En la primavera de 1530, las plazas de armas como la Plaza Ducal, entonces llamada la Plaza Nuevas no eran solo campos de entrenamiento, sino escenarios donde se exhibía el valor de la nobleza en justas y torneos. Entre los más celebrados se encontraba Pedro Ponce de León, hermano del Duque de Arcos cuya destreza con la lanza al enfrentarse a toros bravos le granjeó fama y admiración.
Tal fue el impacto de sus gestas, que el mejor poeta renacentista andaluz Juan Quirós le dedicó un poema laudatorio, ejemplo temprano de la fusión entre la épica caballeresca y el humanismo culto. Este texto, conservado gracias a la labor recopiladora del erudito Benito Arias Montano, constituye una de las piezas más singulares de la literatura encomiástica andaluza del siglo XVI.
En la cultura del Renacimiento, un poema de estas características no era un acto trivial. Se trataba de una forma clásica y reconocida de buscar o agradecer el patronazgo, una manera de insertarse en la red clientelar de una casa nobiliaria demostrando el propio talento.

Quirós fue el maestro de poesía de Arias Montano, una de las figuras cumbre del humanismo español, futuro capellán de Felipe II y director de la monumental Biblia Políglota de Amberes. Fue Quirós quien «le aficionó a la poesía divina inspirada en la Biblia, especialmente en los Salmos» y quien le enseñó los fundamentos de la versificación latina.
La orientación poética e ideológica de Juan de Quirós se inscribe plenamente en las corrientes más avanzadas del humanismo cristiano de su tiempo. Su obra y su magisterio se alinean con la devotio moderna, un movimiento de renovación espiritual que abogaba por una religiosidad más interior y afectiva, y que gozaba de favor en los círculos cercanos al emperador Carlos V.
La trayectoria de Juan de Quirós comienza en el corazón de los dominios de la Casa de Arcos. Nacido hacia 1487 en la villa de Rota (Cádiz), Quirós era, por origen, un vasallo de los Ponce de León. Rota no era una posesión menor; junto con otras villas costeras, formaba parte del núcleo estratégico y económico del estado ducal, y su imponente Castillo de Luna servía como una de las residencias de la familia.
En este contexto, el mecenazgo cultural trascendía el mero gusto estético para convertirse en una calculada estrategia de poder. La Casa de Arcos se encontraba en una constante competencia por la preeminencia con otras grandes casas nobiliarias andaluzas, muy especialmente con la Casa de Medina Sidonia. Cada encargo artístico, cada fundación religiosa y cada humanista contratado era una inversión en prestigio dinástico y una afirmación de su estatus.
El duque Luis Cristóbal, un profundo admirador de la corte de Felipe II, buscaba explícitamente replicar el esplendor artístico de Madrid y Sevilla en sus propios dominios de Marchena. Por lo tanto, su corte no era solo un centro de poder político, sino un «estado en miniatura» con una política cultural propia, diseñada para proyectar una imagen de sofisticación y poder que consolidara su posición en la jerarquía nobiliaria del reino.
EL TORERO MAS FAMOSO DEL SIGLO XVI: Pedro Ponce de Leon
Pedro Ponce de León, hermano del primer duque de Arcos Luis Cristóbal Ponce de León, fue una de las figuras más notables del siglo XVI sevillano tanto por su linaje como por su extraordinaria destreza como matador de toros. Nacido en Sevilla, donde moriría hacia 1559, su habilidad en la lidia trascendía el mero espectáculo: encarnaba un ideal humanista de templanza, dominio de las pasiones y elegancia serena, opuesto al modelo medieval de fuerza bruta.
El interés por la poesía de Don Pedro explica la educación humanista y las relación de los poemas castellanos y latinos con sus hijos. Luis, fue amigo del divino Herrera, y Gonzalo, lo fue del cardenal César Baronio, de Pedro Vélez de Guevara y del impresor Plantino. Los padres del torero eran Luis Ponce de León, señor de Villagracia, tio del Marquez de Cádiz y: Doña Inés Ponce de León de la misma casa.
Su hijo Luis se casó con Leonor Alvarez de Toledo, y tuvieron un hijo llamado Pedro Ponce, que se casó con Leonor de Portocarrero y su hijo Gonzalo fue arcediano de la Talavera de la Reina, Toledo.
Testamento de Pedro Ponce de León que puede leerse aqui.
Ponce de León no solo fue admirado por su arte, sino también por su actitud: toreaba con una mezcla de modestia, precisión y galantería. Según Luis Zapata de Chaves, era considerado el mejor matador de toros de su siglo, y su fama eclipsó incluso su origen noble, siendo más conocido como “el toreador”. Toreó ante la emperatriz en Ávila en 1531, frente al príncipe Felipe en Medina del Campo, y en presencia del emperador Carlos V entre 1535 y 1539. Ya de vuelta en Sevilla, toreaba en la plaza situada ante su casa familiar en la actual plaza de la Encarnación, que formaba parte del antiguo barrio de los Ponce de León, extendido hasta la plaza de Santa Catalina, que hoy lleva su nombre.
Gracias a documentos preservados en el Archivo Histórico Nacional, en la sección de Nobleza (signatura Osuna, leg. 1700, D.2), conocemos detalles inéditos sobre su legado. En 1551, Pedro Ponce de León y su esposa Catalina de Rivera fundaron un mayorazgo —una institución jurídica que aseguraba la transmisión indivisible de bienes a su hijo Luis. Documnto firmado Sevilla, donde tenían casas principales en la collación de San Pedro, y donde, según el acta notarial, controlaban pasos de agua y propiedades estratégicas.
El mayorazgo se componía de doce casas grandes y pequeñas, además de dos molinos de pan moler, tierras, donadíos (grandes fincas rústicas), derechos sobre tabonerías en Triana, y fincas en las villas de Mairena, Marchena y Carmona. En Marchena lega a us hijo Luis la huerta de Atoche, Gamarra y Torrijos.
En las cláusulas del testamento, Pedro Ponce de León establecía cuidadosamente la sucesión: en primer lugar, su hijo primogénito Luis; luego su hermano Gonzalo Martel, hasta llegar a María Ponce de León, casada con Antonio Vigil de Quiñones, Conde de Luna y de Mayorga, de la Casa de Benavente.
Así toreaba Pedro Ponce de León
Según la crónica ed sus contemporáneos: Pedro Ponce salía solo a la plaza, montado a caballo, con unas gafas especiales y un criado negro que le portaba la lanza. Vestido con desenfado y la capa suelta, fingía desinterés, como si no viniera a torear, mientras todos los ojos lo seguían. Pasaba delante de las ventanas donde se asomaban su esposa, doña Catalina de Ribera, y otras damas nobles. Entonces se dirigía con calma hacia el toro, alzaba la capa, recibía la lanza de manos del criado y, si el toro no embestía, la devolvía de inmediato sin perder la compostura. Si el toro atacaba, él esperaba sin moverse, le colocaba la lanza en el cuello con tal precisión que le atravesaba el cuerpo y lo dejaba muerto en el acto. Luego retomaba su paseo por la arena, como si no hubiera hecho nada extraordinario. Solo fallaba cuando su padre, el Duque, lo observaba desde el tendido.
Este estilo, marcado por la mesura, la elegancia y el control absoluto, influenció profundamente la evolución de la tauromaquia en Sevilla, que apostó más por la compostura estoica del torero frente al ímpetu del animal, en contraste con otras regiones donde se valoraban más los gestos de bravura o los juegos con el toro.
Su actividad se enmarca en una tradición que tuvo como antecedentes a reyes como Fernando el Católico, y que continuó con figuras como Don Juan de Austria o Felipe IV, todos ellos aficionados a alancear toros en celebraciones cortesanas. El toreo caballeresco, que combinaba entrenamiento ecuestre con exhibición pública, sería desplazado en el siglo XVIII por el toreo a pie, más popular y profesionalizado.
Pedro Ponce también introdujo técnicas que siguen vivas en el rejoneo moderno, como el quiebro de frente y el uso de un paño para impedir al caballo ver la embestida. Su legado artístico y técnico en la tauromaquia lo convirtió en figura referencial de una lidia más racional, simbólica y estética, valorada incluso por los humanistas de su tiempo. Montano, aunque clérigo, consideró sus hazañas dignas de un poema heroico, entendiendo la lidia como una alegoría del dominio moral sobre la violencia y la pasión.
Arias Montano, el sabio de Fregenal, y su maestro de poesía en Sevilla
El humanista extremeño Benito Arias Montano (1527–1598), figura clave del Siglo de Oro español, reconoció siempre a Juan de Quirós como el gran maestro que marcó su formación poética y moral en Sevilla. En su tratado Rhetorica, escrito hacia 1560, Montano describe a Quirós como “el poeta más ilustre de toda la Bética”, destacando su refinamiento literario, su castidad sacerdotal y su profunda integridad.
Juan de Quirós, natural de Rota y miembro del cabildo del Sagrario de la Catedral de Sevilla, formó parte de un círculo humanista vinculado al Duque de Arcos y ejerció como guía espiritual e intelectual del joven Arias Montano. Según el propio Montano, Quirós no solo le enseñó los fundamentos de la poesía latina, sino que también ocupó en su vida el lugar de un padre.
Entre los textos conservados gracias a Arias Montano se encuentran varios poemas heroicos de Quirós, como el dedicado al regreso triunfal de Pedro de la Gasca tras sofocar la rebelión de Gonzalo Pizarro en Perú, y otro en honor a Pedro Ponce de León, el torero.
La relación entre Montano y Quirós simboliza el traspaso de saberes entre dos generaciones de humanistas andaluces. Mientras Montano se convertiría en editor de la Biblia Políglota de Amberes por encargo de Felipe II, Quirós dejó una huella indeleble en la cultura sevillana de su tiempo, no solo por sus versos, sino por su ejemplo de vida austera y entregada al saber.
LUIS CRISTOBAL PONCE DE LEON MECENAS RENACENTISTA
Durante el siglo XVI, la Casa de Arcos se consolidó como uno de los señoríos más potentes de la Monarquía Hispánica, ejerciendo un poder político, jurisdiccional y económico de primer orden en el Reino de Sevilla.
La relación de los Duques de Arcos con la monarquía de los Habsburgo fue una simbiosis de servicio y prestigio. Figuras como Luis Cristóbal Ponce de León (II Duque de Arcos) no solo desempeñaron roles militares cruciales, como la dirección de las tropas que sofocaron la sublevación de los moriscos en la Serranía de Ronda, sino que también ejercieron como diplomáticos en Flandes y Francia. Su estatus en la corte era de máxima confianza, como lo atestigua un grabado de la época en el que aparece sujetando las vestiduras del rey Felipe II, en el entierro ed su padre, Carlos V en Bruselas, una posición de honor reservada a los más íntimos.
La corte de Marchena no solo atrajo a los mejores talentos de la península, sino que también demostró una marcada vocación internacional. Esta apertura se manifestó en la importación de tecnología y arte foráneos. Un ejemplo notable es la instalación de un molino de viento holandés en 1550, traído en barco desde Holanda por un flamenco llamado Pedro Jausel, lo que convirtió a Marchena en una de las pocas localidades de la época con tal innovación.
Ya su antecesor, Rodrigo Ponce de León (I Duque de Arcos), había sido el encargado de recibir a la emperatriz Isabel de Portugal en Sevilla con motivo de su boda con Carlos V en 1526. Esta proximidad a la Corona les confería un inmenso poder, pero también les imponía la obligación de mantener una imagen de magnificencia y esplendor.
El ámbito musical es quizás el ejemplo más elocuente del prestigio de la corte marchenera. Entre 1548 y 1553, el duque de Arcos tuvo a su servicio a Cristóbal de Morales, uno de los compositores más importantes de la polifonía renacentista española. El hecho de que Morales, tras haber alcanzado la gloria en las capillas musicales de Roma y Toledo, decidiera servir en Marchena, sitúa a la capilla ducal en el circuito de la élite musical europea.
Miguel Nardino en la Corte de Marchena: Un poeta Dálmata en Andalucía
Lejos de ser un erudito aislado, Nardino participaba activamente en el intercambio de ideas y textos que definía la vida intelectual de la región, y Juan de Quirós era su principal enlace con el círculo humanista de Sevilla
La llegada de Miguel Nardino de Sebenica, ciudad incluída en el ámbito del poder veneciano, a Andalucía en la década de 1520 marca un momento singular en la historia cultural de la región. Identificado como un «humanista dálmata formado en Italia», Nardino entró al servicio directo del I Duque de Arcos, Rodrigo Ponce de León, estableciéndose en la corte de Marchena. Su presencia allí no puede entenderse como un hecho aislado o meramente decorativo. En el competitivo mundo de las cortes renacentistas, donde el prestigio se medía tanto por el poder militar como por la sofisticación cultural, la contratación de un humanista de renombre internacional era una declaración de intenciones.
El modelo del cortesano ideal, popularizado por la obra de Baltasar de Castiglione, exigía a la nobleza un dominio de las armas y de las letras. Al acoger a Nardino, el Duque de Arcos no solo se aseguraba los servicios de un preceptor y un poeta cortesano capaz de celebrar las glorias de su linaje en un pulido latín, sino que importaba directamente a su corte el capital simbólico del humanismo italiano.
Su contratación fue un acto de mecenazgo competitivo, una demostración de que la Casa de Arcos podía atraer talento directamente de la órbita veneciana, uno de los epicentros culturales más importantes de Europa.
La actividad de Miguel Nardino no quedó confinada a los muros del palacio ducal de Marchena. La evidencia documental demuestra que su reputación trascendió los límites del señorío y se integró en la vibrante red de humanistas de la Baja Andalucía. La prueba más contundente de esta conexión es un epigrama que le dedicó el sevillano Pedro Núñez Delgado (c. 1478-1535), una figura destacada del humanismo local que fue poeta, editor y catedrático.
La influencia del círculo humanista de la Casa de Arcos no se limitó a los cenáculos andaluces ni se extinguió con la muerte de sus protagonistas. Fue transportada al corazón de la Europa erudita por su discípulo más aventajado, Benito Arias Montano. Cuando Felipe II le encomendó la dirección de la Biblia Políglota de Amberes, Arias Montano llevó consigo no solo su vasta erudición, sino también los principios poéticos y filológicos que había aprendido en Sevilla de su maestro, Juan de Quirós. Su trabajo en Amberes, en el taller del impresor Cristóbal Plantino, y su extensa red de correspondencia con los principales humanistas del continente, sirvieron para diseminar y amplificar las ideas que habían germinado décadas antes en el entorno de la corte de Marchena.
Los Hermanos Geraldini: Poetas y Cortesanos en Marchena
La corte de Marchena también fue lugar de paso para otros humanistas de renombre internacional: los hermanos Alessandro y Antonio Geraldini. Naturales de Amelia (Italia), estos poetas, diplomáticos y eclesiásticos estuvieron al servicio de los Reyes Católicos y mantuvieron una estrecha relación con las grandes casas nobiliarias andaluzas, incluida la de Arcos. Su dominio de la poesía latina y su experiencia en las cortes europeas aportaron un lustre adicional al círculo cultural de los duques, reforzando la conexión andaluza con el humanismo italiano.
El mecenazgo de los Duques de Arcos fue el catalizador que permitió la creación de un microcosmos humanista de gran calado en la Andalucía del siglo XVI. La confluencia del poder señorial, la llegada de eruditos extranjeros como Miguel Nardino y los hermanos Geraldini, y el talento de figuras locales como Juan de Quirós, generó una sinergia única. Esta red intelectual, que conectaba los señoríos de Rota y Marchena con el vibrante ambiente de Sevilla, no solo fue crucial para la asimilación de las corrientes renacentistas europeas, sino que también sembró la semilla de la que brotarían algunas de las figuras más importantes del humanismo español.
Para SABER MAS
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Rodríguez Moñino, Miscelánea: silva de casos curiosos, 1930.
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Montano, Rhetorica (libros 3 y 4).
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Luis Zapata de Chaves, Silva de varia lección.
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Argote de Molina, Discurso sobre la montería.
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L. de Bañuelos, Libro de la jineta, 1605.
-
Archivo Histórico de Sevilla, documentos sobre el barrio Ponce de León.

