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Hermandades

Comienza este viernes el ciclo de formación de la Hermandad de Jesús Nazareno

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Juan Carlos Hernández,  de la Fundación San Pablo CEU abrirá el Aula de Formación 2019, de la Hermandad de Jesús Nazareno.

El Director General de la Fundación San Pablo Andalucía CEU, Juan Carlos Hernández, abre este Viernes 25 de enero a las 20,00 horas, en la Capilla Sacramental de la Hermandad,   la sexta aula de formación de la Hermandad de Jesús Nazareno, que disertará sobre los laicos. 

Juan Carlos Hernández, AbogJosé Manuel Álvarez Loraado, Economista y Profesor Doctor en Administración y Dirección de Empresas. El ciclo de formación se desarrollará hasta octubre. 

El Viernes 22 de Febrero de 2019 Ignacio Valduerteles Bartos,  hermano mayor de la Soledad de San Lorenzo hablará sobre las hermandades del siglo XXI. 

El  6 de Marzo de 2019 se analizará el mensaje de Cuaresma del Papa Francisco por   José Manuel Álvarez Lora. El  Jueves 2 de Mayo José Manuel Álvarez Lora hablará a los nuevos hermanos de Jesus que jurarán reglas en el Quinario qué significa ser hermano de Jesús Nazareno. El 31 de Mayo de 2019 conferencia sobre la Caridad cristiana por María del Carmen Albendea, Presidenta de Manos Unidas Sevilla. 

El Viernes 28 de Junio de 2019, la Familia cristiana por Pedro Ruiz Berdejo, del COF Virgen de los Reyes. El Viernes 27 de Septiembre de 2019, Juventud Futuro de la Iglesia por Francisco Durán Falcón, Delegado Diocesano Pastoral Juvenil y el  25 de Octubre de 2019 El Derecho a la vida será el tema de la última conferencia. 

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Actualidad

“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad

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Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.

Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.

María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.

 Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad.  “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.

 “Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar. 

“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”. 

 Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.

Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.

Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.

“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.

El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.

Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.

Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.

Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.

Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.

La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.

María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.

Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado.  María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras. 

“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.

El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.

Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.

Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.

Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.

Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.

El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.

En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.

Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.

Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.

Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.

María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.

Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.

Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.

No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.

La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.

El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.

En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal. 

La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”. 

 “El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.

En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.

María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.

Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.

Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.

Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.

En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.

La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.

Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.

Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.

Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.

“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.

No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.

Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.

Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.

Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.

“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.

Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.

En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.

De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.

Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.

Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”

En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.

Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.

No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.

Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.

El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.

La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.

“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.

La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”

La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.

Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.

“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.

El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.

No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.

Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.

Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.

Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.

Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.

Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.

Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.

Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”

La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.

Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.

No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.

Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.

María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.

Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.

“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.

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Dulce Nombre

El Dulce Nombre de Jesús en la provincia sevilana: un paso alegórico de excepcional valor histórico

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Dentro de la Semana Santa andaluza contemporánea, los pasos del Niño Jesús con la cruz al hombro son verdaderas rarezas históricas. El Dulce Nombre de Jesús es uno de los escasos y hermosos ejemplos de paso alegórico que procesiona en la Semana Santa andaluza.

Nacida en la encrucijada de la devoción medieval al Nombre de Jesús y el fervor contrarreformista, la devoción al Dulce Nombre evolucionó desde un Niño triunfante a un Niño penitente, reflejando las sensibilidades teológicas de cada época. En Andalucía, su difusión estuvo ligada a las cofradías del Dulce Nombre fundadas en el siglo XVI, y alcanzó un arraigo especial en Sevilla y sus pueblos,

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El caso de Estepa, junto con el de Marchena, demuestra que la iconografía del Niño con la cruz no cayó totalmente en desuso en Andalucía, aunque sí se hizo excepcional. Ambas cofradías supieron adaptarse a los tiempos: integraron la devoción infantil en la liturgia de la Pasión de manera creativa y defendieron su continuidad cuando en otros lugares se abandonaba.

Origen de la iconografía: del Niño Triunfante al Niño de Pasión

 Durante la segunda mitad del siglo XVI, se propagó la devoción al Dulce Nombre de Jesús, promovida por la Orden de Predicadores (Dominicos) y respaldada por un motu proprio del papa Pío V​ en su afán de combatir la blasfemia y fomentar la reverencia al nombre de Jesús, animó la creación de cofradías bajo esta advocación, típicamente asociadas a conventos dominicos​. 

La primera representación fue el grabado flamenco que circulaban por Europa a fines del XVI del artista Hieronymus (Jerónimo) Wierix representando al Infante Jesús portando la cruz y los instrumentos de la Pasión tuvieron gran influencia​.

 Ya a finales del siglo XVI se documentan imágenes procesionales del Niño Jesús portando la cruz en contextos de Semana Santa. Un ejemplo temprano lo ofrece Sevilla: la Hermandad de la Quinta Angustia contaba con una imagen del Dulce Nombre de Jesús que llegó a procesionar en días de Pasión​. Aquella imagen sevillana, atribuida con fundamento al escultor Jerónimo Hernández (activo hacia 1580-1590), se considera uno de los primeros modelos escultóricos de esta iconografía en Andalucía​.

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La primera etapa de esta iconografía muestra al Niño Jesús como “Rey de Reyes” triunfante, a menudo de pie sobre un globo terráqueo (Niño de la Bola) y bendiciendo con la mano derecha​.

Sin embargo, sería hacia mediados del siglo XVI en adelante cuando se cristaliza la imagen explícita del Niño pasionista: Jesús niño cargando una cruz de madera (generalmente desproporcionada a su tamaño infantil) y a veces abrazando los demás instrumentos de la Pasión, con expresión doliente. Esta evolución estuvo fuertemente incentivada por la sensibilidad de la Contrarreforma.

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Del olvido al resurgimiento

Esta representación visual de la antítesis divina –Dios-niño cargando el instrumento del suplicio– ilustra magistralmente la paradoja cristiana de un Dios omnipotente que se hace débil y sufre por amor. En palabras de Ángel Peña, es la imagen de “la paradoja de Dios como niño”, el Verbo infinito que, nacido pequeño y frágil, “es llevado en el vientre de María” y carga con la cruz de nuestra salvación​.

Podemos situar su apogeo entre la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII, coincidiendo con el Barroco triunfante. Hacia el siglo XVIII seguía vigente, aunque empezó a decaer en algunos lugares por influjo del neoclasicismo y las reformas ilustradas (menos inclinados a las alegorías dramáticas).

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Dulce Nombre de Osuna. 

La inclinación ilustrada del siglo XVIII y los cambios de gusto del siglo XIX –más proclive a una imaginería realista de la Pasión histórica– hicieron que la estampa del Niño cargando la cruz pareciera anacrónica o excesivamente alegórica para algunos. Así, en Sevilla capital ninguna cofradía de Semana Santa mantiene hoy un paso de Niño Jesús (la Quinta Angustia lo dejó de sacar en 1931​, y lo mismo ocurrió en la mayoría de poblaciones.

Con el tiempo, muchas hermandades del Dulce Nombre evolucionaron o se fusionaron con cofradías de la Pasión más centradas en Cristo adulto o en la Virgen, relegando al Niño Jesús a cultos internos, procesiones menores (como las de la festividad del Nombre de Jesús en enero, o del Corpus Christi), o incluso desapareciendo de la práctica devocional pública.

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A lo largo del XIX, muchas de estas imágenes dejaron de salir en Semana Santa –pensemos que es la época en que se configuran muchas cofradías tal como hoy las conocemos, a menudo descartando elementos no puramente evangélicos–. Sin embargo, la devoción al Niño Jesús no desapareció, sino que se replegó a fiestas navideñas o del Corpus.

Solo en localidades muy apegadas a sus tradiciones (como Marchena y Estepa) se mantuvo en el centro de la Semana Santa. Tras la crisis e interrupciones que supusieron la invasión napoleónica, la desamortización e incluso la II República, estas dos hermandades lograron reanudar su culto.

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Entrado el siglo XXI, lejos de diluirse, han visto un renovado interés histórico-cultural hacia su patrimonio. Incluso en otras ciudades andaluzas se han rescatado pequeñas procesiones de Niños Jesús (por ejemplo, en Cádiz la Hermandad de la Humildad y Paciencia organiza desde 2020 la procesión de un Niño Jesús de la Pasión cada 3 de enero, y en Córdoba la Hermandad de la Estrella realizó en 2025 la primera salida de un Dulce Nombre de Jesús en décadas​.

El motivo teológico central es la prefiguración. Así como en el relato evangélico el anciano Simeón anuncia, con el Niño Jesús en brazos, que ese niño será “signo de contradicción” y que una espada de dolor atravesará el alma de María (Lc 2,34-35), la iconografía del Niño con la cruz visualiza anticipadamente ese “espada” de la Pasión.

Durante el período de su mayor difusión (siglos XVI-XVII), esta iconografía tuvo también una finalidad pedagógica y emotiva muy acorde con la espiritualidad barroca. Al fiel sencillo le resultaba más fácil conmoverse e identificarse ante un Niño sufriente que ante un Cristo adulto y glorioso. Era una manera de humanizar al máximo la figura de Jesús.

Asimismo, estas cofradías del Dulce Nombre buscaban inculcar profundo respeto al nombre de Jesús y a los misterios de su vida. No es casual que muchas tuvieran carácter penitencial-sacramental: promovían la confesión, la comunión frecuente y la reparación por las blasfemias, todo bajo la mirada inocente del Niño Redentor.

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La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena

La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena es una de las cofradías más antiguas dedicadas a esta advocación en Andalucía, del siglo XVI. Marchena tenía dos hermandades del Dulce Nombre: una en el convento de Santo Domingo y otra en la parroquia de San Sebastián, lo que refleja la pugna común en la época entre las cofradías promovidas por órdenes religiosas (Dominicos) y las fundadas por la feligresía local. En 1566 ya existe constancia escrita de la hermandad parroquial de San Sebastián, pero sus reglas más antiguas conocidas fueron aprobadas en 1599 en Écija si bien la actual representación del Niño procede del siglo XVIII.​

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Estas fechas tempranas confirman que la cofradía marchenera nació al calor del movimiento de devoción al Nombre de Jesús impulsado por Pío V, y sobrevivió a lo largo de los siglos con notable continuidad.

El catedrático e historiador Hernández Díaz se la adjudicó la talla del Dulce Nmbre a Juan de Oviedo (c.1600)​, mientras investigaciones más recientes apuntan a que podría ser obra del barroco pleno, tal vez del taller de José Montes de Oca (primer tercio del XVIII), por similitudes estilísticas​. Lleva cruz plateada al hombro, de plata de ley de la primera mitad del XVIII, ricamente decorada con hasta 30 cartelas grabadas con símbolos de la Pasión.​

La imagen va sobre una espectacular peana procesional conocida popularmente como la “piña barroca”: un templete dorado tallado hacia 1720, con profusión de ángeles, querubines y roleos, y en cuyos cuatro frentes aparecen los Evangelistas narrando la escena de Jesús entre los doctores​.

Originalmente, este Niño Jesús pudo haberse venerado como figura independiente de la Pasión (quizás como Niño Rey o Salvador Mundi). Sin embargo, con el tiempo la hermandad acentuó en él los rasgos pasionistas: lo revistió con una túnica larga de color burdeos, le ciñó una corona de espinas y lo dotó de una cruz a cuestas, transformándolo en un pequeño Nazareno. Ya en 1722 consta que la imagen salió revestida de túnica morada (donada por el párroco Pedro Santolalla) con corona de espinas y cruz en unas rogativas por la sequía​.
Aquella ocasión marcó un hito: poco después, la hermandad decidió vender el Crucificado que poseía y centrar su culto penitencial en el Niño Jesús, que desde entonces comenzó a procesionar cada Jueves Santo​.
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El Dulce Nombre de Estepa 

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Mientras Marchena enfatiza al Niño cargando la cruz como prefiguración directa del Nazareno camino del Calvario, en Estepa la tradición popular identificó al Dulce Nombre con el episodio bíblico de Jesús perdido y hallado en el Templo. Es decir, la imagen sería Jesús a la edad de 12 años, momento en que se separa de María y José durante la peregrinación a Jerusalén y es encontrado tres días después entre los doctores de la Ley. De ahí proviene el apodo de “Niño Perdido”. Cada Miércoles Santo, la hermandad realiza su estación de penitencia con esta imagen tras el paso de la Virgen (Nuestra Señora de la Paz, que los acompaña), se sueltan palomas blancas, simbolizando la paz y el gozo tras la aflicción de la pérdida​.
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La Hermandad Sacramental del Dulce Nombre de Jesús de Estepa se funda a finales del siglo XVI, concretamente el 1 de enero de 1590, fecha significativa por ser antiguamente la festividad del Nombre de Jesús​.  De hecho, se la considera la hermandad de penitencia más antigua de la ciudad. Sus primeros registros indican que inicialmente la devoción se centraba en un cuadro del Niño Jesús, que fue la primera imagen venerada​.
La imagen actual del Dulce Nombre de Estepa es de tamaño infantil y se fecha en el siglo XVIII; recientes investigaciones del historiador local Ezequiel Díaz Fernández la atribuyen al afamado imaginero castellano Luis Salvador Carmona​, autor de numerosas imágenes religiosas de la época (Carmona trabajó hacia 1750).

Hermandad del Dulce Nombre de Osuna 

La hermandad del Dulce Nombre de Osuna fue fundada el 7 de marzo de 1582 en el Convento de Santo Domingo, bajo la dirección de la Orden de Predicadores. Inicialmente, se constituyó como una Hermandad de Gloria dedicada exclusivamente al culto de la imagen del Dulce Nombre de Jesús.
La hermandad tiene su sede en la Iglesia de Santo Domingo. Cada Domingo de Ramos, realiza su estación de penitencia por las calles de Osuna, marcando el inicio de la Semana Santa en la localidad. El recorrido procesional incluye lugares emblemáticos como la Plaza Rodríguez Marín, la Plaza Mayor y la calle Sevilla.
A finales del siglo XIX, la hermandad experimentó una transformación significativa al convertirse en una Hermandad de Penitencia. Durante este período, se adquirió una imagen de la Virgen Dolorosa, denominada Nuestra Señora de los Desamparados, lo que permitió que la hermandad realizara su primera salida procesional el Domingo de Ramos. Posteriormente, en la década de 1960, se incorporó la imagen de Jesús montado en una borriquita, representando la Triunfal Entrada de Jesús en Jerusalén.
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Con todo, la impronta de esta iconografía no se extinguió, y en ámbitos conventuales y museísticos abundan ejemplares. Muchas comunidades de religiosas custodiaron imágenes del Niño Jesús de Pasión para su devoción privada, a las que vestían con ricas túnicas y adornaban según el tiempo litúrgico (siguiendo la costumbre de los Niños vestideros barrocos)​.
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Dulce Nombre de Osuna.
En América, evangelizada por España, el motivo también echó raíces. Grabados y esculturas del Niño cargando la cruz llegaron al Virreinato del Perú y a Nueva España, adaptándose a la sensibilidad local. Investigaciones recientes señalan que en Lima la iconografía del Dulce Nombre de Jesús se difundió con características propias, diferenciadas de los modelos andaluces, durante el periodo virreinal​. Todo ello evidencia que, durante los siglos de auge barroco, la figura del Niño Jesús nazareno fue un lenguaje visual universalmente comprensible para transmitir la idea central de la teología cristiana: la Encarnación orientada a la Redención.
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Bibliografía:

  • Ángel Peña Martín, “Del pesebre a la cruz. El Niño Jesús crucificado”, en Symposium: Revista de la Facultad de Teología (U. Navarra), nº 4, 2008, pp. 735-754​.

  • Gloria Martínez Leiva, “El Niño de la Pasión, una escultura de Alonso Cano en Madrid”, blog Investigart, 10/11/2014​.

  • Diego J. Geniz, “Semana Santa de Marchena. La cruz más dulce”, en Diario de Sevilla, 03/03/2021​.

  • Redacción ABC Sevilla, “El Dulce Nombre de Jesús, el simbolismo de un niño”, en ABC – Pasión en Sevilla, 04/04/2023​

  • Redacción ABC Sevilla, “El Dulce Nombre de Marchena sale de forma extraordinaria…”, en ABC – Pasión en Sevilla, 25/10/2024​

  • Juan Antonio Sánchez López, “Contenidos emblemáticos de la iconografía del Niño de Pasión”, en Claves mágicas de la religiosidad barroca, Universidad de Málaga, 2007​.

  • Manuel Jesús Roldán, “La historia de la Semana Santa de Sevilla según sus pasos alegóricos”, en In ri Información, 2020​. (Recuperado de archivos de la Hdad. de la Quinta Angustia)

  • Portal Dialnet: varios artículos sobre la imaginería del Niño Jesús (especial atención a trabajos sobre Murillo y Montañés)​.

  • Archivo General del Arzobispado de Sevilla: Reglas de la Hermandad del Dulce Nombre de Marchena, copia de 1599 (inédita, referenciada en Ramos, Parroquia de San Sebastián de Marchena​.

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Actualidad

La Banda de Música Villa de Marchena estrenará la marcha ‘Entre Olivos y Palmas’ en su Concierto de Cuaresma

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La Iglesia de San Agustín se prepara para una de las citas más emotivas de la Cuaresma marchenera. El próximo sábado 5 de abril a las 20:45 horas, al término de la misa, tendrá lugar el Concierto de Marchas Procesionales ofrecido por la Banda de Música Villa de Marchena.

El concierto recorrerá los sonidos más representativos de la Pasión, y culminará con el estreno absoluto de la marcha ‘Entre Olivos y Palmas’, compuesta por el joven músico marchenero Luis Javier López López, miembro de la propia banda.

Esta nueva pieza musical nace del corazón y la devoción, ya que está dedicada a su Hermandad, la Hermandad de la Borriquita de Marchena, que cada Domingo de Ramos abre con luz y palmas la Semana Santa en la localidad. La marcha promete convertirse en un nuevo emblema sonoro del cortejo, evocando con lirismo la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y el fervor infantil que cada año acompaña a esta salida procesional.

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Actualidad

Saetas marcheneras, el tesoro desconocido de la Campiña sevillana que espera el relevo

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La Escuela de Saetas «Señor de la Humildad» de Marchena, fundada en 1986, continúa desempeñando un papel esencial en la preservación y difusión de la saeta tradicional en la actualidad. Tras una pausa en sus actividades hace aproximadamente tres años debido a la falta de alumnos y el desgaste del profesorado , la escuela reanudó sus clases el 25 de enero de 2025 en la Capilla de Santa Clara, inaugurando su XXXVI curso .

Esta institución ha sido pionera en la recuperación de diversos estilos de saetas propias de las cofradías de Marchena, algunas de las cuales datan del siglo XVII . En la actualidad, la escuela no solo se dedica a la enseñanza de estos cantes, sino que también organiza eventos y homenajes que enriquecen la vida cultural de la localidad. Un ejemplo destacado es el nombramiento de Carmen Carmona Moraza como Saetera Decana de la Semana Santa 2025, reconocimiento otorgado durante el Quinario al Señor de la Humildad y Paciencia .​

Además, la escuela sigue adelante con su compromiso continuo de la escuela con la promoción y conservación de la saeta, asegurando su relevancia en la Semana Santa de Marchena y en la identidad cultural andaluza.

La Escuela se creó para preservar y divulgar la saeta antigua de Marchena, que corría riesgo de desaparecer ante las oleadas migratorias y la ruptura de la cultura oral, y el fin de la cultura tradicional transmitida de padres a hijos. Logró su objetivo de revitalizar el canto de la saeta tradicional en Marchena, -ya perdida en otros lugares de Andalucía- transmitir una cultura ancestral a las nuevas generaciones, conservándola a través de discos, libros, publicaciones y conferencias por todo el país.
Gracias a los alumnos de esta Escuela de Saetas está asegurado el canto de la saeta tradicional de Marchena -que estuvo a punto de perderse hace treinta años- al menos en las próximas tres generaciones, confirma Roberto Narváez. «Hoy tenemos en Marchena alrededor de treinta saeteros que cantan saetas marcheneras, y hace treinta años, cuando empezó la Escuela de Saetas Señor de la Humildad prácticamente la saeta antigua no se cantaba, algún hermano del cristo cantaba algo, muy poca cosa, Jesús la conservaba en la hermandad, pero en la calle se cantaban muy pocas cuartas y quintas» explica Roberto Narváez.
La Escuela de Saetas de Sevilla, de la hermandad de la Cena nació a partir de la experiencia de la Escuela de Saetas de Marchena.
MARCHENA UNA DE LAS CUNAS DE LA SAETA
En Marchena se han conservado diez estilos de saetas pre-flamencas, nacidas las más antiguas a finales del XVII, caracterizadas por su arcaísmo y antiguedad como las  Quintas del Cristo de San Pedro, de cinco versos,  Sextas del Cristo de San Pedro, Cuartas de Jesús, del Dulce Nombre y de la Humildad.  Las saetas nacidas en la Hermandad de la Soledad como las Carceleras del Preso,  Molederas, Cernicaleras y Marchenera Antigua. Popularizada en Sevilla capital donde fue llevada por cantaores marcheneros a finales del XIX, sin dejar de cantarse en Marchena.
En Marzo de 1.999, bajo su dirección, se publicó el primer trabajo discográfico de esta Escuela primer estudio, histórico,  literario y musical realizado en España,  sobre el origen y evolución de la Saeta desde el siglo XVII hasta el XX.
Todas estas saetas antiguas han sido recuperadas e investigadas gracias a la labor de Roberto Narváez Castillo quien tanto en solitario como en representación de la Escuela de Saetas ha dado conferencias por España e Italia.
Ha participado cantando Saetas,  en 1.987,  en la Cumbre Flamenca de España, en Madrid organizada por el Ministerio de Cultura, ha colaborado en la publicación de 2 libros sobre Saetas en los años 1.990 y 1.993,  escribiendo sobre sus orígenes. Ha pronunciado conferencias,  en Italia,  en los años 1.999 y 2.003.   Representó a España,  en 1.999 y 2.003 cantando Saetas, en el Festival de Músicas Religiosas del Mundo Mediterráneo. A este evento internacional acudieron los países que conforman la cuenca del mar Mediterráneo.  Se celebraron,  respectivamente,  en la isla de Sicilia y en la Región de Calabria, (Italia).
En 1.995 el Excmo. Ateneo de Sevilla rindió un homenaje a la Escuela de Saetas que dirige por la labor llevada a cabo, durante diez años, en  pro de la cultura andaluza.
Según el libro «Saetas de Marchena» de por Roberto Narváez Castillo saetero y  director de la Escuela de Saetas de Marchena las saetas carceleras se originaron en Marchena a mediados del XIX y es una de las primeras en evidenciar las melodías aflamencadas, con cinco versos, dejando atrás el cante llano de las saetas antiguas marcheneras, (cuartas y quintas de Jesus Nazareno y el Cristo de San Pedro) nacidas en siglos anteriores XVI y XVII con influencia del canto de los frailes.
La carcelera comienza con una llamada o subida en quiebro, una bajada, semitonado muy del gusto flamenco, subiendo al final del verso, siempre a base de quiebro. El primer verso es lanzado sobre una misma nota hasta su hemistiquio que desciende para descansar, respirar retomar el final en sentido ascendente.
El esquema de esta compleja y elaborada saeta quedaría aproximadamente así: (llamada)-A1-A2-B-A1-A2*. (En un triste calabozo , las penas me consumían. Se me aproxima la muerte,  te suplico, Madre mía,  que me saques libremente».
La Saeta Marchenera Antigua recibió este nombre al ser llevadas a Sevilla por los cantaores marcheneros a finales del XIX, tienen su raíz en las Carceleras del Preso por la clara derivación melodial que tienen de ésta, ya que las repiten casi con una similitud evidente, y se forman en las postrimerías de dicho siglo.

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Hermandades

Primer quinario del Señor de la Humildad del 24 al 28 de Marzo

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La Capilla de Santa Clara acogerá del 24 al 28 de marzo el Solemne Quinario en honor al Señor de la Humildad a las 20:30 h. con la predicación de José Tomás Montes Álvarez, Vicario Episcopal de la zona Este de la Archidiócesis de Sevilla y párroco de Dos Hermanas.

El sábado 29 de marzo tendrá lugar la Función Principal de Instituto, presidida por el Rvdo. P. D. Manuel Chaparro Vera, párroco de San Juan y San Sebastián y director espiritual de la Hermandad. Durante la misma se realizará la Protestación de Fe.

Ya en abril, el día 11, Viernes de Dolores, se celebrará una misa solemne en honor a la Virgen de los Dolores, con los pasos ya entronizados, como preparación para la estación de penitencia.

Como culmen de este itinerario espiritual, el Miércoles Santo, 16 de abril, a las 19:00 h., la Hermandad realizará su Estación de Penitencia, acto principal de culto externo, en un ambiente de fervor y recogimiento que marca uno de los momentos más esperados de la Semana Santa marchenera.

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Hermandades

Cuando el Rey prohibió que los nazarenos llevasen la cara cubierta

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Las reglas de la Hermandad de Jesús Nazareno de 1797, las más antiguas que conserva la hermandad expone al Consejo Real que la hermandad había experimentado un gran decaimiento tras la prohibición de realizar la salida del Viernes Santo con la cara cubierta, norma instaurada ese año para toda España por los sucesos violentos ocurridos en Madrid y otras ciudades durante Semana Santa aprovechando el anonimato de los antifaces.
En 1797, las autoridades españolas implementaron una normativa que prohibía a los penitentes cubrirse el rostro durante las procesiones de Semana Santa. Esta medida fue una respuesta a diversos incidentes violentos ocurridos en Madrid y otras ciudades, donde individuos aprovechaban el anonimato que brindaban los antifaces para cometer desórdenes y actos delictivos durante las festividades religiosas.
EL Jueves Santo de 1756, cuando pasaba por delante de la cárcel la hermandad del Dulce Nombre el Asistente del Ayuntamiento dió orden a los soldados de la cárcel de que disparasen si algún penitente del Dulce Nombre, en su regreso de la estación de penitencia a San Juan y al pasar por la puerta de la cárcel intentaba liberar algún preso, tal y como venia siendo costumbre, auspiciados por la orden Jesuita.
Los soldados, de quienes los jesuitas dicen que estaban bebidos dispararon contra la multitud, despejan la calle a cuchilladas y hubo muchos muertos y heridos. La estatuta del “Niño Jesús” dice el relato, que va en la procesión recibió varios balazos y al final rodó por los suelos. Hubo toque de alarma y los soldados se encerraron en la fortaleza del castillo de la Mota.
Los miembros del Ayuntamiento se refugiaron en iglesias y conventos temiendo la ira popular. El Colegio Jesuíta cerró sus puertas y solo dejó entrar a uno de los alcaldes, que aconsejado por el rector, solucionó todo de forma que a la caída de la noche se había hecho la paz.
Se abrió un juicio en que el Rey, mal informado, acusa al pueblo de los sucesos. Los Jesuitas, exculpan al pueblo y a las autoridades municipales e inculpan a las tropas del Duque. Los jesuitas apoyaron al Ayuntamiento para ganarse su amistad.
​​En 1766, Madrid fue escenario del Motín de Esquilache, una revuelta popular contra las reformas del ministro Leopoldo de Gregorio, conocido como Marqués de Esquilache, durante el reinado de Carlos III. Entre las medidas impopulares destacaba la ordenanza que prohibía el uso de capas largas y sombreros de ala ancha, prendas que facilitaban el anonimato y, según las autoridades, contribuían a la delincuencia en la ciudad. Esta imposición provocó el descontento de la población, que veía en estas prendas una parte esencial de su identidad y tradición. El descontento culminó en violentos disturbios en Madrid, donde los manifestantes asaltaron residencias de ministros y se enfrentaron a las fuerzas del orden.
En ella la hermandad manifiesta que nunca ha habido en su estación de penitencia «excesos en las penitencias, por no haver sido, ni ser con desarreglo, ni escandalosas, ni menos ha resultado discordia».
Por eso los cofrades de Jesús Nazareno piden al Consejo Real que  «no impida a los hermanos mis partes y debotos que tiene la referida Hermandad, pueda asistir en la estación de la mañana del viernes santo, y demás funciones con túnica, y las caras cubiertas» tal y como le fue aprobado a la cofradía de Nazarenos «de la ciudad de Sevilla, le fue concedida esta gracia por Vuestra Alteza».

La hermandad presenta recurso ante la orden del Consejo Real de eliminar los rostros cubiertos recuerdan la bula papal de 1631 y afirman que «todas las personas de carácter y distinción les ha entibiado esta tan grande y antigua debocion en esta villa, sólo el no poder asistir en penitencia de túnica con las caras cubiertas como es costumbre en todas las ciudades».
De esta forma la hermandad presenta recurso y «piden y suplican a su Majestad mandar que la que se hace la mañana del Viernes Santo imitando en la que tanto padeció, y en las dos funciones que en su Capilla se le hacen en cada un año, asistan los hermanos y debotos de túnica con las caras cubiertas «.
Por su parte el Fiscla del Consejo Real responde que se pedirá opinión a la Justicia y Ayuntamiento de la villa de Marchena, sobre si se seguiría perjuicio, falta de debocion o algún escándalo, en permitir que los hermanos de la cofradía de Jesús Nazareno salieran en ella el Viernes Santo con las caras tapadas».
El Ayuntamiento responde que «no entendían se siguiera perjuicio, y señala que últimamente dicha cofradía no tenía ordenanzas, por donde gobernarse.
La respuesta es que la Justicia de la villa de Marchena no impediría que los individuos de la cofradía de Jesús Nazareno saliesen con túnica en la procesión de Viernes Santo con tal que llevasen la cara descubierta, y les insta a que aprueben ordenanzas como así sucedió.
La ordenanza indica que los pasos eran llevados por  quarenta y ocho a cinquenta hermanos todos con túnicas, con sus rostros descubiertos (en conformidad de lo mandado por el Supremo Consejo). Y mientras los que vayan descansando, acompañen en dos filas con achas encendidas.

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