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La represión de la brujería y hechicería en Andalucía: el Arenal de Sevilla

La represión de la brujería y hechicería en Andalucía, incluyendo Sevilla, Écija, Osuna, y Útrera, así como otras localidades de la región durante el siglo XVIII. La distinción entre brujería y hechicería a menudo se basaba en la naturaleza de las prácticas y las intenciones atribuidas a ellas, aunque ambas eran perseguidas por las autoridades, especialmente por la Inquisición.

La línea entre la fe, la superstición, y la heterodoxia era a menudo borrosa y sujeta a interpretación. La persecución de estas prácticas no solo buscaba erradicar la herejía y la superstición, sino también reforzar la ortodoxia católica y el control social.

La brujería, particularmente, era vista como un pacto explícito o implícito con el diablo, en el que las brujas renunciaban a la fe cristiana y participaban en sabbats, donde se decía que adoraban al diablo, participaban en orgías, comían niños, y realizaban hechizos y maleficios contra la comunidad. Estas creencias se veían reflejadas en las acusaciones y confesiones obtenidas bajo tortura durante los procesos inquisitoriales.

En relación con Osuna, el documento menciona el caso del vecino de Osuna Cosme Borrero en 1574 cuya novia Beatriz Angusta, una noche le confesó ser bruja y lo persuadió para unirse a su grupo de brujos.

Cosme aceptó, fue ungido con una sustancia y recibió un pedazo de uña para entregárselo al diablo. Este caso fue inicialmente manejado por la justicia ordinaria, la cual mantuvo la custodia de Borrero hasta que el Santo Oficio solicitó tenerlo bajo su jurisdicción. Después de ciertos conflictos, Borrero finalmente fue condenado por la Inquisición. Durante su audiencia, narró su participación en aquelarres en los arenales, de Sevilla donde se adoraba al diablo.

El Arenal situada a orillas del río Guadalquivir fue durante el Siglo de Oro español, el principal puerto de España para el comercio con las Américas y alli se ubicaban los prostíbulos y eran frecuentes las peleas, muertes y enfrentamientos. 

En cuanto a la hechicería, esta tendía a ser asociada con prácticas menos formalmente vinculadas al culto diabólico y más a menudo relacionadas con la magia, curanderismo, y la adivinación. La hechicería abarcaba un amplio espectro de actividades, desde curaciones, protecciones, hasta la elaboración de filtros de amor y otros sortilegios destinados a influir en el amor, la salud, y la fortuna personal. Estas prácticas no siempre se consideraban heréticas per se, pero podían ser perseguidas cuando se creía que se apartaban de la ortodoxia católica o se consideraban dañinas para la comunidad.

Entre los individuos acusados de superstición y prácticas relacionadas con la brujería en Sevilla y sus alrededores durante el siglo XVIII, se encuentran nombres como Josefa María en Alcalá de Guadaira (1740), Catalina la santa mujer de Juan de las Heras y Mariana Carrillo en Cádiz (1759 y 1731, respectivamente), y María de Reina en Écija (1768), entre otros . Este listado refleja la variada distribución territorial de las acusaciones de brujería y hechicería en Andalucía, mostrando que las prácticas mágicas y las acusaciones de brujería no se limitaban a una sola localidad sino que eran un fenómeno presente en diversas áreas de la región.

Catalina «la Santa», mujer de Juan de las Heras, fue una figura destacada dentro de las acusaciones de brujería y hechicería en Andalucía. En 1759, fue delatada por una muchacha de 17 años llamada Francisca María Sobrera. Catalina había ofrecido ayudar a Francisca a encontrar un novio, a cambio de una serie de objetos y rituales específicos, que incluían el uso de cinta encarnada y una tumbaga, así como la realización de un ritual con un lebrillo de agua, sal, y cruces, seguido por oraciones no comprendidas por la declarante. Más tarde, le proporcionó a Francisca un medio pliego de papel que, tras ser introducido en el agua del lebrillo, reveló dos figuras estampadas interpretadas como Francisca y su futuro novio .

El caso de Francisca Romero en Huelva, acusada de curandera supersticiosa a principios del siglo XIX, destaca por las prácticas particulares atribuidas a ella, como la utilización de bocados para «chupar la sangre maligna» y el empleo de espadas o espadines en sus rituales.

La diferenciación entre brujería y hechicería no siempre era clara y podía variar significativamente dependiendo del contexto local, las creencias populares, y las actitudes de las autoridades eclesiásticas y seculares. La documentación inquisitorial a menudo refleja una mezcla de creencias populares, miedos comunitarios, y la agenda moral y religiosa de la Inquisición.

Un ejemplo claro de estas prácticas es el caso de Francisca Romero de Huelva, acusada a principios del siglo XIX de curandera supersticiosa. Entre sus prácticas, se menciona el uso de bocados para «chupar la sangre maligna» y el empleo de espadas o espadines en sus rituales, lo cual refleja cómo se mezclaban elementos de la brujería tradicional con prácticas curativas y supersticiosas locales .

 

SABER MAS «Hechicería y brujería en Andalucía en la Edad Moderna» por Rocío Alamillos Álvarez.