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Opinión: El fraile, el soldado y la polarización

Un soldado llegó a un monasterio buscando respuestas sobre el bien, el mal, el cielo y el infierno. Preguntó a un monje acerca de estos conceptos, pero el monje le respondió con insultos, llamándolo ignorante, violento, agresivo y sucio. Después de recibir suficientes insultos, el soldado desenvainó su espada y amenazó con cortarle el cuello al monje. Este, sin inmutarse, le dijo: «Esto, querido amigo, es el infierno». Comprendiendo la lección, el soldado guardó su espada y se sentó tranquilamente. El monje entonces le dijo: «Y esto, querido soldado, es el cielo».

El cielo y el infierno son estados mentales. El cielo representa la paz y comprensión, mientras que el infierno simboliza la ira, odio y violencia.  En muchos paises, el debate público pasa por la polarización y el conflicto. Las «espadas» del discurso político son afiladas, cortando sin consideración alguna y aumentando la brecha entre distintos grupos ideológicos.

Al igual que el soldado reaccionó a los insultos del monje, muchos actores políticos y sociales están predispuestos a responder con ataques y acusaciones, creando su propio infierno. La lucha por el poder convierte la arena política en un terreno hostil.

Sin embargo hay caminos distintos, caminos secundarios, un camino diferente, que Implica abandonar la espada y encontrar un terreno común basado en la paz y el entendimiento. El monje y el guerrero están en la naturaleza de cada hombre, la dualidad entre cielo e infierno es parte de nuestra naturaleza humana, pero la superación del conflicto depende de un esfuerzo consciente por respetar a los demás incluso cuando no estén de acuerdo con nosotros.

Aplicar esta lección a la política requiere valentía, ya que implica desarmarse frente a los que empuñan espadas. Sin embargo, responder con paz ante la agresión es una demostración poderosa de fortaleza y una oportunidad para transformar el diálogo.

Las espadas y la retórica beligerante solo nos llevarán a un infierno de división y caos. Es hora de abrir caminos secundarios, caminos de diálogo y respeto, que aunque no siempre estén señalizados, nos conducirán hacia un entendimiento mutuo. Necesitamos líderes que abandonen las espadas y apuesten por el cielo, por un futuro basado en la colaboración y la convivencia pacífica.

Hay gente que teniendo poder aun no ha entendido que gobernar es servir, y no usar lo público para enriquecerse o para dar rienda suelta a sus más bajos instintos de venganza, falsas superioridad, o venganza. 

Para una buena persona, gobernar implica un acto de servicio, y la clave está en ejercer el arte de saber mandar, que, como dijo Santa Teresa de Jesús, debe basarse en el amor. Los gobernantes deberían procurar ser amados para ser obedecidos. En lugar de dominar o buscar riqueza y poder, el verdadero mandatario exige gobernar sirviendo con integridad, buscando el bien común y el bienestar de todos.

Un gobernante que asume  de amor hacia sus gobernados, tiene la capacidad de promover un clima de paz y unidad. La sabiduría detrás de esta enseñanza puede inspirar a los líderes a dejar de lado el ansia de poder, abrazando el servicio con humildad.

Hay caminos principales, aquellos bien señalizados y transitados. Ofrecen la seguridad de lo conocido y la estabilidad de lo predecible. Para muchos, este es el camino que eligen seguir, evitando desviarse hacia lo incierto. Sin embargo, aunque este camino brinda confort, también puede limitar el potencial de descubrimiento y crecimiento personal.

Otros caminos secundarios están menos transitados y no señalizados, pero ofrecen oportunidades únicas para descubrir nuevas perspectivas y encontrar sabiduría. El soldado, al llegar al monasterio, eligió un camino desconocido al preguntar por conceptos profundos. Esta búsqueda lo llevó a un lugar inesperado, a una comprensión de la relación entre el cielo y el infierno dentro de sí mismo.

Buscar caminos secundarios requiere valentía, pues a menudo no están señalizados ni transitados. Sin embargo, nos pueden llevar a perspectivas nuevas, proporcionando respuestas que los caminos principales no pueden ofrecer. Así, nos damos cuenta de que todos llevamos el cielo y el infierno dentro, y depende de nosotros elegir el estado que queremos manifestar en nuestras vidas.

Quizá deberiamos dejar de hacer caso al ruido mediático, de los discursos políticos polartizantes y entender que los verdaderos maestros de vida son como el monjes, quien por su expereincia de vida, son capaces de dar respuesta a lo que otros no aciertan a entender ni a encontrar para poner las palabras exactas en el entendimiento de las personas en el momento que la necesitan.