En el vasto mosaico cultural de España —mosaico que, por cierto, algunos prefieren pisotear que restaurar—, las asociaciones de defensa del patrimonio y la cultura han surgido como heroínas rurales en la lucha contra la amnesia histórica.
Pero no todo es luz bajo el campanario. Existen grupos que, con nombres rimbombantes se han convertido en un club social de ocio matrimonial de fin de semana, que consideran mucho mas inteligente evadirse y mirar para otro lado cuando los muros se desprenden y caen.
Preferible saborerar una suculenta paella con matrimonios amigos que zamarrear conciencias y cambiar realidades. Pero , ¿y si las dos cosas fueran posibles?. ¿Porque no organizar un concurso de paellas para obtener fondos con los que restaurar tal o cual casa o ermita que amenaza con derruirse?. Pongamos por ejemplo.
Existen por toda Españaa, grupos de defensa del patrimonio que han pasado a la accion y han devuelto a la vida iglesias románicas o casas palacio y les han devuelto la vida gracias a eventos multitudinarios y campañas de micromecenazgo, organizando festivales gastronómico culturales, buscado fondos públicos y llevando la iniciativa.
Se argumenta que cada vez hay menos gente interesada en el patrimonio y que por eso hay que organizar otro tipo de actos coom viajes de fin de semana. Que si las charlas y congresos son largas y aburridas. Y yo me pregunto: ¿quién va entonces a esas asociaciones?. ¿Los mismos que irían al estadio del Betis?.
Si de romper la tendencia evidente de escaso interés por la cultura se trata, porqué no en vez de empezar con la típica conferencia, el citado evento arranca con una buena cucharada de salmorejo y una demostración práctica de cocina o música medieval. Algo que se pueda ver y tocar además de escuchar y alimentar egos y agendas oficiales.
¿No hay ferias medievales hasta en pueblos donde nunca hubo ni castillo?. ¿No hay recreaciones históricas donde hasta el panadero se disfraza de templario sin saber muy bien si va a la cruzada o al Lidl?.
Cultura y patrimonio no tiene por qué ser sinónimo de bostezo solo hay que darle una vuelta y modernizarlo. Que tenemos redes sociales, vídeos, reels, inteligencia artificial y hasta filtros de TikTok que te hacen parecer un señor del siglo XVII. Y con todo eso… ¿de verdad seguimos organizando únicamente la típica charla anual en el salón de actos?.
Lo que falta no es interés sino imaginación y pasión de quien organiza y profesionalización. Lo fácil es decir que la gente no va a tal o cual evento. Lo difícil es preguntarse por qué y cómo atraer público. Y la respuesta, a veces, es tan sencilla como que una charla puede ser buena, pero apasionar contando hhistorias es algo que solo los profesoinales saben hacer. En nuestra tierra, por piedras e historias por contar no será. Lo que falta es quien sepa contarlas… y divulgarlas con pasión. Eso atrae tanto como el salmorejo.
Eso supone sacudirse el polvo, cuestionar la inacción, investigar, divulgar y pasar a la acción. ¿Para qué meterse en líos con un plan de intervención serio cuando puedes organizar un viaje matrimonial de fin de semana?.
En el fondo el miedo es a no ser aceptado, a ser excluido del grupo y a opinar diferente dada la tendencia imperante en algunos circulos a tratar a los librepensadores como herejes en pleno siglo XXI y a condenarlos al abandono y al ostracismo.
Hay que sacudirse ese polvo y ese miedo si no queremos que cualquier causa justa se convierta así en la excusa perfecta para ejercer el control social, evitar el disenso alimentando el spa ideológico y el matrimonio, es decir: la supervivencia del papeo que viene del dinero público. Basta entonces con renombrar alguna asociación como «defensa del matrimonio», en vez del patrimonio.
Claro que necesitamos asociaciones para la defensa de estas causas y parece poco todo lo que se haga. Pero cuando ímpetu y las ganas de cambio de los jóvenes bien formados y preparados chocan una y otra vez contra la pasividad institucionalizada, los que estudian, los que quieren de verdad meterle mano al asunto, acaban más aburríos que una cabra mirando un tren. No se les escucha, no se les apoya y encima, si levantan la voz, les dicen que no a todo. Así que recogen sus papeles, sus ilusiones, y se van por donde han venío, diciendo: «Bueno, ya me buscaré la vida por otro lado».
Cuarenta años después seguimos sin dar con la tecla, de como hacer conocido y rentable el patrimonio aqui y ahora. ¿Será, tal vez, porque nos hemos pasado décadas justificando lo injustificable con discursos vacíos que lo mismo valen para inaugurar una rotonda que para ignorar una iglesia o ermita del siglo XVI necesitada de una intervención urgente?.
Mientras los profesionales de verdad —esos que saben de conservación, gestión, arqueología, comunicación, historia del arte…— siguen haciendo la maleta, donde manda más el folclore de salón que el pensamiento crítico.
Preferimos antes justificar el discurso del perro del hortelano, que ni como ni deja comer, que permitir que los profesionales actúen para que nuestro patrimonio oculto, maravilloso y vastísimo sea conocido… y rentable. Sí, rentable. Que genere ingresos, atraiga inversiones¡, sin hacer mucho ruido y sin tanto discurso vacío. No habrá futuro mientras siga importando más la defensa a ultranza de la paella matrimonial de los domingos que tan necesaria es en el ámbito familiar pero tan nociva cuando se introduce en los discurso oficiales.
Lo verdaderamente inquietante es ese pacto tácito para no mirar, no decir, no señalar y no actuar y más aún señalar al que disiente. Como si el patrimonio fuese ese pariente incómodo al que nadie invita a las comidas de los domingos pero que, cuando muere, todos lo lamentan y eso que en vida siempre acabábamos expulsándo de la mesa.
Cuando en las excursiones domingueras paella en mano alguien habla de que tal muralla se sigue cayendo,- como hace mas de cien años- llega otro cucharón en mano y le dice: “Anda, tómate una cucharadita de arroz y deja ya de mirar ruinas, que eso no da de comer”. Y ese momento doméstico encierra toda una filosofía política y cultural.
El problemas no es que ellos no quieran hacer nada, o mas bien poco, por el patrimonio. El problema es que no dejan hacer a los que si quieren y pueden con su afán de control social y así venerables ejemplos como “el edil de las piedras viejas”, que cada vez que ponía encima de la mesa el problema del patrimonio, los demás estaban pensando en llenar la barriga para su matrimonio y la economía familiar dependiente de dinero público.
Al final la cuestión no deja de ser cultural y colectiva. Por más que haya quien tenga claro, el papel de futuro que puede tener el patrimonio, a la mayoría le sigue pareciendo un caso perdido, de ahí que existan cada vez más asociaciones vaciadas de contenido y de objetivos. Ahora que ya pasaron las urgencias alimenticias y deberiamos haber evolucionado a otra fase de la pirámide de Maslow hay quien súbitamente en la cúspide de la pirámide, recuerda que es un pobre harto de comer y que la paella, el matrimonio y su barriga llena van antes que las piedras viejas y ahí es cuando se estropea todo.