión perpetua no pudieran salir de ella para buscar limosna o por cualquier otro motivo sin llevar los sambenitos, lo cual era una marca de su condena y penitencia.
El primer uso histórico documentado de los capirotes por los penitenciados de la Inquisición acaba siendo usado por nazarenos de cofradias de penitencia pero con un significado y contexto distinto y ahora se consideran una expresión de penitencia personal y devoción religiosa.
COMO LOS CAPIROTES O COROZAS DE LA INQUISICIÓN ACABAN SIENDO USADOS EN SEMANA SANTA
Las primeras hermandades se fundan tras las prédicas en la ciudad de San Vicente Ferrer popularizando el movimiento de los penitenciados y flagelantes que se desnudaban la espalda de sus habitos blancos, y se azotaban con cuerdas y cadenas en un espectáculo sangriento. Las primeras hermandades en surgir eran las de Vera Cruz promovidas por los franciscanos y a la sangre de Cristo, en Marchena la hermandad del Santo Crucifijo, o Cristo de la Sangre fue creada por los dominicos siguiendo el ejemplo de Vicente Ferrer.
Un hito clave en la evolución de la Semana Santa pasionista fue la práctica de la penitencia física, impulsada por San Vicente Ferrer en el siglo XV. Este santo dominico promovió la mortificación del cuerpo como medio para emular el sufrimiento de Cristo y alcanzar una identificación espiritual con su pasión y muerte. Esta práctica marcó el inicio de lo que se conocería como cofradías penitenciales o de sangre, diferenciándose claramente de las celebraciones litúrgicas que se desarrollaban en el ámbito eclesiástico.
La evidencia histórica apunta a que la configuración actual de la Semana Santa, con su enfoque en la penitencia física y las procesiones como expresión de fe pública, no pudo haberse consolidado hasta la influencia de San Vicente Ferrer fraile dominico.
La transición de la práctica penitencial desde los conventos dominicos hasta su manifestación en las cofradías penitenciales ilustra un importante proceso de evolución en la devoción y la expresión pública de la fe durante la Semana Santa. Este cambio no solo demuestra la difusión de ciertas prácticas espirituales y disciplinas religiosas, sino también cómo estas se adaptaron y se incorporaron en la vida comunitaria y la cultura popular, reflejando la dinámica interacción entre la religiosidad conventual y la laica.
Este movimiento hacia la esfera pública llevó a la consolidación de las cofradías penitenciales hacia finales del siglo XV, especialmente en Andalucía Occidental, donde la evolución fue notablemente rápida. Para 1480, estas cofradías ya organizaban procesiones públicas, llevando imágenes sagradas a diferentes lugares de culto. Este desarrollo culminó en la formalización de las primeras reglas de penitencia, como se evidencia en las primeras reglas datadas en Sevilla en 1538 aprobadas por el Consejo de Castilla, que estableció un marco legal y eclesiástico para la organización y funcionamiento de estas cofradías.
LAS REGLAS DE LAS COFRADIAS DE MARCHENA YA RECOGIAN A LOS DISCIPLINANTES
La Hermandad del Santo Crucifijo Cristo de San Pedro, el Dulce Nombre, Veracruz y Soledad eran hermandades de las llamadas de sangre porque abundaban los disciplinantes que salían a la calle azotándose o flagelándose hasta derramar sangre. El 18 de enero de 1556 Francisco Vázquez escribe las primeras reglas de la hermandad del Santo Crucifijo, luego conocida como la del Cristo de San Pedro que se conservan en el Archivo General del Arzobispado.
FLAGELANTES EN MARCHENA
Las vestiduras penitenciales de los antiguos disciplinantes era una túnica, algo corta confeccionada de basto lienzo crudo, con cuerpo abierto a la espalda o al pecho que desabrochado podía dejarse caer y quedar este colgado del cinto, y así podían flagelarse según se describe en las primeras reglas de las hermandades de Marchena.
También en la hermandad de la Soledad hay constancia de la existencia de flagelantes que en algún año llegó a los miles, según recoge el libro de historia de la Hermandad de la Soledad escrito por Vicente Henares.
Las disciplinas consistían en un hacecillo de ocho o diez ramales de cuerda de cáñamo, cada ramal en su punta que eran trenzadas y por ello algo más gruesa, llevada ensartada y fija las rosetas con puntas hirientes. También se utilizaban otras de cadena de hierro según recoge las primitivas reglas del Cristo de San Pedro.
La adopción del capirote por las Hermandades de la Hiniesta y el Silencio en Sevilla hacia finales del siglo XVI marca un momento crucial en la evolución de las tradiciones de la Semana Santa en España. La Hermandad de la Hiniesta, con raíces en la Edad Media, incorporó el capirote al atuendo de sus penitentes, creando una distinción entre el «hermano de sangre», que se flagelaba y llevaba el antifaz caído hacia atrás, y el «hermano de luz», encargado de portar un cirio y que usaba el capirote.
Este cambio no solo transformó la apariencia de los penitentes, sino que también introdujo una nueva organización dentro de las hermandades, diferenciando los roles de sus miembros durante las procesiones. Para el siglo XVII, esta práctica se había extendido a la mayoría de las cofradías en España, consolidando la figura del nazareno con su característico cucurucho o capirote como una imagen central de la Semana Santa.
Carlos III, prohibe en 1777, los disciplinantes, empalados en las procesiones, y posteriormente se prohiben que los nazarneos lleven la cara cubierta lo que da origen a los antiguos trajes de nazarenos de Marchena del XIX y XX, recuperándose finalmente de nuevo los capirotes de nazarenos a principios del siglo XX: