Nunca está de más recordar esta hermosa historia, sea la época del año que sea. Ocurrió el Domingo de Resurreción de 2013, poco después de las cinco de la tarde. LLovía y yo caminaba con una amiga bajo un paraguas por la travesía San Ignacio de Marchena, la principal entrada al pueblo por carretera.
De repente, un coche conducido por un matrimonio de mediana edad se paró a nuestro lado y la ventanilla del coche se bajó lentamente con intención de preguntar algo. No los conocía de nada. De repente me enseñaron una foto muy vieja de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Marchena, en blanco y negro.
¿Dónde se puede encontrar a éste Cristo?. Preguntaron. Yo les expliqué que estaba en la iglesia de San Miguel pero que ya la encontrarían cerrada, por ser pasadas las cinco, en un día en el que había estado la iglesia todo el día abierta, según la costumbre de los Domingos de Resurección marcheneros. Entonces me explicaron la historia de la estampa, de la misma forma que yo la voy a contar ahora. Resultó que el marido de este matrimonio de Villaverde del Río, estuvo trabajando en Marchena hacía décadas y alguien le regaló una vieja estampa del Nazareno en blanco y negro.
La estampa se le perdía una y otra vez de la cartera, y sin que nadie se explicase cómo ni porqué, volvían a encontrar la estampa, sin encontrar una explicación. La estampa volvía a sus manos una y otra vez, a través de diferentes formas. Este matrimonio encontró el hecho misterioso y decidió ir a Marchena a conocer la imagen de Jesús Nazareno el domingo de Resurrección del año pasado aunque no se si finalmente lo consiguieron.
Entonces vinieron a mi memoria, todo un caudal de sucesos notables en torno a la figura del Nazareno de Marchena, al que llaman el Viejo de San Miguel, el Amo de las cargas. La memoria colectiva de los marcheneros lo conoce perfectamente, y profesa un gran cariño a ésta imagen que está prácticamente en cada casa y en cada rincón del pueblo.
De la talla del Nazareno de San Miguel no se conoce ni su autor ni su origen. Se especula con que procede del antiguo convento de Santa Eulalia, hoy en ruinas, ubicada en medio del campo y fundado por la orden franciscana, ya que se conserva en el camarín de Jesús una cruz de madera con incrustaciones que tiene grabado el nombre de Santa Olalla.
Se sabe que en dicho eremitorio vivían frailes retirados en plena naturaleza, tuvo una gran biblioteca con miles de libros donados por los Duques de Arcos. Se cree, aunque no es hecho probado, que allí vivió el Fray Antonio de Marchena, que intercedió por Colón ante los Reyes Católicos.
Todos en el pueblo conocen cómo muchos marcheneros emigrantes tienen un fuerte vínculo con la imagen del Nazareno. Se pueden citar casos directos, -aunque obviando detalles-, como el de un marchenero que vive en un pueblo de Barcelona -sus padres ya fallecieron- que cuando tiene algún problema de salud en su familia recorre los mil kilómetros que separan Barcelona de Marchena, para venir a postrarse y rezar ante el dios de sus mayores.
Su propia familia no sabe adónde va ni qué hace, pero se lo imagina. El simplemente llega a Marchena y reza en San Miguel, sin que ningún familiar de los que aún conserva en el pueblo lo sepa, y luego se vuelve otra vez a Barcelona. Un viaje de dos mil kilómetros, ida y vuelta para rezar ante Jesús. Es la única vez y el único motivo por el que acude a Marchena.
Podría citar más casos, pero terminaré con el de un recuerdo que aún conservo muy vívido de mi adolescencia, -es decir hace veinte años- en la Plaza Ducal. Allí, una mujer muy mayor, vestida de negro se plantó una buena mañana en medio del mandato, en el momento en el que el paso de Jesús reviraba y empezó a hablar con él directamente en voz alta. Las palabras que más recuerdo era que repetía una y otra vez: llévame contigo.