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Las obras de rehabilitación del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía finalizarán en noviembre
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4 años agoon

La Consejería de Fomento, Infraestructuras y Ordenación del Territorio concluirá en noviembre las obras de rehabilitación del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía. La secretaria general de Vivienda, Alicia Martínez, y la delegada territorial de Fomento en Sevilla, Susana Cayuelas, han visitado, junto al alcalde, Francisco Martínez, los trabajos han alcanzado su ecuador después de completar las fases de demolición, cimentación, estructuras y recuperación de la viguería del salón de plenos municipal.
Alicia Martínez ha indicado que, una vez que se ha completado la fase más compleja de la recuperación de este edificio histórico del siglo XVIII, la obra “cogerá una mayor velocidad y, salvo imprevistos, se culminará a finales de año”. La secretaria general de Vivienda ha indicado que actualmente el trabajo se está centrando ahora a tareas de albañilería, fontanería, electricidad, aislamiento y revestimiendos del edificio de cara a su puesta en funcionamiento.
La rehabilitación del Consistorio fontaniego cuenta con un presupuesto cercano a los 1,4 millones de euros, que está cofinanciado al 80 por ciento por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder) y que está ejecutando la empresa Alberto Domínguez Blanco Restauración de Monumentos SA. El ámbito de intervención se encuentra dentro de una operación más amplia de nueva organización del Consistorio, por la que a este inmueble histórico y a la ampliación del edificio de servicios municipales ya ejecutada se sumarán los tres solares que conectan dichas edificaciones.
El nuevo Ayuntamiento se compondrá, por lo tanto, de tres partes: edificio histórico (rehabilitación), edificio puente (de nueva planta) y edificio administración (adaptación). Así, se actuará en una parcela, cuya vivienda fue derribada, de 118 metros cuadrados adquirida por el Consistorio; y dos solares sin edificar comprados de 249 y 105 metros cuadrados. Las dos parcelas restantes son los 294 metros cuadrados sobre los que se encuentra el actual Ayuntamiento y los 564 metros cuadrados del edificio de propiedad municipal, que fue adaptado antes de iniciar la rehabilitación, que alberga distintas oficinas de atención al público general.
Una vez finalizada la obra, se habrá puesto fin a 15 años de espera. Tras la firma del convenio en noviembre de 2006, se convocó un concurso de ideas que no se resolvió hasta un año después, cuando se formalizó la firma del contrato para la redacción del proyecto técnico. En 2010 se aprobó un proyecto de rehabilitación y ampliación, con un presupuesto de 3,5 millones de euros, pero las obras no llegaron a programarse y a principios de 2016 se modificó la actuación y se encargó la adaptación del proyecto para ajustarse a la disponibilidad presupuestaria.
Ante el mal estado del inmueble histórico, se acordó la ejecución, por parte del Ayuntamiento, de una fase previa de sustitución de la cubierta y otras operaciones de consolidación, cuyas obras concluyeron en octubre de 2016.
Con la llegada del actual Gobierno se agilizaron los trámites para la rehabilitación de este inmueble, con la licitación y posterior adjudicación de las obras. La intervención se inició a mediados de febrero y sólo han sufrido el contratiempo de la pandemia y las limitaciones derivadas del primer Estado de Alarma.
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“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad
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22 horas agoon
7 abril, 2025
Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.
Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.
María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.
Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad. “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.
“Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar.
“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”.
Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.
Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.
Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.
“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.
El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.
Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.
Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.
Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.
Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.
La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.
María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.
Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado. María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras.
“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.
El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.
Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.
Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.
Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.
Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.
El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.
En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.
Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.
Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.
Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.
María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.
Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.
Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.
No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.
La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.
El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.
En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal.
La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”.
“El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.
En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.
María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.
Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.
Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.
Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.
En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.
La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.
Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.
Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.
Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.
“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.
No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.
Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.
Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.
Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.
“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.
Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.
En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.
De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.
Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.
Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”
En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.
Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.
No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.
Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.
El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.
La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.
“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.
La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”
La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.
Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.
“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.
El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.
No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.
Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.
Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.
Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.
Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.
Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.
Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.
Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”
La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.
Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.
No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.
Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.
María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.
Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.
“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.
Actualidad
Renfe acumula retrasos y malestar vecinal en la estación de tren de Marchena
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1 día agoon
6 abril, 2025
El tren previsto para las 17:52 no llega hasta las 18:36. Los usuarios denuncian que esta situación se repite con frecuencia y reclaman mejoras urgentes en la estación.
La estación de tren de Marchena ha vuelto a ser escenario de protestas vecinales este domingo 6 de abril. El tren de media distancia que debía llegar a las 17:52 lo hizo finalmente a las 18:36, un retraso que, lejos de ser un hecho aislado, se repite semana tras semana sin que Renfe ofrezca explicaciones claras ni soluciones a los usuarios.
Durante la espera, más de una veintena de pasajeros se vieron obligados a permanecer de pie en el andén, ya que la estación solo dispone de bancos para unas seis personas. A ello se suma la falta de sombra, aseos operativos y un espacio digno para la espera. La situación resulta especialmente incómoda para personas mayores y familias con niños, que no cuentan con ningún tipo de resguardo mientras esperan.
Las quejas no son nuevas. Marchena Secreta ya recogió en Febrero otra denuncia vecinal, cuando los pasajeros tuvieron que esperar más de dos horas bajo la lluvia, sin ninguna alternativa ni atención por parte del servicio ferroviario. Las imágenes de usuarios bajo los paraguas esperando en el andén circularon entonces por redes sociales y despertaron una ola de indignación en el municipio.
La estación de Marchena, con una población cercana a los 20.000 habitantes, carece de las condiciones mínimas para atender con dignidad a sus usuarios. En un momento en el que las instituciones promueven el uso del transporte público como herramienta clave frente al cambio climático, el abandono de infraestructuras como esta lanza un mensaje contradictorio a la ciudadanía.
Los vecinos reclaman una actuación urgente por parte de Renfe y de las administraciones responsables para renovar las instalaciones y garantizar un servicio puntual y digno.
Muchos marcheneros están optando por dejar el pueblo.
La imposibilidad de confiar en el tren y otros factores economómicos y sociales está llevando a muchos vecinos a mudarse a la capital o su área metropolitana para poder llegar puntuales a sus empleos y poner sus cassa en venta, ya que cada vez es más difícil la comunicación en transporte público entre la capital y los municipios, contando con la excepción del bus.
Este fenómeno silencioso afecta al equilibrio social y económico de Marchena: familias que se marchan, pérdida de dinamismo local, descenso de la población jovenm etc.
Mientras tanto, ni Renfe ni las administraciones competentes han anunciado mejoras en la infraestructura ni un refuerzo del servicio pese a que lelvamos años solicitando mejoras en los servicios ferroviarios sin que hasta el momento las protestas y peticiones institucionales hayan servido de mucho. El malestar crece entre los vecinos, que reclaman una solución urgente para que Marchena no siga perdiendo población, peso específico por la falta de algo tan básico como un transporte público fiable.
Actualidad
Embajadas, pregones, sentencias y sermones de Semana Santa
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2 días agoon
6 abril, 2025

La representación de la Sentencia de Pilatos en Puente Genil tiene raíces que se remontan a varios siglos atrás, siendo parte integral de la Semana Santa y sus ceremonias desde tiempos antiguos. Esta práctica se inscribe dentro de las representaciones vivas de la Pasión de Cristo que se realizan en muchos lugares de España, las cuales buscan recrear los eventos bíblicos del juicio, condena, y crucifixión de Jesús.
La imagen del Dulce Nombre de Archidona de la escuela de Pedro de Mena (1628-1688) oculta en su pecho un hueco horadado, usado como relicario y en el Jueves Santo se coloca la Custodia para la exposición del Santísimo. Se trata de una hermandad fundada por los Dominicos bajo el patronazgo de los Tellez Girón, Duques de Osuna alrededor de 1585. Aunque la hermandad fue fundada con el nombre del Nazareno de Santo Domingo luego absorbe a la Hermandad del Dulce Nombre del mismo convento, asimilando la hermandad el nombre del niño para el propio nazareno.
Los dominicos pretendían así instruir al pueblo en el mensaje evangélico, desarrollando un ciclo sacramental, que iría, desde la adoración al Santísimo en la noche del Jueves Santo, expuesto, en la cavidad citada del Nazareno del Dulce Nombre, hasta la procesión del Viernes Santo, pasando por el sermón de «madrugá», y el desfile, en el que se representarían todas estas tradiciones buscando un efecto narrativo.
Formando parte de la predicación de la pasión y muerte de Cristo, que se realizaba en la Iglesia de Santo Domingo de Archidona, se encontraban las sentencias y las embajadas. Usaban un sonido repetitivo y cadencioso que simulaba los pregones y sentencias que antiguamente se cantaban en las calles y plazas de los pueblos.

En el momento en que los tres pasos giran al unísono sobre sí mismos para sucesivamente disponerse los pasos de la Virgen y de San Juan a los costados del paso del crucificado mirando hacía él, llega la sentencia de Pilatos, que un soldado romano lee desde el balcón de la Casa Capitular. Tras la lectura de la sentencia, acude la Verónica hacía el paso del Cristo escoltada, bajo toldo, por los soldados romanos. Frente a Jesús, sube la Verónica al paso para enjugar su sangre y sudor con un paño en el que quedan impresas las facciones de su rostro. La Verónica muestra a la plaza el rostro de Jesús impreso en el paño.
En respuesta a la sentencia de los hombres, el Ángel entona entonces la sentencia divina, hacía la cual se encamina con serenidad el paso del Cristo seguido por la Virgen y San Juan. Antes de dejar la plaza, Jesús Nazareno, mediante un sistema de cuerdas que permite el movimiento del brazo izquierdo, bendice al pueblo de Marchena que se aglomera alrededor de su imagen. El sacerdote concluye entonces su sermón, retomando el cortejo procesional sus posiciones para volverse nuevamente cofradía tras cruzar la puerta hacia Calle Carreras.

La cofradía del Dulce Nombre de Archidona escenifica en los Cuatro Cantillos la huida de los apóstoles momento en que Jesús fue abandonado tras su captura en Getsemani. El Sampedro de campanillas, es decir un cargio de la junta de Gobierno, encargado de los campanilleros, recoge al apostolado de las cruces y los doce, cargando su cruz, salen del recorrido oficial de la procesión a paso ligero, refugiándose en la Parroquia hasta que la hermandad ha pasado, y se incorporan de nuevo al cortejo procesional a la entrada de la calle Carrera.
En la Cofradia del Huerto de Archidona tras el segundo trono, va el grupo del apostolado. Estos son los doce apóstoles que representan la «Huida». Es la «escenificación del apostolado. En ese momento los doce miembros de la cofradía, que forman el grupo de los apóstoles más un San Pedro, realizan huidas simbólicas de la procesión y salen del cortejo refugiándose en el templo más cercano. La representación simboliza el abandono de Cristo en su pasión.
Actualidad
DIRECTO: Jesús de la Abnegación abre la Semana de Pasión con una salida histórica por el centro de Sevilla
Published
2 días agoon
5 abril, 2025
En este Sábado de Pasión, 5 de abril de 2025, las calles de Sevilla se han vestido de fervor y devoción con la salida procesional de Nuestro Padre Jesús de la Abnegación, organizada por la Asociación Cultural Cofrade de la Santa Cruz y Nuestro Padre Jesús de la Abnegación de San Bernardo. Esta corporación, nacida en 1992 a partir de una Cruz de Mayo en el barrio de San Bernardo, ha consolidado su presencia en la vida cofrade sevillana, atrayendo a numerosos fieles y devotos en cada una de sus estaciones de penitencia.
La imagen titular, obra del imaginero Ramón Martín en 2012, ha sido recientemente sometida a una intervención que incluyó la creación de un nuevo cuerpo anatomizado, nuevas manos y una retalladura de la cabellera y barba, realzando aún más su expresividad y presencia.
La procesión partió puntualmente a las 17:00 horas desde la carpa instalada en la calle Campamento, en el barrio de San Bernardo. El itinerario, cuidadosamente planificado, condujo al cortejo por calles emblemáticas como Jazmineras, San Bernardo, Demetrio de los Ríos, Santa María la Blanca, San José, Muñoz y Pabón, Cabeza del Rey Don Pedro, Candilejo, plaza de la Alfalfa, Odreros, Boteros, Caballerizas, plaza de Pilatos, Águilas, regresando por Candilejo, Cabeza del Rey Don Pedro, Muñoz y Pabón, … Santa María la Blanca, Demetr … y Campamento, con una entrada prevista alrededor de la 01:00 horas.
Acompañando musicalmente al Señor de la Abnegación, la Agrupación Musical Virgen de los Reyes ha interpretado un repertorio que ha elevado la solemnidad del acto, en sintonía con la majestuosidad del paso de misterio. Este, enriquecido en 2022 con la incorporación de figuras como Pilato, Claudia Prócula, un sanedrita, un sayón y dos soldados romanos, todos ellos también obra de Ramón Martín, representa la escena de la presentación de Jesús al pueblo.
La jornada ha estado marcada por una notable afluencia de público, que ha acompañado con respeto y devoción el discurrir del cortejo por el centro de la ciudad. Esta salida procesional no solo ha reafirmado el arraigo de la Asociación en el panorama cofrade sevillano, sino que también ha servido como antesala emotiva a la inminente Semana Santa.
Actualidad
La Hermandad de la Soledad transforma su altar de cultos en el Gólgota para el Septenario
Published
2 días agoon
5 abril, 2025
Del 5 al 11 de abril, la Iglesia de Santa Maria se convierte en escenario de una meditación visual con motivo del Septenario a Nuestra Señora y Madre de la Soledad. La Hermandad ha dispuesto un altar efímero que recrea, con una delicadeza simbólica y plástica, el último de los Siete Dolores de la Virgen: Jesús es descendido de la cruz.
La escena, cargada de contenido teológico y tradición cristiana, remite al Gólgota, el “Lugar de la Calavera”, donde según la Biblia fue crucificado Jesús y, según la leyenda cristiana, fue enterrado también Adán. La composición no solo reproduce este monte simbólico, sino que lo resignifica: el Cristo Yacente aparece en lo alto del Calvario, descendido con mimo por dos ángeles pasionistas y depositado a los pies de la Santa Cruz, mientras una calavera bajo la roca —la de Adán— es bañada por la Preciosa Sangre, simbolizando la redención que se extiende desde Cristo hasta los orígenes mismos de la humanidad.
A un lado, y en una disposición escénica que remarca su soledad, se sitúa la Virgen Dolorosa. Sola, abatida y doliente, presencia el cuerpo sin vida de su Hijo. Esta separación refuerza el carácter íntimo del dolor de María, aislada incluso en la Pasión.
El altar, que incluye las escaleras originales del paso primitivo de la Santa Cruz y las cuerdas del descendimiento— culmina en una frase que da sentido al conjunto: «Stabat Mater Dolorosa, iuxta crucem lacrimosa», “Estaba la Madre Dolorosa, al pie de la cruz llorosa”. La Función Principal del Septenario se celebrará el viernes 11 de abril.
Actualidad
El Señor de la Salud recorrerá Marchena en Vía Crucis el Sábado de Pasión
Published
2 días agoon
5 abril, 2025
El próximo Sábado de Pasión, 12 de abril de 2025, Marchena vivirá uno de los actos más emotivos de la Cuaresma con la salida del Santo Vía Crucis presidido por la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Salud, titular de la Asociación Parroquial de Ntro. Padre Jesús de la Salud, Madre de Dios de la Merced Redentora de Cautivos y Niño Jesús de la Divina Misericordia.
El cortejo partirá desde la Iglesia Conventual de San Agustín, justo después de la Santa Misa, en torno a las 21:15 horas, y recorrerá las calles del centro histórico de la localidad, creando un ambiente de recogimiento y oración que conecta con lo más profundo de la tradición cofrade marchenera.
El itinerario previsto es el siguiente: Pasaje Sergio Rodríguez, Sevilla, Pernía, Alejo Fernández, Mariano López Goitia, Madre de Dios, Cruz, Madre Carmen Ternero, Ibarra, Sevilla y regreso por Pasaje Sergio Rodríguez.
Este Vía Crucis se ha convertido en una cita destacada dentro de la programación cuaresmal de Marchena, caracterizado por la sobriedad del cortejo, la belleza de la imagen del Señor de la Salud y el fervor de los fieles que lo acompañan en oración a lo largo del itinerario.
La Asociación Parroquial de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Madre de Dios de la Merced de Marchena ha anunciado que, tras la celebración del próximo Vía Crucis, sus sagradas imágenes retornarán a la Iglesia de San Agustín, en lugar de la Parroquia de San Miguel, de donde salieron el año pasado debido a las obras de restauración en San Miguel.
El complejo parroquial de Madre de Dios permanece cerrado desde enero de 2018 por deficiencias urbanísticas. La reapertura del templo está supeditada al acuerdo del convenio urbanístico entre el Ayuntamiento de Marchena y el Arzobispado de Sevilla, que permitirá subsanar las irregularidades y garantizar la seguridad de las instalaciones. Se espera que este traslado sea pronto aunque no se conoce la fecha.
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