Las rogativas por lluvia fueron establecidas por la Iglesia en el año 590 y tenían lugar dos veces en el año: en la festividad de San Marcos, las denominadas rogativas o letanías mayores, y, en los tres días anteriores a la Ascensión, las conocidas como rogativas o letanías menores y además, con carácter extraordinario, los obispos podían autorizarlas en cualquier época del año en calamidades y necesidades públicas.
Los investigadores creen que las Rogativas de San Marcos, como ocurrió con muchas otras fiestas se superponen a las Robigalia romanas, festejos agrícolas, en honor a Robigo, Dios romano que protegía los cereales de las plagas. Ovidio describe en el libro de los Fastos la ceremonia de las Robigalia procesión de personas vestidas de blanco, guidas por el Sacerdote que se dirige al bosque sagrado del dios.
En tiempos de Roma y aun antes había sacerdotes o magos al servicio de la comunidad, uno de los cuales era el hacedor de lluvias cuya misión consistía en regular el abastecimiento del agua celestial existiendo aún en distinto puntos de España rituales anuales en el mismo sentido.
Las rogativas cristianas se hacían entre San Marcos (25 de abril) y San Isidro (15 de mayo), período crítico para la esperada cosecha. Estas procesiones y ritos revestidos de cristianismo, incluyen un componente primitivo y mágico expone Carmen Gozalo de Andrés
Licenciada en Historia.
En ellas el Cristo, virgen o santo se sacaba del templo en solemne procesión para que, al contemplar de cerca la calamitosa situación de los campos, decidiera apiadarse de ellos y ponerles remedio. En algunos lugares y cumpliendo un antiquísimo rito de
inmersión, la efigie era empapada en agua o sumergida en ella.
En la alcarria se conserva la siguiente copla: No he visto gente más bruta que la gente de Alcocer, que echaron el Cristo al río porque no quiso llover». Esto responde a lo relatado por Martín de Arlés, en el siglo XVI «se acudía en tiempo de sequía a la imagen de San Pedro para pedirle lluvia. Sacaban la imagen, la llevaban en procesión a orillas del
río y allí le suplicaban una, dos y tres veces –San Pedro, remédianos- y, viendo que no respondía, la multitud a gritos pedía que se sumergiera la imagen. Entonces, los principales del lugar salían garantes de que el santo haría llover y prestaban fianza, que era aceptada”.
En muchos lugares también se sumergían crucifijos, rosarios e incluso reliquias de santos.
Los días de rogativa eran días de penitencia. Durante siglos los fieles guardaron en ellos la abstinencia y el ayuno ordenados por la Iglesia. Tomaban parte en las oraciones y cánticos del templo y no trabajaban. Se suspendían todas las actividades y cerraban talleres y comercios. Acudían a las ceremonias y procesiones vestidos con modestos trajes oscuros o negros.
La procesión se hace fuera del templo, orillando los campos, a los que el celebrante va aspergeando con agua bendita. Delante de la comitiva va la cruz procesional, entre ciriales, estandartes e imágenes. La procesión de rogativas tiene preces especiales en el Ritual, relativas a peticiones de lluvia para los campos.
Las rogativas se hacían en forma de letanías, acompañando la procesión que recorría los campos secos, y poemas vinculados a la antigua creencia del poder del canto. Estos cánticos procesionales forman parte de una serie de ritos tradicionales revestidos de
cristianismo, pero mágicos en el fondo.
Algunos de estos cantos decian: San Isidro Labrador, obrero pobre del campo, tú, que estás cerca de Dios, tú, que ties poder de santo: ¡ay, danos lluvia fecunda pa fertilizar los campos!. Danos el agua, señora, aunque no la merezcamos, que si por merecer fuera, ni la tierra que pisamos. Virgen santa del Rosario, madre de consolación, danos el agua, Señora, el agua de bendición.
FUENTE: ROGATIVAS. de Carmen Gozalo de andrés, Revista de meteorología.
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