Dulce Nombre
La obra de Gaspar del Aguila y el origen del Barrio de San Sebastián en Marchena
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3 meses agoon

Gaspar del Aguila talló la imagen de San Sebastián, que junto con la torre de la iglesia es lo más antiguo que se conserva de este templo, dañado y reconstruído tras el terremoto de Lisboa.
En 1492 San Sebastián era una pequeña ermita fuera de los muros de Marchena rodeada de huertas, pero ese año Rodrigo Ponce de León deja en su testamento 50 maravedíes a las ermitas de San Sebastián cerca de la Puerta de Morón y Santa Justa, en la puerta de Ecija, en los alrededores de la actual finca El Parque. Marchena estaba creciendo entonces fuera de sus murallas, en torno a ermitas y conventos y de esta forma nace el barrio de San Sebastián en torno a su ermita.
En un lugar céntrico, la ermita de San Sebastián fue poco a poco ampliada gracias a donaciones y en 1508 y desde entonces se convierte en una parroquia filial de San Juan Bautista, mientras que la ermita de Santa Justa y el barrio de la Puerta de Ecija desaparecen por orden del Duque en torno a 1650.
Gaspar del Aguila trabajó en el antiguo coro de San Juan con su sillería y reja de madera realizado entre 1586 y 1591, junto con Jerónimo Hernández y Juan de Oviedo el Viejo. Restos de ese coro fueron empleados en la construcción de bancos para la iglesia, de los cuales todavía se conserva alguno en el museo.
450 AÑOS DEL CONTRATO DE LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
El 2 de Enero de 2020 se cumplieron 450 años de la hechura de la imagen de la Virgen de la Soledad de Marchena, la imagen de vestir más antigua que procesiona en la Semana Santa de Andalucía tal y como recoge el contrato que conserva la hermandad.
El contrato para la ejecución de la imagen de la Virgen de la Soledad fue firmado el 2 de enero de 1570 y en resumen dice así «Yo Gaspar del Aguila vecino de la ciudad de Sevilla en la collación de San Marcos… otorgo que soy convenido y concertado con voz Gil Muñoz vecino de la villa de Marchena, en tal manera que yo sea obligado de vos hacer una imagen de Nuestra Señora de la Soledad para vestirla, de talla de pintura que ha de ser rostro y manos labrado de bultos y encarnado en toda perfección y de la cintura abajo ha de llevar su armadura de listones de Borne y sus brazos de lienzo y estopa y de la dar a fecha acabada de hoy día hasta 15 días del mes de febrero que viene».
1575: FIRMA DEL CONTRATO DEL ANTIGUO ALTAR MAYOR DE SAN SEBASTIAN
En noviembre de 1575 Juan de Oviedo el viejo y sus fiadores fiadores Gaspar del Aguila y el pintor Juan de Zamora firman el contrato para hacer un retablo con un tabernáculo en el centro con la imagen de San Sebastián, por un plazo de un año.
El retablo como el resto de la iglesia se decidió destruir tras los importantes daños que tuvo
por el terremoto de Lisboa. Del edificio solo se conservó la torre. El templo fue reconstruido siguiendo las trazas del arquitecto del Arzobispado Pedro De Silva.
La nueva parroquia se bendijo el 29 de mayo de 1768 tras una procesión en la que se llevaron las imágenes desde el vecino hospital de la Caridad, donde estuvieron mientras duraron las obras. El actual altar mayor de San Sebastián es de Juan Guerra Luna vecino de Osuna instalado en Marchena para realizar el retablo mayor de la Colegiata en 1770.
Gaspar del Aguila, nació en Avila y en Sevilla alcanzó el cargo de veedor del gremio de escultores y entalladores desde 1573. Al igual que Juan de Oviedo fue alumno de Juan Bautista Vázquez el viejo y trabajó haciendo altares en Santa María de Carmona o en el desaparecido retablo de Nuestra Señora de los Ángeles del convento de San Francisco de Marchena del que se conservan dos relieve en un altar lateral. La imagen del Cristo de la Sangre de 1567, está inspirado en el de San Agustín de Sevilla.
Es autor también del Cristo de la Sangre, obra de 1567, que se encuentra en la iglesia de Santa Cruz de Écija, San Blas para la cofradía del mismo nombre de Carmona, San Sebastián para la parroquia de San Pedro de Carmona, Nuestra Señora y Madre de la Soledad de Marchena. San Felipe para la cofradía del Señor San Felipe de Carmona y Virgen del Rosario de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de Trebujena (1579). También intervino parcialmente en el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Arcos de la Frontera.
La escultura de San Sebastián es lo único que queda del antiguo retablo contratado de 1575 a Juan de Oviedo que ejecuta Gaspar del Aguila. En 1859 el alcalde Juan Diez de la Cortina propuso restaurar la imagen del patrón y añadirle unos ojos de cristal que finalmente se contrata a Gabriel de Astorga en 1865 quien le añade dos ángeles en el tronco del árbol.
El Martirio de San Sebastián es una obra de El Greco que se conserva en el Museo catedralicio de Palencia. Existe una copia en la Sala de Juntas del Ayuntamiento de Marchena procedente del edificio del Antiguo Ayuntamiento de la Plaza Ducal, que lleva una leyenda del patronazgo del santo en Marchena. El Ayuntamiento de Marchena pagaba tradicionalmente los gastos de la festividad del patrón.
GASPAR DEL AGUILA TALLO LA IMAGEN DE SAN ROQUE EN SEVILLA
Gaspar del Águila (c. 1538-c. 1602), el pintor Vasco Pereira, autor de La Anunciación de la Parroquia de San Juan de Marchena (c. 1536-1609) y el dorador Andrés Morín realizaron un retablo e imagen de San Roque en el templo de San Sebastián de Sevilla, que fue la ermita del cementerio de clérigos del cabildo catedral luego convertido en cementerio municipal del Prado de San Sebastián clausurado en 1852.
La imagen de San Roque del cementerio de Marchena se está restaurando actualmente en el IAPH y se desconoce su autor.
En las cuentas que, el 12 de febrero de 1579, de Luis Ponce, canónigo de la catedral, visitador del templo de San Sebastián de Sevilla se constata que la imagen de San Roque fue tallada por Gaspar del Águila, que cobró por ella 30 ducados.
La autoría del retablo no se cita, sólo se indica que se pagaron “al entallador” 280 reales “por toda la talla del retablo que lo mandaron los terceros”. Por su parte, Vasco Pereira realizó “todo lo que está en el retablo de pinzel”, recibiendo por ello 440 reales. La actuación del pintor entendemos que se limitó a la policromía y estofado de los elementos arquitectónicos.
La Anunciación de Vasco Pereira en la Iglesia de San Juan de Marchena.
El cementerio nació en el S. XVIII alrededor de la ermita de San Roque
San Roque se había convertido desde el siglo XV en un santo muy popular como abogado contra las
epidemias. Esta facultad protectora situó la devoción de San Roque casi en paralelo a la de San Sebastián, e hizo que en muchos lugares se les rindiera culto conjunto.
Fiestas de San Sebastián en Extremadura
FUENTES:
La Parroquia de San Sebastian de Marchena. Manuel Antonio Ramos.
Actualidad
“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad
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10 horas agoon
7 abril, 2025
Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.
Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.
María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.
Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad. “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.
“Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar.
“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”.
Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.
Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.
Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.
“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.
El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.
Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.
Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.
Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.
Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.
La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.
María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.
Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado. María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras.
“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.
El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.
Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.
Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.
Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.
Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.
El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.
En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.
Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.
Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.
Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.
María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.
Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.
Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.
No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.
La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.
El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.
En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal.
La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”.
“El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.
En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.
María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.
Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.
Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.
Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.
En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.
La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.
Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.
Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.
Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.
“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.
No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.
Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.
Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.
Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.
“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.
Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.
En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.
De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.
Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.
Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”
En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.
Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.
No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.
Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.
El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.
La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.
“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.
La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”
La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.
Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.
“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.
El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.
No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.
Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.
Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.
Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.
Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.
Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.
Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.
Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”
La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.
Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.
No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.
Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.
María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.
Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.
“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.
Dulce Nombre
El Dulce Nombre de Jesús en la provincia sevilana: un paso alegórico de excepcional valor histórico
Published
1 día agoon
5 abril, 2025
Dentro de la Semana Santa andaluza contemporánea, los pasos del Niño Jesús con la cruz al hombro son verdaderas rarezas históricas. El Dulce Nombre de Jesús es uno de los escasos y hermosos ejemplos de paso alegórico que procesiona en la Semana Santa andaluza.
Nacida en la encrucijada de la devoción medieval al Nombre de Jesús y el fervor contrarreformista, la devoción al Dulce Nombre evolucionó desde un Niño triunfante a un Niño penitente, reflejando las sensibilidades teológicas de cada época. En Andalucía, su difusión estuvo ligada a las cofradías del Dulce Nombre fundadas en el siglo XVI, y alcanzó un arraigo especial en Sevilla y sus pueblos,
El caso de Estepa, junto con el de Marchena, demuestra que la iconografía del Niño con la cruz no cayó totalmente en desuso en Andalucía, aunque sí se hizo excepcional. Ambas cofradías supieron adaptarse a los tiempos: integraron la devoción infantil en la liturgia de la Pasión de manera creativa y defendieron su continuidad cuando en otros lugares se abandonaba.
Origen de la iconografía: del Niño Triunfante al Niño de Pasión
Durante la segunda mitad del siglo XVI, se propagó la devoción al Dulce Nombre de Jesús, promovida por la Orden de Predicadores (Dominicos) y respaldada por un motu proprio del papa Pío V en su afán de combatir la blasfemia y fomentar la reverencia al nombre de Jesús, animó la creación de cofradías bajo esta advocación, típicamente asociadas a conventos dominicos.
La primera representación fue el grabado flamenco que circulaban por Europa a fines del XVI del artista Hieronymus (Jerónimo) Wierix representando al Infante Jesús portando la cruz y los instrumentos de la Pasión tuvieron gran influencia.
Ya a finales del siglo XVI se documentan imágenes procesionales del Niño Jesús portando la cruz en contextos de Semana Santa. Un ejemplo temprano lo ofrece Sevilla: la Hermandad de la Quinta Angustia contaba con una imagen del Dulce Nombre de Jesús que llegó a procesionar en días de Pasión. Aquella imagen sevillana, atribuida con fundamento al escultor Jerónimo Hernández (activo hacia 1580-1590), se considera uno de los primeros modelos escultóricos de esta iconografía en Andalucía.
La primera etapa de esta iconografía muestra al Niño Jesús como “Rey de Reyes” triunfante, a menudo de pie sobre un globo terráqueo (Niño de la Bola) y bendiciendo con la mano derecha.
Sin embargo, sería hacia mediados del siglo XVI en adelante cuando se cristaliza la imagen explícita del Niño pasionista: Jesús niño cargando una cruz de madera (generalmente desproporcionada a su tamaño infantil) y a veces abrazando los demás instrumentos de la Pasión, con expresión doliente. Esta evolución estuvo fuertemente incentivada por la sensibilidad de la Contrarreforma.
Del olvido al resurgimiento
Esta representación visual de la antítesis divina –Dios-niño cargando el instrumento del suplicio– ilustra magistralmente la paradoja cristiana de un Dios omnipotente que se hace débil y sufre por amor. En palabras de Ángel Peña, es la imagen de “la paradoja de Dios como niño”, el Verbo infinito que, nacido pequeño y frágil, “es llevado en el vientre de María” y carga con la cruz de nuestra salvación.
Podemos situar su apogeo entre la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII, coincidiendo con el Barroco triunfante. Hacia el siglo XVIII seguía vigente, aunque empezó a decaer en algunos lugares por influjo del neoclasicismo y las reformas ilustradas (menos inclinados a las alegorías dramáticas).
Dulce Nombre de Osuna.
La inclinación ilustrada del siglo XVIII y los cambios de gusto del siglo XIX –más proclive a una imaginería realista de la Pasión histórica– hicieron que la estampa del Niño cargando la cruz pareciera anacrónica o excesivamente alegórica para algunos. Así, en Sevilla capital ninguna cofradía de Semana Santa mantiene hoy un paso de Niño Jesús (la Quinta Angustia lo dejó de sacar en 1931, y lo mismo ocurrió en la mayoría de poblaciones.
Con el tiempo, muchas hermandades del Dulce Nombre evolucionaron o se fusionaron con cofradías de la Pasión más centradas en Cristo adulto o en la Virgen, relegando al Niño Jesús a cultos internos, procesiones menores (como las de la festividad del Nombre de Jesús en enero, o del Corpus Christi), o incluso desapareciendo de la práctica devocional pública.
A lo largo del XIX, muchas de estas imágenes dejaron de salir en Semana Santa –pensemos que es la época en que se configuran muchas cofradías tal como hoy las conocemos, a menudo descartando elementos no puramente evangélicos–. Sin embargo, la devoción al Niño Jesús no desapareció, sino que se replegó a fiestas navideñas o del Corpus.
Solo en localidades muy apegadas a sus tradiciones (como Marchena y Estepa) se mantuvo en el centro de la Semana Santa. Tras la crisis e interrupciones que supusieron la invasión napoleónica, la desamortización e incluso la II República, estas dos hermandades lograron reanudar su culto.
Entrado el siglo XXI, lejos de diluirse, han visto un renovado interés histórico-cultural hacia su patrimonio. Incluso en otras ciudades andaluzas se han rescatado pequeñas procesiones de Niños Jesús (por ejemplo, en Cádiz la Hermandad de la Humildad y Paciencia organiza desde 2020 la procesión de un Niño Jesús de la Pasión cada 3 de enero, y en Córdoba la Hermandad de la Estrella realizó en 2025 la primera salida de un Dulce Nombre de Jesús en décadas.
El motivo teológico central es la prefiguración. Así como en el relato evangélico el anciano Simeón anuncia, con el Niño Jesús en brazos, que ese niño será “signo de contradicción” y que una espada de dolor atravesará el alma de María (Lc 2,34-35), la iconografía del Niño con la cruz visualiza anticipadamente ese “espada” de la Pasión.
Durante el período de su mayor difusión (siglos XVI-XVII), esta iconografía tuvo también una finalidad pedagógica y emotiva muy acorde con la espiritualidad barroca. Al fiel sencillo le resultaba más fácil conmoverse e identificarse ante un Niño sufriente que ante un Cristo adulto y glorioso. Era una manera de humanizar al máximo la figura de Jesús.
Asimismo, estas cofradías del Dulce Nombre buscaban inculcar profundo respeto al nombre de Jesús y a los misterios de su vida. No es casual que muchas tuvieran carácter penitencial-sacramental: promovían la confesión, la comunión frecuente y la reparación por las blasfemias, todo bajo la mirada inocente del Niño Redentor.
La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena
La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena es una de las cofradías más antiguas dedicadas a esta advocación en Andalucía, del siglo XVI. Marchena tenía dos hermandades del Dulce Nombre: una en el convento de Santo Domingo y otra en la parroquia de San Sebastián, lo que refleja la pugna común en la época entre las cofradías promovidas por órdenes religiosas (Dominicos) y las fundadas por la feligresía local. En 1566 ya existe constancia escrita de la hermandad parroquial de San Sebastián, pero sus reglas más antiguas conocidas fueron aprobadas en 1599 en Écija si bien la actual representación del Niño procede del siglo XVIII.

El catedrático e historiador Hernández Díaz se la adjudicó la talla del Dulce Nmbre a Juan de Oviedo (c.1600), mientras investigaciones más recientes apuntan a que podría ser obra del barroco pleno, tal vez del taller de José Montes de Oca (primer tercio del XVIII), por similitudes estilísticas. Lleva cruz plateada al hombro, de plata de ley de la primera mitad del XVIII, ricamente decorada con hasta 30 cartelas grabadas con símbolos de la Pasión.
La imagen va sobre una espectacular peana procesional conocida popularmente como la “piña barroca”: un templete dorado tallado hacia 1720, con profusión de ángeles, querubines y roleos, y en cuyos cuatro frentes aparecen los Evangelistas narrando la escena de Jesús entre los doctores.
Aquella ocasión marcó un hito: poco después, la hermandad decidió vender el Crucificado que poseía y centrar su culto penitencial en el Niño Jesús, que desde entonces comenzó a procesionar cada Jueves Santo.

El Dulce Nombre de Estepa


Hermandad del Dulce Nombre de Osuna



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Bibliografía:
-
Ángel Peña Martín, “Del pesebre a la cruz. El Niño Jesús crucificado”, en Symposium: Revista de la Facultad de Teología (U. Navarra), nº 4, 2008, pp. 735-754.
-
Gloria Martínez Leiva, “El Niño de la Pasión, una escultura de Alonso Cano en Madrid”, blog Investigart, 10/11/2014.
-
Diego J. Geniz, “Semana Santa de Marchena. La cruz más dulce”, en Diario de Sevilla, 03/03/2021.
-
Redacción ABC Sevilla, “El Dulce Nombre de Jesús, el simbolismo de un niño”, en ABC – Pasión en Sevilla, 04/04/2023
-
Redacción ABC Sevilla, “El Dulce Nombre de Marchena sale de forma extraordinaria…”, en ABC – Pasión en Sevilla, 25/10/2024
-
Juan Antonio Sánchez López, “Contenidos emblemáticos de la iconografía del Niño de Pasión”, en Claves mágicas de la religiosidad barroca, Universidad de Málaga, 2007.
-
Manuel Jesús Roldán, “La historia de la Semana Santa de Sevilla según sus pasos alegóricos”, en In ri Información, 2020. (Recuperado de archivos de la Hdad. de la Quinta Angustia)
-
Portal Dialnet: varios artículos sobre la imaginería del Niño Jesús (especial atención a trabajos sobre Murillo y Montañés).
-
Archivo General del Arzobispado de Sevilla: Reglas de la Hermandad del Dulce Nombre de Marchena, copia de 1599 (inédita, referenciada en Ramos, Parroquia de San Sebastián de Marchena.
Actualidad
Agenda cofrade: Presentado el primer cartel de la Semana Santa de Marchena 2025
Published
2 meses agoon
20 febrero, 2025
Hoy se ha presentado el primer cartel editado por la tertulia cofrade Esto Es Así, en un acto en Arenal Copas. La imagen elegida es una instantánea de Gonzalo Lora, que representa la Urna del Cristo Yacente de Marchena, obra atribuida a Jerónimo Hernández. La fotografía está tomada en la zona del Casino Cultural, por los Cantillos.
El Martes 25 de febrero a las 19:00 h en el Casino Cultural: presentación del cartel de Semana Santa «A esta es 2025», obra de Joaquín Márquez Rodríguez.
El Miércoles de Ceniza (5 de marzo) será la presentación del cartel de la tertulia cofrade El Llamador en su sede. El ganador del concurso es Enrique Gallardo Ponce.
El 5 de marzo arranca la programación de «El Llamador» para la Cuaresma 2025
AGENDA COFRADE DE MARCHENA
TRASLADO DE SAN ISIDRO
La Hermandad de San Isidro Labrador de Marchena celebrará el próximo sábado, 1 de marzo, una Santa Misa de Acción de Gracias en la Iglesia de Santo Domingo. La eucaristía, que dará comienzo a las 19:00 horas, estará presidida por el Rvdo. Sr. D. Daniel Mariño Barragán, párroco de San Miguel y director espiritual de la hermandad.
Tras la misa, a las 20:00 horas, tendrá lugar el Solemne Traslado de San Isidro Labrador, titular de la hermandad. La imagen partirá desde la Iglesia de Santo Domingo y recorrerá diversas calles del municipio, pasando por Rojas Marcos, San Pedro, Sevilla y Plaza del Padre Javier, hasta su entrada en la Parroquia de San Miguel Arcángel.
REAPERTURA DE SAN MIGUEL
La Iglesia de San Miguel en Marchena reabrirá sus puertas el domingo 2 de marzo de 2025, tras finalizar las obras de restauración en su techumbre. Para celebrar la reapertura del templo, se oficiará una Misa de Acción de Gracias el mismo domingo 2 de marzo, a las 19:00 horas, presidida por el párroco y director espiritual de la hermandad, el Rvdo. Sr. D. Daniel Mariño Barragán.
Con motivo de esta reapertura, la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno realizará el traslado de sus imágenes desde la sede provisional en la calle San Miguel 47 hasta su sede canónica en la Iglesia de San Miguel. Este solemne traslado está programado para el viernes 28 de febrero de 2025, a las 18:00 horas.
Fechas de la vuelta de las hermandades y asociaciones a San Miguel tras el fin de las obras
VIACRUCIS DE LA VERACRUZ EL 8 DE MARZO
La Hermandad de la Santa Vera Cruz y Nuestra Señora de la Esperanza de Marchena organiza anualmente, el primer viernes de Cuaresma, un solemne Vía Crucis por las calles del barrio de San Juan. Este acto de profunda devoción se ha convertido en una tradición arraigada en la comunidad, congregando a numerosos fieles que acompañan al Señor de la Santa Vera Cruz en su recorrido.
El Vía Crucis suele dar inicio a las 21:00 horas, partiendo desde la Capilla de la Vera Cruz.
CERTAMEN DE BANDAS DULCE NOMBRE
Marchena acogerá el II Concierto de Marchas Procesionales a beneficio de Cáritas y Adismar
El próximo sábado 15 de marzo, a partir de las 13:00 horas, el Auditorio «La Princesa» de Marchena será el escenario del II Concierto de Marchas Procesionales, organizado por la Agrupación Musical Dulce Nombre de Jesús. Este evento solidario busca recaudar fondos a beneficio de Cáritas Marchena y de la asociación Adismar.
VIACRUCIS DE LA HUMILDAD
La Hermandad del Señor de la Humildad y Paciencia de Marchena convoca a fieles y devotos a participar en el Solemne Vía Crucis que se celebrará el próximo viernes 21 de marzo, coincidiendo con el tercer viernes de Cuaresma. La cita tendrá lugar a las 21:00 horas en la Iglesia de Santa Clara, desde donde partirá el recorrido procesional.
El itinerario del Vía Crucis llevará la venerada imagen por distintas calles de la localidad, siguiendo el siguiente trayecto: Iglesia de Santa Clara, Orgaz, Cid, Niño Marchena, Olmedo, Harina, Ldo. Manuel Calderón, Rojas Lobo, Hermoso, Gudiel, San Sebastián, Capilla de la Vera Cruz, San Francisco, Manuel Rojas Marcos, Santo Domingo, Antonia Díaz, Santa Clara e Iglesia de Santa Clara.
Actualidad
Horarios y recorrido de la salida extraordinaria del Dulce Nombre este Sábado
Published
6 meses agoon
23 octubre, 2024
El próximo fin de semana Marchena celebra el 425 aniversario de la Hermandad del Dulce Nombre de Jesús, con la salida extraordinaria de la imagen del Dulce Nombre, que recorrerá las calles del municipio el sábado 26 de octubre, a partir de las 16:30 horas.
Esta será la culminación de meses de actividades conmemorativas organizadas por la hermandad, y en la que la música tendrá un papel destacado gracias a la participación de la Agrupación Musical Dulce Nombre de Jesús de Marchena.
La agrupación musical Dulce Nombre de Jesús, con más de 45 años de historia, protagonizará como preludio musical el viernes 25 de octubre, una jornada de puertas abiertas que reunirá a más de 220 músicos, de distintas bandas locales y provinciales, en un pasacalles que recorrerá las principales arterias de Marchena.
El pasacalles del viernes comenzará en la Avenida de la Constitución, subiendo por la Calle San Sebastián, hasta llegar a la Plazuela de San Sebastián, en un recorrido que durará aproximadamente dos horas. El recorrido es Avenida de la Constitución, San Sebastián, Rojas Marcos, Huerta Gavira, Las Torres, San Pedro, Santa Clara. Correos, Plazuela de San Sebastián.
Además el viernes 25 de octubre podrá verse en San Sebastián un concierto en que podremos ver la música que sonaba los cortejos procesionales del siglo XVI a las 20:30 horas, seguido por la llegada de la Agrupación Musical Dulce Nombre de Jesús a las 22:00 horas.
A las 20.30 horas será el concierto “Sacra Musicae”, músicas procesionales para cortejos penitenciales del S. XVI del grupo Ministriles Hispalensis, enmarcado en los 425 años del Dulce Nombre ya que esta música de ministriles era la que sonaba tras las imágenes de Marchena en el siglo XVI.
El 26 de octubre la procesión extraordinaria del Dulce Nombre recorrerá a partir de las 16:30 las calles Obispo Salvador Barrera, San Sebastián, Marcos Ruiz, Cantareros, Huerta Gavira, José María Rojas Lobo, Lic. Manuel Calderón Oviedo, Harinas, Olmedo, Niño de Marchena, Cid, Obispo Salvador Barrera, Santa Clara, Sevilla, San Agustín, San Miguel, Plaza Padre Alvarado, Manuel Rojas Marcos, Antonia Díaz, Santo Domingo, Manuel Rojas Marcos, Las Torres, Plaza de San Andrés, Gudiel, Hermoso, Huerta Gavira, Plaza de San Sebastián, Miguel de Mañara, Plaza del Dulce Nombre – Entrada (23:00 horas aprox.).
A la llegada del Dulce Nombre a la Plaza de San sebastián toará la Banda Villa de Marchena acompañada del coro de la Virgen de la Piedad.
ACTOS POSTERIORES
21 de noviembre: Fiesta de presentación de Nuestra Señora en el templo con función a la Santísima Virgen y devoto besamano a las 20:00 horas, oficiada por Ignacio Jiménez Sánchez.
22 de noviembre: Conferencia sobre la advocación del Dulcísimo Nombre de Jesús a las 20:30 horas por Ramón de la Campa Carmona.
23 al 24 de noviembre: Solemne y devoto besamano a la Santísima Virgen.
23 de octubre: Rezo meditado del Santo Rosario a las 18:30 horas con la intervención del coro de la Piedad.
29 de octubre: Misa en sufragio de los hermanos fallecidos a las 20:30 horas.
14 de diciembre: Conferencia sobre seis grandes figuras en la espiritualidad de Jesús a las 20:30 horas por Manuel Orta Gotor.
2 de enero: Homenaje musical y celebración de la Eucaristía con vísperas y procesión claustral a las 18:00 horas, seguida de los Gozos al Dulcísimo Nombre de Jesús a las 21:00 horas con luminarias y repique de campanas, acompañados por la Agrupación Musical Dulce Nombre.
Actualidad
La hermandad del Dulce Nombre anuncia su V Concurso de Christmas Infantil
Published
1 año agoon
20 noviembre, 2023
La Hermandad del Dulce Nombre ha dado a conocer las bases de su quinta edición del Concurso de Christmas, dirigido a los hermanos de la hermandad con edades comprendidas entre los 7 y 13 años.
Este año, el tema central será “El Nacimiento de Jesús”, invitando a los jóvenes artistas a expresar su visión de este momento tan significativo a través de sus dibujos. Los participantes deberán presentar sus obras en formato A4, y se admite cualquier técnica artística manual, desde lápices de colores hasta acuarelas y rotuladores. Se hace especial énfasis en que los trabajos deben ser hechos a mano, descalificando cualquier obra realizada por medios digitales.
El jurado, compuesto por representantes de la Hermandad y personal cualificado en las artes plásticas, valorará la creatividad, el manejo del color y la técnica, entre otros criterios. Se ha establecido que los resultados se darán a conocer el 12 de diciembre a través de las redes sociales de la Hermandad y la entrega de premios se realizará el 22 de diciembre, coincidiendo con la visita del Emissario de Sus Majestades Los Reyes Magos de Oriente.
Los premios incluyen el Primer Premio del Christmas Navideño, que consiste en una imagen valorada en 30€ en material deportivo, 2 entradas en Cine Planeles, y un lote de chuches. Además, habrá un Segundo Premio y detalles para todos los participantes. Todas las obras se publicarán en la página de Facebook de la Hermandad, dando a los participantes una plataforma para compartir su arte con la comunidad.
La Hermandad invita a todos los jóvenes hermanos a participar en este evento que combina fe, tradición y creatividad, y espera con ilusión la interpretación infantil del nacimiento de Jesucristo en esta temporada navideña.
Actualidad
Hermandad del Dulce Nombre de Marchena celebrará 425 años de sus primera reglas
Published
1 año agoon
10 noviembre, 2023
La Hermandad del Dulce Nombre de Jesús de Marchena, prepara un programa conmemorativo con motivo del 425 aniversario de la aprobación de sus reglas más antiguas. El programa, que se desarrollará en el año 2024, contará con diferentes actos aunque la hermandad aun no ha especificado de qué actividades se trata.
El objetivo de este programa conmemorativo es dar a conocer la historia y la importancia de esta hermandad, que es una de las más antiguas y representativas de Marchena.
En Agosto de 1566, la hermandad solicitó al provisor del arzobispado de Sevilla permiso para construir una capilla a las espaldas de la iglesia parroquial de San Sebastián. En esa solicitud, la hermandad afirma que ya tenía diez años de existencia, pero que no conservaba las reglas originales. Por tanto, se cree que la hermandad pudo ser fundada en 1555 o, como muy tarde, en 1565.
A lo largo de sus más de cuatro siglos de historia, la hermandad ha desempeñado un importante papel en la vida religiosa, asistencial y social de Marchena. Próximamente la Hermandad dará más detalles sobre esta celebración.
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