Pedro Ponce de León, el primero y más famoso alanceando toros a caballo en 1530
José Antonio Suárez López
Pedro Ponce de León hermano del Duque de Arcos Luis Cristóbal Ponce de León pasó a la historia por ser uno de los mejores y más famosos de España en el toreo a caballo en 1530. El rejoneo se fue gestando en los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII, para alcanzar su cima durante el reinado de Felipe IV, cuando el espectáculo taurino nobiliario encontró en la Plaza Mayor de Madrid su coso emblemático.
El entretenimiento por excelencia, aparte del teatro, fue el de los toros. La corrida se veía resaltada por el ceremonial barroco con la entrada y la salida de la plaza, por la música, por el colorido de trajes y adornos.
En los núcleos de población de mayor entidad, pese a correrse toros en otros ámbitos, se tendía a celebrar en la plaza mayor las funciones de mayor boato, controladas por los cabildos municipales, quienes muchas veces eran sus organizadores. Los toros en la plaza mayor se convertían en un instrumento idóneo para la ostentación y la propaganda del poder.
Forzudo y valiente hasta la exageración, según Mariano de Cavia (Crónica Taurina -1901) Pedro Ponce de León ya alanceaba toros y por ello fue famoso en la España de 1530 y se hizo famoso por ser el mejor y más aplaudido de su época en este precedente del rejoneo. Participaba a menudo en fiestas y circos en tiempos de Carlos V. A la historia del toreo aportó la idea de tapar los ojos a los caballos para que no se espantaran de los toros.
En la Edad Moderna la suerte de la lanzada se concibió dentro de una amplia gama estilística: rostro a rostro, al estribo o ancas vueltas. La más valorada de las tres fue la que se ejecutaba de frente al toro. Fernán Chacón manifestó que el primer gran artífice de la lanzada fue Pero Ponce de León, hermano de los duques de Arcos e hijo del marqués de Zahara. Le llamaron “el toreador” y daba la lanzada de modo infalible y seguro: se situaba en buen lugar de la plaza, le tapaba los ojos al caballo para que no viera nada por delante y no se espantara.
La lanza la tomaba el toreador con la mano derecha y la sostenía por encima del hombro, arrimando el brazo al cuerpo con el codo bajo. Había que balancearla para que sobresaliera más por la parte del hierro pero con un punto de equilibrio y firmeza.
En los torneos medievales era tradicional la caza o persecución de un toro por decenas de picadores y lanceros. También de época medieval datan los encierros (1215, Cuéllar) y las corridas (1387, Barcelona). En Italia la suelta de toros se prohibió en 1332 por la muerte de centenares de personas en un encierro en Roma (Moratín).
Alancear toros era propio de nobles y reyes tanto en Castilla como en el califato de Córdoba. También se alanceaban jabalíes y en Africa, leones. El Cid alanceaba toros según Moratín, que indica que los andalusíes hacían variados festejos de toros aportando el arte de montar a la gineta, recogiendo las piernas en los estribos, costumbre africana. Carlos I de España alanceó un toro por el nacimiento de su hijo Felipe II (1527) en la Plaza Mayor de Madrid. Muerto el toro los encargados de desjarretarlo eran a menudo moriscos, mulatos o esclavos negros.
En el XVI nacen los encierros de varas, luego, corridas de rejones. Los nobles se ayudaban de peones y escuderos para distraer al toro que echaban mano del capote. Los asistentes del matadero de Sevilla aportaron arte y creatividad a la tarea de conducir ganado, atrayendo la atención de centenares de espectadores para los que se construyeron gradas.
Las lanzas se sustituyen por picadores dándole valor estético a la faena de capote, que servía para llevar el toro al picador. Los nobles, a caballo, tenían el privilegio de matar al toro, pero si no podían, se lo pedían a sus peones.
En Marchena el matadero estuvo hasta el XVIII junto a la fuente de San Antonio donde existió la puerta del Matadero, en la zona de la Fuente o Plaza de la Constitución.
La Plaza Ducal tenía una puerta o arco llamado del Toril por donde entraba el ganado bravo directamente del campo. Esta puerta del toril hoy ha sido convertida en cochera y se situaba justo frente a la calle Pasión que lleva a la Plaza de la Cárcel.
En 1540 el Duque de Arcos paga por carreras y garrochas para la lidia de unos toros que se soltaron en Marchena. En 1549 el Duque de Arcos compra unas garrochas «y otras cosas de sus toros que se lidiaron en Marchena». En 1576 el Duque de Arcos recibe fondos por el daño que sufrieron cuatro toros que se llevaron de Lora para correr en Marchena y se paga un corral en Marchena para encerrar los toros que se corrieron.
En 1600 hay documentos de pago por dos toros que corrió con garrocha (herramienta para guiar el ganado bravo) el Duque de Arcos. En esta época la garrocha se usaba para saltar a los toros en el famoso salto de la garrocha. También se conservan recibos del precio de los balcones y palcos para presenciar tales diversiones en nuestra localidad.
En 1656 en Marchena ya hubo corrida de toros en el Corpus cuando era tradicional contratar encierro de vacas, toros de cuerda, toros de fuego y toros enmaromados que terminaban con capeas improvisadas y el sacrificio de los animales y reparto y venta de carne.
En los núcleos de población de mayor entidad, pese a correrse toros en otros ámbitos, se tendía a celebrar en la plaza mayor las funciones de mayor boato, controladas por los cabildos municipales, quienes muchas veces eran sus organizadores
En 1761 José de Rus se ofrece en Los Palacios a rejonear unos toros que regaló el propio Duque de Arcos. En Marchena había fiestas de toros en Feria, Corpus, la patrona o cualquier otra fiesta singular, casi siempre en la Plaza Ducal.
El marchenero ilustrado Gutierre Vaca de Guzmán (Marchena, 1733 – Madrid, 1804) Ministro del Consejo de Castilla fue uno de los primeros ministros españoles en criticar la fiesta de los toros por su crueldad en la obra literaria satírica Los Viajes de Wanton .
«Por uno de sus costados le entraba una punzante espada con que le atravesaba el corazón, quedándose el bárbaro sonriendo al ver el borbotón de sangre». Continúa «éste era el punto en el que el público se llenaba de alborozo y saciaba su vista como con un pasatiempo gustosísio y deleitable fiesta viendo a aquella infeliz fiera en su sangre» escribe Gutierre Vaca de Guzmán.
Tratados antiguos sobre el rejoneo y el arte de torear a caballo.
Tractado de la cavallería de la gineta Fernán Chacón Sevilla 1551 r Tratado de cavallería a la gineta Hernán Ruíz de Villegas (Córdoba) 1572. Tractado de la caballería de la gineta. Pedro de Aguilar. Sevilla. 1572. Libro de la montería. Gonzalo Argote de Molina. Sevilla 1582. Libro de la gineta de España. Pedro Fernández de Andrada. Sevilla 1599. Libro de la gineta. Luis de Bañuelos (Córdoba), 1605. Nuevos discursos de la gineta. Pedro Fernández de Andrada. (Sevilla) 1616. Discurso de la caballería del torear. Pedro Mesía. Córdoba, 1653. Tratado de la gineta (Anónimo). Sevilla 1678. Advertencias para torear Juan Núñez de Villavicencio (Cádiz) 1682.