Icono del sitio Marchena Noticias. Marchena Secreta. El tiempo en Marchena. Sucesos Marchena. Planes de verano en Andalucia. Marchena Noticias

La Compañia, de Loyola a Roma, pasando por Marchena: el legado del «Duque santo»

Un hito importante para la llegada a Marchena y Andalucía de la Compañía fue la conversión del duque de Gandía Francisco e Borja pintada por José Moreno Carbonero, en 1884, hoy en el Museo del Prado), que representa el momento en que Francisco de Borja contempla el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal a quien le unía una fuerte lealtad.

Impresionado por la fugacidad de la belleza y el poder, el noble exclamó: «Nunca más serviré a señor que pueda morir», e ingresó pocos años después en la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola.

Hijo de duques, bisnieto del papa Alejandro VI y emparentado con el emperador Carlos V, Francisco de Borja y Aragón, IV duque de Gandía (1510-1572) lo tenía todo en la corte imperial del siglo XVI. Sin embargo, una experiencia espiritual estremecedora marcó un giro radical en su vida. En 1539, Borja fue encargado de custodiar el féretro de la emperatriz Isabel de Portugal (esposa de Carlos V) hasta su sepultura en Granada. Al abrir el ataúd su vida cambió.

 

En sus dominios de Gandía, el duque acogió a jesuitas de la primera hora y financió el recién fundado Colegio Romano de Roma y estableció en sus estados la Universidad de Gandía. Tras la muerte de su esposa, Leonor de Castro, en 1546, Francisco de Borja confirmó su vocación definitiva. Renunció a sus títulos y riquezas –cediendo el ducado a su primogénito– e ingresó secretamente en la Compañía de Jesús.

En 1554 fue nombrado Comisario (superior) de los jesuitas en España, y luego tercer Padre General de la Compañía consolidando la expansión de los jesuitas por Europa y América, llevando las misiones a lugares tan distantes como Brasil. Este “duque santo”, canonizado en 1671, encarnó la fructífera alianza entre la Compañía de Jesús y la alta nobleza española.

Su prestigio social facilitó la fundación de colegios, la obtención de patronazgos y la entrada de los jesuitas en las esferas de poder. Uno de los ejemplos más significativos de esa simbiosis entre fe e influencia aristocrática fue el establecimiento de un colegio jesuita en la localidad sevillana de Marchena, bajo el mecenazgo de los duques de Arcos, parientes cercanos de Borja.

Los Duques de Arcos, adoptaron la peculiar costumbre de nombrar confesores y preceptores de sus hijos únicamente de entre los rectores jesuitas del colegio, seleccionados por la Orden entre sus miembros más ilustres tanto intelectual como espiritualmente. A lo largo del siglo XVII, los sucesivos rectores de la Encarnación llegaron a ser consejeros de confianza de los duques de Arcos, ejerciendo un poder e influencia considerables en la región. 

El colegio marchenero se reflejó en su actividad educativa y en su arquitectura. En las aulas de la Encarnación se aplicaba la Ratio Studiorum jesuita, un plan pedagógico moderno que combinaba el estudio de los clásicos del Renacimiento con las ciencias, los idiomas y la formación integral del alumno. Las crónicas elogian la eficacia de este método, que incluía incluso ejercicio físico al aire libre y preparación en música y danza para pulir modales de sociedad, algo innovador en la época. Muchos jóvenes de familias nobles y acomodadas acudieron a Marchena atraídos por la calidad de la enseñanza jesuítica.

Lideraron la renovación pedagógica de la Iglesia y llevaron el cristianismo a América, Asia y África.

Pocos rincones de Marchena encierran tanta historia como la calle Compañía, cuyo nombre no es casual ni anecdótico. Esta vía del centro histórico debe su nombre a la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en 1540 y que, durante más de dos siglos, dejó una profunda huella espiritual, educativa y artística en la villa ducal.

En Marchena, los jesuitas fueron mucho más que predicadores. Su presencia se tradujo en templos, colegios, formación académica y un patrimonio artístico que aún hoy palpita entre piedras, altares y lienzos, aunque buena parte de ese legado se haya fragmentado o dispersado tras su expulsión.

La iniciativa de fundar un colegio jesuita en Marchena  partió de Doña María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa de Luis Cristóbal Ponce de León, II duque de Arcos –además de prima de San Francisco de Borja–, quien decidió dotar a su señorío de un colegio de la Compañía.

Hacia 1567, mientras Borja recorría Andalucía fundando colegios como el de Montilla, Córdoba, por invitación de la marquesa de Priego. Desde sus comienzos, el Colegio de la Encarnación de Marchena destacó como uno de los más prominentes de la Provincia Bética de la orden. No en vano, Marchena era la capital de los estados señoriales de los duques de Arcos y residencia habitual de esta poderosa casa nobiliaria. Los duques, fervientes patronos, eligieron la iglesia del colegio como nuevo panteón.

30 años antes, el 15 de agosto de 1534, Ignacio de Loyola –un ex militar vasco camino a convertirse en santo– se reunió con sus primeros siete compañeros en la colina de Montmartre (París) y juntos juraron «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo».

Impulsados por este voto de pobreza, castidad y servicio religioso, y frustrada su intención inicial de peregrinar a Jerusalén, el grupo viajó a Roma. Allí, tras largas deliberaciones, fundaron la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540.

Personajes como San Francisco Javier se convirtieron en leyendas vivas –el navarro murió en 1552 tras predicar en India y Japón–, simbolizando el celo misionero global de los jesuitas.

Nacía así una nueva orden religiosa católica con marcado carácter misionero e intelectual, destinada a jugar un papel fundamental en la Contrarreforma y en la evangelización fuera de Europa.

Muchos monarcas europeos vieran a los jesuitas con recelo durante la Ilustración, al sospechar que anteponían la lealtad a Roma sobre la obediencia al poder temporal. Irónicamente, en los siglos XVI y XVII reyes y papas consideraron a la Compañía aliada indispensable: sus miembros contribuyeron al éxito del Concilio de Trento,

Además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia monástica, la Compañía adoptó un cuarto voto especial de obediencia al Papa,

Su ubicación, junto a la Puerta de Osuna de la muralla marchenera, propició que en 1609 se fundase anexo un segundo colegio, San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres de filosofía y moral, ampliando así la labor docente y asistencial de los jesuitas en la comarca.

En 1609, el clérigo Gonzalo Fernández fundó el Colegio de San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres que aspiraban al sacerdocio. Este colegio, ubicado en la Plaza de San Andrés, fue construido por el maestro albañil Mateo Orellana y el cantero de Cabra en 1629. Los jesuitas lo usaban para alojar a los colegiales que venian de todos los pueblos del Estado de Arcos. Tras la expulsión de la Compañía en 1767, el edificio se transformó en hospital, tal como había previsto su fundador .

A partir de 1673 comenzó su declive: aquel año los duques de Arcos trasladaron definitivamente su residencia a Madrid, privando a la institución de su principal sostén social y económico.

Aunque los jesuitas mantuvieron su presencia en Marchena varias décadas más, la influencia y el “peso específico” del colegio en Andalucía occidental disminuyeron notablemente tras la ausencia de sus protectores directos. La Encarnación siguió activa hasta que un terremoto político de alcance nacional cambió su destino: la expulsión de los jesuitas de España en 1767. En esa fecha, el floreciente colegio marchenero –al igual que todos los de la Compañía– fue abruptamente clausurado por orden del rey Carlos III.

A las cinco de la madrugada del 3 de abril de 1767, un escuadrón de caballería, acompañado por el asistente de la villa (figura equivalente al alcalde) José Monseur y el alguacil mayor, se presentó en la puerta principal del colegio –entonces conocido también como “de San Jerónimo”, por su cercanía a la plaza de San Andrés.

Los soldados entraron y comunicaron a la pequeña comunidad jesuita la orden real de destierro inmediato. Los sacerdotes y hermanos fueron detenidos e incomunicados en sus celdas mientras se organizaba su traslado.

Pocas horas después, eran conducidos bajo escolta hacia Jerez de la Frontera, y de allí al puerto de Santa María, donde se reunieron con unos 700 religiosos expulsos de diversos puntos de Andalucía para embarcarlos rumbo al exilio en Italia. Todos los bienes del colegio de Marchena fueron incautados en nombre de la Corona. Inventarios de la época revelan la prosperidad material de la misión jesuita marchenera.

Poseían tres casas, dos solares urbanos, un molino de aceite frente al colegio y otro en la hacienda de Jarda, cuatro huertas (una junto al colegio, llamadas de Atoche, Azofaifos y Benjumea) y veinte olivares, además de varias tierras de labor y viñas en el contorno del pueblo.

Este modesto “imperio” agrícola y urbano, fruto de legados y compras acumulados en dos siglos, pasó a engrosar el erario real. Para colmo, en Madrid el ministro de Hacienda, Pedro Rodríguez de Campomanes, había justificado la expulsión argumentando que las riquezas jesuitas debían expropiarse para aliviar la crisis financiera de la nación.

La expulsión de 1767: causas y contexto

La drástica expulsión de los jesuitas de todos los dominios de Carlos III en 1767 no fue un rayo caído de un cielo sereno, sino el clímax español de una oleada antijesuítica europea que venía gestándose durante el siglo XVIII.

Carlos III había crecido bajo la tutela de su madre, la reina Isabel de Farnesio, “que siempre les tuvo animadversión”. Además, durante su reinado en Nápoles había respirado el aire anticlerical dominante en aquellas cortes italianas.

En Madrid, en marzo de 1766, estalló el célebre Motín de Esquilache, un tumulto popular contra las medidas reformistas (especialmente un edicto sobre vestimenta) del ministro Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache. Aunque las causas reales del motín fueron el descontento por la carestía y el choque cultural con las modas impuestas, pronto corrió el rumor de que los jesuitas habrían instigado la revuelta en la sombra

La Corona aspiraba a controlar la educación y la moral sin interferencias de Roma, mientras la Compañía encarnaba la lealtad absoluta a la Santa Sede

La Ilustración cuestionaba el poder excesivo de la Iglesia en la educación y la política. El propio Carlos III, influido por las ideas reformistas y por consejeros regalistas, desconfiaba de la Compañía. Seis años después, la presión diplomática de las cortes borbónicas logró incluso lo impensable: la supresión universal de la Compañía de Jesús por el Papa.

En 1814, tras la caída de Napoleón, el papa Pío VII restituyó globalmente a los jesuitas, declarando nulo el decreto de supresión anteriores. Consecuentemente, el rey Fernando VII –hijo de Carlos III y ferviente absolutista– permitió el regreso de la Orden a España en 1815. Desde 1875), los jesuitas retornaron definitivamente y reanudaron sus obras educativas y pastorales en España.

Desde entonces, la Iglesia del Sagrado Corazón (situada en la calle Jesús del Gran Poder) se convirtió en un centro espiritual jesuita en la ciudad. Hasta tiempos recientes, la Iglesia del Sagrado Corazón fue la casa central de los jesuitas en Sevilla, albergando oficinas de la Fundación Loyola (red educativa) y de la Fundación SAFA.  La Universidad Loyola Andalucía, fundada en 2013, es la primera universidad privada de inspiración jesuita en la región, con campus en Dos Hermanas (Sevilla) y Córdoba. El colegio Portaceli, inaugurado en 1950 en la Huerta del Rey de Sevilla, se ha convertido en uno de los centros escolares más prestigiosos de la ciudad.

Por último, la Comunidad de Jesuitas de Portaceli –residencia de los miembros de la orden en Sevilla– sigue siendo centro neurálgico de todas estas obras, asegurando la coordinación y el espíritu común.

Fuentes: Archivos y estudios históricos sobre la expulsión de 1767; obras de historiadores (Domínguez Ortiz, E. Giménez, César Cervera) sobre las causas políticas e ideológicas del destierro jesuitas; documentos eclesiásticos y crónicas de la orden (Autobiografía de S. Ignacio;

Diario de S. Francisco de Borja) para anécdotas fundacionales

 investigaciones universitarias sobre el Colegio de Marchenawww2.ual.eswww2.ual.es; y fuentes contemporáneas de la Compañía de Jesús en Andalucía (Web Jesuitas España, Universidad Loyola) para la situación actual.