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La Compañia, de Loyola a Roma, pasando por Marchena: el legado del «Duque santo»

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Un hito importante para la llegada a Marchena y Andalucía de la Compañía fue la conversión del duque de Gandía Francisco e Borja pintada por José Moreno Carbonero, en 1884, hoy en el Museo del Prado), que representa el momento en que Francisco de Borja contempla el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal a quien le unía una fuerte lealtad.

Impresionado por la fugacidad de la belleza y el poder, el noble exclamó: «Nunca más serviré a señor que pueda morir», e ingresó pocos años después en la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola.

Hijo de duques, bisnieto del papa Alejandro VI y emparentado con el emperador Carlos V, Francisco de Borja y Aragón, IV duque de Gandía (1510-1572) lo tenía todo en la corte imperial del siglo XVI. Sin embargo, una experiencia espiritual estremecedora marcó un giro radical en su vida. En 1539, Borja fue encargado de custodiar el féretro de la emperatriz Isabel de Portugal (esposa de Carlos V) hasta su sepultura en Granada. Al abrir el ataúd su vida cambió.

 

En sus dominios de Gandía, el duque acogió a jesuitas de la primera hora y financió el recién fundado Colegio Romano de Roma y estableció en sus estados la Universidad de Gandía. Tras la muerte de su esposa, Leonor de Castro, en 1546, Francisco de Borja confirmó su vocación definitiva. Renunció a sus títulos y riquezas –cediendo el ducado a su primogénito– e ingresó secretamente en la Compañía de Jesús.

En 1554 fue nombrado Comisario (superior) de los jesuitas en España, y luego tercer Padre General de la Compañía consolidando la expansión de los jesuitas por Europa y América, llevando las misiones a lugares tan distantes como Brasil. Este “duque santo”, canonizado en 1671, encarnó la fructífera alianza entre la Compañía de Jesús y la alta nobleza española.

Su prestigio social facilitó la fundación de colegios, la obtención de patronazgos y la entrada de los jesuitas en las esferas de poder. Uno de los ejemplos más significativos de esa simbiosis entre fe e influencia aristocrática fue el establecimiento de un colegio jesuita en la localidad sevillana de Marchena, bajo el mecenazgo de los duques de Arcos, parientes cercanos de Borja.

Los Duques de Arcos, adoptaron la peculiar costumbre de nombrar confesores y preceptores de sus hijos únicamente de entre los rectores jesuitas del colegio, seleccionados por la Orden entre sus miembros más ilustres tanto intelectual como espiritualmente. A lo largo del siglo XVII, los sucesivos rectores de la Encarnación llegaron a ser consejeros de confianza de los duques de Arcos, ejerciendo un poder e influencia considerables en la región. 

El colegio marchenero se reflejó en su actividad educativa y en su arquitectura. En las aulas de la Encarnación se aplicaba la Ratio Studiorum jesuita, un plan pedagógico moderno que combinaba el estudio de los clásicos del Renacimiento con las ciencias, los idiomas y la formación integral del alumno. Las crónicas elogian la eficacia de este método, que incluía incluso ejercicio físico al aire libre y preparación en música y danza para pulir modales de sociedad, algo innovador en la época. Muchos jóvenes de familias nobles y acomodadas acudieron a Marchena atraídos por la calidad de la enseñanza jesuítica.

Lideraron la renovación pedagógica de la Iglesia y llevaron el cristianismo a América, Asia y África.

Pocos rincones de Marchena encierran tanta historia como la calle Compañía, cuyo nombre no es casual ni anecdótico. Esta vía del centro histórico debe su nombre a la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en 1540 y que, durante más de dos siglos, dejó una profunda huella espiritual, educativa y artística en la villa ducal.

En Marchena, los jesuitas fueron mucho más que predicadores. Su presencia se tradujo en templos, colegios, formación académica y un patrimonio artístico que aún hoy palpita entre piedras, altares y lienzos, aunque buena parte de ese legado se haya fragmentado o dispersado tras su expulsión.

La iniciativa de fundar un colegio jesuita en Marchena  partió de Doña María de Toledo, hija de la marquesa de Priego y esposa de Luis Cristóbal Ponce de León, II duque de Arcos –además de prima de San Francisco de Borja–, quien decidió dotar a su señorío de un colegio de la Compañía.

Hacia 1567, mientras Borja recorría Andalucía fundando colegios como el de Montilla, Córdoba, por invitación de la marquesa de Priego. Desde sus comienzos, el Colegio de la Encarnación de Marchena destacó como uno de los más prominentes de la Provincia Bética de la orden. No en vano, Marchena era la capital de los estados señoriales de los duques de Arcos y residencia habitual de esta poderosa casa nobiliaria. Los duques, fervientes patronos, eligieron la iglesia del colegio como nuevo panteón.

30 años antes, el 15 de agosto de 1534, Ignacio de Loyola –un ex militar vasco camino a convertirse en santo– se reunió con sus primeros siete compañeros en la colina de Montmartre (París) y juntos juraron «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo».

Impulsados por este voto de pobreza, castidad y servicio religioso, y frustrada su intención inicial de peregrinar a Jerusalén, el grupo viajó a Roma. Allí, tras largas deliberaciones, fundaron la Compañía de Jesús, que fue aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540.

Personajes como San Francisco Javier se convirtieron en leyendas vivas –el navarro murió en 1552 tras predicar en India y Japón–, simbolizando el celo misionero global de los jesuitas.

Nacía así una nueva orden religiosa católica con marcado carácter misionero e intelectual, destinada a jugar un papel fundamental en la Contrarreforma y en la evangelización fuera de Europa.

Muchos monarcas europeos vieran a los jesuitas con recelo durante la Ilustración, al sospechar que anteponían la lealtad a Roma sobre la obediencia al poder temporal. Irónicamente, en los siglos XVI y XVII reyes y papas consideraron a la Compañía aliada indispensable: sus miembros contribuyeron al éxito del Concilio de Trento,

Además de los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia monástica, la Compañía adoptó un cuarto voto especial de obediencia al Papa,

Su ubicación, junto a la Puerta de Osuna de la muralla marchenera, propició que en 1609 se fundase anexo un segundo colegio, San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres de filosofía y moral, ampliando así la labor docente y asistencial de los jesuitas en la comarca.

En 1609, el clérigo Gonzalo Fernández fundó el Colegio de San Jerónimo, destinado a estudiantes pobres que aspiraban al sacerdocio. Este colegio, ubicado en la Plaza de San Andrés, fue construido por el maestro albañil Mateo Orellana y el cantero de Cabra en 1629. Los jesuitas lo usaban para alojar a los colegiales que venian de todos los pueblos del Estado de Arcos. Tras la expulsión de la Compañía en 1767, el edificio se transformó en hospital, tal como había previsto su fundador .

A partir de 1673 comenzó su declive: aquel año los duques de Arcos trasladaron definitivamente su residencia a Madrid, privando a la institución de su principal sostén social y económico.

Aunque los jesuitas mantuvieron su presencia en Marchena varias décadas más, la influencia y el “peso específico” del colegio en Andalucía occidental disminuyeron notablemente tras la ausencia de sus protectores directos. La Encarnación siguió activa hasta que un terremoto político de alcance nacional cambió su destino: la expulsión de los jesuitas de España en 1767. En esa fecha, el floreciente colegio marchenero –al igual que todos los de la Compañía– fue abruptamente clausurado por orden del rey Carlos III.

A las cinco de la madrugada del 3 de abril de 1767, un escuadrón de caballería, acompañado por el asistente de la villa (figura equivalente al alcalde) José Monseur y el alguacil mayor, se presentó en la puerta principal del colegio –entonces conocido también como “de San Jerónimo”, por su cercanía a la plaza de San Andrés.

Los soldados entraron y comunicaron a la pequeña comunidad jesuita la orden real de destierro inmediato. Los sacerdotes y hermanos fueron detenidos e incomunicados en sus celdas mientras se organizaba su traslado.

Pocas horas después, eran conducidos bajo escolta hacia Jerez de la Frontera, y de allí al puerto de Santa María, donde se reunieron con unos 700 religiosos expulsos de diversos puntos de Andalucía para embarcarlos rumbo al exilio en Italia. Todos los bienes del colegio de Marchena fueron incautados en nombre de la Corona. Inventarios de la época revelan la prosperidad material de la misión jesuita marchenera.

Poseían tres casas, dos solares urbanos, un molino de aceite frente al colegio y otro en la hacienda de Jarda, cuatro huertas (una junto al colegio, llamadas de Atoche, Azofaifos y Benjumea) y veinte olivares, además de varias tierras de labor y viñas en el contorno del pueblo.

Este modesto “imperio” agrícola y urbano, fruto de legados y compras acumulados en dos siglos, pasó a engrosar el erario real. Para colmo, en Madrid el ministro de Hacienda, Pedro Rodríguez de Campomanes, había justificado la expulsión argumentando que las riquezas jesuitas debían expropiarse para aliviar la crisis financiera de la nación.

La expulsión de 1767: causas y contexto

La drástica expulsión de los jesuitas de todos los dominios de Carlos III en 1767 no fue un rayo caído de un cielo sereno, sino el clímax español de una oleada antijesuítica europea que venía gestándose durante el siglo XVIII.

Carlos III había crecido bajo la tutela de su madre, la reina Isabel de Farnesio, “que siempre les tuvo animadversión”. Además, durante su reinado en Nápoles había respirado el aire anticlerical dominante en aquellas cortes italianas.

En Madrid, en marzo de 1766, estalló el célebre Motín de Esquilache, un tumulto popular contra las medidas reformistas (especialmente un edicto sobre vestimenta) del ministro Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache. Aunque las causas reales del motín fueron el descontento por la carestía y el choque cultural con las modas impuestas, pronto corrió el rumor de que los jesuitas habrían instigado la revuelta en la sombra

La Corona aspiraba a controlar la educación y la moral sin interferencias de Roma, mientras la Compañía encarnaba la lealtad absoluta a la Santa Sede

La Ilustración cuestionaba el poder excesivo de la Iglesia en la educación y la política. El propio Carlos III, influido por las ideas reformistas y por consejeros regalistas, desconfiaba de la Compañía. Seis años después, la presión diplomática de las cortes borbónicas logró incluso lo impensable: la supresión universal de la Compañía de Jesús por el Papa.

En 1814, tras la caída de Napoleón, el papa Pío VII restituyó globalmente a los jesuitas, declarando nulo el decreto de supresión anteriores. Consecuentemente, el rey Fernando VII –hijo de Carlos III y ferviente absolutista– permitió el regreso de la Orden a España en 1815. Desde 1875), los jesuitas retornaron definitivamente y reanudaron sus obras educativas y pastorales en España.

Desde entonces, la Iglesia del Sagrado Corazón (situada en la calle Jesús del Gran Poder) se convirtió en un centro espiritual jesuita en la ciudad. Hasta tiempos recientes, la Iglesia del Sagrado Corazón fue la casa central de los jesuitas en Sevilla, albergando oficinas de la Fundación Loyola (red educativa) y de la Fundación SAFA.  La Universidad Loyola Andalucía, fundada en 2013, es la primera universidad privada de inspiración jesuita en la región, con campus en Dos Hermanas (Sevilla) y Córdoba. El colegio Portaceli, inaugurado en 1950 en la Huerta del Rey de Sevilla, se ha convertido en uno de los centros escolares más prestigiosos de la ciudad.

Por último, la Comunidad de Jesuitas de Portaceli –residencia de los miembros de la orden en Sevilla– sigue siendo centro neurálgico de todas estas obras, asegurando la coordinación y el espíritu común.

Fuentes: Archivos y estudios históricos sobre la expulsión de 1767; obras de historiadores (Domínguez Ortiz, E. Giménez, César Cervera) sobre las causas políticas e ideológicas del destierro jesuitas; documentos eclesiásticos y crónicas de la orden (Autobiografía de S. Ignacio;

Diario de S. Francisco de Borja) para anécdotas fundacionales

 investigaciones universitarias sobre el Colegio de Marchenawww2.ual.eswww2.ual.es; y fuentes contemporáneas de la Compañía de Jesús en Andalucía (Web Jesuitas España, Universidad Loyola) para la situación actual. 

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El belén napolitano de Capodimonte, un teatro del mundo en miniatura

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 El belén conservado en el Museo di Capodimonte es mucho más que una escena navideña. Se trata de una de las manifestaciones artísticas más complejas y singulares del Barroco europeo, fruto de una tradición que alcanza su máximo esplendor en el siglo XVIII y que convierte el Nacimiento en una auténtica crónica social del Reino de Nápoles.

Una tradición con raíces medievales y desarrollo ilustrado

El origen remoto del belén se sitúa en 1223, cuando Francisco de Asís escenificó el Nacimiento en Greccio. Sin embargo, la tradición napolitana introduce un giro decisivo a partir del siglo XVII y, sobre todo, en el XVIII, cuando el belén deja de ser una representación estrictamente devocional para convertirse en un relato contemporáneo, ambientado en la propia ciudad.

Este impulso coincide con el reinado de Carlos de Borbón, rey de Nápoles entre 1734 y 1759. Carlos y su corte fomentaron el belén como una expresión artística total, acorde con los ideales ilustrados de observación de la realidad, interés etnográfico y mecenazgo cultural. Estudios de Nicola Spinosa y Gennaro Borrelli señalan que el presepe se convirtió entonces en un símbolo de identidad napolitana y en un objeto de prestigio para la aristocracia.

Autoría colectiva y excelencia artesanal

A diferencia de otras tradiciones europeas, el belén napolitano no responde a un solo autor. Es una obra coral, resultado de la colaboración de múltiples oficios especializados. Las figuras, conocidas como pastori, presentan cabezas de terracota policromada, ojos de vidrio, extremidades articuladas y cuerpos de alambre y estopa, lo que permitía dotarlas de gestos y actitudes teatrales.

Entre los escultores documentados vinculados a esta tradición destacan Giuseppe Sanmartino, autor del célebre Cristo Velato, y Lorenzo Mosca, aunque muchas piezas conservadas en Capodimonte son anónimas, fruto de talleres activos en la ciudad durante décadas. La vestimenta se confeccionaba con telas reales —sedas, terciopelos y bordados— realizadas por sastres de corte, mientras que plateros y ebanistas aportaban miniaturas, muebles y objetos cotidianos.

Belén y sociedad: un retrato del Reino de Nápoles

Una de las claves del belén napolitano es su dimensión sociológica. Junto a la Sagrada Familia aparecen vendedores, músicos, nobles, mendigos, soldados, animales exóticos y escenas de taberna. Lejos de ser anecdóticos, estos personajes reflejan la estructura social del siglo XVIII y han sido estudiados como una fuente visual de primer orden para conocer la vida cotidiana napolitana, tal como recoge el historiador Franco Mancini en sus trabajos sobre cultura material.

La escenografía, dominada por ruinas clásicas, no es casual. Según Alessandra Mauro, estas arquitecturas simbolizan el fin del mundo antiguo y el nacimiento de una nueva era con la Encarnación. El Niño no nace en un espacio idealizado, sino entre los restos de imperios, en un mundo real y contradictorio.

El conjunto de Capodimonte

El belén del Museo de Capodimonte procede en gran parte de colecciones reales borbónicas y aristocráticas, reunidas y conservadas como patrimonio nacional. Su importancia ha sido reconocida por instituciones como el Ministero della Cultura italiano, que lo considera uno de los conjuntos más representativos del presepe settecentesco.

Las escenas conservadas destacan por la densidad narrativa, el dinamismo de las figuras y la convivencia de lo sagrado y lo profano. En muchos casos, la Adoración no ocupa el centro visual del conjunto: el protagonismo recae en la vida que rodea al misterio, una elección estética que subraya la idea de que la Encarnación acontece en medio del mundo.

Un legado vivo

Hoy, el belén napolitano sigue siendo objeto de investigación académica y divulgación museística. Publicaciones como Il Presepe Napoletano de Gennaro Borrelli o los catálogos científicos del propio Museo de Capodimonte han consolidado su estudio desde la historia del arte, la antropología y la teología visual.

Fuentes y bibliografía básica

  • Museo di Capodimonte, catálogos oficiales de la colección de presepi.

  • Spinosa, Nicola: Il Settecento a Napoli. Electa Napoli.

  • Borrelli, Gennaro: Il Presepe Napoletano. Grimaldi & C.

  • Mancini, Franco: estudios sobre cultura popular napolitana del siglo XVIII.

  • Ministero della Cultura (Italia), fichas patrimoniales sobre el presepe napoletano.

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Gerena dará la bienvenida a 2026 con 12 croquetas solidarias en vez de doce uvas

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El municipio sevillano de Gerena recupera este año una de sus celebraciones más singulares para despedir el año: un ensayo solidario de Nochevieja en el que las tradicionales uvas se sustituyen, a las doce del mediodía, por 12 mini croquetas artesanales, una por cada campanada.

La iniciativa está organizada por Trece 3 Comunicación, la Asociación Empresarial Corredor de la Plata y el Bar de la Peña Bética de Gerena, y tendrá como entidad beneficiaria a Oncolomeeting, asociación presidida por la actriz Cristina Medina, quien además ejercerá de madrina del acto.

Aunque por la noche se celebrarán las campanadas oficiales como marca la tradición, este ensayo festivo propone una celebración anticipada, familiar y solidaria que ya se ha convertido en un reclamo local. A mediodía, vecinos y visitantes degustarán las 12 croquetas tipo cóctel en un ambiente pensado para todos los públicos.

La propuesta nació poco antes de la pandemia con el objetivo de crear un evento diferente vinculado a causas sociales. Tras varios años de parón, vuelve ahora reforzada y con mayor proyección gracias a la implicación del tejido empresarial del municipio.

Las croquetas artesanales serán las protagonistas de la jornada, acompañadas de música y brindis solidario. El precio del pack será de 5 euros, que incluye las 12 croquetas y una cerveza, con la colaboración de empresarios locales para garantizar el ambiente festivo.

La cita tendrá lugar en La Cantina, la plaza principal del municipio, donde el ambiente comenzará sobre las 11:00 horas con la actuación de la charanga Los que faltaban, que participa de forma desinteresada.

Parte de la recaudación se destinará a Oncolomeeting, asociación dedicada al acompañamiento de pacientes oncológicos y al impulso de proyectos de investigación. La presencia de Cristina Medina como madrina del evento aportará además visibilidad y apoyo mediático a la causa.

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El Teatro de Osuna arranca 2026 con una programación diversa que une musicales, rock, circo y conciertos

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El Teatro Municipal Álvarez Quintero se consolida como uno de los principales motores culturales de la comarca con una programación para enero y febrero de 2026 que combina espectáculos familiares, música en directo, circo contemporáneo y propuestas de marcado carácter social y devocional. Una agenda pensada para todos los públicos y que convierte a Osuna en punto de referencia cultural durante el invierno.

El calendario se abre el 3 de enero de 2026 con Dumbo, el musical, una producción dirigida al público familiar que llegará al escenario ursaonense tras el aplazamiento de la función prevista inicialmente para el 27 de diciembre de 2025. El clásico personaje vuelve convertido en espectáculo escénico, con música, coreografías y una puesta en escena pensada para disfrutar en familia durante las fechas navideñas.

La música tomará el relevo el 16 de enero con La Edad de Oro del Rock, a cargo de Sultans of Rock, un espectáculo concebido como un viaje sonoro por algunos de los grandes nombres que marcaron la historia del rock. El repertorio recorre temas emblemáticos de bandas y artistas como Queen, Dire Straits o Eric Clapton, ofreciendo una propuesta nostálgica y potente para los amantes del rock clásico.

El 24 de enero llegará al teatro Circo Cateura, de la Compañía Alas Circo, una propuesta de circo contemporáneo que combina acrobacias, creatividad escénica y lenguaje visual. Un espectáculo pensado para todos los públicos que refuerza la apuesta del teatro por disciplinas escénicas diversas más allá de la música y el teatro convencional.

El mes de enero se cerrará el 31 de enero con el Concierto de la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención, titulado Sonrisa Eterna, un homenaje a Francisco Aranda Bermúdez “Paquito”. Se trata de una cita cargada de emoción y compromiso social, ya que todos los beneficios se destinarán a la Asociación ANDEX, dedicada a la lucha contra el cáncer infantil.

Ya en febrero, la programación da un salto cualitativo con la llegada de Triana. El viernes 13 de febrero, el Teatro Álvarez Quintero acogerá Triana en concierto, una oportunidad única para revivir el sonido de una banda mítica y fundamental del rock andaluz. La fusión de rock progresivo y flamenco que define a Triana sigue vigente décadas después y conecta a distintas generaciones en torno a un repertorio que forma parte de la memoria musical andaluza.

El ciclo continuará el 21 de febrero con Credo – Cantores de Híspalis, una propuesta musical vinculada al Nazareno de Osuna que traerá al escenario la inconfundible voz y el estilo del grupo sevillano, combinando sentimiento, tradición y música popular andaluza en un concierto de fuerte carga identitaria y devocional.

Las entradas para todos los espectáculos pueden adquirirse en la Casa de la Cultura, la Oficina de Turismo, la taquilla del Teatro Municipal Álvarez Quintero y a través de la plataforma oficial de venta online:
👉 https://osunacultura.sacatuentrada.es/

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La matanza de los inocentes en la Catedral de Sevilla y el altar mayor de San Juan de Marchena

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El altar mayor de la Catedral de Sevilla fijó a finales del siglo XV un modelo de retablo monumental y narrativo que se difundió por Andalucía occidental como instrumento de catequesis y representación del poder religioso. Su influencia es clara en la Iglesia de San Juan Bautista de Marchena, dentro del señorío de los Ponce de León, donde se adapta el concepto catedralicio a escala parroquial. 

Sevilla, erigida como el «Puerto y Puerta de las Indias», se convirtió en el epicentro de un fenómeno de hibridación artística donde la pervivencia del gótico flamígero y el mudéjar local comenzó a ceder ante el empuje de las corrientes renacentistas procedentes de Italia y, de manera muy significativa, de las tierras de Flandes y Alemania. 

Comparar las escenas de la Matanza de los Inocentes del retablo mayor de la Catedral de Sevilla y del altar mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Marchena resulta especialmente interesante porque permite observar, en un mismo tema iconográfico, la evolución del arte sacro andaluz entre finales del siglo XV y las primeras décadas del XVI. 

La comparación revela cómo un modelo fundacional, fijado en Sevilla con un lenguaje gótico-flamenco de fuerte carga doctrinal, es posteriormente reinterpretado en Marchena desde una mirada más humanizada y emocional, propia del primer Renacimiento.  Marchena participa activamente en los grandes debates visuales de su tiempo, lejos de ser un espacio periférico.

En términos comparativos, Sevilla fija el modelo desde una óptica doctrinal y monumental, mientras Marchena lo reformula desde una mirada más humana y emocional. El primero impacta, el segundo conmueve. La diferencia de estilos no responde a menor ambición artística, sino a un avance cronológico y cultural que sitúa a Marchena en una fase más madura del lenguaje visual heredado de la Catedral.

La figura de Alejo Fernández, pintor de origen alemán documentado en Córdoba desde 1496 y establecido en Sevilla hacia 1505, es clave para comprender la génesis de este lenguaje pictórico. Su estilo, que fusiona la minuciosidad descriptiva del norte de Europa con una incipiente monumentalidad italiana y el uso del color y la luz propios de la escuela sevillana en formación, definió una «manera» de pintar que se consideró el canon de la época. Esta influencia se extendió a través de una densa red de discípulos, colaboradores y parientes, como Pedro Fernández de Guadalupe, quienes llevaron estas formas a villas como Arcos de la Frontera, Marchena o Écija.

El altar mayor de la iglesia de San Juan Bautista de Marchena no es una obra aislada.  Desde su posición como Alguacil Mayor de Sevilla, y Señor de Marchena Rodrigo Ponce de León mantuvo vínculos con el Cabildo catedralicio y con los talleres artísticos que trabajaban en la ciudad. El entorno institucional sevillano a comienzos del XVI, dominado por la construcción y reforma de la catedral y sus principales retablos, incluía a destacados escultores y pintores que también fueron llamados a trabajar en Marchena.

Esto explica la presencia de Jorge y Alejo Fernández en el altar mayor de San Juan, autores que ya trabajaban en Sevilla y que trasladan a Marchena el lenguaje y la experiencia artística de la capital andaluza. La elección de estos artistas no fue casual, sino resultado de las redes de patrocinio y contactos que el duque había tejido por su cargo y su prestigio.

La investigación del musicólogo Juan Ruiz Jiménez para el proyecto Paisajes Históricos Sonoros documenta que Rodrigo Ponce de León tenía a su servicio una capilla musical propia en su palacio de Marchena, compuesta por capellanes, mozos de coro, cantores e instrumentistas de cámara, y que con frecuencia se unían a músicos de la Catedral de Sevilla en las grandes festividades religiosas y cortesanas.

Un ejemplo relevante son los villancicos impresos para los maitines de la Navidad de 1517-1518, compuestos por Cristóbal de Pedraza, criado del Duque de Arcos, cuya imprenta se atribuye a Juan Varela de Salamanca, uno de los editores más prestigiosos de la España renacentista.

El palacio ducal y sus proyectos

La capilla musical del Palacio Ducal de Marchena —residencia principal del duque— fue un centro activo de producción artística y musical. Los vínculos con la Catedral de Sevilla eran tan estrechos que muchas veces cantores y músicos de la catedral participaban en las festividades ducales y parroquiales de Marchena, reforzando un intercambio institucional y cultural que iba más allá de las fronteras del señorío.

El retablo de San Juan Bautista de Marchena combina pintura y escultura, mientras que el de la Catedral de Sevilla está íntegramente tallado en madera con escenas narrativas esculpidas.

La construcción del retablo mayor de San Juan Bautista (1521-1533) se inserta en el contexto de este mecenazgo artístico general. Rodrigo Ponce de León, como señor de Marchena y mecenas cultural, promovió la obra y costeó parte de su ejecución.

La presencia en el retablo de los escudos y blasones ducal y episcopal (del arzobispo fray Diego de Leza) no solo responde a una decoración heráldica, sino que documenta la parcela de poder simbólico e institucional que el duque articuló con las autoridades eclesiásticas para llevar adelante este proyecto monumental.

Aunque no está documentada formalmente su autoría, el retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Arcos de la Frontera, posee una estructura muy similar al de San Juan de Marchena, ambas bajo el meceneazgo de los Ponce de León y fue construido aproximadamente entre 1538 y 1547, ya con una mayor presencia de formulaciones clásicas renacentistas integradas en una estructura gótica. Su autoría, según diversas atribuciones combina escultura (Antón Vázquez, autor del cristo de la Veracruz de Arcos, en las calles centrales) con pintura (Esturmio, Pedro Fernández de Guadalupe y Antón Sánchez de Guadalupe), 

El retablo mayor de la Catedral de Sevilla inicia su ejecución en 1482, según consta en la documentación capitular conservada y estudiada por José Gestoso y Pérez en Sevilla monumental y artística (1889-1892). El proyecto fue trazado por el escultor flamenco Pieter Dancart, cuyo contrato y pagos aparecen recogidos en los libros de fábrica de la Catedral, analizados posteriormente por Alfonso E. Pérez Sánchez y Teodoro Falcón Márquez.

La obra se prolonga hasta 1564, convirtiéndose en un proyecto intergeneracional. Durante esas décadas intervienen escultores documentados como Jorge Fernández Alemán, Roque Balduque y Juan Bautista Vázquez el Viejo, tal como recogen los estudios de Juan Miguel Serrera Contreras (El retablo sevillano del siglo XVI, Universidad de Sevilla) y María Jesús Sanz Serrano en sus trabajos sobre escultura renacentista andaluza.

La consecuencia directa de esta larga cronología es clara: el retablo sevillano no responde a un único estilo, sino que evoluciona desde un gótico tardío de raíz flamenca hacia fórmulas renacentistas plenamente asumidas en su fase final. Sevilla se convierte así en centro productor de modelos, tanto formales como iconográficos.

Ese modelo llega a Marchena cuando ya está consolidado. El altar mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Marchena se ejecuta entre 1521 y 1533, según documentación parroquial y contratos estudiados por Juan José Cortés Rodríguez en su investigación El retablo mayor de San Juan Bautista de Marchena y su contexto artístico (Universidad de Sevilla, disponible en IDUS).

A diferencia de Sevilla, donde la autoría es coral y fragmentada, en Marchena el encargo es unitario y coherente. La pintura del retablo se atribuye con seguridad a Alejo Fernández, mientras que la escultura se vincula al entorno de Jorge Fernández, artista documentado tanto en Sevilla como en Marchena. Esta relación directa está acreditada por pagos, similitudes técnicas y análisis estilísticos recogidos por Enrique Valdivieso González y Jesús Miguel Palomero Páramo en diversos estudios sobre pintura y escultura hispalense del primer Renacimiento.

La cronología es determinante para la lectura artística. Mientras Sevilla trabaja desde 1482 hasta 1564, Marchena lo hace cuando el gran relato visual ya ha sido fijado. No hay experimentación, sino selección y síntesis. La escena de la Matanza de los Inocentes, presente en ambos retablos, ilustra este proceso. En Sevilla responde a un planteamiento todavía gótico, más simbólico y jerárquico. En Marchena, ejecutada cuarenta años después, se aprecia un mayor naturalismo anatómico y una intensificación emocional, acorde con el nuevo clima espiritual del siglo XVI, como subraya Serrera Contreras en sus estudios comparativos.

Desde el punto de vista documental, no existe constancia de copia directa, pero sí de circulación de artistas, grabados y repertorios iconográficos, algo habitual en la diócesis sevillana, tal como recoge el Atlas del Patrimonio Inmaterial y Mueble del IAPH y los trabajos de Pedro José Lavado Paradinas sobre retablística andaluza.

La comparación cronológica y autoral permite una conclusión sólida y verificable: Sevilla actúa como matriz, Marchena como territorio de recepción cualificada. El altar mayor de San Juan no es una obra secundaria, sino una adaptación consciente y ambiciosa de un modelo catedralicio, ejecutada por artistas de primer nivel en un momento de plena madurez estética.

Marchena no copia Sevilla. Marchena llega después, y eso le permite decantar el lenguaje, hacerlo más humano, más directo y más acorde con la sensibilidad renacentista. La madera dorada de San Juan guarda así no solo una historia local, sino una página fundamental del gran relato artístico del sur peninsular.

Principales fuentes y estudios citados

  • Gestoso y Pérez, J. Sevilla monumental y artística, 1889-1892

  • Serrera Contreras, J. M. El retablo sevillano del siglo XVI, Universidad de Sevilla

  • Cortés Rodríguez, J. J. El retablo mayor de San Juan Bautista de Marchena, IDUS-US

  • Valdivieso González, E. Estudios sobre Alejo Fernández

  • Palomero Páramo, J. M. Escultura renacentista sevillana

  • Sanz Serrano, M. J. Escultura andaluza del Renacimiento

  • Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH)

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La juventud cofrade de Marchena celebró ayer la festividad de su patrón

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La juventud cofrade de Marchena volvió a encontrarse el pasado 27 de diciembre en torno a San Juan Evangelista, patrón de los jóvenes cofrades, en una jornada de convivencia, formación y celebración litúrgica que reunió a representantes de las distintas hermandades del municipio.

Las actividades, inicialmente previstas en otro enclave, se trasladaron íntegramente a la Iglesia de Santo Domingo debido a las condiciones meteorológicas. La programación comenzó a las 17:30 horas con una merienda de confraternización, concebida como espacio de encuentro entre los distintos grupos jóvenes.

Tras la merienda, y sin abandonar el templo, se desarrolló una actividad lúdica dirigida a los más jóvenes, que combinó talleres de dibujo para los niños con juegos tradicionales. Entre las propuestas se incluyeron dinámicas participativas con preguntas relacionadas con la Semana Santa de Marchena y con la figura de San Juan Evangelista, reforzando así el conocimiento y la identidad cofrade entre los asistentes.

La jornada culminó con la celebración de la Solemne Misa en honor a San Juan Evangelista, celebrada en la misma iglesia. El altar mayor estuvo presidido por la imagen titular de San Juan Evangelista de la Hermandad del Santísimo Cristo de San Pedro, mientras que la sagrada cátedra estuvo a cargo del asesor espiritual del Consejo, el reverendo don Manuel Chaparro Vera. La celebración contó con la participación musical del Coro de Nuestra Señora de los Remedios, que acompañó litúrgicamente el acto.

Desde la organización se ha querido expresar un agradecimiento público al rector y a la junta de gobierno de la Hermandad del Santísimo Cristo de San Pedro por las facilidades ofrecidas para el desarrollo del encuentro, así como a los diputados de juventud de las distintas hermandades por la preparación de las actividades y a los grupos jóvenes por su asistencia y participación.

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La fiesta de los locos, el carnaval de invierno que trajeron los europeos a Andalucía

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El 28 de diciembre se desarrolla cada año en Gilena la fiesta de los Tontos, una tradición ancestral recién recuperada que fue traída a Andalucía por inmigrantes europeos. En la provincia de Sevilla hay registros escritos de esta fiesta desde Marchena a Gilena, Ecija o Luisiana y que arraigó especialmente en los pueblos de repoblación.
Pudieron traerla las colonias de genoveses que llegaron al Marquesado de Estepa desde el XVI según David Ruiz, director de la colección Museográfica de Gilena con origen en el medievo europeo y antecedentes en la antigua Roma con las fiestas de la Lupercales y Saturnales. Su intención era entonces invertir el orden social y que por unas horas el pobre pudiera mandar al rico y viceversa.
Gilena está celebrando, esta mascaradas de invierno arraigadas y reconocibles de la localidad. Desde primeras horas del día, la actividad ha comenzado en la Colección Museográfica de Gilena, donde se ha llevado a cabo el proceso de vestimenta y preparación de los participantes, siguiendo fielmente los usos tradicionales.

A partir de las once de la mañana, los Tontos de las Cañas recorren las calles del municipio, ataviados con ropas antiguas heredadas de abuelas y bisabuelas y portando las cañas recogidas en los jardines de la propia Colección Museográfica. El ambiente festivo y popular ha ido ganando presencia en el casco urbano, despertando la curiosidad de vecinos y visitantes que se acercan a presenciar una tradición única en la comarca.
Esta celebración forma parte del conjunto de las Mascaradas de Invierno de la Península Ibérica y está catalogada como fiesta singular por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, reconocimiento que subraya su valor como patrimonio cultural inmaterial. Gracias a esta tradición, Gilena es conocida con orgullo como el “Pueblo de los Tontos”, un apelativo que refuerza su identidad cultural y su proyección exterior.
La edición de este año está contando con una amplia participación, una de las más numerosas desde la recuperación de la mascarada, y está siendo documentada por el fotógrafo extremeño Diego J. Casillas Torres para un catálogo ilustrado que recogerá el proceso, los recorridos y los detalles etnográficos de la fiesta.
Al caer la noche, tras un alegre pasacalles musical, todo el pueblo se congrega en el Paseo de Andalucía para un baile popular amenizado por orquesta y un concurso de disfraces que premia las caracterizaciones más ingeniosas. La fiesta suele prolongarse hasta la madrugada, tanto que el 29 de diciembre es fiesta local en Gilena: nadie trabaja al día siguiente, en reconocimiento tácito de que los excesos inocentes de la noche merecen una resaca sin prisas.
No muy lejos de Gilena, otra localidad sevillana ha hecho del 28 de diciembre un símbolo festivo, aunque de forma más reciente. En la pedanía de Los Rosales (municipio de Tocina, Sevilla) cada año se organiza una animada Fiesta de Disfraces de los Inocentes, tradición iniciada hace unas cuatro décadas y ya plenamente arraigada. Aquí no hay reminiscencias de varas ni azotes: lo que comenzó a principios de los años 80 como una simple convocatoria para que los vecinos se disfrazasen el Día de los Inocentes, se ha consolidado en un evento comunitario intergeneracional. Niños, jóvenes y mayores se engalanan con sus mejores ocurrencias –desde sátiras de personajes famosos hasta trajes humorísticos de cosecha propia– y salen a recorrer las calles en pasacalles llenos de colorido.
El 28 de Diciembre, día de los Santos Inocentes, se elegía en la iglesia al obispo de los locos con el fin de pronunciar un discurso grotesco. Después acontecían una serie de excesos o desenfrenos donde los prelados ponían en guardia a sus clérigos. Los locos, salían por la calle provocando verbalmente a las damas que encontraban, abucheaban a los cornudos y paseaban públicamente al marido dominado montándolo en un asno al revés.
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Nave de los locos. El Bosco. 
Los tontos de Gilena van vestidos con trajes sencillos de campo y armados con cañas van molestando a todo aquel que ven en la calle por pura diversión hasta que suenan las campanas de la hora del angelus, cuando siguiendo la tradición, los locos o tontos deben cesar sus bromas. Por la tarde noche la fiesta se convierte en carnaval.
La Fiesta de los Locos fue una celebración de corte popular propia de la Edad Media y el Renacimiento europeos e inscrita entre las libertates decembricae, un conjunto de festividades de raigambre pagana que se desarrollaba entre los últimos y los primeros días del año.
«Hay breves referencias al origen de la fiesta en publicaciones y siempre con fuentes orales. Los locos invadían las casas ajenas, las muchachas se escondían debajo de las camas. Esta fiesta fue prohibida por la Guardia Civil durante la dictadura, supuestamente por los desmanes cometidos en algunas ocasiones» indica David Ruiz García, director de la Colección Museográfica de Gilena.
Referencias escritas de la Fiesta de los Locos se conservan en los Villancicos de la Iglesia de San Juan de Marchena escritos en 1712.
Caro Baroja señaló que el ciclo carnavalesco arranca con el día de S. Nicolás (6 de diciembre) y la elección del «obispillo», hallando también conexión de máscaras con las Cofradías de Ánimas como es el caso de Ecija.
El villancico de la fiesta de locos de San Juan de Marchena presenta a varios personajes o locos, el primero quiere ser emperador.  «Este primero es un loco, que como es su devaneo, scr Emperador de Niños, también lo querrá ser vuestro. (..) Dicen que soy Loco, y mienten; que yo cuerdo soy». Este primer loco cumple con el precepto de la Fiesta de los locos que era nombrar un obispo ficticio.
Julio Caro Baroja en su obra “Comparsas de locos y cofradías de las Ánimas” describe así la Fiesta de Locos que se desarrollaba en la Ciudad de Écija organizada por la hermandad de Animas para recaudar fondos para hacer cultos a las Animas. En algunos lugares se denomina Carnaval a la fiesta de la cofradía de Animas.

La fiesta de los locos o de los inocentes en los pliegos de Villancicos de la iglesia de San Juan

En medio de una gran expectación se oye a lo lejos el tamboril y la gaita de los “locos”, y en esto aparece entre la masa de gente apretada el grupo de escopeteros de a pie y a caballo que custodian a aquellos y los anuncian. Los “locos” son trece: doce “locos” propiamente dichos y una “loca”. La “loca” es un mozo con “zagalejo y chaquetilla, grandes zarcillos y pulseras de latón dorado”.
“Los “locos” van vestidos de blanco “enaguas puestas a modo de toneletes, en las que sirven de adornos las puntas, bordadas con primor por las novias y las esposas”. A la cintura llevan la faja moruna, y en el pecho, sobre camisolines y pecheras rizadas, un sinnúmero de lignumcrucis, amuletos y antiguos relicarios.
Of Reckless Fools,Woodcut c.1568-72. Illustration to Latin edition of Sebastian Brant's 'Ship of Fools',1572. (British Museum)

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