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Pedro de San Juan Mejía, el marchenero más poderoso de América en 1619

El «muy poderoso señor Pedro de San Juan Mejía» Párroco de San Sebastián de Marchena viajó a Lima, Perú en 1615 donde ocupó el cargo de confesor del convento de la Inmaculada y Comisario de la Santa Cruzada.

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Como comisario su principal cometido era la impresión, ejecución y distribución de la bula de cruzada, así como la administración de los fondos económicos obtenidos de ella y su utilización en la guerra contra los infieles; el cobro y reparto de los fondos provenientes del subsidio.

«Natural de la villa de Marchena en los reinos de España». Nombrado comisario de la Santa Cruzada en marzo de 1609 por el licenciado Don Martín de Córdoba. miembro del Consejo Real.

Durante la Guerra de Flandes y la guerra contra los Turcos, el Rey de España recibe en 1567 del papa una bula por la que conseguían grandes sumas económicas al decretarse la cruzada obligatoria para los caballeros europeos católicos que luchaban junto a  España dejando donativos importantes. Terminada la guerra, los Reyes no prescindieron de esta herramienta y se extendió en 1603 a Lima y México y luego a toda América hasta el XVIII.

Virgen de la Evangelización, de Roque Balduqe, 1551, Catedral de Lima  Patrona de la Archidiócesis limense. Una de las Virgenes más antigua de América y gemela de la Virgen de Gracia que se conserva en San Agustin de Marchena.

Pedro de San Juan Mejía gestionaba  los ingresos procedentes de las tres gracias (bula de cruzada, subsidio y excusado) concedidas por la Santa Sede a la corona española para su utilización en la defensa de la fe católica.

Una tupida red de comisarios, subdelegados, fiscales, asesores, tesoreros, secretarios y demás ministros y empleados, se extendía desde la ciudad sede del Tribunal hasta el más modesto poblado indígena en la que el marchenero Pedro de San Juan Mejía era efectivamente un personaje poderoso, ya que éste cargo era ocupado normalmente por los arzobispos en esa época o los canónigos más antiguos. Los tesoreros eran personas acaudaladas como comerciantes, y de ellos dependía el éxito recaudatorio. Lima y México eran las ciudades más importantes de América en ese momento.

La ceremonia central era la recepción de la bula en la Catedral de Lima  con asistencia de las Órdenes Religiosas, organismos civiles, y sermón del sacerdote más cualificado porque tenía que convencer a los fieles de la necesidad de  contribuir con su limosna para la guerra del Rey contra los infieles gracias a  la declaración  de la Cruzada, que el Papa otorgó a los monarcas, en la cual todos estaban obligados a participar si no con armas, con dinero que finalmente iba a manos del Rey de España.