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Humildad

Peña Flamenca y Hermandad de la Humildad organizan un homenaje a «El Nazareno»

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La Peña Flamenca de Marchena y la Hermandad de la Humildad organizan de forma conjunta la primera exaltación de la Saeta y Homenaje a Miguel El Nazareno que será en la sede de la Peña el 10 de Marzo a las 9,30 Horas con entrada gratis.

En este acto el director de la Escuela de Saetas del Señor de la Humildad, Roberto Narváez realizará una conferencia explicada con cantos, sobre la evolución de la Saeta desde sus inicios como canto con reminiscencias monacales que se observan en las cuartas y quintas de Jesús Nazareno y Cristo de San Pedro,  hasta su configuración como cante flamenco en el XIX que podemos ver en las carceleras de la Soledad.

En este acto participarán los alumnos de la Escuela de Saetas del Señor de la Humildad ilustrando las palabras de Roberto Narváez con sus cantes.

La saeta antigua de Marchena conserva diez estilos propios y autóctonos, transmitidas por tadición oral por la Escuela de Saetas Señor de la Humildad, la primera de España en ser creada. Estas saetas antiguas se llaman según el numero de versos cuartas, quintas o carceleras que aun se cantan hoy día, serían llevados desde Marchena a la ciudad de Sevilla donde se mezcló con los aires flamencos que componen la saeta actual.

Aún hoy la tradición saetera de Marchena sigue nutriendo a Sevilla, a través de las escuelas de saetas de Marchena que fue el germen de la escuela de Saetas de la Hermandad de la Cena.

Las quintas y sextas del Cristo de San Pedro S. XVII es la Saeta mas antigua de España conservada según Roberto Narváez director de la Escuela de Saetas de Marchena. Tienen una entonación llana que la emparentan con el canto gregoriano. Cuando se termina de cantar cada saeta no se aplaude sino que se menciona el nombre del titular de la hermandad.

Las cuartas de Jesus Nazareno de Marchena las cantaban los nazarenos de la cofradia que en vez de cirios llevan unas tablas pintadas contando de forma ordenada la Pasion, al igual que las saetas.

En Mairena la saeta más antigua se llama saetas de Marín cuyo origen es el siglo XIX y las cantaba Marín el Viejo allá por el último tercio del siglo pasado. También en este siglo nacen las cuartas del Señor de la Humildad de Marchena.

La llamada saeta «revoleá» de Mairena es oriunda de Marchena, donde ya no se canta realizada por Marín el Cantaor el primero en interpretarla. En Paradas la antigua saeta nace en el S XIX.

También en el XIX nacen las saetas carceleras de Marchena que tienen tres estilos y las cantaban los presos al paso de la Soledad por la puerta de la cárcel. Hay varios estilos de carceleras en Marchena, la carcelera y las moleeras.

 

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Actualidad

“Ahora madre, entiendo tu manto”: María Hurtado conmueve a Marchena con un pregón tejido de fe, memoria y verdad

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Hay instantes en los que las palabras rompen en lágrimas, y otros en los que se hacen carne en los corazones de quienes las escuchan. Este domingo, en el templo abarrotado de San Juan, María Hurtado Bellido no ofreció solo un pregón. Abrió el pecho, remangó el alma y se colocó su túnica morada, no de tela, sino de verbo. Fue el atril su cruz, y la voz, la guía de una Marchena que ya huele a cera y azahar.

Desde la primera palabra hasta el último amén, María no dejó a nadie fuera. Habló a los cofrades y a los descreídos, a los que rezan cantando y a los que esperan en silencio. No lo hizo desde la superioridad, sino desde el suelo gastado de quien ha caminado todos los Viernes Santos. Su pregón fue, como dijo en sus propias palabras, “una levantá inmortal hacia ese balcón del cielo que brilla de manera perpetua en nuestros corazones”.

María habló con voz de nieta, de madre, de hermana y de Verónica. Recordó aquel año 2013 cuando cumplió su sueño de salir en la mañana del Viernes Santo y, justo ese día, su abuela Conchita partió al cielo. “Ese día no fue un día más en tu vida, María. Tu abuela también había cumplido un sueño”.

 Desde el primer instante, quiso comenzar donde todo empieza: en la Caridad.  “Herederos del buen Miguel Mañara”, recordó María, “con más de 375 años del aniversario de su fundación, han amparado al desamparado cada Domingo de Ramos, cuando el sol brilla sobre nuestros cuerpos”. Y evocó con una intensidad casi litúrgica el gesto solemne de esos hermanos de riguroso luto que, “caracterizados por un brazalete azul donde portan su escudo y una actitud seria propia de los más prudentes”, acompañan el féretro con una fidelidad inquebrantable. Para la pregonera, no se trata solo de una procesión: “Podemos escuchar uno de los sonidos más característicos del Domingo de Ramos: la esquila que acompaña el féretro que portan sus hermanos en el discurrir desde Milagrosa hacia San Sebastián”.

 “Hermano de la Santa Caridad, a medida que escuches más de cerca el sonido de esa campanita, más próximo estará el momento de que seas tú el siguiente en tocarla”, proclamó, con una ternura que solo la experiencia puede dar. 

“No hay banda, ni palio, ni palmas, ni claveles. Hay cera, hay cruz, hay compostura”, dijo, reivindicando lo esencial. Porque si en otras cofradías hay esplendor, en esta hay hondura. “La Santa Caridad no necesita pregón. Su ejemplo habla por ella”. Pero ella lo dio. Y lo dio bien. Con voz emocionada, recordó que “esta hermandad no solo desfila: acompaña, consuela, acoge, vela a los que parten y reza por los que quedan”. 

 Para María, la Caridad es más que una cofradía: es la raíz misma del Evangelio. “Hay hermandades que brillan con luz de cera, otras con luz de plata… pero la Santa Caridad brilla con la luz del servicio”. Por eso, su agradecimiento fue explícito, sin rodeos: “Gracias por cuidar a los que ya no están, a los que sufren, a los que nadie ve”.

Y cerró su evocación con la mirada puesta en lo eterno: “El Domingo de Ramos comienza con muerte, pero no con desesperanza. Ellos nos enseñan que todo final es también comienzo”. Por eso, “esta levantá va por todos los directores espirituales que nos acompañan durante todo el año a través de los cultos para alimentar nuestra fe”, y también por aquellos que, como los hermanos de la Caridad, “trabajan sin descanso para hacer visible lo invisible”.

Y así nos llevó a su infancia, cuando, con la impaciencia desbordada, pedía a su padre que la llevara a San Agustín. “Papá, venga, vamos ya para arriba que sale la Borriquita”, recordaba con una sonrisa casi infantil. Allí, entre la expectación del templo y el nervio en la garganta, aguardaba ese instante único en que se abren las puertas y comienza la vida pública del Señor. “Allí esperando al momento de mayor tensión, pues el miedo a esas edades no existe. Papá, que están de rodillas, que están desmontando el paso, que están bajando al Señor…”.

“Abrir el paso. Os traigo la salvación”, proclamó María, haciendo suyas las palabras de un Dios que se baja del cielo para jugar con sus hijos. “Es muy sencillo: escucharme y acompañarme. Acercaros a mí. Soy nuestro Padre Jesús de la Paz, montado en una borriquita, y vengo a salvar al pueblo de Marchena”.

El pregón se convirtió entonces en catequesis para los pequeños, en voz materna que susurra esperanza: “Niños y niñas de este pueblo, id a vuestras casas, corred la voz, que salgan todos a verme. Avisad a vuestras abuelas, que todos se vistan con sus mejores galas. A vuestros padres, decidles que os dejen estar por la calle junto a mí, que no pasa nada. Es el día de la Paz en Marchena”. Porque este día no es solo un comienzo litúrgico: es un renacer espiritual, un estallido de fe que convierte las calles en una nueva Jerusalén.

Con ternura dirigió esas palabras también a sus propios hijos: “Jesús y Jorge, hijos míos, ¿habéis escuchado el mensaje que el mismo Dios que ha bajado a la tierra ha dicho? Confiad, tened fe y amad desinteresadamente. Poneos en sus manos y agarrad fuerte esas ramitas de olivo que tienen la savia de la salvación. No las soltéis y no olvidéis llevarlas cada año después de misa a vuestras casas. Ponedle el lacito que más os guste, pero amarradla bien fuerte: tiene que durar todo un año”.

Desde ese instante del pregón, Marchena entera se vio montada en ese pollino, como si cada palmo de calle fuera una nueva bienvenida al Hijo de Dios. Y en la voz de María resonó el gozo de quien ha aprendido que la infancia no es una etapa, sino un don espiritual. Porque cada vez que sale la Borriquita, los que fuimos niños volvemos a serlo.

Y así, con la paz como estandarte, María nos recordó que la Semana Santa no empieza el Domingo de Ramos. Empieza mucho antes, en las miradas limpias de los niños, en los altares de cartón, en la rama de olivo que tiembla al viento… Y en el corazón que se prepara, año tras año, para volver a decir: “Papá, venga, que sale la Borriquita”.

Hay imágenes que no necesitan música para conmover, ni lágrimas para hablar. Basta con su andar sereno. Así es la Virgen de la Palma en la voz y en el corazón de María Hurtado, que la evocó en su pregón con la reverencia de quien ha sentido su consuelo tras la estrechez de la vida. “Madre de la Palma, eres madre de los que viven en acción de gracias. Llénanos este bonito día de algarabía”, dijo, iniciando con una súplica jubilosa lo que muy pronto se convirtió en letanía de devoción.

La estrechez del cancel de su iglesia fue imagen del alma que se prepara para acoger lo inmenso. “Tras la estrechez, aparece la calma. Palma, después de tu salida el pueblo impaciente te espera. El cancel está abierto. Comienza la Semana Grande y con ella uno de los mensajes: Dios aprieta, pero no ahoga”. Y en esa imagen de puertas que se abren está el símbolo del alma que se ensancha, del pueblo que espera, del milagro que comienza.

María supo captar ese contraste entre el rostro sereno y la hondura del mensaje. “¿Qué hay en tu mirada, Palma? ¿Dónde escondes tus lágrimas?”, se preguntaba, y cada palabra parecía buscar cobijo entre los entrevarales de ese palio que, año tras año, vuelve a tejer la esperanza con hilo de oro. “Los entrevarales son como los barrotes de las ventanas: están hechos para asomarnos a verte”, dijo, con una sencillez estremecedora.

Cuando el alma se arrodilla y el cuerpo detiene su prisa, es porque el Señor de la Humildad ha pasado.  María Hurtado, en su pregón de la Semana Santa de 2025, no solo recordó la escena; la vivió de nuevo con la emoción intacta y la convirtió en espejo de tantas vidas marcheneras. 

“Señor de la Humildad, una escuela de paciencia nos das”. Una lección aprendida en silencio, en los días lentos, en las noches largas, en los hospitales y en las salas de espera, donde “tus fieles desesperan sentado, como tú, en la piedra dura de la vida intentando comprender su rumbo”.

El Señor de la Humildad se convierte así en compañero de viaje, en intercesor del que no tiene fuerzas, en consuelo del que no entiende. “Junto a ti visitéis los hospitales, la residencia, las salas de espera…”. El lenguaje se volvió íntimo, casi confidencial. El tono del pregón descendió al susurro, al tú a tú de quien habla con su Dios en lo más profundo del alma.

Pero no se detuvo ahí. María hiló esta devoción con otra tradición muy marchenera: la saeta. “Una escuela de saetas, esa en la que se enseña a orar con una entonación que nunca falla, la que se canta desde el alma, la que está orada desde la autenticidad y con un pregón de un ángel desde ese balcón que sagrado parece estar afinado de año en año”. La saeta no es aquí un adorno musical, sino una plegaria que se eleva como incienso desde los balcones al cielo.

Hablar del Señor de la Humildad, es hablar de una enseñanza sin estridencias, de un ejemplo que no necesita alarde, de una presencia que sana sin tocar. “Regresa a tu templo con tu centuria detrás y no dejes nuestras vidas nunca en el azar. Pues hágase según tu voluntad”, concluyó María, dejando la oración como última palabra, como única respuesta posible ante el misterio de un Dios que se detiene para mirar al hombre desde su mismo nivel.

Hay una esquina de Marchena donde cada primavera se mece una novicia entre naranjos y flores. La Virgen de los Dolores no camina sola: la acompañan los suspiros de generaciones que han buscado en su rostro el consuelo a penas antiguas y recientes. María Hurtado lo expresó con palabras suaves y estremecidas, con la devoción de quien sabe que el dolor, cuando se ofrece, también puede ser redentor. “En el barrio de Santa Clara hay una Virgen con una mirada infinita y suplicante hacia el firmamento”, dijo. Y con esa frase abrió la puerta de un convento que es también refugio del alma.

Ella está “con un pañuelo colgando que casi te lo da si se lo pides”. Esa imagen sencilla –una mano tendida, un paño dispuesto a secar lágrimas ajenas– resume siglos de devoción popular. “Está esperándonos para consolar esas lágrimas que seguro que hoy no saben a sal, pues ya se ha encargado ella de quitarles ese mineral”.

El peso del pueblo está en ese pañuelo. “¿Cómo podemos pedirte tanto?”, se preguntó la pregonera, con una humildad desarmante. “¿Qué cansada tienes que acabar cada Miércoles Santo? ¿Cuánto pesa ese pañuelo sobre el que has absorbido todos los dolores de tu pueblo?”. Es la maternidad espiritual llevada al extremo: una madre que recoge, que escucha, que carga con lo que los demás no pueden.

En esa noche silenciosa de primavera, María reconoció que “madre dolorosa, es normal que mires al cielo en busca de tu consuelo”, pero le pidió algo más: “Baja tu mirada, que tus hijos queremos quitar la daga que atraviesa tu corazón, esa que profetizó el viejo Simeón”.

Hay nombres que se pronuncian con ternura. Nombres que no pesan, que no hieren, que no exigen. El de Jesús, cuando es niño, se dice con la suavidad con la que se acaricia un recuerdo, con la delicadeza con la que se habla de la infancia. Así lo proclamó María Hurtado en su pregón, elevando al Dulce Nombre de Jesús a la altura de un símbolo universal de consuelo y fortaleza: “Dulce Nombre de Jesús, siento la incongruencia de tu pronombre: ¿cómo puede ser dulce el que sabe, con tan pronta edad, lo que le espera?”.

Y sin embargo, lo es. Porque en ese rostro de niño con mirada sabia se concentra la ternura de Dios encarnado. “Tu nombre es dulce, y eso se refleja en la miel de tus labios”, dijo María, evocando la imagen de un Jesús que no teme, que se ofrece, que se entrega desde su inocencia.

Hablar del Dulce Nombre es hablar del primer asombro, del descubrimiento infantil de lo sagrado. “Aún recuerdo cómo te miraba de niña a niño”, confesó la pregonera. “Me fijaba en la pequeña crucecita de plata, la misma que después en madera yo portaría el Viernes Santo por las mismas calles que tú habías pisado”. Esa coincidencia entre la mirada del pasado y la vivencia del presente unió en una sola emoción a la niña que fue y a la mujer que ahora pregonaba.

María comprendió la paradoja de este Niño-Dios, que a pesar de su aparente fragilidad “tiene una mente de un diamante irrompible hacia el amor más puro y brillante que existe: el amor de Dios”. En esa contradicción entre niñez y divinidad, entre dulzura y sufrimiento, reside la grandeza de su imagen, y así lo expresó con una ternura que emocionó a todo el templo: “No llores, Dulce Nombre de Jesús, que todos los niños y niñas de tu pueblo te están mirando, te están ayudando”.

Y con un gesto de esperanza, selló el legado de generaciones: “Hoy los costaleros que te llevan son los mismos niños ya hechos hombres, y con la ayuda de tus ángeles, a pulso te elevarán al mismo cielo”.

Desde lo alto de una azotea, en un rincón que roza el cielo, una niña lanzaba su primera petalá sin saber que estaba sembrando una devoción que años más tarde haría florecer con palabras. Así nacía el amor de María Hurtado por la Virgen de la Piedad. “Desde la azotea de Cayetano veía de pequeña la salida del Dulce Nombre y desde allí también le ofrecía una petalá a la Virgen de la Piedad”, confesó con voz de memoria emocionada.

No hay calle en Marchena más silenciosa que aquella por la que pasa la Virgen de la Piedad. No hay rincón más íntimo que su paso lento, medido, donde todo parece pararse para dejar que el pueblo respire su consuelo. “Si te mecen, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de que puedas andar”, proclamó María, poniendo en boca del pueblo ese susurro que se convierte en plegaria cuando Ella aparece.

La oración siguió fluyendo, tejida como los bordados de su manto: “Si te levantan al cielo, déjate llevar, Piedad es la manera de hacerte volar”. Porque esta Virgen no solo camina, no solo llora: se eleva. La eleva su pueblo, que la sostiene con amor callado, la mece con ternura infinita. “Si te rezan en silencio, déjate llevar, Piedad es nuestra manera de tus penas quitar”.

El Jueves Santo en Marchena no comienza en el reloj, sino en el corazón de quienes esperan que se abra el portón franciscano. De allí sale cada año, envuelto en lirios morados y recogimiento, el Cristo de la Santa y Vera Cruz, llevando consigo la memoria de generaciones que han hecho de este paso una oración viva. María Hurtado, con la emoción serena que da el amor antiguo, abrió su evocación con una confesión sincera: “Cuando habla mi corazón de la Vera Cruz, habla de recuerdos, sobre todo aquellos que guardo con un cariño muy especial”.

En su niñez, María deseaba ser costalera, pero en aquellos años no se podía. Así que se conformaba “con ir a los ensayos y llevar la radio”, porque lo importante no era el rol, sino estar cerca del Señor que camina entre sombras y cal. 

La Vera Cruz, para María, no es una cofradía más: es la cofradía de su familia materna los Bellidos. Ess casa el Jueves Santo se convertía en una casa hermandad, «donde las túnicas de mis primos estaban muy bien colgadas y planchadas en los muebles del salón de cada casa”. 

 “El Jueves Santo en Marchena todo parece transformarse”, proclamó la pregonera. “La noche se oscurece, el cielo comienza a eclipsarse ante tu inminente muerte. Se abre un portón en la capilla franciscana, donde en el cancel espera un nazareno que porta esa peculiar cruz de guía”.

En ese momento, Marchena se vuelve un templo al aire libre. “Suena cornetas y tambores y una rampa de madera sobre la que rachean suavemente con un poco de cuerpo a tierra”, y Él baja “camino del barrio más monumental, entre esquinas que se retuercen, muy padeciente, coronado de espinas y la sangre derramada”. La marcha no es música, es latido; la cera no es luz, es lágrima; y el paso no es madera, es altar: “Una elegante levantá a pulso siempre te eleva, esas trabajaderas sagradas que rachean suavemente y que rezan sin parar en una noche que parece que no tiene final”.

María describió el instante en que la silueta del Cristo se proyecta sobre las paredes blancas del barrio, como una aparición: “De repente, por las paredes encaladas previamente, una silueta se refleja del Señor que pasa por tu casa. Verte. ¡Cuánta elegancia hay en tu barrio! ¡Qué silencio tan solemne!”. Porque si algo distingue a la Vera Cruz es el recogimiento que envuelve su discurrir, la sobriedad que no necesita ornamento, el rezo callado que no exige respuesta.

Hay nombres que no se pronuncian, se respiran. Nombres que no hacen falta decir en voz alta porque ya viven en el corazón. Así es la Esperanza en Marchena: no necesita presentaciones ni alardes. Basta con mirarla para entender por qué su manto verde no es un color cualquiera. “Dicen que el color de la Esperanza no es un verde normal”, explicó María Hurtado. “A mí me recuerda al verde del mar”. Pero no a un mar en calma, sino al mar que lucha, al que no se rinde. “El mar revuelto, ese que arrastra toda la arena del fondo cuando rompe la ola, justo ese es el color”.

Así la sintió la pregonera desde niña. No como un símbolo decorativo, sino como una necesidad vital. “La Esperanza te tripula para poder navegar, allá en tu fondo más profundo que te arranca el alma sin avisar”. Y como quien se aferra a una tabla en mitad del naufragio, elevó su canto: “Cuando la mar esté revuelta, a cara a cara mírala: es la Esperanza la que te salva de la deriva en alta mar”.

Por eso, la Esperanza de Marchena no es simplemente bella. “No vas a ser bella, Esperanza, tienes que serlo por necesidad”. Porque cada mirada busca en Ella una respuesta, un consuelo, un sí o un no que cambie el rumbo de una vida. “Sino, ¿cómo te miramos esperando encontrar la respuesta a ese sí o a ese no que ansiamos escuchar?”.

En esa mezcla de ternura y fortaleza, María fue desgranando su oración íntima: “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar cuando la ves pasar, va demostrando un no sé qué que te sacia cuando se va”. Porque verla no basta. Se necesita, se ansía, se espera. “Bella es la Esperanza que de verde tiñes el mar del que anhela encontrar los vaivenes de la vida que aparecen cuando no los sabemos tolerar”.

La pregonera describió con palabras sentidas esa conexión íntima entre la Virgen y su pueblo, donde cada uno lanza plegarias en silencio. “Miras para abajo, para nuestros ojos encontrar esas plegarias que te lanzamos y que en ti la respuesta está”. Y entonces se comprende que Ella, coronada y serena, no está solo para embellecer una calle, sino para sostener un alma. “Bella es la Esperanza, esa que porta alfajín de Capitán General y coronada está, la que navega sobre un palio estrellado hecho de terciopelo y plata, impregnada en nazar, y llevas más de 20 años siendo Reina de Marchena, de la cristiandad y de todo el mar”.

Hay imágenes que no se nombran sin estremecerse. Y en Marchena, si hay un nombre que agita las entrañas del pueblo entero, ese es el de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El Señor que no se menciona, se reza; el que no se mira, se sigue; el que no se explica, se siente. Y eso hizo María Hurtado: sentir. “¿En serio? ¿No me lo puedo creer? ¿Y ahora qué hago?”, se preguntaba recordando el instante en que se encontró frente a Él, tras veinte años de espera en una lista “que parece ser eterna para ponerme por un instante frente a ti, cara a cara”.

Su voz, que tantas veces se quebró a lo largo del pregón, pareció quebrarse aún más cuando pronunció esas palabras: “Ese día no sabía si hablarte desde mi tristeza o desde el agradecimiento”. Porque el día que María se revistió de Verónica fue el mismo día en que su abuela Conchita se despidió de este mundo. Y no, no fue casualidad. “Tú decidiste que yo, vestida de Verónica, justo ese día ascendiera a ti”.

Aquella escena no fue solo un rito ni un sueño cumplido: fue un abrazo entre generaciones, un gesto de la Providencia. “Tu rostro yo limpiar o tú el mío. A mí no podía estar nerviosa ese día, solo quería hablar contigo y que me explicaras qué es lo que pasaría”. Y en ese diálogo íntimo entre nieta y Señor, entre túnica morada y paño blanco, se selló una alianza de vida entera.

“No vi a mi abuela desde el balcón viendo pasar a su nieta, sino que fui yo la que la acerqué a ti al balcón infinito del cielo”. Y en ese gesto, María comprendió algo esencial: que cuando Dios está por medio, no hay casualidades, solo misterios que se revelan con amor.

No es extraño que su camino nazareno lo viva como una misión. “Por eso camino descalza y de morado, desde San Miguel, cuando las puertas están de par en par, un Viernes Santo de madrugada, bajo un cielo estremecido de gargantas que se rompen a rezar”. Porque seguir a Jesús Nazareno no es solo vestir la túnica: es descalzarse del mundo, entregarse sin medida, fundirse en cada chicotá con el latido de su pueblo.

Con la emoción contenida de quien ha sentido esa madrugada en la piel, fue relatando cada recoveco del recorrido, cada paso que Él da por las calles de Marchena. “Bajo una luna llena primaveral, camino descalza y de morado, siguiendo una cruz de guía bajando de la Rabal”. Esas calles, que de día son barrio, en su paso se hacen santuario: Plazuela del Topo, calle Estudio, calle Sevilla, San Sebastián, Milagrosa, Santa Clara… “Calle Sevilla, que no sube, que reza por la paz bajo una palma merced y pilar”.

Y en ese discurrir lento, fatigado, arrastrando la cruz, María descubre que no solo camina Jesús. Camina el pueblo entero con Él, cada cual con su herida, cada cual con su fe. “Camino descalza y de morado hasta llegar al más sagrado altar del Monumento, donde está Jesucristo ya no muerto, sino vivo”. Porque Jesús no cae, se arrodilla. No se cansa, se entrega. “Tú que caminas, tú que no te paras, tú que no te cansas y el que nos miras cara a cara”.

Hay lágrimas que no se ven, pero que mojan por dentro. Lágrimas de sal y de silencio, de fe y de desahogo. Lágrimas como las de María Santísima de las Lágrimas, que no brotan solo de sus ojos tallados, sino de todos los que la miran. María Hurtado, con la emoción desbordada, se dirigió a Ella no como pregonera, sino como hija, como mujer, como madre, como alguien que un día descubrió que aquellas manos abiertas no solo recogían súplicas: también sostenían vidas.

“Virgen de las Lágrimas, tengo que pedirte perdón por haberte dado de lado durante tantos años”, confesó con humildad, reconociendo que sus miradas y sentimientos “se concentraban en tu Hijo primero”. Pero la vida, con su manera extraña de ponernos en nuestro sitio, hizo que fuese precisamente Ella quien la tomara de la mano en uno de los momentos más íntimos y reveladores. “Me pusieron junto a ti. Mejor dicho, en tus manos. Siempre abiertas se quedaron desde entonces, como hacen todas las madres”.

Ese instante, que quedó “fosilizado” en el corazón cofrade de la pregonera, ocurrió cuando estaba embarazada de su hijo Jorge. “Con uno de mis hijos en mi vientre pude acompañarte al son de la misma marcha que hoy aquí ha acontecido: Amarguras, Fondeanta”. La misma marcha que abría el pregón y que ahora regresaba para abrazar la memoria de aquella noche. “Lo admito: estaba algo triste de no poder hacer mi estación de penitencia ese año. Aunque lo intenté, me puse mi túnica, pero solo aguanté hasta pasar el arco”.

En su interior, una vida latía, y afuera, otra Vida —la de la Virgen— se desbordaba en compasión. “Qué mágicos son los momentos”, dijo, cuando, “a la voz de un Jorge costalero al mando de su capatá, daba voz a otro Jorge, el de mis adentros”. Porque no todas las lágrimas son de tristeza, y María supo reconocerlo: “También las hay de agradecerte, Virgen de las Lágrimas, que tu amargura se desvanece y la vida resurge al pasar y verte”.

De ese dolor hecho belleza brotó una descripción que conmovió a todo el templo: “Ahora, Madre, entiendo tu manto. Tu manto azul, de azul cobalto. No va a ser de otro color si está lleno de penas y de llanto”. Un manto que no cubre solo una imagen, sino que arropa a todo un pueblo. “Lo llenas tanto y tanto que es el océano de Marchena cada Viernes Santo”.

Y como ola tras ola, sus palabras se hicieron poesía. “Ahora, Madre, entiendo tu manto: de Nazarenos ahogados entre el dolor acumulado de los porrazos que la vida te golpea cuando menos estás preparado”. Ese manto, dijo, recoge las lágrimas de las madres que luchan en silencio, “de las que los vaivenes del día a día te consumen más todavía y esperan a verte para desahogar su agonía”.

Hay imágenes que parecen detenidas en el tiempo. Y otras que, aunque inertes, respiran. El Santísimo Cristo de San Pedro no camina, pero avanza en el alma de quien lo contempla. Así lo vio María Hurtado cuando, con la voz encogida, narró su primer reencuentro con Él al saber que sería pregonera: “¿Cómo no sentir ese dolor, Santísimo Cristo de San Pedro, al verte pasar a través de las calles estrechas, donde el silencio se rompe con el crujir de tu madera y el rachear del esparto sobre el suelo desgastado, al eco de tu ‘Miserere’ y entonaciones de quintas y sextas?”

En ese momento, lo esencial no fue hablar, sino ver. “La primera hermandad que fui a visitar fue esta”, confesó, “y ¿qué vi? Vi a ese Cristo que está allí, a lo lejos, en Santo Domingo, fundido en madera. Madera convertida en talla. Talla traducida a vida”. Porque en Marchena, el arte no es adorno, sino dogma: las imágenes respiran y sangran, y el Cristo de San Pedro es prueba de ello.

Fue en una visita posterior cuando la pregonera se atrevió a mirarlo desde más cerca, desde abajo, desde sus pies. Y en ese ángulo inédito descubrió una dimensión hasta entonces desconocida: “Tuve el atrevimiento de acercarme y, desde ese ángulo, pude percatarme de algo que jamás vi en la tarde del Viernes Santo: la dureza que padeciste. Tus manos moradas, tus brazos estirados, tus piernas fatigadas, tus pies ensangrentados y tu rostro, Señor, desfigurado”.

No lo dijo con aspavientos, sino con la seriedad de quien ha tocado el dolor. “Parece que vives, aunque estás recién muerto”, sentenció. Porque en el Cristo de San Pedro no hay dulzura ni calma, sino el espanto contenido de una muerte real. Y eso fue lo que más conmovió a María: la crudeza.

Recordó, entonces, aquella última vez que Marchena lo vio por sus calles, en andas y sin dosel, y comprendió por qué sus hermanos quisieron bordarle un dosel de terciopelo que disimulara las heridas: “Tuvieron que mandar hacer tal reliquia para que se pudieran disimular tus lesiones, tu frialdad, tus traumatismos, tus llagas y esa mirada perdida en busca de consuelo”.

El dosel, entendido como refugio, no como adorno. “Todo, Señor, para salvar a tu pueblo”. Porque no hay ornamento más sagrado que el que envuelve el sufrimiento. María lo entendió y lo explicó con una claridad conmovedora: ese dosel no es sólo belleza, es compasión. Un escudo bordado frente al horror.

La noche del Viernes Santo no se apaga del todo mientras quede encendida la mirada de una madre. Y en Marchena, esa madre tiene un nombre: María Santísima de las Angustias. A Ella se dirigió María Hurtado con un susurro convertido en plegaria, con ese respeto que sólo se puede tener hacia quien lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue en pie.

“Madre, aunque eres modelo y maestra de la fe, me ha costado enfrentarme a ti”, comenzó diciendo. No porque no la amara, sino porque representa aquello que a nadie le gusta atravesar: “Representas una de las advocaciones que menos queremos sentir en nuestras vidas: la angustia, el temor, el miedo, la desesperación”.

La pregonera imaginó su dolor no desde la distancia, sino como hija, como madre, como mujer. Y se preguntó con temblor en la voz: “¿Qué día tan largo tuviste que pasar? ¿Cuál fue el más duro? ¿Su condena? ¿Las burlas? ¿Ver cómo caminaba y caía con la cruz? ¿Ver cómo lo crucificaban? ¿O tenerlo de nuevo entre tus brazos ya sin vida?”

La escena es desgarradora. Y María no la suavizó, no la embelleció con palabras vacías. Fue al centro del abismo, al instante exacto en el que la Virgen recoge a su Hijo muerto. “Ya no hay mayor espanto, pues llegó el instante. La palabra está cumplida. La muerte ha discurrido por las calles. Tu hijo, crucificado, ya sin dolor, esperando la salvación, su resurrección”.

Cada palabra fue tallada con lágrimas. “Madre, en esta noche teñida de luto, donde las calles de Marchena han intercambiado luces por sombras y el silencio se ha apoderado del murmullo, la cera de tus nazarenos va llorando por el suelo”. Esa cera que llora, como tú, como todos.

“Seis lágrimas de angustia resbalan por tu bello y blanquecino rostro, donde el sofoco del pánico que debiste sufrir le dan color a tu mejilla”, continuó, como quien ha sostenido la imagen entre las manos y ha sentido el temblor del alma. “Madre de negro y pálido corazón, aunque sintieras en tu garganta ese nudo que te hace callar, aunque sintieras en tu alma ese dolor que te ahoga aún más, aunque sintieras en tu corazón cien puñales al hincar… angustias más desamparadas quisieran los marcheneros quitar”.

El Sábado Santo en Marchena no es una noche de duelo, sino un umbral. Y ese umbral tiene forma de paso: el Santo Entierro, el “resumen del que todo lo consume”, como lo definió María Hurtado, con el corazón lleno y la voz hecha incienso. Porque tras la muerte, dijo, “es el poliedro perfecto, donde Cristo yacente, descendido de la cruz, triunfante, duerme por poco tiempo”.

No habló sólo del silencio ni de la solemnidad, sino del milagro tallado en madera. “Si hubiese sabido tu escultor, Jerónimo Hernández, que luego vendría un Guzmán Bejarano para dejarnos perplejos ante tan majestuosa obra, no se lo hubiese imaginado. Nada falta, Señor”. Y es que ese paso no es un paso: es un retablo andante que late con cada zancada.

Es un libro abierto, con capítulos de oro y lirios morados. “Es un retablo abierto que camina entre decorados con lirios pasionantes, que van haciendo justicia ante tu paso”. En sus esquinas, las cuatro esquinas del mundo: “¿Quién no ha mirado a sus esquinas, con sus evangelistas? A San Lucas, acompañado con la fuerza del toro. A San Marcos, con el poder del león. A San Juan, con el águila que todo lo divisa. O a San Mateo, con ese ángel que nos aguarda”.

Y allí, en el vértice de todo, en el centro geométrico de la fe, está Él: “Sí, porque en el vértice, en el extremo de tu poliedro, Señor, estás una vez más tú, transformado en polígono, para que podamos vivir a través de ti”. Un paso que, al avanzar, no pisa, sino que flota. “Da igual que subas a toda prisa con un izquierdo que rachea por el susurrar del paso del tiempo, ante un suelo desgastado y unas paredes que, si hablaran, Señor, quizás no seguirían en pie”.

Marchena no sólo lo contempla, lo acompaña. Y Él, a su vez, la guía en su ascenso hacia la esperanza. “Sigue subiendo hacia la mota más alta y atraviesa esa puerta medieval, esa que nos acerca más de ti, pues tu fe nos guía”.

Pero no va solo. Le siguen las que no fallan nunca. “Seguido de tus tres Marías: Salomé, Magdalena, María Cleofás, y la Verónica, que nos muestra tu Santa Faz”. Son ellas las custodias del silencio, las guardianas de ese cuerpo que duerme, pero que no ha muerto del todo.

Y María lo proclama con la certeza de quien lo ha sentido en carne viva: “Santo Entierro, que no te hemos enterrado. Que a tu sepulcro te hemos acompañado solo para que vuelvas a vivir, ahora sí, toda la eternidad”.

Cuando ya la Semana Santa declina, cuando las túnicas se guardan y el silencio vuelve a tomar las calles, una figura sigue en pie. Es la Virgen de la Soledad, coronada de estrellas, sostenida por la oración de un pueblo entero que, aunque la llama sola, nunca la deja sola.

Así la describió María Hurtado, con ese respeto que sólo se profesa a lo que es eterno. “Madre, eres modelo de amor, y das todo aunque te duela”, comenzó, en un tono de íntima veneración. “¿Cómo te llaman Soledad, con un pueblo que te corona y que sola no te deja estar?”

La contradicción de tu nombre no hace sino subrayar el consuelo que repartes. “Te llaman Soledad, pero en tu tiro te cobijan y no te dejan escapar. Te llaman Soledad, pero eres la madre de todos los marcheneros”, afirmó la pregonera, recogiendo ese anhelo callado que acompaña a tantos en la noche más honda del año.

Hay instantes que sólo Marchena entiende. Uno de ellos ocurre bajo tu palio, cuando los cirios titilan y las bambalinas tiemblan. María no lo dejó pasar: “¿Capatá, qué se siente cogiendo ese llamador de plata? ¿Dónde están puestas todas las plegarias de un pueblo? Saber que en ti está la voz que hace que los milagros se cumplan”.

No son versos, son verdades de fe. “Cuántos rezos de madre desconsolada hacia la madre de Marchena, Soledad Coronada”. Madres que encuentran en ti un espejo, un refugio, un bálsamo. Porque tú, aunque rota, sigues de pie. Porque tú, aunque te llamen Soledad, estás acompañada de todas las mujeres de Marchena: “baja, acordonada por mujeres que sola no te van a dejar, vestidas de manto y que no paran de rezar”.

Tu palio es más que orfebrería, es un cielo tangible. “Tu palio repleto de estrellas relucientes entre una palmera muy ducal que tiene siete hojas, una por cada hermandad”, dijo María, hilando historia, estética y símbolo en una sola imagen. “Tus bambalinas son lunas que se mecen sin parar, camino de ese sepulcro que vacío dicen que está”.

María nos lleva al instante último de tu tránsito por las calles, allí donde los adioses se pronuncian sin voz. “Soledad, abre un poco esas manos, déjalas de apretar, que desde mi ventana te lanzo una plegaria más. Recíbela: de cariño es igual de importante que las demás, pero esta tiene más peso. No, no es para mí. Es para quien tú ya sabes”.

Y en ese gesto final, en ese cerrar de manos, María Hurtado depositó el anhelo más profundo de todos: salud para quienes luchan. “No te olvides, Soledad, a por otro año de salud para los que están”. Porque si alguien puede guardar ese deseo, eres tú, que llevas siglos custodiando el dolor, la esperanza y la fe de Marchena.

“Cierra tus manos. El secreto dicho está. ¡Viva la Soledad Coronada! ¡Viva María sin pecado original!”. Con esa exclamación concluyó María su ofrenda, con el corazón en vilo y los ojos húmedos de quien ha comprendido que la Soledad no es ausencia, sino compañía fiel hasta el final.

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Hermandades

Primer quinario del Señor de la Humildad del 24 al 28 de Marzo

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La Capilla de Santa Clara acogerá del 24 al 28 de marzo el Solemne Quinario en honor al Señor de la Humildad a las 20:30 h. con la predicación de José Tomás Montes Álvarez, Vicario Episcopal de la zona Este de la Archidiócesis de Sevilla y párroco de Dos Hermanas.

El sábado 29 de marzo tendrá lugar la Función Principal de Instituto, presidida por el Rvdo. P. D. Manuel Chaparro Vera, párroco de San Juan y San Sebastián y director espiritual de la Hermandad. Durante la misma se realizará la Protestación de Fe.

Ya en abril, el día 11, Viernes de Dolores, se celebrará una misa solemne en honor a la Virgen de los Dolores, con los pasos ya entronizados, como preparación para la estación de penitencia.

Como culmen de este itinerario espiritual, el Miércoles Santo, 16 de abril, a las 19:00 h., la Hermandad realizará su Estación de Penitencia, acto principal de culto externo, en un ambiente de fervor y recogimiento que marca uno de los momentos más esperados de la Semana Santa marchenera.

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Actualidad

La Hermandad de la Humildad celebrará por vez primera una Quinario al señor del 24 al 29 de Marzo

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La Hermandad de la Humildad de Marchena ha dado a conocer su calendario de cultos y actos para el mes de marzo con una intensa programación que marcará el camino hacia la Semana Santa. 

El Miércoles de Ceniza el 5 de marzo con una misa en la Parroquia de San Sebastián a las 19 horas además los días 10 11 y 12 de marzo se llevará a cabo la petición presencial de papeletas de sitio en horario de 19 a 21 horas

El primer viernes de Cuaresma el 7 de marzo tendrá lugar un vía crucis en Santa Clara a las 20 horas con la participación de acólitos, coro, Escuela de Saetas, hermanos costaleros y romanos.

Ese mismo fin de semana del 7 al 9 de Marzo, se realizarán los primeros ensayos de costaleros del Señor de la Humildad y de la Virgen de los Dolores, así como de los romanos. El viernes, 14 de marzo se celebrará la misa de hermandad a las 20 horas y al finalizar se desarrollará un Vía Crucis privado organizado por el Grupo Joven.

Durante el fin de semana del 14 al 16 se llevará a cabo el segundo ensayo de costaleros del Señor de la Humildad y la Virgen de los Dolores, así como el ensayo de los romanos. El viernes 21 de Marzo, tercer viernes de Cuaresma, tendrá lugar el primer vía crucis del Señor de la Humildad y Paciencia recorriendo las calles del pueblo mientras que el sábado 22 se realizará el ensayo general de romanos.

Uno de los momentos más importantes del mes será el primer quinario en honor de Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia que se celebrará del lunes 24 al sábado 29 de Marzo, y el Miércoles 26 se hará entrega de un reconocimiento a la saetera decana de la Semana Santa 2025 doña Carmen Carmona Moraza.

El jueves 27 tendrá lugar la presentación de los niños ante los Sagrados Titulares y el sábado 29 la Función Principal de Instituto y la Solemne Protestación de Fe comenzando a las 20 30 horas con el rezo del Santo Rosario

El Domingo 30 de marzo se realizará la mudá del Paso Misterio y del Paso de Palio dando así los últimos pasos en la preparación de la estación de penitencia de la Hermandad de la Humildad.

Abril comienza con el reparto de papeletas de sitio los días martes 1 miércoles 2 y jueves 3 de abril en horario de 19 a 21 horas permitiendo a los hermanos asegurarse su participación en la estación de penitencia

El viernes 4 de abril se celebra el Quinto Viernes de Cuaresma con un vía crucis a las 20 horas en el que participa la Junta de Gobierno además ese mismo día se llevará a cabo el Cabildo General Ordinario de Cultos y Salida a las 20 45 horas en primera convocatoria y a las 21 horas en segunda convocatoria

El viernes 11 de abril conocido como Viernes de Dolores se celebrará la Misa Solemne en Honor a la Virgen de los Dolores ante los Sagrados Titulares entronizados en sus respectivos pasos procesionales esta misa servirá como preparación espiritual para la Estación de Penitencia.

El domingo 13 de abril Domingo de Ramos se llevará a cabo la procesión de Palmas y Ramos con salida desde la Iglesia de Santa Clara a las 11 30 horas en dirección a la Parroquia de San Sebastián donde se proclamará la Pasión del Señor.

El martes 15 de abril Martes Santo se abre el período de presentación de candidaturas a Hermano Mayor que se extenderá hasta el 15 de mayo.

El miércoles 16 de abril Miércoles Santo será una jornada clave con la visita y veneración a las Sagradas Imágenes en sus pasos procesionales en horario de 11 a 14 horas a las 12 horas se rezará el Ángelus seguido del rezo del Santo Rosario por la noche a las 20 horas se llevará a cabo la Estación de Penitencia.

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Actualidad

Agenda cofrade: Presentado el primer cartel de la Semana Santa de Marchena 2025

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Hoy se ha presentado el primer cartel editado por la tertulia cofrade Esto Es Así, en un acto en Arenal Copas. La imagen elegida es una instantánea de Gonzalo Lora, que representa la Urna del Cristo Yacente de Marchena, obra atribuida a Jerónimo Hernández. La fotografía está tomada en la zona del Casino Cultural, por los Cantillos.

El Martes 25 de febrero a las 19:00 h en el Casino Cultural: presentación del cartel de Semana Santa «A esta es 2025», obra de Joaquín Márquez Rodríguez.

El Miércoles de Ceniza (5 de marzo) será la presentación del cartel de la tertulia cofrade El Llamador en su sede. El ganador del concurso es Enrique Gallardo Ponce. 

El 5 de marzo arranca la programación de «El Llamador» para la Cuaresma 2025

AGENDA COFRADE DE MARCHENA

TRASLADO DE SAN ISIDRO

La Hermandad de San Isidro Labrador de Marchena celebrará el próximo sábado, 1 de marzo, una Santa Misa de Acción de Gracias en la Iglesia de Santo Domingo. La eucaristía, que dará comienzo a las 19:00 horas, estará presidida por el Rvdo. Sr. D. Daniel Mariño Barragán, párroco de San Miguel y director espiritual de la hermandad.

Tras la misa, a las 20:00 horas, tendrá lugar el Solemne Traslado de San Isidro Labrador, titular de la hermandad. La imagen partirá desde la Iglesia de Santo Domingo y recorrerá diversas calles del municipio, pasando por Rojas Marcos, San Pedro, Sevilla y Plaza del Padre Javier, hasta su entrada en la Parroquia de San Miguel Arcángel.

REAPERTURA DE SAN MIGUEL 

La Iglesia de San Miguel en Marchena reabrirá sus puertas el domingo 2 de marzo de 2025, tras finalizar las obras de restauración en su techumbre. Para celebrar la reapertura del templo, se oficiará una Misa de Acción de Gracias el mismo domingo 2 de marzo, a las 19:00 horas, presidida por el párroco y director espiritual de la hermandad, el Rvdo. Sr. D. Daniel Mariño Barragán.

Con motivo de esta reapertura, la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno realizará el traslado de sus imágenes desde la sede provisional en la calle San Miguel 47 hasta su sede canónica en la Iglesia de San Miguel. Este solemne traslado está programado para el viernes 28 de febrero de 2025, a las 18:00 horas.

Fechas de la vuelta de las hermandades y asociaciones a San Miguel tras el fin de las obras

VIACRUCIS DE LA VERACRUZ EL 8 DE MARZO

La Hermandad de la Santa Vera Cruz y Nuestra Señora de la Esperanza de Marchena organiza anualmente, el primer viernes de Cuaresma, un solemne Vía Crucis por las calles del barrio de San Juan. Este acto de profunda devoción se ha convertido en una tradición arraigada en la comunidad, congregando a numerosos fieles que acompañan al Señor de la Santa Vera Cruz en su recorrido.

El Vía Crucis suele dar inicio a las 21:00 horas, partiendo desde la Capilla de la Vera Cruz.

CERTAMEN DE BANDAS DULCE NOMBRE

Marchena acogerá el II Concierto de Marchas Procesionales a beneficio de Cáritas y Adismar

El próximo sábado 15 de marzo, a partir de las 13:00 horas, el Auditorio «La Princesa» de Marchena será el escenario del II Concierto de Marchas Procesionales, organizado por la Agrupación Musical Dulce Nombre de Jesús. Este evento solidario busca recaudar fondos a beneficio de Cáritas Marchena y de la asociación Adismar.

VIACRUCIS DE LA HUMILDAD

La Hermandad del Señor de la Humildad y Paciencia de Marchena convoca a fieles y devotos a participar en el Solemne Vía Crucis que se celebrará el próximo viernes 21 de marzo, coincidiendo con el tercer viernes de Cuaresma. La cita tendrá lugar a las 21:00 horas en la Iglesia de Santa Clara, desde donde partirá el recorrido procesional.

El itinerario del Vía Crucis llevará la venerada imagen por distintas calles de la localidad, siguiendo el siguiente trayecto: Iglesia de Santa Clara, Orgaz, Cid, Niño Marchena, Olmedo, Harina, Ldo. Manuel Calderón, Rojas Lobo, Hermoso, Gudiel, San Sebastián, Capilla de la Vera Cruz, San Francisco, Manuel Rojas Marcos, Santo Domingo, Antonia Díaz, Santa Clara e Iglesia de Santa Clara.

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Actualidad

Este sábado se presenta en Santa Clara el nuevo curso de la escuela de Saetas Señor de la Humildad

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La Hermandad de Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia, Nuestra Señora de los Dolores y Santa Clara de Asís anuncia el inicio del XXXVI Curso de la Escuela de Saetas Señor de la Humildad.

El acto inaugural se celebrará el 25 de enero de 2025 a las 17:00 horas en la Capilla de Santa Clara, donde se recibirá a los nuevos alumnos con una merienda y un cálido recibimiento.

Las clases comenzarán oficialmente el sábado 1 de febrero de 2025. Todos los interesados en formar parte de esta escuela de saetas aún están a tiempo de inscribirse asistiendo al acto de apertura.

Como en ediciones anteriores, la escuela invita a todas las personas interesadas en conocer y aprender la Saeta Marchenera a asistir a esta jornada informativa o a contactar con algún miembro de la escuela. Si fuese necesario, se organizarán grupos por niveles y horarios para garantizar que todos los alumnos puedan participar y aprender los distintos estilos de Saetas Marcheneras.

Además, en las próximas semanas, la Escuela de Saetas anunciará el nombre del Saetero/a Decano de la Semana Santa 2025, quien será homenajeado durante los cultos del Quinario al Señor de la Humildad y Paciencia.

Carmen Carmona Moraza, nombrada Saetera Decana de la Semana Santa 2025 en Marchena

La Hermandad de Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia, Nuestra Señora de los Dolores y Santa Clara de Asís, ha emitido un comunicado oficial este 16 de enero de 2025, anunciando el nombramiento de Dña. Carmen Carmona Moraza como Saetera Decana de la Semana Santa 2025.

El reconocimiento se le entregará en un acto solemne que tendrá lugar el próximo miércoles 26 de marzo, durante el Quinario dedicado a Nuestro Padre y Señor de la Humildad y Paciencia. Este nombramiento destaca la trayectoria y el compromiso de Carmen Carmona con la saeta, un arte tan arraigado en la tradición de la Semana Santa de Marchena.

La Escuela de Saetas Señor de la Humildad, promotora de esta distinción, rinde así homenaje a una figura clave en la difusión y preservación de este canto de profunda devoción.

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Actualidad

El origen de las Vírgenes negras y su simbología medieval

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La Virgen de Montserrat es una de las vírgenes negras más veneradas. La leyenda dice que la imagen fue encontrada en el año 880 por unos niños pastores tras ver una luz en la montaña. Posteriormente, se construyó un monasterio.
 El himno oficial dedicado a la Virgen de Montserrat es el «Virolai», también conocido como «Rosa d’abril, Morena de la serra». Fue escrito por Jacint Verdaguer, un sacerdote y poeta catalán del siglo XIX. Este himno es especialmente popular durante las festividades y celebraciones en honor a la virgen.
La relación entre las figuras de las vírgenes y elementos naturales como montañas o ríos es un tema recurrente en el culto mariano y tiene raíces profundas en la historia religiosa y cultural de muchas regiones. Esta conexión a menudo simboliza la intersección entre lo divino y el mundo natural, destacando el papel de María como un puente entre el cielo y la tierra.
La Virgen de Montserrat, conocida como «La Moreneta», está intrínsecamente ligada a la montaña de Montserrat en Cataluña, España. Según la leyenda, la imagen fue hallada en una cueva de esta montaña. La montaña misma, con sus formaciones rocosas únicas y su presencia imponente, se considera un lugar de espiritualidad y contemplación.
La montaña misma es vista como un lugar de retiro espiritual, un sitio donde lo divino se manifiesta en la tierra. Montserrat, con sus picos serrados y vistas impresionantes, se percibe como un lugar donde el cielo y la tierra se encuentran, haciendo de la montaña un lugar perfecto para el monasterio y el santuario de la Virgen.
Virgen de la Cabeza

La romería de la Virgen de la Cabeza se celebra cada año el último domingo de abril. En 2024, el último domingo de abril cae el día 28. Esta fecha es especialmente significativa para los devotos, ya que se reúnen en el cerro del Cabezo en Andújar, Jaén, para honrar a la Virgen de la Cabeza en uno de los eventos de peregrinación más antiguos y concurridos de España. La festividad incluye procesiones, misas, y actividades culturales que atraen a miles de peregrinos cada año.

La tradición cuenta que en 1227, un pastor llamado Juan Alonso de Rivas experimentó una aparición mariana mientras buscaba a uno de sus toros perdidos en la montaña. Según la leyenda, la Virgen María se le apareció en la cumbre del cerro del Cabezo y le pidió que construyera un santuario en ese lugar. Este hecho milagroso es el núcleo de la devoción a la Virgen de la Cabeza. Desde 1245 esta cofradia tuvo hermandades por lo que se considera la primera y más antigua romería andaluza. 
El Cerro del Cabezo: La Virgen de la Cabeza es venerada en el cerro del Cabezo en Andújar, en la provincia de Jaén. Según la tradición, la Virgen se apareció en la cumbre de este cerro a un pastor en el siglo XIII, quien luego encontró una imagen de María en el mismo lugar.
Conexión con la Naturaleza: El cerro del Cabezo, como un elemento natural prominente en la región, es considerado un sitio de milagros y manifestaciones marianas. La romería anual a este cerro es uno de los eventos religiosos más importantes de la zona, atrayendo a miles de devotos que suben al cerro como parte de su peregrinación espiritual.
Que exista una virgen negra en Marchena (Virgen del Buen Suceso, de Santa Clara) fechada según la documentación disponible, y a falta de estudios más profundos, en torno a 1600, es «interesante por anacrónico, las cosas nunca son por casualidad y quien encarga la imagen tiene la clara intención de mantener la simbología de las  vírgenes negras» según Hernández Lázaro.
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Antonio Hernández Lázaro, más conocido por su libro «El paso de palio» acaba de publicar en Almuzara un estudio sobre «Las vírgenes negras del sur» y su rica simbología que según su autor es producto del sincretismo religioso y cultural donde se plasman las diosas madre mediterráneas, Isis, Astarté, Cibeles. Traídas a Europa por los templarios e impulsadas por los tolerantes  benedictinos y cluniacenses se difunden en el medievo por el camino de Santiago y en Andalucía emergen con la reconquista.
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Prohibidas por la iglesia tras el fin de los templarios, las vírgenes negras proliferaron por Europa medieval hasta el siglo XIV (Montserrat, Merced de Jerez, Regla, V. de la Cabeza. Guadalupe, Atocha) y luego desaparecen, inlcuso algunas vírgenes que fueron negras fueron pintadas de blanco, según el autor como Consolación de Utrera, de la que se tienen datos escritos que fue negra según Hernández Lázaro. Además no descarta que las patronas de Ecija y Carmona hubiesen sido negras alguna vez.
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«En España las vírgenes negras que hay después de esa fecha son un homenaje a la simbología medieval» aclara, mientras indica que sólo tienen un componente étnico las vírgenes negras que van a América del Sur o Filipinas.
 Según Juan Morales Sastres la virgen negra o Virgen del Buen Suceso llegó a Marchena en torno a 1600.   Alonso Angel de Jesús, vecino de Madrid, hizo tres imágenes iguales, y soñó que debía regalar una al Convento de Santa Clara de Marchena y aquí la trajo colocándola en el altar Mayor sobre el Sagrario, donde estuvo hasta hace poco. 
LA VIRGEN DEL BUEN SUCESO
La Virgen del Buen Suceso se hizo famosa en Madrid después de aparecérsele en 1607 en una cueva a Gabriel de Fontanet y Guillermo Martínez cuando iban a Roma a pedir al papa licencia para fundar la orden de los obregones con la que atender los hospitales madrileños asolados por la peste. El papa cuando oyó la noticia de la aparición de la Virgen dijo «qué buen suceso» y así bautizaron a la imagen.  En 1611 instalan la imagen en un hospital madrileño.
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Virgen del Buen Suceso en Marchena 

La Virgen se hace famosa en Madrid y su devoción se extiende por toda España.  Bernardino de Obregón, fundador de esta orden atendió a Felipe II en su última enfermedad y murió de peste negra el 6 de agosto de 1599. En Sevilla la orden de los Obregones funda su hospital con el nombre de Buen Suceso en 1637 y una cofradía del mismo nombre ese año.
En 1618 la expedicióm de Bartolomé García de Nodal, llevaba dos carabelas: Nuestra Señora del Buen Suceso y Nuestra Señora de Atocha, descubriendo Tierra de Fuego y dando nombre allí a una bahía como Buen Suceso. Antes, en 1580 el Rey español regaló una virgen negra con el nombre del Buen Suceso a los conversos filipinos y fue llevada a Parañaque por los agustinos y en 1594 se aparece en San Francisco de Quito a la Madre Mariana Francisca de Jesús Torres. El resto de las vírgenes de este nombre no son negras, salvo contadas excepciones.
Virgen del Buen Suceso Sevilla.
El próximo fin de semana publicaremos una extensa entrevista en Radio Saber Más a Antonio Hernández Lázaro que presentará su libro en Marchena. 

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