Marchena ha amanecido hoy teñida de fervor y recogimiento. A las seis en punto de la mañana, las puertas de San Miguel se abrían para dar paso a Nuestro Padre Jesús Nazareno, San Juan Evangelista y María Santísima de las Lágrimas, en una de las salidas procesionales más esperadas del año. Tras dos años de interrupciones por la lluvia, los marcheneros han vuelto a reencontrarse con su devoción más íntima.

En la plaza Alvarado, donde el Señor fue prendido. Ya en calle Carreras aparecen los nazarenos de túnica morada, los pasos portados con fuerza por sus cuadrillas, la centuria romana a pie y a caballo —única en Andalucía— y cientos de fieles que llenaban las calles. El aire fresco de la madrugada se impregnaba del inconfundible sonido de las cadenas arrastrándose por el empedrado.

A las diez en punto, la Plaza Ducal se convertía en escenario del tradicional Mandato, esa representación sacra que hunde sus raíces en el siglo XVII. El narrador, don Daniel Mariño Barragán, evocaba con solemne emoción: «La Iglesia Católica nos recuerda en esta mañana de Viernes Santo vida, milagro y pasión, muerte y resurrección de Jesús el hijo de Dios.»

Durante el Mandato, se desgranan en distintas fases los principales misterios de la Pasión: el prendimiento de Jesús. La sentencia resonó en la plaza como un eco atemporal: «En vista de su delito, mando con todo rigor que se lleve por las calles públicas de Jerusalén en medio de dos ladrones para su mayor afrenta y desprecio, llevando sobre sus hombros la cruz donde ha de morir.»

La procesión discurre luego por las calles Carreras, San Sebastián, Guillermo, Niño de Marchena, Las Torres, San Andrés y vuelta hacia San Miguel. A cada paso, una catequesis viviente: los cuadros de los nazarenos representaban escenas de la Pasión, acompañados de símbolos como el cáliz, las potencias o la corona de espinas.

La centuria romana, acompañada este año por nuevos integrantes a caballo, marcaba el ritmo solemne, mientras que el Señor de Marchena era portado con delicadeza por una cuadrilla que no dejaba de mirarlo a los ojos. «Es imposible mantenerle la mirada», confesaban emocionados los costaleros.
Entre las tradiciones más arraigadas, destacan las paradas del Señor ante las casas de enfermos o hermanos impedidos, recordando que la fe también camina hacia quienes más la necesitan.

El discípulo amado, San Juan Evangelista, avanzaba por San Sebastián al compás de la agrupación musical Carlos III de La Carlota, que estrenaba su acompañamiento este año, mientras que la Virgen de las Lágrimas envuelta en su palio de claveles rosa pálido, emocionaba a su paso por los Cantillos bajo los sones de la banda de música Amueci de Écija. La saeta brotaba espontánea desde los balcones, mientras los costaleros la mecen con mimo hasta llegar a la calle Sevilla, donde le ofrecieron una sentida petalada.

Esta mañana también ha tenido lugar un momento especialmente emotivo: bajo el manto de la Virgen de las Lágrimas se escondían dos pequeños costaleros de promesa, símbolo de un futuro que sigue latiendo.
El Mandato concluía con las palabras del narrador, llenando de emoción cada rincón de la plaza. «Jesús vuelve su mirada misericordiosa a este pueblo. Verás a tus hijos que nunca te abandonan y bendícenos, Jesús. Bendice a este pueblo de Marchena que con tanto fervor te acompaña.»

El Nazareno, centro de todas las miradas y devociones, recorrió las calles en medio de un sobrecogedor silencio, roto solo por el seco compás de los tambores roncos de la Centuria Romana. No hubo música tras Él: apenas el retumbar grave de los tambores, las cadenas de los penitentes y el murmullo rezado de un pueblo que, cada año, revive su Pasión entre respeto y fe.


María Santísima de las Lágrimas cerró la procesión envuelta en un repertorio clásico interpretado por la Banda de Música Amueci de Écija. Marchas como Coronación de la Macarena, Virgen del Valle y Amarguras acompañaron el lento avanzar del palio por las calles en flor. En la Plaza Ducal, Pasa la Virgen del Refugio puso música al amanecer marchenero, mientras frente al convento de las Mercedarias, una saeta espontánea elevó la emoción a su culmen.

Durante el acto del Mandato, en la Plaza Ducal, los sones se apagaron para dar paso a la representación solemne de la Pasión, en una ceremonia que conserva viva la huella barroca de la religiosidad marchenera.
La mañana avanzó entre incienso, oraciones y música, hasta que el sol de Viernes Santo iluminó la recogida de los pasos, dejando tras de sí un reguero de emociones que Marchena guarda cada año como un tesoro de su memoria y su alma.

Tal y como señaló la pregonera nazarena María Hurtado, en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.

Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.

Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.

“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.

No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.

Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.

Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.

Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.

“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.

Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.

En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.

De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.

Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.













































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