La tarde del 16 de abril de 2025, Marchena volvió a encontrarse con su Miércoles Santo más esperado. A las puertas del convento de Santa Clara, la Hermandad de Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de los Dolores escribió una nueva página de fe y tradición, ante la atenta mirada de un pueblo que no quiso faltar a su cita, ni siquiera cuando el cielo, cubierto de nubes caprichosas, amenazaba con aguar la jornada. Aunque en distintos puntos como en la salida, o en la calle San Sebsatián y San Andrés algunas gotas se dejaron caer timidamente, pero afortunadamente la cosa no fue a más y solo descargó un leve aguacero cuando la hermandad ya estaba entro del templo.

La jornada comenzó con esperanza y parecía prometer una tarde luminosa. Sin embargo, a media mañana, la inquietud se extendió entre los cofrades: nubes grises asomaron y el viento comenzó a soplar con más fuerza. Aun así, la Hermandad de la Humildad, optó por seguir adelante. Tal y como recordaban algunos veteranos, el Miercoles Santo tiene tradición de librarse de la lluvia.

Poco antes de las ocho de la tarde, el convento de Santa Clara hervía en emoción contenida cuando la Cruz de Guía, rompía en aplausos el silencio de la tarde marchenera. Era el primer paso: la cofradía se echaba a las calles.
El pasacalles de la centuria romana por las calles del centro, perfectamente ensayado y ordenado, precedió a uno de los momentos más esperados: la salida del Señor de la Humildad. Con la banda de la Agrupación Musical «Aroquia Martínez» de Jódar, Jaén marcando el compás de la emoción.

Francisco Núñez —el capataz— pidió a sus costaleros una «levantá» al cielo por la humildad que tanto necesita nuestro pueblo. El Señor fue mecido por sus hombres con fuerza, ternura y respeto, arrancando lágrimas entre los presentes.
La maniobra de salida, siempre ajustada en la estrechez de la iglesia de Santa Clara, fue superada con maestría. El Señor de la Humildad, custodiado por su centuria, avanzó decidido por la calle Santa Clara, mientras una leve llovizna jugueteaba entre las plumas de los romanos y los cirios encendidos. El aroma de incienso flotaba denso, mezclado con la incertidumbre del cielo y la certeza del corazón.

Minutos más tarde, en el interior de Santa Clara, la Virgen de los Dolores se preparaba para su difícil salida de rodillas. David Romero, celebrando sus 25 años como capataz, emocionó a sus costaleros con palabras de agradecimiento y ánimo. Con un esfuerzo sobrehumano, la Reina de Santa Clara atravesó las puertas y fue alzada al cielo de Marchena entre aplausos y lágrimas.

El manto restaurado de la Virgen, su corazón traspasado por los siete dolores y su candelería brillante, dejaron una estampa inolvidable mientras el paso avanzaba elegante por Santa Clara arriba, acompañado por las notas delicadas de la Banda de Música del Liceo de Sevilla. Sonaban marchas inéditas y profundas, como «Regina Mater Dolorosa» de Francisco Javier Guisado, un estreno especialmente sentido tras dos años de espera.

La estación de penitencia continuó con paso ágil y sereno. El Señor de la Humildad ejecutó una revirá majestuosa en Niño Marchena hacia San Sebastián, acompañado de las vibrantes marchas de su banda y los vítores de un público entregado. Tras él, la Virgen de los Dolores giraba con suavidad en la misma esquina, flotando sobre un río de cirios encendidos.
El cielo, caprichoso toda la tarde, concedió finalmente una tregua. Bajo la noche serena, los tramos de nazarenos avanzaban con uniformidad y recogimiento, mientras la cera ardía con dificultad por el persistente viento.

La virgen de Dolores fue, un año más anudando corazones a su mirada implorante, que calaba en los corazones como una lluvia silenciosa, y nos tiraba del corazón, como un marejada silente, que invitaba a seguirla, como ella, conlos ojos fijos en el cielo.
Marchena volvió a demostrar que su Miércoles Santo no es solo un día en el calendario: es una declaración de amor a su historia, a su gente y a sus tradiciones. Y este 2025, bajo la amenaza de un cielo incierto, Marchena volvió a caminar junto a sus titulares, con humildad, paciencia… y la novicia mas bonita de Santa Clara.

Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado. María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras.
“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.

El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.

Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.

Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.

Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.

Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.

El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.
En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.
“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad












































