La gracia divina es un concepto central en la teología de San Agustín. Después de una juventud dedicada a la búsqueda de placeres y sabiduría filosófica, Agustín experimentó una conversión al cristianismo que lo llevó a entender la vida cristiana como un don. Para San Agustín, la gracia es la fuerza salvadora de Dios que actúa en el alma humana, permitiéndole superar el pecado.
La Virgen de Gracia, otra advocación mariana vinculada a la espiritualidad agustiniana, refuerza esta conexión. Se venera a la Virgen bajo este título en muchos lugares donde la influencia agustiniana ha sido fuerte, incluyendo San Agustin de Marchena y Sevilla con el Cristo de San Agustín o el Santo Crucifijo con la virgen de Gracia arrodilada a sus pies.
Convento de san Agustin de Sevilla estaba en la Puerta de carmona, hoy en obras para hotel de lujo. Tenía este dicho Convento un cortijo que llaman de Gamarra, término de la villa de Marchena, de seiscientas fanegas de tierra, valorada en cinco mil reales de vellón.
Los Dominicos (Orden de los Predicadores), fundados por Santo Domingo de Guzmán en el siglo XIII, adoptaron elementos del pensamiento agustiniano, especialmente en su enfoque en la búsqueda de la verdad y la importancia de la oración contemplativa. Tomás de Aquino, uno de los dominicos más influyentes, integró el pensamiento agustiniano en su teología, especialmente en su obra sobre la gracia y la naturaleza del alma.
Cristo de San Agustin. Sevilla que volverá a salir a la calle a final de octubre de 2024.
San Agustín fue profundamente influenciado por Platón antes de su conversión y adapto la noción de un mundo de ideas o formas inmutables, el concepto del alma como una entidad inmortal, y la idea de que el conocimiento verdadero es alcanzado a través de la introspección y la iluminación divina. Agustín vio paralelismos entre la doctrina platónica del Bien y la noción cristiana de Dios como la fuente última de todo ser y conocimiento.
frailes de San Agustin.
Los primeros monjes agustinianos llegaron a España desde Numidia en el siglo VI, un grupo de monjes agustinianos liderado por el abad Donato huyendo de las invasiones de los vándalos, que habían conquistado gran parte de las regiones romanas en África, incluida la región de Hipona, donde San Agustín había vivido y trabajado.
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San Agustín de Hipona, nació en Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia), donde pasó su infancia y juventud. Continuó sus estudios en Madaura (M’daourouch, hoy Argelia) y luego en Cartago (hoy Túnez), donde se convirtió en maestro de retórica y se adentró en el maniqueísmo.
Convento de San Agustin. Annaba. Argelia.
Regresó a Tagaste tras la muerte de su amigo más cercano y vivió una profunda crisis espiritual que lo llevó a abrazar el cristianismo. Finalmente, se estableció en Hipona (Annaba, Argelia), donde fue obispo, escribió «Las Confesiones» y fundó el primer convento o comunidad de su orden.
Monumento a San Agustin en Annaba, Argelia.
Agustin murió el 28 de agosto del año 430 en Hipona, que se encontraba en ese entonces bajo asedio por los Vándalos, luego de treinta y seis años de episcopado. Sus restos mortales descansan en Pavía, en la basílica San Pietro in Ciel d’Oro, desde que el rey de los Lombardos, Liutprando, los mandó colocar en dicho lugar en el año 720. Doctor de la gracia, San Agustín fue canonizado por el Papa Bonifacio VIII.
La Virgen de Gracia del convento de San Agustín, de Marchena de Roque Balduque, ha sido recientemente restaurada.
Muchos textos de San Agustín, mencionan que la Sangre de Cristo no solo es un acto de redención, sino también una manifestación de la gracia de Dios. Él creía firmemente que los seres humanos no pueden salvarse por sus propios méritos, sino que necesitan la gracia divina, que se obtiene a través del sacrificio de Cristo. La sangre de Cristo simboliza esta gracia que se ofrece gratuitamente a los pecadores y es fundamental para la salvación.
En su interpretación de la Eucaristía, San Agustín relaciona la Sangre de Cristo con la unidad de la Iglesia. En sus sermones y cartas, destaca que al participar del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, los fieles se unen no solo con Cristo, sino también entre ellos, formando así un solo cuerpo en Cristo. Esta idea de la comunión y unidad es central en la espiritualidad agustiniana.
Su madre Santa Mónica dedicó su vida a la oración y al sacrificio, especialmente para la conversión de su hijo, siempre vestía de negro y llevaba una correa, como símbolo de su penitencia y devoción, una práctica que luego inspiraría la devoción a la Virgen de Regla y la Correa de San Agustín, conviertiéndose en el hábitos de los frailes agustinos.
La Virgen de la Palma de San Agustin de Marchena, fue originalmente la Virgen de la Correa Agustina.
La correa como símbolo de humildad, penitencia y la adhesión a la vida cristiana, simbolismo que también se vinculó a la Virgen de Regla, una advocación mariana que cobró fuerza especialmente en Andalucía. La devoción a la Virgen de Regla tiene sus raíces en la espiritualidad agustiniana y en la Regla de San Agustín, un texto que establece las normas de vida para los miembros de la Orden de San Agustín. Según la tradición, esta devoción comenzó cuando, en el siglo XIII, los agustinos eremitas fundaron un santuario en Chipiona, Cádiz, donde veneraron a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Regla.
La Regla de San Agustín es un conjunto de normas para la vida comunitaria cristiana que se atribuye a San Agustín, basado en sus cartas y sermones. Aunque no escribió una «regla» monástica formal como lo hizo San Benito, San Agustín estableció principios para la vida comunitaria en sus comunidades religiosas en Hipona.
La conexión de la Virgen de Regla con los agustinos se debe a la identificación de los valores de humildad, obediencia y amor fraterno que la Virgen representa, con los principios de la Regla de San Agustín. Este vínculo espiritual llevó a la expansión de la devoción a la Virgen de Regla por otros lugares, especialmente en Chipiona y León, donde las hermandades y cofradías agustinianas se dedicaron a propagar su culto.
La de Regla es devoción leonesa traída a Andalucía en torno a 1365 por Ponces y Guzmanes, caballeros leoneses. Alonso Pérez de Guzmán funda el Castillo de Chipiona con el nombre de Regla y luego repuebla la ciudad con vecinos de Marchena, Arcos y otras villas. A través de una boda los Ponce reciben de los Guzmanes Marchena, Rota y Chipiona. Pedro Ponce de León reforma el Santuario de Regla en 1399 y lo entrega a frailes Agustinos.
Mónica es conocida por su constante oración y persistencia en busca de la conversión de su hijo. Durante muchos años, siguió a Agustín en sus viajes, especialmente a Roma y Milán, rogando por su regreso a la fe cristiana. Finalmente, su perseverancia y sus oraciones fueron recompensadas cuando San Agustín se convirtió al cristianismo en el año 386 d.C., influenciado también por San Ambrosio, obispo de Milán. La conversión de Agustín fue un momento culminante en la vida de Mónica, quien murió poco después, en el año 387 d.C., en Ostia, Italia, mientras regresaba con Agustín a África.
EL SANTO CRICIFIJO DE SAN AGUSTIN
La devoción al Santo Crucifijo de San Agustín se extendió por Andalucia en el medievo desde Sevilla. En las reglas del cristo de la Sangre de Ecija se dice que “la cual regla fue hecha y sacada por la que tienen los cofrades y hermanos del Santísimo Crucifijo del Señor San Agustín en la ciudad de Sevilla». También hay cristos de San Agustín en Castilblanco de los Arroyos, en Granada donde hacia 1520 los agustinos encargan a Jacobo Florentino, la talla del Santísimo Cristo de San Agustín (Granada).
La orden entró en una profunda crisis después de que el agustino Lutero, pusiera en duda los dogmas de la iglesia. En España la orden vive su mayor esplendor gracias a Fray Tomás de Villanueva (1486-1555) Obispo de Valencia que envía los primeros agustinos a México más de trescientos misioneros y se expandió por toda América y Asia.