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Los libelos de sangre y cómo desencadenaron la expulsión de los judíos de 1492

Los libelos de sangre eran acusaciones falsas de que los judíos secuestraban y asesinaban niños cristianos para rituales y surgieron en Europa durante la Edad Media y cobraron fuerza entre los siglos XII y XV. El primer caso registrado ocurrió en Norwich (Inglaterra) en 1144, con la muerte del niño Guillermo de Norwich, atribuida sin pruebas a la comunidad judía local. A partir de entonces, leyendas similares se propagaron por Francia, Alemania e Italia, alimentando un imaginario antijudío que caló hondo en la mentalidad popular​.

En estos relatos se repetía un mismo patrón: la supuesta crucifixión o asesinato ritual de un niño inocente en emulación de la Pasión de Cristo, a menudo cerca de la Pascua, seguida de la veneración del menor como mártir.

La Península Ibérica no fue inmune a estas calumnias importadas de Europa. Ya a mediados del siglo XIII, el rey castellano Alfonso X el Sabio recogía por escrito ese prejuicio: “Hemos oído decir que algunos judíos muy crueles roban algún niño cristiano y lo crucifican coincidiendo con la celebración de Viernes Santo”

Documentos de la Sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional

Esta mención en el Código de las Siete Partidas evidencia que, desde época temprana, la creencia en el crimen ritual judío había echado raíces también en Castilla. En la Corona de Aragón, hacia 1250 se popularizó la leyenda de Dominguito del Val en Zaragoza –un niño de coro cuya muerte se atribuyó a judíos–, mito que persistió durante siglos en el folclore local e incluso en cultos aprobados por la Iglesia (llegó a colocarse una placa conmemorativa afirmando que “fue martirizado por los judíos en el año 1250” en una iglesia de Sevilla)​

Estas fábulas, sin sustento real, prepararon el terreno ideológico para que en la Baja Edad Media la población cristiana mirase con creciente suspicacia a sus vecinos judíos.

Acusaciones de libelo de sangre en Castilla: de Sepúlveda a La Guardia

En la Castilla del siglo XV, convulsionada por crisis sociales y religiosas, los libelos de sangre tuvieron manifestaciones violentas. Un caso documentado ocurrió en Sepúlveda (Segovia) en 1468. Según relata el cronista segoviano Diego de Colmenares, en Navidad de ese año corrió la “irritante nueva” de que los judíos de la aljama local, “aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano… Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados”.

La sola acusación –difundida en plena guerra civil castellana– desató una feroz represalia: dieciséis judíos fueron juzgados y quemados en la hoguera por orden del obispo Juan Arias Dávila, y no contentos con ello los vecinos de Sepúlveda asaltaron la judería, masacrando a la mayoría de sus habitantes​.

Este incidente, conocido como el Santo Niño de Sepúlveda, evidencia cómo la calumnia del crimen ritual servía de chispa para explosiones de violencia antijudía popular, respaldadas después por autoridades eclesiásticas.

Otro ejemplo infame es el llamado Caso del Santo Niño de La Guardia, ocurrido a finales de la década de 1480 en la localidad de La Guardia (Toledo). En este episodio —el más célebre libelo de sangre en España— confluyeron la superstición popular y la intervención directa de la Inquisición. Un grupo de conversos (judíos bautizados) y judíos fue acusado de secuestrar a un niño cristiano y perpetrar un supuesto ritual blasfemo que combinaba una hostia consagrada con la sangre o el corazón del menor, en una parodia sacrílega de la misa. Aunque nunca se halló el cadáver de ninguna víctima ni hubo denuncia de un niño desaparecido, los tribunales dieron total crédito a la acusación​.

Tras un proceso inquisitorial celebrado en Ávila en 1491, seis conversos y dos judíos (entre ellos el rabino Yuce [Yusuf] Franco) fueron condenados a muerte. Fueron “quemados vivos” en la hoguera el 16 de noviembre de 1491​

Como señalan Teresa Marta y Fernando Suárez, “este proceso dio lugar a una importante exacerbación de los ánimos antijudíos, que pudo influir en alguna medida en la promulgación del edicto de expulsión general del 31 de marzo de 1492”​.

El caso de Marchena: Inquisición y judeoconversos

El siglo se inició en Marchena con hechos que monstraban la conexión del antijudaísmo local, con la Guerra de Sucesión que dejó a los portugeses en suelo español, -muchos de ellos conversos, que vivian en sevilla y provincia desde 1600- como potenciales enemigos.

Una carta de la Inquisición de Sevilla a la suprema, (AHN Inq. 3.027) recogida por Domínguez Ortiz da cuenta de las pesquisas hechas a finales de 1714 sobre la supuesta muerte en Marchena de un niño llamado Diego Bohórquez, hijo de Juan Bohórquez Villalón, familia de hidalgos con origen en Morón.

Según dicho documento el cuerpo apareció el 26 de diciembre, en la puerta del convento de San Francisco de Marchena, y la posterior sospecha recayó en un grupo de conversos sospechosos de judaizar, como Francisco Morales, abogado del Duque, Pedro de Toledo comisario de la Inquisición y Manuel Herrera.

Juan y D. Antonio de Bohórquez fueron soldados enviados por el Ayuntamiento de Marchena para retomar Gibraltar, en septiembre de 1706 con domicilio junto a la Iglesia de San Juan. La supuesta aparición de niños de cuya muerte se culpaba a los judíos fue un recurso habitual en España desde el Santo Niño de la Guardia Toledo en el XVI, hasta el el niño muerto en Cádiz en 1708 siempre en contextos de guerra y repunte del antijudaísmo.

La Testificación General de Corte de 1718, tras la Guerra de Sucesión supuso el apresamiento de numerosos judaizantes y dio pie a  escritos antijudíos en tomo a 1730.

Entre 1635-1697 encontramos en la campiña sevilana 15 procesos inquisitoriales por judaísmo en  Marchena, 40 en Morón y 97 en Osuna según la obra «¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio» escrito por Victoria González de Caldas y la mayoria eran contra conversos portugueses.

En este periodo encontramos en Marchena un juicio de Antonio Fernández Martos portugués vecino de Marchena que en 1709 visitador de la Aduana de Sevilla procesado por judaizar por la Inquisición de Sevilla.

Paralelamente a los grandes montajes de libelo de sangre, la Inquisición española desplegó en aquellos años una persecución implacable contra los conversos acusados de “judaizar” (practicar secretamente el judaísmo).

Un ejemplo revelador ocurrió en Marchena (Sevilla), donde un fraile de origen converso fue objeto de acusaciones que, si bien no implicaban asesinato ritual, muestran la atmósfera de sospecha y odio alentada por el Santo Oficio.

Se trata de Fray Diego de Marchena, monje jerónimo del monasterio de Guadalupe, quien en 1485 fue arrestado y juzgado bajo cargos de herejía. Según el expediente inquisitorial recientemente hallado, este clérigo marchenero fue acusado de “seguir la ley de Moisés”, es decir, de continuar practicando ritos judaicos a pesar de su investidura religiosa​.

El proceso contra Fray Diego pone de manifiesto los tenues límites entre realidad y paranoia en la caza de brujas antijudía. Los testimonios recopilados por el tribunal eran endebles y de oídas: compañeros frailes aseguraron que “no consagraba las misas” ni creía en la hostia consagrada, e incluso que “cuando alzaba el Corpus Christi siempre lo adoraba con cautela”​.  Finalmente, Fray Diego de Marchena fue condenado como hereje apóstata y quemado en la hoguera en 1485​.

Por toda Castilla, en los años 1480, docenas de conversos fueron procesados bajo acusaciones similares. La presencia de una numerosa comunidad judeoconversa en Andalucía occidental (Sevilla, Córdoba, Jaén, etc.) había suscitado recelos en los Reyes Católicos y en el primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada. De hecho, en 1480 se sospechó que conversos sevillanos conspiraban para frenar a la recién llegada Inquisición, lo que motivó una dura represión preventiva​. En ese marco, acusaciones sensacionalistas –desde profanación de la hostia hasta asesinatos rituales– se convirtieron en armas para infundir terror y justificar la intervención inquisitorial en diversas ciudades de Castilla.

Torquemada, la Inquisición y la instrumentalización del odio

La figura de Tomás de Torquemada, inquisidor general desde 1483, es clave para entender cómo se instrumentalizaron los libelos de sangre en la política antisemitista de los Reyes Católicos. Torquemada, un dominico castellano de fervor fanático (él mismo de ascendencia conversa lejana, irónicamente), vio en la agitación antijudía una oportunidad para reforzar su misión de “pureza de fe”. Fuentes de la época sugieren que él respaldó activamente la veracidad del caso del Niño de La Guardia. De hecho, estuvo directamente involucrado en aquel proceso: la causa de La Guardia “dio lugar a una causa judicial en la que terció personalmente […] Tomás de Torquemada, el Gran Inquisidor”, quien impulsó los arrestos de los implicados​.

Según diversos testimonios, cuando en 1491 algunos judíos influyentes ofrecieron al rey Fernando una fuerte suma de dinero a cambio de anular el inminente decreto de expulsión, Torquemada irrumpió en la corte blandiendo un crucifijo. Se dice que exclamó: “Judas vendió por treinta monedas a Cristo; ¿y vosotros queréis venderlo por más?”, comparando a los monarcas con el traidor bíblico​.

Bajo su influencia, la Inquisición y sectores eclesiásticos fomentaron la idea de que los judíos no solo corrompían espiritualmente a los conversos, sino que literalmente amenazaban la cristiandad con sus supuestos crímenes. La propaganda integró así los libelos de sangre a un discurso más amplio: el judío era presentado como agente del Mal, capaz de sacrilegios atroces (profanar la Eucaristía, envenenar pozos, asesinar niños) y, sobre todo, de pervertir la fe de los cristianos nuevos.

Los Reyes recuerdan que ya en las Cortes de Toledo de 1480 habían intentado aislar a los judíos en juderías separadas, pero aun así “consta y parece ser tanto el daño que se sigue a los cristianos de la participación… con los judíos, los cuales […] procuran siempre… de subvertir y sustraer de nuestra Santa Fe Católica a los fieles cristianos… e instruyéndoles en las ceremonias y observancia de su ley”​.

La promulgación del Edicto de Granada fue presentada como un acto de defensa de la fe y del orden público. Los libelos de sangre desempeñaron aquí un papel propagandístico fundamental: habían preparado a la opinión pública para ver a todos los judíos como una amenaza real y tangible.

Así, tras la ejecución de los supuestos asesinos del Niño de La Guardia, la expulsión de todo el colectivo judío pudo anunciarse no solo como medida religiosa, sino casi como medida de seguridad frente a un enemigo interno despiadado. En palabras de la historiografía contemporánea, “las autoridades seculares y religiosas de la época fabricaron el relato [del Santo Niño] para apuntalar el Decreto de la Alhambra y justificar la expulsión de los judíos”​.

Antisemitismo institucional y justificación de la expulsión

Las acusaciones de libelo de sangre, amplificadas por la Inquisición y aceptadas por buena parte de la sociedad, alimentaron un antisemitismo de Estado que alcanzó su clímax con la expulsión de 1492.  La expulsión fue presentada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, casi como un mal menor necesario para impedir males mayores. En el propio Edicto de Expulsión se afirma que, después de deliberar con sus consejeros y prelados, “acordamos mandar que salgan todos los dichos judíos… de nuestros reinos… porque es notorio el mucho daño que a los cristianos se ha seguido de conversar con ellos”. La única alternativa ofrecida a los judíos era la conversión sincera, pero incluso los conversos quedaron manchados por la sospecha permanente (surgiendo poco después los estatutos de limpieza de sangre que les cerraron acceso a muchos cargos)​

Paradójicamente, el legado de aquel antisemitismo perduró mucho después de que los judíos hubieran sido expulsados o forzados al bautismo. La imagen del “judío malvado” se arraigó en la literatura, el arte religioso y las celebraciones populares de España durante siglos. Varios niños mártires nunca existentes pasaron a engrosar el santoral local: el Santo Niño de La Guardia siguió teniendo culto (su fiesta se conmemora el 25 de septiembre y aún en el siglo XVIII se difundían grabados con su leyenda)​.

Fuentes y bibliografía consultada

  • Decretos y documentación histórica: Edicto de Granada o Edicto de Expulsión de los judíos (31 de marzo de 1492), reproducido en el Archivo Histórico Nacional de España; Procesos inquisitoriales del Santo Niño de La Guardia (Ávila, 1491) y de Fray Diego de Marchena (Sevilla/Guadalupe, 1485), conservados en el Archivo Histórico Nacional (sección Inquisición, legajos correspondientes)​

    ; crónicas de la época como la Historia de los Reyes Católicos de Andrés Bernáldez (Cura de Los Palacios) y la Historia de Segovia de Diego de Colmenares (1637) que recogen estos sucesos​

  • Archivos y repositorios digitales: Portal de Archivos de Andalucía (Junta de Andalucía) y archivos históricos municipales para información local sobre las juderías andaluzas (ej. documentos de Marchena)​

    ; Archivo General de Simancas y Archivo de la Corona de Aragón para registros relacionados con la pragmática de expulsión y correspondencia real; Archivo Histórico Nacional (Madrid), que custodia los fondos de la Inquisición española y donde se han consultado los expedientes originales de procesos por judaizar y casos de libelo de sangre. Muchos de estos documentos han sido digitalizados o estudiados en boletines académicos (por ejemplo, la transcripción del proceso del Niño de La Guardia publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia, t. 11, 1887)​

  • Bibliografía especializada: Cecil Roth – Historia de los judíos en España (y Los Marranos, ed. rev. 1947); Yitzhak Baer – Historia de los judíos en la España cristiana (vol. I–II, 1945, ed. en español 1981); Benzion Netanyahu – Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (ed. Crítica, 1999)​

    . Estas obras clásicas ofrecen un análisis profundo del antisemitismo medieval español, la cuestión converso y la instrumentalización de mitos como el libelo de sangre. En estudios más recientes, destaca Henry Kamen – La Inquisición Española (1988) y Joseph Pérez – Los judíos en España (1992), que reevalúan el papel de la Inquisición y confirman que casos como el del Santo Niño de La Guardia fueron utilizados como pretexto propagandístico para la expulsión​

    . Asimismo, investigaciones locales como las de Enrique Llopis y Elisa Enríquez (UCM) sobre el archivo de Marchena han sacado a la luz documentación inédita de procesos inquisitoriales en Andalucía, complementando la visión global con detalles concretos de cómo el odio antijudío se vivió en cada rincón de España​

  • Publicaciones y ediciones críticas: Artículos académicos en Sefarad, Hispania, Revista de Historia Medieval y Materiales de Historia (por ej. José M. Perceval, “Un crimen sin cadáver: el Santo Niño de La Guardia” en Historia 16, Nº202)​

    ; estudios de caso como Noticias y tradiciones en torno al “crimen ritual” de Sepúlveda de M. Merlo (1991) sobre el Santo Niño de Sepúlveda; y obras de referencia general sobre antisemitismo ibérico, como Julio Caro Baroja – Los judíos en la España Moderna y Contemporánea (1978) o Bernard Lazare – El antisemitismo, su historia y sus causas (1903, cap. “Los mitos de sangre”). Todos estos materiales han contribuido a brindar un enfoque académico e histórico a este reportaje, respaldando cada afirmación con evidencia documental y análisis reconocido en la comunidad historiográfica.