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“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad
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2 meses agoon

Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.
Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.
María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.
Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad. “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.
“Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar.
“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”.
Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.
Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.
Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.
“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.
El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.
Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.
Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.
Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.
Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.
La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.
María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.
Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado. María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras.
“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.
El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.
Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.
Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.
Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.
Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.
El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.
En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.
Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.
Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.
Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.
María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.
Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.
Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.
No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.
La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.
El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.
En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal.
La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”.
“El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.
En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.
María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.
Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.
Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.
Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.
En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.
La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.
Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.
Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.
Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.
“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.
No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.
Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.
Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.
Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.
“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.
Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.
En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.
De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.
Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.
Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”
En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.
Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.
No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.
Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.
El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.
La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.
“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.
La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”
La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.
Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.
“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.
El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.
No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.
Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.
Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.
Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.
Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.
Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.
Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.
Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”
La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.
Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.
No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.
Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.
María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.
Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.
“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.
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Actualidad
Este jueves se presenta el libro sobre historia de la fotografía en Marchena, de Oliver Tovar
Published
2 horas agoon
9 junio, 2025
El autor presentará su obra el 12 de junio en la Biblioteca Pública Municipal con una conferencia sobre imágenes históricas de los siglos XIX y XX.
La fotografía de Marchena tiene ya quien la cuente. El próximo jueves 12 de junio de 2025, a las 19:30 horas, se presentará en la Biblioteca Pública Municipal el libro La historia de la fotografía en Marchena, una obra del investigador y fotógrafo Oliver Tovar Urbina que documenta por primera vez la evolución de este arte en la localidad a lo largo de los siglos XIX y XX. El acto contará con la presentación de Manuel Jesús García Amador y una conferencia del autor.
El libro, que se convierte en un hito editorial para el patrimonio gráfico local, reúne un amplio repertorio de imágenes antiguas —retratos familiares, escenas cotidianas, vistas urbanas— procedentes de archivos particulares, estudios de fotógrafos marcheneros ya desaparecidos y colecciones históricas apenas conocidas hasta ahora.
A través de este recorrido visual, Tovar no solo rescata la memoria gráfica del municipio, sino que también reconstruye la evolución técnica y social de la fotografía en Marchena, desde los primeros daguerrotipos del siglo XIX hasta las cámaras portátiles del siglo XX, incluyendo las pioneras iniciativas de estudios fotográficos locales y las costumbres que rodeaban a las imágenes de antaño.
“Esta obra pone rostro al pasado de Marchena”, señala el autor, que ha trabajado durante años en la recopilación y análisis de las fotografías, buscando no solo mostrar imágenes, sino narrar las historias que hay detrás de ellas. El enfoque no se limita a la dimensión artística, sino que se adentra en aspectos sociológicos, culturales y familiares de la sociedad marchenera a lo largo de más de un siglo.
La fotografía más antigua de Marchena
Uno de los hallazgos más significativos es una imagen de la Virgen de la Soledad tomada en 1861, considerada la fotografía más antigua de Marchena. Este descubrimiento ofrece una perspectiva única sobre las prácticas religiosas y la evolución de la fotografía en el siglo XIX. marchenasecreta.com
El fotógrafo vasco Salvador Azpiazu, afincado en Madrid, es reconocido por sus retratos de la feria de Marchena y Sevilla en 1900. Su trabajo proporciona una visión detallada de las festividades y la vida cotidiana de la época. marchenasecreta.com
Eugen Gottmann: de fotógrafo a espía
Otro personaje destacado es Eugen Gottmann, quien fue fotógrafo en Paradas (Sevilla) y posteriormente oficial de Inteligencia y Propaganda de las SS durante la Segunda Guerra Mundial. Su doble vida ha sido objeto de investigación y análisis.
Actualidad
Jesús García Solano, nombrado Hijo Adoptivo de Marchena en un emotivo acto
Published
2 días agoon
7 junio, 2025
Hoy 7 de junio de 2025, la Sala Carreras de Marchena acogió la entrega oficial del título de Hijo Adoptivo a Jesús García Solano. Un reconocimiento unánime por parte del pleno del Ayuntamiento.
La alcaldesa María del Mar Romero abrió la ceremonia leyendo los artículos del Reglamento de Honores y Distinciones, recordando que el título de Hijo Adoptivo es la mayor distinción que puede conceder el Consistorio. Se trata de una designación excepcional, que exige un expediente motivado. En el caso de Jesús García Solano, no faltaban los méritos ni las adhesiones: más de 550 firmas individuales y una treintena de instituciones respaldaron la propuesta.
El informe del instructor del expediente, Ramón Ramos Alfonso, jefe de los servicios de biblioteca, repasó con detalle la extensa trayectoria del homenajeado: poeta, musicólogo, conferenciante, autor de más de veinte libros y miembro de diversas academias y asociaciones literarias. Nacido en Aguilar de la Frontera en 1942 y afincado en Marchena desde los cinco años, Jesús ha dedicado su vida a difundir la cultura.
Sus creaciones van desde la poesía lírica a la copla flamenca, pasando por la musicoterapia con personas mayores, la invención del cencerrófono y la conservación de más de 250 instrumentos musicales. Su último gesto: la donación al pueblo de su valiosísima colección de castañuelas, una de las más completa de España.
En el acto, intervinieron emocionados amigos como Ana Castillo, Pedro Rojas y José Antonio Sánchez Alcázar, este último, Marchenero del Año, quien subrayó la generosidad sin límites del homenajeado.
También tomaron la palabra los portavoces de todos los grupos políticos, quienes coincidieron en destacar su figura como referente ético y cultural.
Tras la lectura del pergamino y la imposición de la medalla, Jesús Solano tomó la palabra con un discurso que fue puro arte: un poema vivo lleno de memoria, ternura, humor y sabiduría. Habló de Marchena como quien habla de una madre, de su infancia en la calle La Cilla, de sus años de posguerra, de sus luchas interiores, de su amor por lo pequeño y lo eterno.
Hay discursos que se olvidan al salir del teatro y otros que se quedan para siempre en el corazón del pueblo. El que pronunció Jesús García Solano el pasado viernes, al ser nombrado Hijo Adoptivo de Marchena, pertenece a esa segunda estirpe: la de la palabra que brota del alma, la que no necesita alzar la voz para hacerse inolvidable.
No fue un discurso, fue una confesión. Jesús Solano subió al atril con paso lento pero firme, se acomodó frente al micrófono, y ante una sala abarrotada dejó que hablara el poeta, el niño de posguerra, el joven autodidacta, el creador incansable, el amigo leal y el marchenero por amor y por destino.
Desde el primer verso, supimos que no iba a ofrecer un recuento de méritos ni un repaso de premios. Su relato era otra cosa: era la historia de una vida contada en clave de gratitud. Agradeció a su esposa, a sus hijos, a sus hermanas, a sus compañeros de música, a las entidades culturales, al pueblo entero. Y, sobre todo, agradeció a Marchena, esa tierra que lo acogió de niño y que hoy lo reconoce como uno de los suyos.
“Toda una vida, Marchena… estaré contigo”, comenzó diciendo, para luego hilvanar un canto íntimo a sus calles, a sus campos, a sus campanarios, a su gente. Mencionó con ternura La Silla, los Cuatro Cantillos, la Fuente de las Cadenas, el Tiro de Santa María… y recordó su llegada con apenas cinco años, su infancia entre casas humildes, sus estudios en San Agustín y su despertar a la poesía “como quien abre una puerta sin saber adónde lleva”.
A lo largo de su intervención, no dejó de repetir —como un estribillo sagrado— su célebre poema «Si yo pudiera pintar Marchena», pero esta vez lo recitó en voz propia, con la emoción de quien le habla a su primer amor. Pintó la Marchena de los labradores, la de los herreros y los hornos, la de los patios blancos y los geranios colgados, la de los cantos flamencos en las tabernas. La Marchena profunda, humana, trabajada y soñada.
También hubo espacio para el pensamiento: “¿Cuándo llegará el día en que el mundo entienda el valor de las cosas pequeñas?”, se preguntó. Y añadió: “La vida no se mide en logros, sino en los abrazos que hemos dado y en los besos que aún nos quedan por ofrecer”.
A sus 83 años, Solano no alardea de títulos ni de galardones. Se define, simplemente, como alguien que ha buscado la belleza “en la flor que no se queja, en el agua de la fuente de la Alcazaba, en las siestas sin sueño y en los silencios que también hablan”.
Tuvo palabras para sus compañeros ausentes, para su querido José Zapico, y un recuerdo emocionante para quienes “han subido conmigo esta cuesta llamada vida”. Terminó con una declaración luminosa:
“No me importa que me llamen abuelo. Los años que viví, quedaron bien gastados. Y si me queda tiempo, lo dedicaré a seguir amando”.
Actualidad
El IES López de Arenas obtiene tres premios en la XVI edición del Concurso Jovemprende
Published
3 días agoon
7 junio, 2025
El Instituto de Educación Secundaria López de Arenas ha sido uno de los grandes protagonistas de la XVI edición del Concurso de Proyectos de Empresas Jovemprende, al lograr dos galardones en la categoría de Grado Superior —segundo y cuarto premio— y el segundo premio en Grado Medio. La final del certamen se celebró este viernes 6 de junio en el propio centro marchenero, con la participación de 39 proyectos procedentes de institutos de Écija, Castilleja de la Cuesta y Marchena.
En Grado Medio, el segundo premio recayó en el proyecto Santapoly, elaborado por el alumno Miguel Ángel Agüera Armesto bajo la tutoría de la profesora Rosalía Fernández García.
En Grado Superior, el IES López de Arenas consiguió el segundo premio con el proyecto Alborhia, desarrollado por Ana Cristina Perea Mayorga y Natalia Gómez Pavón, con la orientación de la profesora Margarita Talaverón Baco. El cuarto premio fue también para el centro marchenero, gracias al proyecto Clean & More, obra de Mónica Edith Silva Cahuaza y Ángela Silva Cahuaza, también tutorizado por Talaverón.
El acto de clausura incluyó la entrega de los Reconocimientos Diego López de Arenas, otorgados a antiguos alumnos del instituto que han creado y gestionan actualmente sus propias empresas. En esta edición fueron distinguidos: Miguel Ángel Ledesma Ojeda (MACELCA S. Coop. And.), Federico Jiménez Frías y Francisco Pazos Lobato (ELSE Consultores Instaladores S.L.), José Antonio Vargas Cortés (Comercializadora Ibereléctrica S.L.), Isabel Vega Palacios (DIVEGA), Víctor Manuel Segovia Fernández (Codemartia S.L.), Manuel Bernal Aranda (Estudio5), María del Pilar de Guindos López.
En nombre de todos ellos, Miguel Ángel Ledesma tomó la palabra para agradecer públicamente el reconocimiento, subrayando la importancia de iniciativas como Jovemprende para la formación y el futuro profesional del alumnado.
El acto concluyó con las intervenciones del concejal de Desarrollo Económico del Ayuntamiento de Marchena, Antonio Huertas Rubio, y del vicedirector del centro, Antonio Martín Flores, quienes valoraron el esfuerzo de los participantes y el compromiso de los centros educativos con el emprendimiento juvenil.
El concurso Jovemprende cuenta con la colaboración de entidades como PC Asesores, Procavi S.L., Caixabank y el propio Ayuntamiento de Marchena, en una apuesta común por el impulso de la formación profesional y el talento emprendedor en la provincia.
Actualidad
Marta Garcia volverá a jugar con la selección española de baloncesto
Published
4 días agoon
5 junio, 2025
La jugadora marchenera Marta García, pívot del DOC GardenStore Baloncesto Sevilla Femenino, ha sido convocada por la Selección Española U23 para disputar la FIBA 3×3 Nations League que se celebrará en Viena del 12 al 15 de junio . Este torneo reunirá a las mejores selecciones sub23 del continente, y la selección española realizará una concentración previa en Utebo (Zaragoza) del 8 al 11 de junio antes de viajar a Austria.
Marta ha representado a España en diversas categorías. Fue MVP en el Europeo U18 3×3 y ha sido convocada por la Selección Española U23 para disputar la FIBA 3×3 Nations League en Viena del 12 al 15 de junio de 2025. Además, forma parte de la Selección Española B, que entrena junto a la absoluta bajo la dirección de Rubén Burgos.
Esta convocatoria llega pocas semanas después de que Marta se proclamara campeona de España universitaria representando a la Universidad de Sevilla, logrando el bronce junto a sus compañeras Inés Ríos, Pauline Cheynel y Elisa Fernández . Además, ha sido reconocida como la MVP de la Liga Femenina 2, destacando en la Fase Final disputada en Vilagarcía de Arousa, donde promedió 24 puntos por partido y fue determinante para el ascenso de su equipo a la Liga Femenina Challenge.
Marta comenzó su trayectoria en el baloncesto en su localidad natal, Marchena, y continuó su formación en el Club Baloncesto Utrera. A los 14 años, se incorporó al programa de desarrollo del Segle XXI en Barcelona, donde compitió en la Liga Femenina 2 entre 2016 y 2020
Experiencia internacional en EE. UU.
En 2020, Marta dio el salto al baloncesto universitario estadounidense, uniéndose a las Arizona Wildcats en la NCAA. Durante dos temporadas, adquirió experiencia en un entorno altamente competitivo, lo que enriqueció su juego y preparación física
En 2022, regresó a España para unirse al DOC GardenStore Baloncesto Sevilla Femenino. Desde entonces, ha sido una pieza clave en el equipo, destacando por su capacidad anotadora y presencia en la pintura. En la temporada 2024-2025, fue reconocida como la MVP de la Fase Final de la Liga Femenina 2, promediando 24 puntos por partido y liderando a su equipo al ascenso a la Liga Femenina Challenge.
Actualidad
Miriam Méndez, el piano hecho duende actúa en Marchena este viernes 6 de Junio
Published
4 días agoon
5 junio, 2025
El Viernes 6 de junio, a las 20:30 h, la reconocida pianista Miriam Méndez traerá a Marchena su personalísimo espectáculo “La Princesa Descalza”, una fusión de flamenco, música clásica y alma andaluza. Conocida por su virtuosismo y su original enfoque musical, Méndez promete una velada llena de emoción y fuerza expresiva al piano, donde convergen Chopin y Camarón, Bach y el compás por bulerías.
Una semana más tarde, el jueves 12 de junio también a las 20:30 h, será el turno del Totem Ensemble, una formación de cámara que sorprenderá con un repertorio que abarca desde los grandes clásicos hasta composiciones contemporáneas. Integrado por músicos de sólida trayectoria, el quinteto deleitará al público con su talento y armonía, consolidándose como una de las propuestas más refinadas del circuito musical sevillano.
Niña prodigio: la música antes de la palabra
Dicen que tocaba antes de hablar. Su madre, pianista y profesora de música en Sevilla, le enseñó a vivir entre teclas y partituras, pero Miriam no necesitó traducciones. Con apenas un año, ya jugaba con el piano como otros niños con sus muñecos. Pero lo suyo no era solo un juego, era destino.
Desde pequeña, la exhibieron como a una joya. Con dos o tres años, ya componía sus propias melodías, y a los cinco, interpretaba piezas con una precisión que asombraba a cualquiera. Sin embargo, la genialidad tiene su precio. «Sentía que me exhibían, que si tocaba me amaban y si no, desaparecía», recuerda. Así que, con ocho años, lo dejó. Durante un tiempo, se refugió en la música negra, en el jazz, en los ritmos de Donny Hathaway o Stevie Wonder. Pero la llamada del piano era más fuerte. Y cuando la dejaron en paz, volvió por voluntad propia.
La rebeldía de un talento incontenible
A los once años, dejó boquiabiertos a los profesores del conservatorio cuando tocó un estudio de Chopin de oído. «Hicieron así, pum, se echaron para atrás», cuenta riendo. No tardaron en meterla en el circuito académico, donde avanzó a pasos agigantados. Pero a Miriam nunca le gustó que le dijeran qué hacer. Se saltó los programas, se adelantó a las normas, y a los 17 años ya estaba terminando la carrera de piano con un virtuosismo que desafiaba cualquier encasillamiento.
Un día, en una prestigiosa masterclass en Barcelona, se encontró con el lado más oscuro de la enseñanza musical. Un maestro ruso, heredero del brutal método soviético, gritaba, golpeaba las mesas y humillaba a los alumnos. Cuando le tocó el turno, Miriam aguantó unos minutos. Después, se giró al traductor y le dijo: «Dile que si me vuelve a gritar, le pego un berrido gitano que le retumban los oídos para toda la vida». La clase entera se quedó muda. El maestro también. Al final de la sesión, el ruso la llamó aparte y le ofreció una beca en Moscú. Miriam lo miró y dijo: «Next».
Del virtuosismo a la esencia: el flamenco y la búsqueda del alma
Su amor por la música la llevó a Bélgica, donde se sumergió en la obra de Bach. «Quería ir a la fuente, a la esencia, a la armonía universal», dice. Pero algo la llamaba de vuelta. Había crecido entre la Semana Santa de Sevilla, la imaginería, los olores a incienso y el lamento de la saeta. Y en algún momento entendió que su camino estaba ahí, en la sangre.
Miriam Méndez no toca flamenco, lo transforma. No lo imita, lo reinventa. Su piano no solo hace compás, sino que lo respira, lo lleva en el ADN. En su música, el virtuosismo clásico se encuentra con la intuición flamenca, el rigor académico con la improvisación gitana. «El flamenco es la música que más entiende el compás y el silencio. Y en el silencio está la verdad».
Un arte sin concesiones
Miriam es una artista inclasificable, y eso asusta. «Los músicos somos libres, o deberíamos serlo», dice con firmeza. La industria musical, las discográficas, las plataformas de streaming, todo le parece una maquinaria diseñada para producir artistas prefabricados. Ella ha peleado cada contrato, ha roto con quienes querían encasillarla y ha aprendido a manejar su carrera con la misma rebeldía con la que desafió al maestro ruso.
Cuando se le pregunta por la vida, responde con la intensidad de quien la ha vivido al límite. «Mañana no existe. La vida es ahora», dice, recordando las palabras de Manuel Molina. Y bajo las luces tenues de este club imaginario, con el humo en espirales y el rumor de una ciudad que nunca duerme, vuelve a posar los dedos sobre el piano. Suena el duende. Suena Miriam.
Actualidad
Osuna y Marchena se postran ante la Virgen de la Estrella en Coria del Río tras cruzar el Guadalquivir
Published
5 días agoon
4 junio, 2025
En una mañana marcada por la emoción, la devoción y el peso de la historia, las Hermandades del Rocío de Osuna y Marchena han protagonizado uno de los momentos más intensos de su camino hacia la aldea almonteña: el cruce del río Guadalquivir a su paso por Coria del Río y la postración conjunta ante la Virgen de la Estrella, Patrona de la localidad.
Como dicta la tradición, la comitiva ursaonense llegó en orden solemne a la ribera, seguida de cerca por los hermanos marcheneros, que se unieron para elevar una única plegaria en tierra ribereña. Bajo un sol firme y una brisa suave, el Simpecado Divino de Osuna fue escoltado por un nutrido grupo de devotos, entre ellos las alumnas del Colegio Entreolivos, que por segundo año consecutivo acompañaron a la Virgen ataviadas con impecables trajes de camino, llenando el entorno de gracia, color y juventud.
El cruce del río se llevó a cabo a bordo de la tradicional barcaza, que año tras año se convierte en símbolo de tránsito espiritual y comunión entre los pueblos. Al desembarcar en la margen opuesta, ambas hermandades fueron recibidas por representantes de la Hermandad Sacramental de Nuestra Señora de la Estrella y autoridades locales del Ayuntamiento de Coria del Río.
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