Caridad
El llamamiento de Juan Alvarez en 1934 para salvar la hermandad de la Caridad
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La Hermandad de la Santa Caridad de Marchena, hermana de la que fundó Miguel de Mañara en Sevilla, disponía de una casa en la que acogía y atendía a personas desvalidas, sin hogar, enfermos o moribundos, pero a mitad de los años 30 del siglo pasado vivió momentos tan difíciles que estuvo a punto de desaparecer por la falta de donaciones y por la falta de implicación de los hermanos.
El Cristo de Misericordia que está en la Milagrosa, recibe el nombre del antiguo hospital de Marchena, fundado en torno a 1492 por Beatriz de Pacheco, que se ubicaba en la calle Mesones, esquina con Espiritu Santo.
TEXTO: ALVARO CABEZA ANDRES. LICENC IADO EN HISTORIA Y DOCENTE.
En efecto, en agosto de 1934, sólo mes y medio después de que Vicente Andrés y Torre tomara posesión como alcalde, la Hermandad tenía un déficit de 200 ptas. y sólo contaba con recursos para acoger a dos personas, a pesar de las innumerables peticiones de ingreso que recibía. Los hermanos se habían desentendido y, a veces, ni siquiera se podía celebrar el cabildo por falta de asistentes. Como consecuencia de esa situación, uno de los miembros de la Hermandad, Juan J. Álvarez, director y propietario de El Eco de Marchena hizo un angustioso y desesperado llamamiento público que sirvió de revulsivo y consiguió que la actividad asistencial en auxilio de quienes “nos han enriquecido con el sudor de sus frentes y jirones de sus vidas” se reactivara.
Juan Alvarez procedía de una familia venida desde Arcos de la Frontera donde también publicaban con gran éxito y popularidad El Eco de Arcos.
Entre las decisiones tomadas para aumentar los donativos y, así, el número de asilados, se estableció que una pareja de hermanos saliera cada domingo con capacha y muleta a pedir por las casas.
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También se intensificó el cobro de la cuota mensual que cada hermano abonaba. Por otra parte, ante la ausencia de espectáculos taurinos en la feria de ese año, uno de los actos convocados a beneficio de la Hermandad y de los conventos de Marchena fue una capea a puerta cerrada en el campo de fútbol cuya entrada costó 10 ptas.
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Los asistentes, unos 150, tenían derecho a comer y a beber y, si alguno se atrevía, podía matar a estoque a la becerra. El promotor del festejo fue Francisco Calvo Domínguez, muy aficionado a los toros y concejal en esos momentos por el Partido Republicano Radical. Estas medidas consiguieron en sólo dos meses que la Hermandad aumentara sus recursos y se planteara acoger a cuatro pobres más.
Recogida de alimentos de la Caridad.
Los miembros de la Hermandad eran “lo más selecto de la buena sociedad marchenera”, como definió el propio Álvarez a sus correligionarios y, por eso, en su llamamiento apelaba a todos “los pudientes” a engrosar las filas de la Hermandad.
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Y no le faltaba razón a Álvarez. Si uno mira la lista de hermanos, se encuentra con los nombres de las personas que lideraban la sociedad marchenera en los aspectos económico y, sobre todo, socio-político.
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Entre ellos nos encontramos a un auténtico elenco de destacados personajes conservadores de Marchena, habiendo ocupado muchos de ellos cargos municipales durante las dos décadas anteriores, los ocupaban en esos momentos o los continuarían ocupando durante la dictadura franquista: Rómulo Zúñiga, Juan J. Álvarez Jiménez, Francisco del Prado, Manuel Clavijo, Manuel Ternero, Francisco Olías, Ramón Ruiz, Manuel Espina, Juan Rojas, Francisco Quesada, Antonio Ponce, Antonio García, Sebastián Martínez, Juan Vigueras, José Talaverón, Manuel Martín, Antonio López,…
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Sería prolijo detallar aquí el curriculum político de cada uno de ellos. Baste decir que todos estaban encuadrados en formaciones políticas o patronales conservadoras y que, con frecuencia, formaban parte de familias cuyos miembros también ocupaban puestos destacados en la vida pública de Marchena. Así mismo, desempeñaban los cargos directivos de las distintas Hermandades de Semana Santa, de forma que la relevancia pública de estas personas se veía acrecentada.
(Para más información o rectificación alvarocabezaandres@gmail.com)
Actualidad
“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad
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1 mes agoon
7 abril, 2025
Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.
Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.
María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.
Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad. “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.
“Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar.
“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”.
Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.
Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.
Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.
“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.
El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.
Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.
Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.
Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.
Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.
La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.
María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.
Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado. María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras.
“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.
El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.
Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.
Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.
Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.
Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.
El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.
En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.
Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.
Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.
Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.
María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.
Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.
Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.
No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.
La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.
El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.
En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal.
La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”.
“El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.
En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.
María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.
Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.
Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.
Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.
En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.
La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.
Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.
Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.
Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.
“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.
No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.
Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.
Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.
Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.
“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.
Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.
En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.
De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.
Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.
Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”
En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.
Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.
No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.
Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.
El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.
La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.
“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.
La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”
La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.
Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.
“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.
El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.
No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.
Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.
Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.
Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.
Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.
Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.
Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.
Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”
La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.
Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.
No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.
Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.
María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.
Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.
“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.
Actualidad
Dos imágenes de la Virgen de los Desamparados y Miguel Mañara se colocarán en la Capilla del Tanatorio
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2 años agoon
24 octubre, 2023
Este próximo domingo 29 de octubre a las 11 de la mañana, La Hermandad de la Caridad colocará en la Capilla del Tanatorio local tras la bendición y entronización, dos cuadros, uno de la Virgen de los Desamparados y otro del Venerable Miguel Mañara. Este evento no solo es una muestra de devoción religiosa, sino también un reflejo de la rica historia y tradición que envuelve a la Hermandad de la Caridad.
Miguel de Mañara, nacido en una familia acomodada en la Sevilla del siglo XVII, es una figura emblemática que tras la muerte de su esposa en 1661, decidió dedicar su fortuna a los pobres a través de la Hermandad de la Caridad. Su vida, marcada por un cambio radical hacia la devoción y la caridad, es recordada a través de las Reglas de la Hermandad y su obra «Discurso de la Verdad». Su testamento, un llamado al arrepentimiento y a la vida piadosa, resuena hasta hoy: “Yo, don Miguel Mañara, ceniza y polvo, pecador desdichado…”.
La Hermandad de la Caridad de Marchena, fundada alrededor del año 1600 por Francisco López García y Pedro Benjumea Lebrón, ha sido un pilar en la atención a las familias necesitadas, y es parte intrínseca de la tradición social y religiosa de Marchena. Desde sus inicios, esta Hermandad ha tenido un fuerte vínculo con la asistencia hospitalaria, evidenciado en el traslado semanal de féretros cada Domingo de Ramos desde la Capilla del Hospital de La Milagrosa hasta San Sebastián, según las reglas del libro de la Caridad de Marchena.
Esta tradición hospitalaria se fortaleció en 1766, cuando Andrés Mariano Fernández de la Chica, administrador del Hospicio y Casa de la Caridad de Marchena, se comprometió a transportar a todos los pobres que necesitaban atención médica al Hospital General de Sevilla, reafirmando el compromiso de la Hermandad con los más necesitados.
Borriquita
La cera como moneda de pago dentro de las hermandades
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2 años agoon
13 marzo, 2023
En las primeras reglas de las hermandades de Marchena se hace constar que la cera era uno de los principales gastos para las antiguas corporaciones del XVI, al ser bienes escasos y preciados, y de esta forma se imponían los castigos por incumplimiento de regla y normas en pago de cera, es decir que la cera adquiría el valor de moneda de pago dentro de las hermandades.
La producción de cera era propiedad del Duque que la arrendaba junto con otros bienes relacionados con la renta de la cera y miel.
La hermandad de la Soledad pide en sus primera reglas de 1567 que si una mujer va descubierta en la procesión, es decir no va tapada con decoro, que pague «de pena una libra de cera y assí mismo sean obligadas a venir a celebración de nuestras fiestas, las que se ubieren de celebrar en el año, especialmente a las fiestas generales, para que paguen la luminaria, que se entiende la cera que se gasta aquel día y noche del Jueues Sancto de cada vn año».
Los hermanos amancebados, no podían ir en la processión hasta tanto que le confiessen. «Y que para el primer cauildo que se hiziere por Pasqua Florida lo manden muñir, con pena de dos libras de cera«. Además cuando se tomaba cuentas a los mayordomos salientes den cuenta «a los maiordomos nuevos, los dineros y cera y joias que tuieren la nuestra Hermandad». Es decir que la cera estaba considerado al mismo nivel que las joyas y los dineros. «Y que si los nuestros maiordomos vieren que no ai harta cera hagan vn cauildo antes para que se provea toda la que faltare».
En 1599 las reglas del Dulce Nombre indican que la cera se guardaba en un arca junto a otros objetos valiosos de la hermandad. «Mandamos que en la dicha yglesia de San Sebastián esté vna arca siempre donde esté la cera e Regla en ella las que para el serviçio della se necesite, y la qual dicha arca tenga dos llaues, la vna de ellas la tenga el prioste y la otra el mayordomo, e los hornamentos e todas las otras cosas que la dicha Cofradía tuviere» que estaba en manos del prioste «en cuyo poder a de estar la cera y llaves del arca de la Cofradía».
Para entrar en la Hermandad del Dulce Nombre «el devoto christiano que en esta
sancta Cofradía quisiere entrar, de sus espirituales bienes gozar que dé e contribuya dos reales de plata o su valor a la entrada en ella contribuya para la cera e gasto de la Cofradía para ayuda a la fiesta del Nombre de Jesús».
Además los cofrades que no pudieran pagar la cera para salir el Jueves Santo debían comunicarlo a la cofradía para ser ayudados. «Hordenamos e tenemos por bien que las ymágines, crucifijos, cera con que an de yr alumbrando en la dicha procesión a las dichas ymájenes se reparta entre los hermanos más proues que oviere en la Cofradía que no puedan lleuar cera, para que la Cofradía con esto les pueda ayudar».
Los hermanos de la cofradía del Santo Crucifio, o Xto. de San Pedro debían llevar a la procesión de la noche del Jueves Santo «vna hacha de cera y su túnica blanca y su
cordón y su escudo, y la dicha hacha a de ser leonada, pintada con las armas que tiene nuestra cera, las quales son un escudo con las cinco llagas» indican las reglas de 1556.
Además cualquier hermano que murmurase cosas tratadas en cabildo de la hermandad «diziendo que es mal hecho o bien hecho lo que se hizo en cauildo, que por euitar questiones, pague de pena cada vez que lo dijere vn real de pena para cera para nuestra Cofradía, de manera que si algo se dijere sea dentro en nuestro cauildo y no fuera de él, ni por las calles y plazas». Además dice que si la hermandad tiene dinero de sobra que lo emplee en liberar un preso de tierra de moros, en casar una doncella huérfana o en alimentar un pobre vergonzante de Marchena «después de proueida cera y otras cosas necessarias a la dicha Cofradía».
Esta regla indica que «si alguna persona se encomendare a nuestra Cofradía la enterremos. Y si fuere persona de calidad que dé de limosna porque le acompañen con toda la cera vn ducado» si es una persona de dinero y ofrece otras posibilidades.
Más adelante la misma regla dice que para los entierros la hermandad usaba «seis hachas de cera y más toda la cera menuda que fuere menester, de gordor cada vela que aia cinco en libra y los codales sean de a libra y que sean leonados, pintadas con sus escudos y pintadas las cinco llagas en cada codal y en cada vela».
El ducado del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII, tendría una equivalencia actual a unos 167,1 euros (según el precio del oro en peso y calidad).
La Hermandad de la Veracruz tenía «para los entierros e procesiones en que aia de salir aconpañando, tengan ocho cirios de cera de quatro o cinco libras cada vno e velas para todos los cofrades de a tres en libra. Y toda la dicha cera, mayor y menor, es nuestra voluntad que sea verde con su escudo en ella, impresso con la insignia de la Sanctíssima Vera Cruz» indica la regla de 1575. Eran los mayordomos los encargados de custodiar la cera y que él tenía «la llaue de el arca de la cera desta Cofradía, al qual se le dé por quenta la dicha cera».
EL DUQUE CONTROLABA LA PRODUCCIÓN DE CERA Y LA ARRENDABA
En la escritura de arrendamiento otorgada por Rodrigo Ponce de León Toledo, III duque de Arcos, a favor de Antón Núñez y su mujer María de Alderete, de las rentas de la miel y cera de Marchena se dice que esta renta valía 175.800 maravedíes.
Los arrendatarios adquirían derecho de uso sobre una serie de bienes como las casas de morada en el Cantillo de San Pedro, linde con tiendas de la botica de Andrés de Vega y casas de Martín Alonso tendero. Un censo que se paga a Antonio de Torres de 170 ducados. Dos aranzadas de viña en la laguna de Santa Olalla, linde con viñas de Juan de Caballos Arguelles y huerta de Caravaca.
Se trata de una actividad fundamental en el pasado no solo por la miel, sino también por la cera. La miel es la más completa fuente de alimento y único edulcorante conocido hasta finales del siglo XV, cuando se introduce la caña de azúcar en el sur de España de forma masiva explica Maria Antonia Carmona Ruiz de la Universidad de Sevilla.
La cera se empleaba principalmente para la fabricación de velas, principal fuente de iluminación, en las iglesia y palacios y para las hermandades mientras que el pueblo llano se iluminaba con velas de sebo o con lámparas de aceite de oliva abundante en nuestra campiña.
LAS ORDENANZAS MUNICIPALES
La ordenación de la miel y cera fue la primera ordenanza de la ciudad aprobado en Marzo de 1254, poco después de la conquista.
En 1448 las ordenanzas de Sevilla, autoriza a dejar en la Campiña espacio a las colmenas «…fue declarado, que aquella misma sea guardada a las personas que tienen colmenares puestos en la dicha comarca, y campiña de Vtrera. No embargante, que en los tiempos passados, por el temor de los Moros, no ouiesse allí colmenares». Es decir la campiña comienza a ser zona apícola cuando desaparece el peligro musulmán.
Las ordenanzas Municipales establecieron unas distancias mínimas entre las zonas de apicultura que eran en las «jaras de Utrera y de Carmona», y resto de la comarca de La Campiña, dos tercios de legua. Además, las zonas de colmena debían estar separadas de las zonas de viña y en verano estaba prohibido tener colmenas en los sitios de viña en Marchena.
A partir del dia de San Juan las ordenanzas de la villa de Marchena de 1525 pide que «ningún vecino ni morador de esta villa sea osado de tener colmenas en la villa ni en los arrabales de ella ni en las viñas, dende el dia de San Juan hasta primero día de octubre so pena de cien maravedíes».
Actualidad
La Junta aconseja la realización de test de a los costaleros 24 horas antes de la salida de la Hermandad
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3 años agoon
29 marzo, 2022
El Consejo de Gobierno ha tomado conocimiento de la guía elaborada por la Consejería de Salud y Familias con medidas específicas encaminadas a reducir las posibilidades de transmisión del Covid-19 en los desfiles procesionales de la Semana Santa 2022. Además, se incluyen recomendaciones para la población y entidades locales, a las que se solicita su colaboración y compromiso en el cumplimiento de las mismas. Entre ellas, figura mantener el uso de la mascarilla en los desplazamientos durante esta semana, así como incrementar el transporte público.
La guía hace referencia a consejos generales para el desarrollo de procesiones religiosas en la vía pública. Entre ellos se encuentra no acudir si se está en aislamiento por resultado positivo en una prueba de Covid-19; mantener el uso de la mascarilla en los desplazamientos hacia el lugar de la salida en transporte público o compartiendo vehículo con no convivientes; aumentar el transporte público desde y hacia las zonas por donde transcurrirán los desfiles procesionales, y respetar los aforos de los establecimientos de restauración y hostelería.
A todas ellas hay que sumar el mantenimiento del resto de medidas generales referidas a un buen uso de la mascarilla, distancia interpersonal, lavado de manos e higiene respiratoria.
Con respecto a las medidas dirigidas a los costaleros o portadores, se les recomienda no acudir si tienen síntomas compatibles con Covid-19 y si han estado en contacto estrecho con una persona positiva en las últimas 48 horas. Además, se aconseja la realización de test de autodiagnóstico de forma previa al inicio de la salida oficial, lo más cercano al mismo y como máximo 24 horas antes; mantener las reuniones previas o posteriores al aire libre o en espacios no cerrados, de ser imprescindible, en locales amplios con buena ventilación; usar mascarilla durante la procesión, y realizar limpieza y desinfección, con guantes y mascarilla, de los palos del paso o trono antes y después de su salida procesional.
También se aconseja a los costaleros o portadores lavarse y desinfectarse las manos al inicio de la salida del paso y al volver a incorporarse de los relevos: no compartir bebidas durante las paradas (usar botellas o vasos individuales), y ventilar el espacio interior de los pasos durante el desfile procesional, sobre todo durante las paradas y estaciones de penitencia.
En cuanto a las agrupaciones o bandas de música, se recomienda mantener las reuniones previas o posteriores al aire libre o en espacios no cerrados, de ser imprescindible, en locales amplios con buena ventilación; usar mascarilla, al menos higiénica, durante el desfile procesional cuando el instrumento permita su uso; mantener la mayor distancia posible entre los músicos de instrumentos de viento con el público asistente; mantener la distancia en la formación entre los músicos durante el desfile procesional y no compartir bebidas durante las paradas.
A las personas que hagan penitencia en las procesiones religiosas, por su parte, se les aconseja que procuren mantener la mayor distancia posible y usar mascarilla, al menos higiénica, cuando no se porte antifaz.
Finalmente, el público general debe mantener el uso de la mascarilla, preferentemente quirúrgica sobre la higiénica, en las aglomeraciones de personas que no permitan mantener una distancia adecuada, y usar mascarilla tipo FFP2 durante las aglomeraciones si es una persona mayor de 60 años o que pueda considerarse como ‘vulnerable’ respecto al Covid-19. Si se tienen síntomas leves compatibles con el Covid-19, se recomienda usar mascarilla en todos los ámbitos, preferentemente FFP2, y evitar aglomeraciones y contacto con personas vulnerables.
Actualidad
Todos los actos de Semana Santa en iglesias y capillas de Marchena
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4 años agoon
2 abril, 2021SABADO SANTO
Santa María abrirá sus puertas de 11;00h a 14;00h para las visitas de los hermanos y devotos. A partir de las 18;00h celebrarán oración de Estación de Penitencia en su templo hasta completar aforo. Se repetirá la oración siempre y cuando no afecte al horario de la celebración de la Solemne Vigilia Pascual.
El Sábado Santo 3 de abril se celebrará en todas las parroquias la Vigilia Pascual.
DOMINGO DE RESURRECCION
Veneración y oración a sus titulares de la Veracruz en su capilla de 11;00h a 15;00h.
En San Miguel Santa Misa de Resurrección a las 11 de la mañana con visita a los Sagrados Titulares de Jesús Nazareno desde las 11:30 de la mañana.
En Santo Domingo desde las 10;30 permanecerá abierto el templo para la tradicional visita de los hermanos y devotos. A las 13;00h será el rezo del Tedeum.
El templo de Santa María abrirá de 11;00h a 14:00h.
Actualidad
Estrenado el documental de la Semana Santa de Marchena en el Teatro Cajasol de Sevilla
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4 años agoon
21 marzo, 2021
El audiovisual de la Semana Santa de Marchena ha sido proyectado en Sevilla hoy Domingo 21 de Marzo a las 19.00 h en Teatro Cajasol, Calle Chicarreros.
El ciclo de cine cofrade, organizado por el Consejo de Hermandades en el marco del programa ‘Cuaresma en Sevilla’, volverá a ser protagonista este próximo fin de semana en la ciudad.
Las actividades paralelas a esta exposición están organizadas por la Fundación Cajasol y el Consejo de Hermandades de Sevilla.
Y para cerrar la cartelera de este fin de semana cinéfilo, turno para la Semana Santa de la provincia con tres sesiones. La primera a partir de las 12.00 horas, en la que fue protagonista Dos Hermanas; a las 16.00 horas fue el turno para Carmona; y a las 19.00 horas cerrará esta jornada de cine cofrade la Semana Santa de Marchena. Tres proyecciones para conocer la historia y singularidades de las cofradías de estas localidades.
Exposición In Nomine Dei en la sede Central de Cajasol.
PROGRAMA OFICIAL DE ACTIVIDADES
En este ciclo se han visto documentales de Ecija, Morón, Estepa, Arahal, El Viso, Sanlúcar, Dos Hermanas y Carmona Utrera y Coria del Rio y Carmona.
Exposición In Nomine Dei en la sede Central de Cajasol.
PROGRAMA DE ACTIVIDADES PARALELO A LA EXPOSICION DE CAJASOL
El Consejo de Cofradías y Hermandades de Sevilla proyectará el Lunes y el Miércoles Santo para el público general en el Teatro Cajasol la película sonora más antigua que se conoce hasta la fecha de la Semana Santa sevillana de 1927, grabada para la Fox en una actividad titulada ‘Los sonidos perdidos de Sevilla».
Fotograma del documental.
Dentro del ciclo de conciertos, el 10 Marzo se interpretará Tenebris Ars Cantus Ensemble Teatro Cajasol -en horario de tarde-. El 18 de Marzo se interpretará la obra Mebra Jesu Nostri por Ottava Rima en el Teatro Cajasol. El 25 de Marzo, se interpreta la obra Réquiem de Fauré por la Banda Sinfónica Municipal y solistas líricos.
La grabación sonora más antigua de la Semana Santa sevillana se proyectará en el teatro Cajasol
El 9 de Marzo a las 19 horas, conferencia Semana Santa y Poesía en la Sala Machado (c/ Chicarreros) Organizado en colaboración con el Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla.
El 23 Marzo, conferencia Referentes y actualidad de la imaginería procesional sevillana en la Sala Machado (horario de tarde).
Exposición In Nomine Dei en la sede Central de Cajasol.
‘In Nomine Dei’ se distribuye en seis salas: la historia de la Semana Santa, las figuras secundarias, la escultura ornamental, la orfebrería, la joyería, el bordado y el paso de palio.
Tal y como ha explicado el presidente de la Fundación Cajasol, “esta singular celebración de la Semana Santa del 2021 nace como homenaje a la devoción y la pasión de Sevilla por su fiesta más trascendental, y a todas las personas y gremios que la han hecho posible a lo largo de los siglos”.
HOMENAJE A SEBASTIAN SANTOS
El 8 de marzo, a las 17 horas, tendrá lugar en el salón de actos de la sede del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Sevilla el acto de presentación de la exposición “Sebastián Santos, el genio” que ha sido organizada con la colaboración de la Excma. Diputación Provincial de Sevilla, por el propio Consejo de Hermandades y la Hermandad Sacramental de Nuestra Señora de los Dolores, del Cerro del Águila, con ocasión del CXXV Aniversario del nacimiento del maestro escultor e imaginero nacido en Higuera de la Sierra.
Sebastián Santos. Imaginero.
La muestra, cuya inauguración está prevista el día 12 de marzo, tendrá lugar en la Casa de la Provincia de la sevillana plaza del Triunfo, forma parte de la programación cultural de la Cuaresma en Sevilla 2021 y cierra el domingo 2 de mayo.
Exposición In Nomine Dei en la sede Central de Cajasol.
La exposición de arte sacro ‘Sevilla Fecit-21’ mostrará entre el 8 de marzo y el 4 de abril en el Ayuntamiento un total de 44 obras recientes de los artistas y talleres de arte sacro más destacados de la ciudad.
La exposición reunirá obras recientes de talleres de bordados, pasamanería, tallistas, doradores, imaginería y restauración, orfebrería, carpintería o pintura, con los objetivos de dar visibilidad al trabajo de los artesanos y artistas; ponderar el arte sacro sevillano como marca Sevilla e Impulsar una artesanía de calidad y contribuir a la conservación del patrimonio cultural.
La muestra recogerá las últimas creaciones hechas en Sevilla de arte sacro, algunas de las cuales son encargos para hermandades de ámbito local o regional, mientras que otras partirán hacia sus destinos finales en EEUU, Filipinas, Tenerife, o Galicia, entre otros.
Como novedad respecto a anteriores ediciones de esta exposición, cada obra será expuesta sobre un soporte o peana donde figurará una breve descripción de la obra y un código QR que permitirá al visitante ampliar la información sobre la pieza expuesta y su autor a través de la web de la Asociación Gremial de Arte Sacro de Sevilla: www.gremioartesacro.com.
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