Argentina pone en valor a Fray Luis Bolaños, el marchenero que protegió y potenció la cultura indígena guaraní
José Antonio Suárez López
Este documental realizado por el Obispado de Zárate (Argentina) sigue el camino que realizó el marchenero Fray Luis Bolaños hace mas de 400 años. Este franciscano fue un defensor de los aborígenes, creador de la grafía guaraní y fundador de Baradero, Argentina, entre muchos otros pueblos de Paraguay y Argentina. El documental se realizó con ocasión de los 400 años de la fundación del pueblo de Baradero y su parroquia, Santiago Apóstol con la colaboración de Marchena Secreta-Saber Mas en la cesión de imágenes del pueblo natal de Bolaños. Actualmente se sigue proceso de beatifiación en Roma de Fray Juan Bernardo uno de los colaboradores directos de Bolaños. Tanto Bolaños como Bernardo son conocidos y estimados por el Papa Francisco.
BOLAÑOS EN LA CULTURA POPULAR ARGENTINA
El Relato «Milagro» de Manuel Múgica Laínez cuenta el momento en que el marchenero Fray Luis de Bolaños recibe en Buenos Aires la noticia de que su compañero de juventud al que conocio en su etapa formativa en Espartinas, convento de Loreto, Francisco Solano, ha muerto. De esta forma se muestra lo presente que está el fraile franciscano marchenero en la cultura popular.
Además el 4 de junio se ha iniciado proceso de beatificación de Fray Juan Bernardo quien fue discípulo de fray Luis de Bolaños, creador de la grafía guaraní, fundador de Caazapá, protagonista del milagro del Ykua Bolaños”, entre otros.
El relato Milagro forma parte del libro Misteriosa Buenos Aires es una obra de ficción del escritor argentino Manuel Mujica Láinez compuesta por 42 relatos breves cuya acción está centrada en la ciudad de Buenos Aires, desde su primera fundación en 1536 hasta el año 1904. El libro fue llevado al cine en 1981.
Los cuentos de la colección pertenecen en su mayoría al género realista, aunque los hay también fantásticos y maravillosos. Se combinan en el libro personajes reales y ficticios en una prosa sumamente lírica y ornamentada, característica del autor. El cuento forma parte del espectáculo teatral “La cama china”, un tributo a Mujica Lainez”.
Manuel Mujica Lainez, como buen historiador, escribe sobre personajes reales. San Francisco Solano, misionero franciscano, nació en Montilla (Córdoba- España), en 1549 y murió en Lima (como dice el cuento), en 1610. Catequizó Chile, Panamá, Argentina y especialmente Perú y fue canonizado en 1726. Fray Luis de Bolaños (su más fiel seguidor), está enterrado en la Iglesia de San Francisco en la esquina de Alsina y Defensa de la Ciudad de Buenos Aires.
Relato; MILAGRO -1610. De Manuel Múgica Laínez.
El hermano portero abre los ojos, pero esta vez no es la claridad del alba la que, al deslizarse en su celda, pone fin a su corto sueño. Todavía falta una hora para el amanecer y en la ventana las estrellas no han palidecido aún. El anciano se revuelve en el lecho duro, inquieto. Aguza el oído y se percata de que lo que le ha despertado no es una luz sino una música que viene de la galería conventual. El hermano se frota los ojos y se llega a la puerta de su habitación. Todo calla, como si Buenos Aires fuera una ciudad sepultada bajo la arena hace siglos. Lo único que vive es esa música singular, dulcísima, que ondula dentro del convento franciscano de las Once Mil Vírgenes. El portero la reconoce o cree reconocerla, mas al punto comprende que se engaña. No, no puede ser el violín del Padre Francisco Solano.
El Padre Solano está ahora en Lima, a más de setecientas leguas del Río de la Plata. ¡Y sin embargo…! El hermano hizo el viaje desde España en su compañía, veinte años atrás, y no ha olvidado el son de ese violín. Música de ángeles parecía, cuando el santo varón se sentaba a proa y acariciaba las cuerdas con el arco. Hubo marineros que aseguraron que los peces asomaban las fauces y las aletas, para escucharlo mejor, en la espuma del navío. Y uno contó que una noche había visto una sirena, una verdadera sirena con la cola de escamas y el cabello de líquenes negros, que escoltó por buen espacio a la flota, balanceándose en el oleaje a la cadencia del violín.
Pero esta música debe ser otra, porque el Padre Francisco Solano está en el Perú, y para bajar del Perú a Buenos Aires, en las tardas carretas, se necesita muchísimo tiempo. ¡Y sin embargo, sin embargo…! ¿Quién toca el violín así en esta ciudad? Ninguno. Ninguno sabe, como Solano, arrancar las notas que hacen suspirar y sonreír, que transportan el alma.
Los indios del Tucumán abandonaban las flechas, juntaban las manos y acudían a su reclamo milagroso. Y los jaguares de las selvas también, como esos tigres de las pinturas antiguas que van uncidos por guirnaldas a los carros triunfales. El hermano portero ha sido testigo de tales prodigios en San Miguel del Tucumán y en La Rioja, donde florece el naranjo plantado por el taumaturgo.
Es una música indefinible, muy simple, muy fácil, y que empero hace pensar en los instrumentos celestes y en los coros alineados alrededor del Trono divino. Va por el claustro del convento de Buenos Aires, aérea, como una brisa armoniosa, y el hermano portero la sigue, latiéndole el corazón. En el patio donde se yergue el ciprés que cuida Fray Luis de Bolaños, el espectáculo de encantamiento detiene al hermano lego que se persigna. Ya avanza el mes de julio, pero el aire se embalsama con el olor y la tibieza primaverales. Todo el árbol está colmado de pájaros inmóviles, atentos.
El portero distingue la amarilla pechuga del benteveo y la roja del pecho colorado y el luto del tordo y las plumas grises de la calandria y la cresta del cardenal y la cola larga de la tijereta. Nunca ha habido tantos pájaros en el convento de las Once Mil Vírgenes. Los teros se han posado sobre un andamio, allí donde prosiguen las obras que Fray Martín Ignacio de Loyola, obispo del Paraguay y sobrino del santo, mandó hacer. Y hay horneros y carpinteros entre las vigas, y chorlos y churrinches y zorzales y picaflores y hasta un solemne búho. Escuchan el violín invisible, chispeantes los ojos redondos, quietas las alas. El ciprés semeja un árbol hechizado que diera pájaros por frutos.
La música gira por la galería y más allá el hermano topa con el perro y el gato del convento. Sin mover rabo ni oreja, como dos estatuas egipcias, velan a la entrada de la celda de Fray Luis de Bolaños. Cuelga entre los dos una araña que ha suspendido la labor de la tela para oír la melodía única. Y observa el hermano portero que las bestezuelas que a esa hora circulan por la soledad del claustro han quedado también como fascinadas, como detenidas en su andar por una orden superior. Ahí están los ratoncitos, los sapos doctorales, la lagartija, los insectos de caparazón pardo y verde, los gusanos luminosos y, en un rincón, como si la hubieran embalsamado para un museo, una vizcacha de los campos. Nada se agita, ni un élitro, ni una antena, ni un bigote.
Apenas se sabe que viven por el ligero temblor de los buches, por un rápido guiño. El hermano portero se pellizca para verificar si está soñando. Pero no, no sueña. Y los acordes proceden de la celda de Fray Luis. El lego empuja la puerta y una nueva maravilla le pasma. Inunda el desnudo aposento un extraño clamor. En el medio, sobre el piso de tierra, se recorta la estera de esparto que sirve de lecho al franciscano. Fray Luis de Bolaños se halla en oración, arrobado, y lo estupendo es que no se apoya en el suelo sino flota sobre él, a varios palmos de altura. Su cordón de hilo de chahuar pende en el aire. Así le han visto en otras oportunidades los indios de sus reducciones de Itatí, de Baradero, de Caazapá, de Yaguarón. En torno, como una aureola de música, enroscan su anillo los sones del mismo violín.
El hermano portero cae de hinojos, la frente hundida entre las palmas. De repente cesa el escondido concierto.
Alza los ojos el hermano y advierte que Fray Luis está de pie a su lado y que le dice:
-El santo Padre Francisco Solano ha muerto hoy en el Convento de Jesús, en Lima. Recemos por él.
-Pater Noster… -murmura el lego.
El frío de julio se cuela ahora por la ventana de la celda.
Al callar el violín, el silencio que adormecía a Buenos Aires se rompe con el fragor de las carretas que atruenan la calle, con el tañido de las campanas, con el taconeo de las devotas que acuden a la primera misa muy rebozadas, con las voces de los esclavos que baldean los patios en la casa vecina. Los pájaros se han echado a volar. No regresarán al ciprés de Fray Luis hasta la primavera.