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“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad

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Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.

Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.

María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.

 Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad.  “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.

 “Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar. 

“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”. 

 Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.

Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.

Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.

“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.

El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.

Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.

Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.

Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.

Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.

La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.

María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.

Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado.  María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras. 

“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.

El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.

Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.

Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.

Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.

Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.

El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.

En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.

Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.

Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.

Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.

María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.

Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.

Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.

No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.

La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.

El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.

En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal. 

La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”. 

 “El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.

En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.

María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.

Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.

Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.

Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.

En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.

La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.

Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.

Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.

Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.

“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.

No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.

Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.

Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.

Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.

“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.

Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.

En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.

De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.

Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.

Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”

En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.

Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.

No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.

Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.

El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.

La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.

“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.

La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”

La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.

Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.

“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.

El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.

No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.

Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.

Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.

Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.

Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.

Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.

Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.

Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”

La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.

Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.

No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.

Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.

María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.

Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.

“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.

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Marchena revive su Miércoles Santo: humildad, emoción y fe bajo cielos grises

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La tarde del 16 de abril de 2025, Marchena volvió a encontrarse con su Miércoles Santo más esperado. A las puertas del convento de Santa Clara, la Hermandad de Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de los Dolores escribió una nueva página de fe y tradición, ante la atenta mirada de un pueblo que no quiso faltar a su cita, ni siquiera cuando el cielo, cubierto de nubes caprichosas, amenazaba con aguar la jornada. Aunque en distintos puntos como en la salida, o en la calle San Sebsatián y San Andrés algunas gotas se dejaron caer timidamente, pero afortunadamente la cosa no fue a más y solo descargó un leve aguacero cuando la hermandad ya estaba entro del templo. 

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La jornada comenzó con esperanza y parecía prometer una tarde luminosa. Sin embargo, a media mañana, la inquietud se extendió entre los cofrades: nubes grises asomaron y el viento comenzó a soplar con más fuerza. Aun así, la Hermandad de la Humildad,  optó por seguir adelante. Tal y como recordaban algunos veteranos, el Miercoles Santo tiene tradición de librarse de la lluvia. 

Puede ser una imagen de 8 personas y texto

Poco antes de las ocho de la tarde, el convento de Santa Clara hervía en emoción contenida cuando la Cruz de Guía, rompía en aplausos el silencio de la tarde marchenera. Era el primer paso: la cofradía se echaba a las calles.

El pasacalles de la centuria romana por las calles del centro, perfectamente ensayado y ordenado, precedió a uno de los momentos más esperados: la salida del Señor de la Humildad. Con la banda de la Agrupación Musical «Aroquia Martínez» de Jódar, Jaén marcando el compás de la emoción.

Puede ser una imagen de 5 personas, multitud y Piazza di Spagna

Francisco Núñez —el capataz— pidió a sus costaleros una «levantá» al cielo por la humildad que tanto necesita nuestro pueblo. El Señor fue mecido por sus hombres con fuerza, ternura y respeto, arrancando lágrimas entre los presentes.

La maniobra de salida, siempre ajustada en la estrechez de la iglesia de Santa Clara, fue superada con maestría. El Señor de la Humildad, custodiado por su centuria, avanzó decidido por la calle Santa Clara, mientras una leve llovizna jugueteaba entre las plumas de los romanos y los cirios encendidos. El aroma de incienso flotaba denso, mezclado con la incertidumbre del cielo y la certeza del corazón.

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Minutos más tarde, en el interior de Santa Clara, la Virgen de los Dolores se preparaba para su difícil salida de rodillas. David Romero, celebrando sus 25 años como capataz, emocionó a sus costaleros con palabras de agradecimiento y ánimo. Con un esfuerzo sobrehumano, la Reina de Santa Clara atravesó las puertas y fue alzada al cielo de Marchena entre aplausos y lágrimas.

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El manto restaurado de la Virgen, su corazón traspasado por los siete dolores y su candelería brillante, dejaron una estampa inolvidable mientras el paso avanzaba elegante por Santa Clara arriba, acompañado por las notas delicadas de la Banda de Música del Liceo de Sevilla. Sonaban marchas inéditas y profundas, como «Regina Mater Dolorosa» de Francisco Javier Guisado, un estreno especialmente sentido tras dos años de espera.

Puede ser una imagen de 7 personas, multitud, Piazza di Spagna y texto

La estación de penitencia continuó con paso ágil y sereno. El Señor de la Humildad ejecutó una revirá majestuosa en Niño Marchena hacia San Sebastián, acompañado de las vibrantes marchas de su banda y los vítores de un público entregado. Tras él, la Virgen de los Dolores giraba con suavidad en la misma esquina, flotando sobre un río de cirios encendidos.

El cielo, caprichoso toda la tarde, concedió finalmente una tregua. Bajo la noche serena, los tramos de nazarenos avanzaban con uniformidad y recogimiento, mientras la cera ardía con dificultad por el persistente viento.

Puede ser una imagen de 9 personas, multitud, calle y Piazza di Spagna

La virgen de Dolores fue, un año más anudando corazones a su mirada implorante, que calaba en los corazones como una lluvia silenciosa, y nos tiraba del corazón, como un marejada silente, que invitaba a seguirla, como ella, conlos ojos fijos en el cielo. 

Marchena volvió a demostrar que su Miércoles Santo no es solo un día en el calendario: es una declaración de amor a su historia, a su gente y a sus tradiciones. Y este 2025, bajo la amenaza  de un cielo incierto, Marchena volvió a caminar junto a sus titulares, con humildad, paciencia… y la novicia mas bonita de Santa Clara.

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Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado.  María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras. 

“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.

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El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.

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Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.

Puede ser una imagen de 9 personas, la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción y texto

Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.

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Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.

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Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.

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El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.

En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.

“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad

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Pesaj: Las claves sobre la cena ritual del Jueves Santo que dio origen al cristianismo

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El pan que tomó Jesús en la cena de la “Gran Pascua del Pan Cotazo (sin levadura) e del Cordero” el Jueves santo (pascua judía o Pesah) se llamaba matzá y formaba parte del rito que recuerda la huida de Egipto de los judíos, cuando según el Éxodo, comieron pan sin fermentar. Es abundante y rica la simbología del pan en las tradiciones judías y cristianas.  El Padrenuestro hace referencia «al pan nuestro de cada día». 
Nuestra Semana Santa coincide con la Pascua judía, ya que conmemora los hechos de Jesús Nazareno, quien seguía la tradición judía y este año cae entre el 15 y 23 de Abril.  
“Siete días comerás Matzot, porque con rapidez saliste de la Tierra de Egipto” se lee en el Deuteronomio y el Levítico dice que: «Toda oblación que ofrezcáis a Yahvé será preparada sin levadura» por ser sinónimo de descomposición.  
Para después de Pésaj: tortilla de queso y matzá y cordero con frutos secos | Radio Sefarad
El matzá askenazi es más duro y en forma de galletas y se vende de modo industrial. 
El matzá sigue estando vivo en toda América y resto del mundo llevado por los judíos de origen sefardí que quieren guardar la tradición traída de las recetas venidas de España. Precisamente han sido los juicios de la inquisición contra judíos donde se han conservado estas recetas.
Las tortas ácimas saladas, panes o galletas de barco, nauticus o panes de legionario se llaman así por la alimentación que se le proporcionaba a los soldados de las legiones romanas y desde el siglo XV a las tripulaciones de la flota de Indias idóneo para ambientes húmedos porque no fermenta y se mantenía crujiente a pesar de la humedad.
Las galletas marineras producidas por una empresa gallega. 
La receta del matzá aparece en un juicio de 1505 contra Angelina de León, esposa del comerciante Cristóbal de León, vecina de Almazán (Soria), denunciada como judaizante por su criada María Sánchez (ver ‘Los judeoconversos de Almazán 1501-5, Carlos Carrete Parrondo, 1987).
María Sánchez, la sirvienta denunció a su ama, marido y familares porque «fasía con masa y huevos unas tortillas redondas, con pimienta e miel e aseyte, e las cozía en el forno, e questo fasía en la Semana Santa» receta que los investigadores David Gitlitz y Linda Kay Davidson, publicaron en la obra ‘A drizzle of honey’ que habla de la gastronomía secreta de los judíos españoles. En otros procesos se les llama el pan de la aflicción. La composición anónima sefardí, «El pan de la aflicción» es una oración en ladino, una plegaria de la Hagadá de Pascua judía.
Matzá blando sefardí.  Este estilo de hornear matzá a menudo se denomina «auténtico», y se asemeja a la forma en que se hacía la matzá hace miles de años.
Por supuesto hacer masa no era delito. Lo que los Inquisidores buscaban eran pruebas del Pesaj, el ritual doméstico que los judíos hacían en el hogar, y en donde lo fundamental es el matzá que los coetáneos denominan pan cotazo, cenceño o maçot. En las vísperas, se inicia el ritual buscando y limpiando restos de levadura y vendiendo o regalando todo alimento con levadura como símbolo de purificación.
Pan Pita - Banco de fotos e imágenes de stock - iStock
El pan pita viene de la tradición de oriente próximo en las culturas árabe y judía. 
Si bien el matzá askenazi es hoy duro como una galleta, en la tradición sefardí, es un pan más suave, tal y como se hacía en el XVI y que aún se conserva entre los judíos del Yemen– similar al pan Pita, -extendido por todo el mundo árabe- en la que algunos ven el origen del mollete, el pan de Marchena que también tiene una gran similitud con el pan tipo Pita que a su vez es muy similar al matzá sefardí.

 El Mollete es el pan de Marchena y se ha conservado como seña de identidad del municipio por hornos artesanos. 

Aunque se desconoce su relación histórica con estos panes más primitivos, el mollete en España viene del sur y nace en el entorno de sur de Sevilla, norte de Cádiz y oeste de Málaga y son los andaluces los que los llevan a Madrid 1826 cuando ya se vendían en las tiendas con el nombre de ‘molletes con manteca de Flandes al estilo de Sevilla”.
El Rabino sefardí Moisés Cordovero, de origen cordobés instaura la tradición de que la cena de pascua -Seder de Pesaj- debe seguir este orden: un brindis, lavado de manos, comer apio, dividir la Matza, contar la historia de Pésaj, presentar el pan ázimo o sin leudar, comer la matzá  y hierba amarga, etc.
La tradición imponía que en el Pesaj, los judíos aprovechaban la fiesta para cultivar sus relaciones sociales regalando porciones de pan matzá a sus vecinos y amigos, cristianos o conversos  siendo correspondidos con pan con levadura al fin de la fiesta, motivo por el que todo lo relacionado con este pan, fue perseguido por la Inquisición.
Precisamente los procesos inquisitoriales revelan que hasta el siglo XV en España era tradicional que los judíos regalaran matzá, o apio en señal de tristeza por el Pesaj, pero cuando terminaba esta fiesta recibían de sus vecinos lechugas como símbolo de alegría, junto con quesos, huevos, dulces, rábanos, cebolletas, almendras, levadura y masa madre fermentada con la que elaborar pan. Y es que los judíos comían pan ácimo solo en la pascua, el resto del año tomaban pan con levadura. 

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El Convento de Santa María celebra esta madrugada los ejercicios de la Pasión de la Madre Antigua

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Conventos y parroquias de Marchena inician hoy el Triduo Pascual a las 4 en Santa María, 4,30 en San Andrés,  y a las cinco de la tarde en las tres Parroquias. En los días más importantes de la Semana Santa no hay misas.
Además el Convento de Santa María celebra esta madrugada de 1 a 4 los ejercicios de la Pasión de la Madre Antigua, que está enterrada en el coro de dicho convento que alcanzaron gran popularidad en su tiempo, fueron desarrollados por las hermandades vinculadas con la Madre Antigua como la Humildad de Marchena o la cofradía del mismo nombre en Cádiz
Marchena volverá a abrir su corazón esta madrugada de Jueves Santo con los Ejercicios de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, una tradición que se celebra ininterrumpidamente en el Convento de Santa María de las Clarisas Descalzas desde el año 1636. De 1:00 a 4:00 de la madrugada, las puertas del convento se abrirán para que fieles y devotos vivan intensamente la Pasión de Cristo, guiados por los textos de Sor María de la Antigua, religiosa que escribió estos ejercicios y que hoy descansa en el mismo convento.
Con el lema «Nosotras abrimos nuestras puertas, tú abre el corazón», las Clarisas invitan a compartir un momento de recogimiento único en la comarca, siguiendo el texto original de la Madre Antigua, una figura espiritual venerada en Marchena por su profundo legado de fe y contemplación. Además, se facilitarán libros del ejercicio para que los asistentes puedan seguir cada reflexión y oración.
Este acto se integra en una Semana Santa que en Marchena se vive con especial fervor, y que continúa con los siguientes horarios de misas en San Juan:
  • Jueves Santo (17 de abril)
    • Parroquia de San Juan: 17:00 h (Santos Oficios)
    • Parroquia de San Sebastián: 17:00 h (Santos Oficios)
  • Viernes Santo (18 de abril)
    • Parroquia de San Juan: 17:00 h (Santos Oficios)
    • Parroquia de San Sebastián: 17:00 h (Santos Oficios)
  • Sábado Santo (19 de abril)
    • Parroquia de San Juan: 21:00 h (Vigilia Pascual)
    • Parroquia de San Sebastián: 23:00 h (Vigilia Pascual)
  • Domingo de Resurrección (20 de abril)
    • Convento de Santa Isabel: 10:00 h
    • Parroquia de San Sebastián: 11:00 h
    • Parroquia de San Juan: 12:00 h y 19:00 h
En el capítulo primero de estas primitivas Reglas de 1820 de la Humildad se dispone  que todos los miércoles del año se exponga en Santísimo Sacramento en el Altar Mayor, «después se lea un punto de meditación sobre uno de los Pasos o Misterios de la Pasión de Nuestro Redentor, y acabado se tenga una hora de meditación, después una breve exhortación que se concluirá con las letanías de Nuestra Señora la Virgen Santísima». La Madre Antigua pasó toda su vida en el convento de Santa Clara, luego pasó a las mercedarias de Lora, donde murió y su cuerpo fue trasladado a Santa María de Marchena, donde está su tumba.
“Así mismo, las hermanas podrán congregarse separadamente el sábado o lunes de cada semana en que tendrán los ejercicios de la Madre Antigua, como ya lo practican de antemano”.
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HERMANDAD DE LA MADRE ANTIGUA DE CÁDIZ
En Cádiz e inspirado por los célebres ejercicios escritos por la Madre Antigua de Marchena se funda la Cofradía de la Madre Antigua, que se reunían en secreto para practicar los ejercicios de la Pasión en un descampado gaditano hasta que en 1730, el Obispo les ofrece instalarse en la Parroquia del Rosario, donde en 1756 se descubrió casualmente un subterráneo en el que, tras adecentarlo, continuaron con los ejercicios de piedad, llamándose Hermandad de la Santa Cueva.
Los componentes de la Cofradía de la Madre Antigua realizaban con gran realismo los ejercicios dela Madre Antigua llegando a imitar los movimientos de Cristo durante la Pasión, es decir se autoflagelaban en un ambiente de gran recogimiento, oscuridad y silencio en la Santa Cueva gaditana.
Basado en «Las tres horas de Agonía de Cristo» del jesuíta Alonso de Mesía que también practicaba la Cofradía de la Madre Antigua el gaditano Francisco de Paula de Micón encarga a Joseph Haydn la composición «Las Siete Palabras», una de las más hermosas composiciones musicales sacras de su época. Esta música servía como acompañamiento en la ceremonia de Las Siete Palabras en la Santa Cueva, como pausa y reflexión musical en medio del sermón del predicador que iba narrando la pasión de Cristo.
Georg August Griesinger (1769-1845), biógrafo de Haydn, describe así la escena: «Las paredes de la iglesia estaban tendidos de tela negra, solo quedaba una gran lámpara colgando en el centro que rompía esta santa oscuridad. A mediodía se cerraban todas las puertas y entonces empezaba la música. Después de un preludio apropiado, el obispo se subía al púlpito, pronunciaba una de las siete palabras y la comentaba, bajaba del púlpito y se prosternaba delante del altar, este intervalo de tiempo se llenaba con la música».
Cádiz - Oratorio de la Santa Cueva - Capilla inferior
 Bajo el patrocinio de José Sáenz de Santamaría se encarga la música a Hayden y la capilla del Rosario gaditana se llena de fastuosas obras de arte. La austeridad de la cripta o cueva que había servido de aljibe romano, contrastaba así con el esplendor barroco de la capilla del Rosario donde se instalan unas pinturas encargadas al propio Goya.

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El verdadero origen del nombre Macarena

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 Este barrio toma su nombre del Arco de la Macarena, una de las puertas de la antigua muralla de Sevilla, que originalmente se llamaba en árabe «Bab-al-Makrina». Este término evolucionó al nombre actual y también se utilizó para nombrar a la imagen de la Esperanza Macarena y por extensión a la Basílica donde se custodia. Además, hay quienes asocian el origen del nombre a la palabra griega «makarios», que significa «feliz, dichoso»​​.

La Macarena es conocido por ser un barrio popular y castizo, casi un pueblo dentro del centro de Sevilla, con sus monumentos, leyendas y tradiciones. Está formado por los barrios de San Gil, Feria – Alameda, San Luis – San Marcos y San Julián. Se encuentra al norte del casco histórico, rodeado por las rondas y extendiéndose hacia el sur hasta el centro de la capital y hacia el oeste hasta la Alameda de Hércules.

El Barrio de la Macarena en Sevilla es uno de los más antiguos y emblemáticos de la ciudad, con un origen que se remonta a la época romana. Se cree que su nombre proviene de un lugar o finca donde aún se conserva una torre y que conducía a una de las puertas de la ciudad, conocida con el tiempo como la Puerta de la Macarena.

CERRO MACARENO

El cerro Macareno es un asentamiento Fenicio-Tartésico que remonta al siglo octavo y sabemos que al menos desde el Siglo cuarto después de Cristo existen en las fuentes el llamado Camino de los Macarenos que iba por la actual calle Don Fadrique hasta La Rinconada.

Según Andrés Luque Teruel, doctor en historia del arte por la Universidad de Sevilla «Bab Al Macarna, la puerta de la ciudad, estaba entonces en la zona del Mercado de La Encarnación. La muralla crecerá después en tiempo almohade. No sabemos por qué se llama Cerro Macareno, lo que sí sabemos es que el nombre del barrio existe mucho antes que el barrio». Probablemente, el nombre de Macarena venga del cerro Macareno. 

YACIMIENTO FENICIO DE CERRO MACARENO

Junto con el Carambolo y Carmona, cerro Macareno es el mayor yacimiento de la zona montículo artificial producto de la acumulación de restos arqueológicos de unas civilizaciones sobre otras.

El yacimiento abarca una superficie aproximada de 50.000 metros cuadrados y se encuentra en la base de la terraza baja del Guadalquivir. Durante su ocupación, el río pasaba muy cerca, lo cual pudo influir en la historia del asentamiento. El Cerro Macareno fue un poblado con más de 600 años de existencia en el I Milenio a.C., y sus vestigios más antiguos corresponden a la época del Bronce Final, lo que indica que fue uno de los asentamientos urbanos del reino de Tartessos​​.

A lo largo de su historia, se pueden distinguir varias épocas, incluyendo la tartesia precolonial y colonial, la protoibérica, la ibérica inicial y plena, la ibérica final y la iberorromana. Cada una de estas etapas dejó su huella en el yacimiento, desde influencias fenicias y griegas hasta el comercio con cartagineses y la presencia romana​​.

El Arrabal de la Macarena, como se le conocía, fue un lugar importante y extenso durante el asedio de Fernando III a Sevilla en 1248, siendo destruido durante el combate. Posteriormente, tras el «repartimiento», se otorgaron pequeños lotes de terreno a varios personajes destacados, los cuales con el tiempo se transformaron en huertas. Estas huertas fueron adquiridas más tarde para la construcción del Hospital de las Cinco Llagas, promovido por doña Catalina de Ribera. El barrio no sufrió cambios significativos hasta el siglo XIX, cuando se añadieron tramos a la calle Perafán de Ribera y se nombraron las calles con sus nombres actuales​​.

El crecimiento de la muralla desde la Encarnación hasta al actual Arco de la Macarena se va a producir a finales del siglo X «porque tiene agua bajo tierra, terrenos que permiten plantar y tener animales, eso permite aguantar un asedio durante años, por ese motivo se amplía la ciudad por este sector Pero esto va a ser que sea una zona no poblada sabemos» según Andrés Luque Teruel.

 

Siempre fue una zona rural. Cuando se funda la Hermandad de la Esperanza solo hay 12 casas en el barrio, no pasan de 80 a finales del siglo XIX con amplios corrales y huertos que dan nombre aún a calles del barrio como, Calle Huerto, calle Parras por el huerto de las Parras El corral del perdón, el huerto de Los Toribios, la huerta del Zapote ya fuera de de muralla. Eso hace que fuese una población muy distinta a la del resto de Sevilla.

Siempre fue una hermandad humilde. A principio de siglo tenía 40 nazarenos, igual que otras hermandades, elfenómeno de las masas en la Semana Santa es algo propio del siglo XX.  El libro de Federico Gutiérrez Semana Santa en Sevilla del año 1975 afirma como dato histórico que una hemandad, la Macarena va a sacar 1000 nazarenos por vez primera.
«A La Macarena la sacaba el barrio, porque no tenía apenas hermanos, no llegaban a 40 hermanos. Los Hermanos además se apuntaban para ser miembros de Junta y cuando salían de la Junta de Hobierno se borraran». 

 

 

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El palio de la Piedad y la cruz de guia de Veracruz coincidirán en San Juan en torno a las diez de la noche

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Este Jueves Santo, el barrio de San Juan volverá a ser escenario de uno de los momentos más especiales de la Semana Santa de Marchena: la Hermandad del Dulce Nombre de Jesús ha decidido recuperar su recorrido histórico, aquel que durante décadas marcó su Estación de Penitencia más tradicional, transitando desde San Sebastián hasta San Juan en un gesto que busca poner en valor su recorrido más histórico justo cuando acaban de celebrar su 425 aniversario. Y es que la hermandad de la parroquia de San Sebastián ya pasaba por la cárcel desde el siglo XVI, donde había costumbre de liberar un preso y luego se dirigían hasta San Juan. 

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La Hermandad deñ Dulce Nombre de Jesús seguía este recorrido hasta los años setenta, cuando decidió cambiar su periplo para centrarse exclusivamente en el barrio de San Sebastián. 

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Con salida prevista desde San Sebastián a las 19:30 horas, la cofradía entrará en el barrio de San Juan tras finalizar su periplo por su barrio, por la Plaza San Andrés, para continuar por Carrera, Siete Revueltas, Plaza de la Cárcel, hoy en obras por la construcción del futuro museo de la ciudad, para girar por Cristóbal de Morales y dirigirse a la Plaza de San Juan (Cardenal Espínola), para acceder al interior del templo de San Juan alrededor de las diez de la noche (22:00 horas).

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Allí, los nazarenos del Dulce Nombre se postrarán ante el Monumento Eucarístico del Jueves Santo, cumpliendo con una de las tradiciones más íntimas de su estación de penitencia.

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A esa misma hora, a las 22:00, la Hermandad de la Vera Cruz iniciará su salida desde su capilla, tomando Coullaut Valera y dirigiéndose igualmente hacia San Juan. A partir de ese momento, ambas hermandades caminarán una detrás de la otra, siguiendo el mismo recorrido desde San Juan hasta San Francisco por la calle Padre Marchena.

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A partir de las 23:00 horas, el Dulce Nombre se prevé que ya habrá dejado libre la zona de San Juan, mientras la Vera Cruz se encamina hacia el templo mayor por la plaza de san Juan (Cardenal Espínola) y postrarse ante el monumento eucarístico, continuar por Doctor Diego Sánchez, Plaza de la Cárcel  y continuar hacia padre Marchena, San Francisco, Carreras, Las Torres y Cantillos.

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Los horarios previstos. aunque estan sujetos a cambios, son los siguientes. 

La Hermandad del Dulce Nombre abrirá la jornada con su salida a las 19:30 horas transitando por Obispo Salvador Barrera, Santa Clara, Niño Marchena (20:30), San Sebastián, Gudiel (21:00), Carrera, Siete Revueltas, Plaza de la Cárcel,  Cristóbal Morales (21:30), y San Juan a las 22:00 horas. Seguirá por Padre Marchena y San Francisco y alcanzará Los Cantillos a las 23:30, Menéndez Pelayo a medianoche y tiene prevista su entrada a las 00:15.

La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena sacará un total de 665 integrantes en su Estación de Penitencia de este 2025. Así lo ha anunciado la propia corporación, que ha hecho pública la composición detallada del cortejo procesional.

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Según los datos facilitados, participarán 412 nazarenos, a los que se suman 33 acompañantes de paso, 94 miembros del cuerpo de capataces y costaleros, 26 integrantes de la Guardia Romana, 79 músicos pertenecientes a la agrupación musical que acompaña al misterio, y 21 personas del cuerpo litúrgico.

A las 22:00, se abrirán las puertas de la Capilla de la Vera Cruz que tomará San Francisco (22:30) y seguirá por Coullaut Valera (23:00) continuará por Cardenal Espínola (23:30), Doctor Diego Sánchez (00:00), Cristóbal Morales (00:30), Padre Marchena (01:00), Carrera (01:30) y Cantillos (02:00), regresando a su capilla con una entrada prevista a las 02:30.

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No son las unicas hermandades en hacer Estacion ante el Santisimo. A las 9,45 de la mañana del Viernes Santo los hermanos de la hermandad de Jesus Nazareno visitan el templo de San Juan en el transcurso de su recorrido camino a la ceremonia del Mandato. En el antiguo recorrido de esta Hermandad, se realizaba estación ante los monumentos eucarísticos de nuestra localidad. Al llegar a cada uno de ellos los propios hermanos entonaban saetas.

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El concejal de Vox en Marchena, denuncia los embargos a la oposición por el Opaef: «Nos quieren callar a base de miedo y ruina»

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El Ayuntamiento de Marchena vive uno de sus episodios más tensos de los últimos años. El concejal de Vox, José Carlos Delgado, ha denunciado públicamente que los grupos de la oposición. PP, PA e IU están sufriendo embargos en sus nóminas personales por parte del OPAEF (Organismo Provincial de Asistencia Económica y Fiscal), tras la reclamación de cantidades que el gobierno municipal considera no justificadas en los gastos de los grupos políticos.

La legalidad del proceso está siendo actualmente dirimida en los tribunales por lo que las partes afectadas no están realizando declaraciones al respecto. Mientras tanto el proceso administrativo sigue su curso y los concejales ya estan siendo obligados a pagar. 

Según ha manifestado Delgado a través de sus redes sociales, se trata de una situación que está afectando “gravemente” a la economía y la salud de los concejales y exconcejales de la oposición, que se enfrentan a embargos mensuales en algunos casos de miles de euros. “Es una persecución sin precedentes. Hay compañeros con ataques de ansiedad, en tratamiento psicológico, destrozados emocional y económicamente”, ha asegurado.

El concejal de Vox acusa directamente al equipo de gobierno del PSOE de utilizar su posición para “silenciar cualquier voz crítica” y disuadir futuras candidaturas. “Nos quieren callar a base de miedo y ruina. Embargan las nóminas con las que los concejales pagan la hipoteca, la comida de sus hijos. No se persiguen irregularidades, se persigue a personas”, denuncia.

Fondos de grupo 

El origen del conflicto radica en los fondos que los grupos municipales reciben para gastos de funcionamiento. Estos fondos están regulados por normativa y pueden destinarse, entre otros fines, al alquiler de equipos, servicios de telefonía o material de oficina, siempre y cuando no supongan una mejora del patrimonio personal.

Delgado explica que los concejales presentan las facturas correspondientes, pero que si desde intervención municipal se considera que no cumplen los requisitos, se exige el reembolso con dinero personal del edil, incluso años después. «Lo que está pasando es que ahora no se admiten facturas que antes sí se aceptaban. Y eso se traduce en embargos personales, algo inaudito», afirma.

Además, denuncia un trato desigual entre gobierno y oposición: “A nosotros se nos revisa hasta el lápiz, mientras el PSOE justifica la totalidad de sus gastos sin problemas. Ningún concejal del gobierno está afectado por estos embargos”.

Un proceso judicial en marcha

La legalidad del procedimiento está siendo revisada en sede judicial. La oposición considera que no se ha respetado el principio de seguridad jurídica, dado que se reclaman gastos ya fiscalizados en legislaturas anteriores. “Se está aplicando retroactivamente un criterio nuevo y arbitrario, con consecuencias devastadoras para quienes no tienen el respaldo del gobierno municipal”, concluye Delgado.

Un vacío legal en la normativa local

El asunto ha generado especial polémica porque, según expertos en derecho administrativo consultados, en estos casos debería aplicarse una ordenanza municipal reguladora, con criterios claros sobre el procedimiento, los plazos de justificación y la eventual responsabilidad del grupo como tal. Pero Marchena carece de una ordenanza específica para este tipo de situaciones, lo que está dando pie a interpretaciones unilaterales por parte del gobierno local.

Además, no consta ningún caso similar en España en el que se haya embargado el sueldo de un concejal por supuestos errores administrativos en la gestión de los fondos del grupo municipal, sin una resolución judicial firme ni un procedimiento sancionador previo.

Tras revisar la jurisprudencia disponible, no se ha encontrado ningún caso en España en el que se haya embargado el sueldo de un concejal de la oposición por supuestas irregularidades en la justificación de gastos del grupo municipal, sin una resolución judicial firme que lo avale.

La responsabilidad personal de los cargos públicos por la gestión de fondos públicos solo puede exigirse si se demuestra una acción u omisión que cause daño, con una relación de causalidad y un elemento de culpabilidad, como la falta de diligencia exigible, según la jurisprudencia consolidada.Noticias Jurídicas

En casos donde se han cuestionado los gastos de los grupos municipales, la jurisprudencia ha enfatizado la necesidad de procedimientos claros y la existencia de una ordenanza municipal que regule estos aspectos. La ausencia de una normativa específica puede llevar a situaciones de inseguridad jurídica y a la imposición de responsabilidades de manera arbitraria.

En el caso de Marchena, la falta de una ordenanza municipal que regule la justificación y fiscalización de los gastos de los grupos políticos, junto con la ausencia de precedentes similares en España, hace que la situación sea especialmente controvertida.

Un caso sin precedentes

No se tiene constancia de casos similares en otros municipios españoles donde se haya procedido al embargo de las retribuciones de concejales de la oposición por supuestas irregularidades en la gestión de fondos municipales, sin una resolución judicial previa. Esta situación plantea serias dudas sobre la proporcionalidad de la medida y su adecuación al principio de presunción de inocencia.

Implicaciones democráticas

El contexto de enfrentamiento político en el Ayuntamiento de Marchena añade una dimensión preocupante al caso. La oposición ha denunciado que estas acciones podrían interpretarse como un intento de criminalizar y silenciar voces disidentes, lo que atentaría contra los principios fundamentales de un Estado democrático.

La utilización de mecanismos administrativos para imponer sanciones económicas a miembros de la oposición, sin las debidas garantías legales, podría considerarse una forma de persecución política, socavando la confianza en las instituciones y debilitando el pluralismo político.

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