La tortuga estaba aburrida de andar siempre por el mismo jardín. ¡Ah! -decía-. ¡Cuánto me gustaría viajar y ver mundo!, Pero camino tan despacito que no llegaré muy lejos. Dos patos la oyeron y se ofrecieron a ayudarla. Inventaremos un aparatito para que puedas viajar – le dijeron.
Entonces tomaron un palito y, entre los dos, lo sostuvieron con el pico. La tortuga no tuvo más que prenderse con los dientes del palo y los patos remontaron vuelo y la llevaron por el aire. De pronto, se sintió tan poderosa, tan importante, que empezó a gritar: ¡Soy la Reina de las tortugas!. ¡Miren…cómo… vue… lo!… ¡Miren… cóo… o… o…Al abrir la boca, tuvo que soltar el palito y cayó. La vanidad y tonta temeridad a menudo conducen a la desgracia.
La forma literaria de la fábula, de estilo divertido con animales parlantes lleva al lector a un significado oculto que esconde el contenido político-filosófico por el que los animales se convierten en consejeros del ser humano.
Existen restos arqueológicos tallados en piedra en India y en la isla de Java, que representan la fábula de “La tortuga y los dos patos”.
Explicar cómo este cuento llegó a nuestros oídos, es aún más apasionante. Originalmente son cuentos y fábulas hindúes del siglo II a.C. recopilados a petición de un rajá que deseaba una guía de gobierno para los futuros príncipes del reino con la forma de cuentos ejemplarizantes contados por animales: un buey, un león y dos zorros/lobos llamados «Calila» y «Dimna».
Contiene muchas lecciones que pueden seguir siendo útiles en nuestro tiempo y que ofrecen importantes reflexiones sobre las relaciones humanas y la política.
En el siglo VIII, el escritor persa Ibn al-Muqaffa’ tradujo al árabe el libro original indio llamado Pañchatantra -cinco libros- con el título de Kalila wa Dimna, y de ahí saltó a todas las lenguas del mundo e inspiró las célebres fábulas de La Fontaine en la Francia del XVIII, cuentos europeos que son la base del imperio Disney.
Los temas políticos se incluyen a través de un debate moral dialogado entre el Rey indio Dabshalim y el filósofo Bidpai. Como siempre ha habido grandes cambios políticos ésto origina que uno de sus temas centrales es los medios para conservar el poder y la cuestión de la obediencia.
Las dinastía abasí convirtió este libro en un auténtico “manual” de ciencia política, utilizado para la formación básica de los jóvenes príncipes, algunos de los cuales debían aprenderlo de memoria junto con el Corán.
En España el rey Alfonso X, rodeado de eruditos judíos, cristianos y musulmanes en su corte, hizo traducir Kalila wa Dimna al castellano hacia el año 1251 con el título de Calila e Dimna, en la Escuela de Traductores de Toledo. De esta forma España fue la puerta de entrada de la tradición oral India hacia Europa.
En la actualidad, la Biblioteca Nacional Francesa alberga la mayor colección de manuscritos de esta colección, cuyos dibujos e iconografías, se adapta a la estética de cada país y cada época.
Kalila y Dimna viven en la corte del león Bankala, el rey del país. Kalila– está agradecido y conforme con su condición social, mientras que Dimna quiere ascender y decide presentarse ante el rey león y su corte como consejero en la primera fábula del libro, “El león y el buey”.
¿Cómo gobernarse a sí mismo y luchar contra su estado animal?” y “¿cómo gobernar de manera ética y justa a los demás?” Estas dos preguntas representan las dos dimensiones esenciales de la moral y la política. En la fábula “El león y el buey·, Dimna afirma: “No superar sus miedos es renunciar a la realización de sus deseos, y renunciar a un negocio en el que tal vez podría encontrar la satisfacción de sus necesidades, todo por miedo a los peligros de los que tal vez podría protegerse y resguardarse, es renunciar a los grandes éxitos.”
También introduce conceptos modernos, como puede ser el de la meritocracia: “Dimna quería que el león le honrara y le diera una posición importante ante él y ante la gente de su guardia, pero quería demostrarles que esas recompensas, lejos de deberse a que el león conociera a su padre, él, Dimna, se las debía a sus cualidades de juicio y a su valía. […]”. De este modo, contiene muchas lecciones que podrían seguir siendo útiles en nuestro tiempo.
El historiador y escritor Joaquín Ramón Pérez Buzón, natural de Paradas y ganador de varias ediciones del Certamen Literario Villa de Marchena, reconstruye un episodio del siglo XVI protagonizado por Juan y Catalina de Escobar, dos amantes que desafiaron las leyes que prohibían uniones entre familiares.
El joven rescata a Catalina del castillo de Paradas, propiedad del duque Rodrigo Ponce de León, iniciando un proceso judicial que culmina con la condena de ambos. Un documento recientemente hallado por el autor arroja luz sobre las conexiones económicas y personales entre los protagonistas y el duque, lo que explicaría la rebaja de la pena. La narración incorpora detalles patrimoniales, jurídicos y sociales que enriquecen la comprensión del contexto. El texto se basa en fuentes documentales conservadas en el Archivo Histórico Nacional.
JOAQUÍN RAMÓN PÉREZ BUZÓN
Rodrigo Ponce de León, I Duque de Arcos, sucedió en 1492 a su abuelo homónimo, el célebre Marqués de Cádiz, héroe de la Guerra de Granada, con solo dos años de edad. Esta circunstancia se explica porque la madre del niño, Francisca Ponce de León, no fue hija legítima del matrimonio del Marqués con Beatriz Pacheco, sino de la unión de éste con una vecina de Marchena llamada Inés de la Fuente.
El abuelo lodispuso así para evitar reclamaciones sucesorias de otros parientes, pero ello no evitóque los tutores del joven Rodrigo tuvieran que hacer frente a costosos pleitos que le disputaron el señorío.
El primero se resolvió en 1494 con la entrega de cuatro millones de maravedíes (10.666 ducados) y un segundo se prolongó hasta 1522, ya con Rodrigo al frente del gobierno, saldándose con el pago de 20.000 ducados.
Los primos amantes entrando por la Puerta de Osuna recreado por IA.
Ello dejó muy tocada la hacienda ducal, pues, aunque percibía rentas por valor de 30.000 ducados anuales, cantidad del mismo nivel de otras grandes casas nobiliarias, como la de Alba, tenía escasa disponibilidad de bienes por estar sujetos a mayorazgo, es decir, sin posibilidad de venderlos.
Fueron tantas las deudas de Rodrigo que en su testamento, redactado en1530, frente a lo que era habitual, no dejó ningún dinero a sus criados.
Pues bien, precisamente en el año en que concluyó el segundo pleito está fechado un documento que hace poco encontré y que aporta nuevos datos a la historia de Juan y Catalina de Escobar, los primos amantes que desafiaron las leyes que prohibían las uniones entre familiares, consideradas incestuosas. Juan, que era hijo de un regidor de Marchena, sacó a Catalina escalando el castillo de Paradas, donde vivía por ser hermana del alcaide de la fortaleza.
Dibujo de Joaquin Ramón Pérez Buzón
Pero ésta era propiedad del duque, que enseguida abre un proceso judicial para castigar el allanamiento de su morada. Después devarias peripecias Catalina es condenada a reclusión en un convento y a perder la mitadde sus bienes, unas tierras que tenía en el pago de Trujete, y a Juan se le conmuta lapena capital por el castigo de cortarle un pie.
Este momento de la ejecución es el que refleja el dibujo que hice para una próxima publicación de estas desventuras de los amantes, que ya se ha anunciado en esta revista. Vemos que el verdugo, inmerso en una confabulación de un buen número de marcheneros, tira el hacha diciendo que no se considera idóneo para hacer el corte con garantías.
Entonces se busca un médico o un carnicero, pero no se encuentraninguno. Se habían quitado de en medio. Al final el duque tiene que desistir de laculminación de la sentencia, y ordena que se lleve al joven marchenero a la prisión deZahara de la Sierra. Y ya no sabemos nada más de Juan.
Momento en que Juan de Escobar es llevado a la picota ed Marchena recreado por IA.
Ocurre esto en la antigua picota, el llamado Cerro de la Horca, alrededor delrollo o columna de piedra, símbolo de jurisdicción (que no se ha conservado, por lo quehe reproducido el de Rioseco de Soria), y con el fondo de la villa de Marchena, junto ala que he pintado el molino del grabado de Hoefnagel.
Para no estorbar la visión delcerco amurallado no he representado los barrios extramuros, que ya existirían pues laciudad tendría más de 5.000 habitantes en este momento.
Se pueden apreciar, de izquierda a derecha, la torre de planta poligonal que defendía la Puerta de Carmona y el Alcázar; la Puerta de Sevilla con el famoso Arco de la Rosa, de origen almorávide, reconstruida en 1430, de eje acodado (de ahí su posición lateral); y la Puerta de Morón, con arco de herradura, actual museo, que era doble y tenía un patio interior.
También son visibles las iglesias de Santa María de la Mota ySan Juan, ambas sin torres, pues fueron construidas bien entrado el siglo XVI (en 1564y 1580, respectivamente). Esta historia ha sido contada en esta revista en varias ocasiones y con ella obtuvo un servidor el primer premio de Ensayo en la XXI edición del Certamen Literario Villa de Marchena Memorial Rosario Martín, siendo publicada por la Editorial Alfar en 2021 con el título “Amor y rebeldía en Paradas y Marchena (1523)”.
Recientemente también le he dedicado una charla en las II Jornadas de Cultura Villa de Paradas.Y hace unos días encontré inesperadamente un documento con varios de los protagonistas de este suceso. Concretamente son los padres de Juan: Pedro Álvarez y Beatriz Escobar, que venden a Catalina por valor de noventa mil aravedíes las tierras que citamos que le pertenecían en el pago de Trujete “término de esta villa (Marchena), en que ay quince cayzadas poco más o menos, con la casa e pozo e pilas e barbechos”, dice el documento del Archivo Histórico Nacional, Osuna, C. 169, D. 100-104, que añade que tienen linde con “tierras de las Monxas del Monasterio de Santa Clara desta villa”.
No sabemos exactamente la equivalencia de esta medida antigua en nuestra zona, aunque podría estar en torno a una fanega.
Pero la operación es más compleja, pues Pedro Álvarez y su mujer lo querealmente hacen es ceder las tierras a Catalina para saldar una deuda que tenían con elduque por las “rentas desta villa que tuve el año pasado de quinientos e veynte e unaños” dice el padre de Juan en el documento, sin concretar nada más.
Y de esa manera,en un movimiento a tres bandas, el propio duque está pagando a Catalina –en especie–”en quenta de cien mil maravedís que la duquesa, que aya gloria, le mandó en su testamento para su casamiento por su servicio”. Es decir, que Catalina fue criada de Isabel Pacheco, primera mujer de Rodrigo, que murió en 1521 dejándole en su testamento para su dote esta generosa cantidad de cien mil maravedíes por sus servicios y el duque, al no tener liquidez, le paga con las tierras de los padres de Juan, los cuales saldan así su débito con la hacienda ducal.
Aunque parezca extraño, el arrendamiento de rentas señoriales podía provocar deudas en los arrendatarios, como el caso de un vecino de Paradas, Antón Jiménez de Luna, que tenía el aprovechamiento del corcho de Monte Palacio en 1538, y que llegó a adeudar 27.784 maravedíes al hijo de Rodrigo, Luis Cristóbal Ponce de León.
Otro dato, interesante para comprender la situación de la mujer en esta época, es que la toma de posesión de las tierras de Trujete no la hace Catalina, sino su hermano Juan de Escobar “en virtud de poder que para ello tubo de Cathalina de Escovar” aclara el documento.
Pero lo más sorprendente es la filiación de Catalina, de la que se dice que era hija de Bartolomé de Escobar “e de Mari Esteban, su muger, que estays ausente”. Es decir, que la que dice en el proceso judicial ser su madre, María Hernández de Bienvenida, es realmente su madrastra. No sabemos qué fue de su verdadera madre.
Lo que sabemos es que Catalina fue liberada de la reclusión conventual y desterrada, perdiendo la mitad de las tierras citadas de Trujete en beneficio del patrimonio ducal, que se incrementaba con las llamadas penas de cámara, es decir, las sanciones por los procesos que juzgaba el duque. Aunque esa mitad se dice que se iba a subastar, lo cierto es que en 1612 Trujete ya se ha agregado al mayorazgo de los Ponce y en 1863 figura como una haza de 72 fanegas hipotecada por la Casa de Osuna, heredera de la de Arcos.
En definitiva, estos nuevos datos no aclaran el desenlace de esta historia: si Juan también es liberado y se encuentran los amantes lejos de Marchena y Paradas. Tampoco sabemos si influyeron en la relación amorosa; lo que sí está claro es que nos ayudan a comprender la rebaja de la pena por parte del duque, dada la gran proximidad existente entre éste y Catalina, que había servido a su mujer, y también con el padre de Juan, que era su arrendatario. Además este nuevo documento parece confirmar la falta de liquidez que obligó a Rodrigo Ponce de León a hacer el tipo de operación que hemos contado aquí.
BIBLIOGRAFÍA NO CITADA EN EL TEXTO CARRIAZO RUBIO, JUAN LUIS: Los testamentos de la Casa de Arcos (1374- 1530) Diputación Provincial de Sevilla, 2003 IGLESIAS RODRÍGUEZ, JUAN J.: “Desafíos al control patriarcal. Disciplina y resistencia a la moral establecida”, en nº 52 de la revista Andalucía en la historia, abril- junio 2016 NÚÑEZ ROLDÁN, F.: “Justicia y gracia en Marchena. Siglos XVI y XVII”, en VI Jornadas de Hª de Marchena Política e instituciones. El Concejo de la villa y la Casa de Arcos, Ayto. de Marchena, 2001 PÉREZ BUZÓN, JOAQUÍN R.: “Marchena en el proceso de formación y consolidación del mayorazgo de los Ponce de León. Del testamento de D. Pedro (1448) al pleito de 1522”, en Actas de las II Jornadas sobre Historia de Marchena Marchena bajo los Ponce de León: Formación y consolidación del señorío (siglos XIII-XVI) Ayto. de Marchena, 1997 RAVÉ PRIETO, JUAN LUIS: El alcázar y la muralla de Marchena. Ayto. de Marchena 1993.
Los libelos de sangre eran acusaciones falsas de que los judíos secuestraban y asesinaban niños cristianos para rituales y surgieron en Europa durante la Edad Media y cobraron fuerza entre los siglos XII y XV. El primer caso registrado ocurrió en Norwich (Inglaterra) en 1144, con la muerte del niño Guillermo de Norwich, atribuida sin pruebas a la comunidad judía local. A partir de entonces, leyendas similares se propagaron por Francia, Alemania e Italia, alimentando un imaginario antijudío que caló hondo en la mentalidad popular.
En estos relatos se repetía un mismo patrón: la supuesta crucifixión o asesinato ritual de un niño inocente en emulación de la Pasión de Cristo, a menudo cerca de la Pascua, seguida de la veneración del menor como mártir.
La Península Ibérica no fue inmune a estas calumnias importadas de Europa. Ya a mediados del siglo XIII, el rey castellano Alfonso X el Sabio recogía por escrito ese prejuicio:“Hemos oído decir que algunos judíos muy crueles roban algún niño cristiano y lo crucifican coincidiendo con la celebración de Viernes Santo”
Documentos de la Sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional
Esta mención en el Código de las Siete Partidas evidencia que, desde época temprana, la creencia en el crimen ritual judío había echado raíces también en Castilla. En la Corona de Aragón, hacia 1250 se popularizó la leyenda de Dominguito del Val en Zaragoza –un niño de coro cuya muerte se atribuyó a judíos–, mito que persistió durante siglos en el folclore local e incluso en cultos aprobados por la Iglesia (llegó a colocarse una placa conmemorativa afirmando que “fue martirizado por los judíos en el año 1250” en una iglesia de Sevilla)
Estas fábulas, sin sustento real, prepararon el terreno ideológico para que en la Baja Edad Media la población cristiana mirase con creciente suspicacia a sus vecinos judíos.
Acusaciones de libelo de sangre en Castilla: de Sepúlveda a La Guardia
En la Castilla del siglo XV, convulsionada por crisis sociales y religiosas, los libelos de sangre tuvieron manifestaciones violentas. Un caso documentado ocurrió en Sepúlveda (Segovia) en 1468. Según relata el cronista segoviano Diego de Colmenares, en Navidad de ese año corrió la “irritante nueva” de que los judíos de la aljama local,“aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano… Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados”.
La sola acusación –difundida en plena guerra civil castellana– desató una feroz represalia: dieciséis judíos fueron juzgados y quemados en la hoguera por orden del obispo Juan Arias Dávila, y no contentos con ello los vecinos de Sepúlveda asaltaron la judería, masacrando a la mayoría de sus habitantes.
Este incidente, conocido como el Santo Niño de Sepúlveda, evidencia cómo la calumnia del crimen ritual servía de chispa para explosiones de violencia antijudía popular, respaldadas después por autoridades eclesiásticas.
Otro ejemplo infame es el llamado Caso del Santo Niño de La Guardia, ocurrido a finales de la década de 1480 en la localidad de La Guardia (Toledo). En este episodio —el más célebre libelo de sangre en España— confluyeron la superstición popular y la intervención directa de la Inquisición. Un grupo de conversos (judíos bautizados) y judíos fue acusado de secuestrar a un niño cristiano y perpetrar un supuesto ritual blasfemo que combinaba una hostia consagrada con la sangre o el corazón del menor, en una parodia sacrílega de la misa. Aunque nunca se halló el cadáver de ninguna víctima ni hubo denuncia de un niño desaparecido, los tribunales dieron total crédito a la acusación.
Tras un proceso inquisitorial celebrado en Ávila en 1491, seis conversos y dos judíos (entre ellos el rabino Yuce [Yusuf] Franco) fueron condenados a muerte. Fueron “quemados vivos” en la hoguera el 16 de noviembre de 1491
Como señalan Teresa Marta y Fernando Suárez, “este proceso dio lugar a una importante exacerbación de los ánimos antijudíos, que pudo influir en alguna medida en la promulgación del edicto de expulsión general del 31 de marzo de 1492”.
El caso de Marchena: Inquisición y judeoconversos
El siglo se inició en Marchena con hechos que monstraban la conexión del antijudaísmo local, con la Guerra de Sucesión que dejó a los portugeses en suelo español, -muchos de ellos conversos, que vivian en sevilla y provincia desde 1600- como potenciales enemigos.
Una carta de la Inquisición de Sevilla a la suprema, (AHN Inq. 3.027) recogida por Domínguez Ortiz da cuenta de las pesquisas hechas a finales de 1714 sobre la supuesta muerte en Marchena de un niño llamado Diego Bohórquez, hijo de Juan Bohórquez Villalón, familia de hidalgos con origen en Morón.
Según dicho documento el cuerpo apareció el 26 de diciembre, en la puerta del convento de San Francisco de Marchena, y la posterior sospecha recayó en un grupo de conversos sospechosos de judaizar, como Francisco Morales, abogado del Duque, Pedro de Toledo comisario de la Inquisición y Manuel Herrera.
Juan y D. Antonio de Bohórquez fueron soldados enviados por el Ayuntamiento de Marchena para retomar Gibraltar, en septiembre de 1706 con domicilio junto a la Iglesia de San Juan. La supuesta aparición de niños de cuya muerte se culpaba a los judíos fue un recurso habitual en España desde el Santo Niño de la Guardia Toledo en el XVI, hasta el el niño muerto en Cádiz en 1708 siempre en contextos de guerra y repunte del antijudaísmo.
La Testificación General de Corte de 1718, tras la Guerra de Sucesión supuso el apresamiento de numerosos judaizantes y dio pie a escritos antijudíos en tomo a 1730.
Entre 1635-1697 encontramos en la campiña sevilana 15 procesos inquisitoriales por judaísmo en Marchena, 40 en Morón y 97 en Osuna según la obra «¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio» escrito por Victoria González de Caldas y la mayoria eran contra conversos portugueses.
En este periodo encontramos en Marchena un juicio de Antonio Fernández Martos portugués vecino de Marchena que en 1709 visitador de la Aduana de Sevilla procesado por judaizar por la Inquisición de Sevilla.
Paralelamente a los grandes montajes de libelo de sangre, la Inquisición española desplegó en aquellos años una persecución implacable contra los conversos acusados de “judaizar” (practicar secretamente el judaísmo).
Un ejemplo revelador ocurrió en Marchena (Sevilla), donde un fraile de origen converso fue objeto de acusaciones que, si bien no implicaban asesinato ritual, muestran la atmósfera de sospecha y odio alentada por el Santo Oficio.
Se trata de Fray Diego de Marchena, monje jerónimo del monasterio de Guadalupe, quien en 1485 fue arrestado y juzgado bajo cargos de herejía. Según el expediente inquisitorial recientemente hallado, este clérigo marchenero fue acusado de “seguir la ley de Moisés”, es decir, de continuar practicando ritos judaicos a pesar de su investidura religiosa.
El proceso contra Fray Diego pone de manifiesto los tenues límites entre realidad y paranoia en la caza de brujas antijudía. Los testimonios recopilados por el tribunal eran endebles y de oídas: compañeros frailes aseguraron que “no consagraba las misas” ni creía en la hostia consagrada, e incluso que “cuando alzaba el Corpus Christi siempre lo adoraba con cautela”. Finalmente, Fray Diego de Marchena fue condenado como hereje apóstata y quemado en la hoguera en 1485.
Por toda Castilla, en los años 1480, docenas de conversos fueron procesados bajo acusaciones similares. La presencia de una numerosa comunidad judeoconversa en Andalucía occidental (Sevilla, Córdoba, Jaén, etc.) había suscitado recelos en los Reyes Católicos y en el primer inquisidor general, Fray Tomás de Torquemada. De hecho, en 1480 se sospechó que conversos sevillanos conspiraban para frenar a la recién llegada Inquisición, lo que motivó una dura represión preventiva. En ese marco, acusaciones sensacionalistas –desde profanación de la hostia hasta asesinatos rituales– se convirtieron en armas para infundir terror y justificar la intervención inquisitorial en diversas ciudades de Castilla.
Torquemada, la Inquisición y la instrumentalización del odio
La figura de Tomás de Torquemada, inquisidor general desde 1483, es clave para entender cómo se instrumentalizaron los libelos de sangre en la política antisemitista de los Reyes Católicos. Torquemada, un dominico castellano de fervor fanático (él mismo de ascendencia conversa lejana, irónicamente), vio en la agitación antijudía una oportunidad para reforzar su misión de “pureza de fe”. Fuentes de la época sugieren que él respaldó activamente la veracidad del caso del Niño de La Guardia. De hecho, estuvo directamente involucrado en aquel proceso: la causa de La Guardia “dio lugar a una causa judicial en la que terció personalmente […] Tomás de Torquemada, el Gran Inquisidor”, quien impulsó los arrestos de los implicados.
Según diversos testimonios, cuando en 1491 algunos judíos influyentes ofrecieron al rey Fernando una fuerte suma de dinero a cambio de anular el inminente decreto de expulsión, Torquemada irrumpió en la corte blandiendo un crucifijo. Se dice que exclamó: “Judas vendió por treinta monedas a Cristo; ¿y vosotros queréis venderlo por más?”, comparando a los monarcas con el traidor bíblico.
Bajo su influencia, la Inquisición y sectores eclesiásticos fomentaron la idea de que los judíos no solo corrompían espiritualmente a los conversos, sino que literalmente amenazaban la cristiandad con sus supuestos crímenes. La propaganda integró así los libelos de sangre a un discurso más amplio: el judío era presentado como agente del Mal, capaz de sacrilegios atroces (profanar la Eucaristía, envenenar pozos, asesinar niños) y, sobre todo, de pervertir la fe de los cristianos nuevos.
Los Reyes recuerdan que ya en las Cortes de Toledo de 1480 habían intentado aislar a los judíos en juderías separadas, pero aun así“consta y parece ser tanto el daño que se sigue a los cristianos de la participación… con los judíos, los cuales […] procuran siempre… de subvertir y sustraer de nuestra Santa Fe Católica a los fieles cristianos… e instruyéndoles en las ceremonias y observancia de su ley”.
La promulgación del Edicto de Granada fue presentada como un acto de defensa de la fe y del orden público. Los libelos de sangre desempeñaron aquí un papel propagandístico fundamental: habían preparado a la opinión pública para ver a todos los judíos como una amenaza real y tangible.
Así, tras la ejecución de los supuestos asesinos del Niño de La Guardia, la expulsión de todo el colectivo judío pudo anunciarse no solo como medida religiosa, sino casi como medida de seguridad frente a un enemigo interno despiadado. En palabras de la historiografía contemporánea, “las autoridades seculares y religiosas de la época fabricaron el relato [del Santo Niño] para apuntalar el Decreto de la Alhambra y justificar la expulsión de los judíos”.
Antisemitismo institucional y justificación de la expulsión
Las acusaciones de libelo de sangre, amplificadas por la Inquisición y aceptadas por buena parte de la sociedad, alimentaron un antisemitismo de Estado que alcanzó su clímax con la expulsión de 1492. La expulsión fue presentada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, casi como un mal menor necesario para impedir males mayores. En el propio Edicto de Expulsión se afirma que, después de deliberar con sus consejeros y prelados, “acordamos mandar que salgan todos los dichos judíos… de nuestros reinos… porque es notorio el mucho daño que a los cristianos se ha seguido de conversar con ellos”. La única alternativa ofrecida a los judíos era la conversión sincera, pero incluso los conversos quedaron manchados por la sospecha permanente (surgiendo poco después los estatutos de limpieza de sangre que les cerraron acceso a muchos cargos)
Paradójicamente, el legado de aquel antisemitismo perduró mucho después de que los judíos hubieran sido expulsados o forzados al bautismo. La imagen del “judío malvado” se arraigó en la literatura, el arte religioso y las celebraciones populares de España durante siglos. Varios niños mártires nunca existentes pasaron a engrosar el santoral local: el Santo Niño de La Guardia siguió teniendo culto (su fiesta se conmemora el 25 de septiembre y aún en el siglo XVIII se difundían grabados con su leyenda).
Fuentes y bibliografía consultada
Decretos y documentación histórica: Edicto de Granada o Edicto de Expulsión de los judíos (31 de marzo de 1492), reproducido en el Archivo Histórico Nacional de España; Procesos inquisitoriales del Santo Niño de La Guardia (Ávila, 1491) y de Fray Diego de Marchena (Sevilla/Guadalupe, 1485), conservados en el Archivo Histórico Nacional (sección Inquisición, legajos correspondientes)
; crónicas de la época como la Historia de los Reyes Católicos de Andrés Bernáldez (Cura de Los Palacios) y la Historia de Segovia de Diego de Colmenares (1637) que recogen estos sucesos
Archivos y repositorios digitales: Portal de Archivos de Andalucía (Junta de Andalucía) y archivos históricos municipales para información local sobre las juderías andaluzas (ej. documentos de Marchena)
; Archivo General de Simancas y Archivo de la Corona de Aragón para registros relacionados con la pragmática de expulsión y correspondencia real; Archivo Histórico Nacional (Madrid), que custodia los fondos de la Inquisición española y donde se han consultado los expedientes originales de procesos por judaizar y casos de libelo de sangre. Muchos de estos documentos han sido digitalizados o estudiados en boletines académicos (por ejemplo, la transcripción del proceso del Niño de La Guardia publicada en el Boletín de la Real Academia de la Historia, t. 11, 1887)
Bibliografía especializada: Cecil Roth – Historia de los judíos en España (y Los Marranos, ed. rev. 1947); Yitzhak Baer – Historia de los judíos en la España cristiana (vol. I–II, 1945, ed. en español 1981); Benzion Netanyahu – Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV (ed. Crítica, 1999)
. Estas obras clásicas ofrecen un análisis profundo del antisemitismo medieval español, la cuestión converso y la instrumentalización de mitos como el libelo de sangre. En estudios más recientes, destaca Henry Kamen – La Inquisición Española (1988) y Joseph Pérez – Los judíos en España (1992), que reevalúan el papel de la Inquisición y confirman que casos como el del Santo Niño de La Guardia fueron utilizados como pretexto propagandístico para la expulsión
. Asimismo, investigaciones locales como las de Enrique Llopis y Elisa Enríquez (UCM) sobre el archivo de Marchena han sacado a la luz documentación inédita de procesos inquisitoriales en Andalucía, complementando la visión global con detalles concretos de cómo el odio antijudío se vivió en cada rincón de España
Publicaciones y ediciones críticas: Artículos académicos en Sefarad, Hispania, Revista de Historia Medieval y Materiales de Historia (por ej. José M. Perceval, “Un crimen sin cadáver: el Santo Niño de La Guardia” en Historia 16, Nº202)
; estudios de caso como Noticias y tradiciones en torno al “crimen ritual” de Sepúlveda de M. Merlo (1991) sobre el Santo Niño de Sepúlveda; y obras de referencia general sobre antisemitismo ibérico, como Julio Caro Baroja – Los judíos en la España Moderna y Contemporánea (1978) o Bernard Lazare – El antisemitismo, su historia y sus causas (1903, cap. “Los mitos de sangre”). Todos estos materiales han contribuido a brindar un enfoque académico e histórico a este reportaje, respaldando cada afirmación con evidencia documental y análisis reconocido en la comunidad historiográfica.
El vínculo de los Ponce de León con Aragón y la presencia de las barras de Aragón en el escudo de Marchena, otros pueblos del estado de Arcos y en el de la propia familia Ponce de León se origina en un matrimonio estratégico que conectó a este linaje nobiliario castellano-leonés con la realeza aragonesa. Este enlace no solo tuvo implicaciones genealógicas, sino que también marcó la heráldica de la familia y de los territorios bajo su influencia, como un símbolo de prestigio y poder.
El origen del vínculo con Aragón
El punto de partida se encuentra en el matrimonio de Pedro Ponce de León, II señor de Marchena (fallecido hacia 1374), con Beatriz de Jérica, celebrado alrededor de 1335. Beatriz era hija de Jaime II de Jérica, barón de Jérica, y de Beatriz de Lauria, esta última nieta ilegítima del rey Jaime I de Aragón, conocido como «el Conquistador».
La unión fue concertada con la intervención de los reyes Alfonso IV de Aragón y Alfonso XI de Castilla, así como de Leonor de Guzmán, amante del rey castellano y prima de Pedro Ponce. Las negociaciones matrimoniales comenzaron a principios de 1334, siendo propuestas inicialmente por Pedro Ponce.
El matrimonio se «firmó» en Valencia a finales de enero de 1335, con la presencia de la novia, sus hermanos y caballeros enviados por Pedro Ponce y fue conertado por Leonor de Guzmán prima de Pedro Ponce de León, ya que ambos compartían el linaje Ponce de León. Como amante del rey Alfonso XI de Castilla, Leonor se convirtió en una de las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media, actuando como una reina de facto durante su relación de veinte años con el monarca.
Pedro Ponce de León, conocido como «el Viejo», fue el segundo señor de Marchena, un título confirmado por el rey Alfonso XI de Castilla en 1331 por sus servicios en la Batalla de Teba (1330).
Entre sus hazañas destacadas se encuentra la Batalla de Villanueva de Barcarrota en 1336, donde lideró fuerzas enviadas por el concejo de Sevilla junto a Enrique Enríquez el Mozo y Juan Alonso Pérez de Guzmán, derrotando a las tropas portuguesas lideradas por Pedro Afonso de Sousa que obligó a Alfonso IV de Portugal a levantar el sitio de Badajoz y retirarse.
Las hazañas militares de Pedro incluyen la Batalla de Villanueva de Barcarrota en 1336 y su participación en la Reconquista contra los moros, especialmente en los sitios de Gibraltar y Algeciras. Beatriz de Jérica provenía de Jérica, en el reino de Valencia, parte de la Corona de Aragón, de una familia noble con conexiones reales.
Según la Real Academia de la Historia Pedro Ponce de León estuvo en la defensa de Gibraltar en 1333, y tras la muerte de Alfonso XI en 1350 en el sitio de Gibraltar y Algeciras.
Beatriz de Jérica provenía de Jérica, un señorío en la provincia de Castellón, dentro del reino de Valencia, parte de la Corona de Aragón.
A través de esta unión, los Ponce de León emparentaron con la casa real de Aragón, específicamente con la descendencia de Jaime I, quien reinó desde 1213 hasta 1276 y fue una figura clave en la expansión del reino aragonés.
Beatriz de Jérica aportó al linaje de los Ponce de León una conexión directa con la realeza aragonesa, ya que su abuela materna, Teresa Gil de Vidaure, había sido amante de Jaime I y madre de algunos de sus hijos ilegítimos.
Este lazo con la Corona de Aragón, aunque por vía ilegítima, era lo suficientemente relevante en el contexto medieval para ser reconocido y reflejado en los símbolos de la familia.
Incorporación de las barras de Aragón al escudo.
Tras este matrimonio, los descendientes de Pedro Ponce de León y Beatriz de Jérica comenzaron a incluir las «barras de Aragón» en su escudo de armas. Estas barras, que consisten en cuatro palos verticales de gules (rojo) sobre un campo de oro, son el emblema tradicional de la Corona de Aragón, derivado del linaje de los condes de Barcelona y adoptado por los reyes aragoneses. Su incorporación al escudo de los Ponce de León simbolizaba la alianza con una casa real prestigiosa y reforzaba el estatus nobiliario del linaje en un momento en que los símbolos heráldicos eran una poderosa herramienta de identidad y legitimación.
También aparece en el escudo de Marchena un león rampante de gules sobre campo de plata, que representaba el origen leonés de la familia (derivado de su conexión con el reino de León a través de Aldonza Alfonso de León, hija ilegítima de Alfonso IX). Además, se añadió una bordura de azur con ocho escudetes de oro, cada uno con una faja de azur, que corresponde al linaje navarro de Vidaurre, también vinculado a Beatriz a través de su ascendencia materna (Teresa Gil de Vidaure).
Marchena, como centro del señorío y más tarde del estado ducal de los Ponce de León, adoptó elementos del escudo familiar en su heráldica local, al igual que otros pueblos bajo su dominio, como Arcos de la Frontera, Zahara de la Sierra, Rota o Chipiona.
En Marchena, por ejemplo, el escudo municipal histórico incorpora las armas de los Ponce de León, incluyendo las barras de Aragón, como un reconocimiento a la familia que la convirtió en su capital señorial desde el siglo XIV y, posteriormente, en el núcleo del ducado de Arcos, creado en 1493 por los Reyes Católicos a favor de Rodrigo Ponce de León. Lo mismo ocurre en otros pueblos del estado de Arcos, donde la heráldica local a menudo integra estas barras como un símbolo de la autoridad de los duques de Arcos, cuya influencia se extendió por gran parte de Andalucía occidental.
La adopción de las barras de Aragón por los Ponce de León no fue un hecho aislado, sino parte de una práctica común en la Edad Media: los linajes nobles incorporaban emblemas de casas reales o de familias influyentes con las que se aliaban para aumentar su prestigio. En este caso, las barras no solo señalaban el vínculo con Aragón, sino que también evocaban el legado de Jaime I, un rey asociado a la Reconquista y a la expansión territorial, valores que resonaban con las propias hazañas de los Ponce de León en la frontera con Granada.
Con el tiempo, este escudo se consolidó como un distintivo del linaje y de sus dominios. Incluso después de que el marquesado y ducado de Cádiz revertieran a la Corona en 1493, y el ducado de Arcos se convirtiera en el título principal de la familia, las barras de Aragón permanecieron como un elemento constante en su heráldica, transmitiéndose a través de generaciones y reflejándose en los monumentos, iglesias y edificios patrocinados por los duques en sus territorios.
Su uso prolongado también puede interpretarse como una estrategia de legitimación nobiliaria en un contexto competitivo. En la Andalucía medieval, donde linajes como los Guzmán (duques de Medina Sidonia) dominaban el panorama político, los Ponce de León utilizaron esta conexión aragonesa para diferenciarse y afirmar su relevancia, incluso cuando su poder real derivaba más de sus servicios a la Corona castellana que de su vínculo con Aragón.
Las reglas de la Hermandad de Jesús Nazareno de 1797, las más antiguas que conserva la hermandad expone al Consejo Real que la hermandad había experimentado un gran decaimiento tras la prohibición de realizar la salida del Viernes Santo con la cara cubierta, norma instaurada ese año para toda España por los sucesos violentos ocurridos en Madrid y otras ciudades durante Semana Santa aprovechando el anonimato de los antifaces.
En 1797, las autoridades españolas implementaron una normativa que prohibía a los penitentes cubrirse el rostro durante las procesiones de Semana Santa.Esta medida fue una respuesta a diversos incidentes violentos ocurridos en Madrid y otras ciudades, donde individuos aprovechaban el anonimato que brindaban los antifaces para cometer desórdenes y actos delictivos durante las festividades religiosas.
EL Jueves Santo de 1756, cuando pasaba por delante de la cárcel la hermandad del Dulce Nombre el Asistente del Ayuntamiento dió orden a los soldados de la cárcel de que disparasen si algún penitente del Dulce Nombre, en su regreso de la estación de penitencia a San Juan y al pasar por la puerta de la cárcel intentaba liberar algún preso, tal y como venia siendo costumbre, auspiciados por la orden Jesuita.
Los soldados, de quienes los jesuitas dicen que estaban bebidos dispararon contra la multitud, despejan la calle a cuchilladas y hubo muchos muertos y heridos. La estatuta del “Niño Jesús” dice el relato, que va en la procesión recibió varios balazos y al final rodó por los suelos. Hubo toque de alarma y los soldados se encerraron en la fortaleza del castillo de la Mota.
Los miembros del Ayuntamiento se refugiaron en iglesias y conventos temiendo la ira popular. El Colegio Jesuíta cerró sus puertas y solo dejó entrar a uno de los alcaldes, que aconsejado por el rector, solucionó todo de forma que a la caída de la noche se había hecho la paz. Se abrió un juicio en que el Rey, mal informado, acusa al pueblo de los sucesos. Los Jesuitas, exculpan al pueblo y a las autoridades municipales e inculpan a las tropas del Duque. Los jesuitas apoyaron al Ayuntamiento para ganarse su amistad.
En 1766, Madrid fue escenario del Motín de Esquilache, una revuelta popular contra las reformas del ministro Leopoldo de Gregorio, conocido como Marqués de Esquilache, durante el reinado de Carlos III.Entre las medidas impopulares destacaba la ordenanza que prohibía el uso de capas largas y sombreros de ala ancha, prendas que facilitaban el anonimato y, según las autoridades, contribuían a la delincuencia en la ciudad.Esta imposición provocó el descontento de la población, que veía en estas prendas una parte esencial de su identidad y tradición.El descontento culminó en violentos disturbios en Madrid, donde los manifestantes asaltaron residencias de ministros y se enfrentaron a las fuerzas del orden.
En ella la hermandad manifiesta que nunca ha habido en su estación de penitencia «excesos en las penitencias, por no haver sido, ni ser con desarreglo, ni escandalosas, ni menos ha resultado discordia».
Por eso los cofrades de Jesús Nazareno piden al Consejo Real que «no impida a los hermanos mis partes y debotos que tiene la referida Hermandad, pueda asistir en la estación de la mañana del viernes santo, y demás funciones con túnica, y las caras cubiertas» tal y como le fue aprobado a la cofradía de Nazarenos «de la ciudad de Sevilla, le fue concedida esta gracia por Vuestra Alteza».
La hermandad presenta recurso ante la orden del Consejo Real de eliminar los rostros cubiertos recuerdan la bula papal de 1631 y afirman que «todas las personas de carácter y distinción les ha entibiado esta tan grande y antigua debocion en esta villa, sólo el no poder asistir en penitencia de túnica con las caras cubiertas como es costumbre en todas las ciudades».
De esta forma la hermandad presenta recurso y «piden y suplican a su Majestad mandar que la que se hace la mañana del Viernes Santo imitando en la que tanto padeció, y en las dos funciones que en su Capilla se le hacen en cada un año, asistan los hermanos y debotos de túnica con las caras cubiertas «.
Por su parte el Fiscla del Consejo Real responde que se pedirá opinión a la Justicia y Ayuntamiento de la villa de Marchena, sobre si se seguiría perjuicio, falta de debocion o algún escándalo, en permitir que los hermanos de la cofradía de Jesús Nazareno salieran en ella el Viernes Santo con las caras tapadas».
El Ayuntamiento responde que «no entendían se siguiera perjuicio, y señala que últimamente dicha cofradía no tenía ordenanzas, por donde gobernarse.
La respuesta es que la Justicia de la villa de Marchena no impediría que los individuos de la cofradía de Jesús Nazareno saliesen con túnica en la procesión de Viernes Santo con tal que llevasen la cara descubierta, y les insta a que aprueben ordenanzas como así sucedió.
La ordenanza indica que los pasos eran llevados por quarenta y ocho a cinquenta hermanos todos con túnicas, con sus rostros descubiertos (en conformidad de lo mandado por el Supremo Consejo). Y mientras los que vayan descansando, acompañen en dos filas con achas encendidas.
Antonio Sánchez era el verdadero nombre del Tuerto Pollo, el saetero más antiguo de Marchena del que tenemos datos escritos. Es el exponente más famoso de una familia saetera señera, con cuatro generaciones de saeteros.
Tuerto Pollo era un republicano y hermano del Cristo de San Pedro que en torno a 1873 se arrodilló y le cantó una saeta ante el Cristo de San Pedro en Los Cantillos y así logró que lo readmitieran en la hermandad, según Muñoz y Pabón. Roberto Narváez, de la Escuela de Saetas, confirma que Tuerto Pollo es sin duda el saetero más antiguo del que tenemos datos escritos en Marchena.
Según nos cuenta Ana Rueda, profesora de Lengua y Literatura en Madrid, y hermana de la Hermandad del Cristo de San Pedro como su antepasado, Antonio Sánchez, «Tuerto Pollo», era hermano de su bisabuela y pertenecía a la familia de los «Pollo» que era el apodo familiar tal y como lo cuenta Muñoz y Pabón en La Lectura Dominical del 8 de Abril de 1905.
Cantaor y saetero «que ponía los pelos de punta» a decir de las viejas hasta el punto de que se decía de él que tenía «un coro de ángeles metido en aquel pecho» fue expulsado de la Hermandad del Cristo de San Pedro por apoyar a la República de Castelar (1873-74).
«La multitud vio un hombre corriendo como loco hacia el Cristo. Un hombre desarrapado que rechazaba bruscamente a los que intentaban detenerlo, avanzando entre negras filas de penitente, se quitó el sombrero y cayó de rodillas con los brazos en cruz frente al Cristo de San Pedro en los cuatro Cantillos.
Derramando lágrimas cantó una lastimera saeta con una voz tan profunda que hizo conmover a las piedras de Los Cantillos. «Cristo que te estás muriendo, de calentura y de sed, qué lástima que mis lágrimas, no las pudieras beber».
Tan bien y tan emocionadamente cantó que las mujeres envueltas en sus trajes de manto y saya lloraban y los hombres tenían que morderse los labios para no hacerlo y los niños se agarraban a las faldas de sus madres al ver a la oveja descarriada volviendo al redil de su padre.
«Efectivamente se llamaba Antonio Sánchez. Tenía muchos hermanos, una de ellos era mi bisabuela. El Tuerto Pollo era tío de mi abuela. Los pollos debían cantar muy bien, yo intuyo que por ahí vendría el mote» cuenta Ana Rueda que nació y vive en Madrid. «Mi abuela Patrocinio Maqueda Sánchez, se casó con Matías Rueda y yo soy hija de Luis Rueda Maqueda, hombre de campo nacido en la calle Harina. La madre de mi abuela era Purita Sánchez o Purita la del Pollo».
Luis Rueda Maqueda, Luis de Marchena
Ana Rueda recuerda que su padre Luis Rueda Maqueda «le grabó las saetas marcheneras antiguas a Roberto Narváez, de la Escuela de Saetas Señor de la Humildad para que las enseñara en su escuela, porque ya no las cantaba nadie».
Roberto Narváez explica que Luis Rueda Maqueda, «Luis Matias», conocido en el flamenco como Luis de Marchena «aportó a nuestra escuela conocimientos de la saeta marchenera antigua que deriva de la carcelera del preso, junto a otros saeteros como Antonio Martin, Niño de la Viuda que cantaba muy bien y ayudó a conservar la saeta marchenera antigua».
La familia de Ana Rueda es la más antigua documentada de la rica tradición saetera de Marchena, cuatro generaciones de saeteros, cristeros y cantaores que sigue viva pues la propia Ana Rueda, a pesar de vivir en Madrid, ha cantado muchas saetas marcheneras y el año próximo promete venir el Viernes Santo a Marchena para cantarle al Cristo de San Pedro.
Ana Rueda recuerda que «mi abuela cantaba y su padre no la dejaba porque estaba muy mal visto en la época. Pero sus hijos salieron todos cantaores. Mi padre cantó profesionalmente con el nombre de Luis de Marchena; mi tío José como Matías el Marchenero. Y los demás también, aunque no profesionalmente. Les decían los Matías, por el nombre de mi abuelo. Y en los años 30 se juntaban todos los hermanos cantando saetas y la gente iba tras ellos. La guerra lo truncó todo y la mayoría se vino a Madrid. Mi tío José y mi padre vivieron del cante».
Ana Rueda es la última descendiente de Tuerto Pollo y como él, es del Cristo y ha cantado muchas saetas en Marchena.
Otro de los hermanos e fue a vivir a Paradas. «Mi tío Manolo se fue a vivir a Paradas, y todos los años iba a cantarle a Jesús, hasta que le dio un ictus. Cantaba en la calle Estudio (San Miguel), con una voz muy aguda».
Ana Rueda aún conserva primos en Marchena Rafael, Manuel y José Antonio Pliego Moreno y volverá el próxima junio para exhumar los restos de su padre.
En el mundo del cine, la realidad a menudo supera la ficción. Karla Sofía Gascón, la actriz trans española que ha protagonizado la controvertida película Emilia Pérez, podría encontrar en la historia de Elena de Céspedes un reflejo de su propia vida. Ambas, separadas por siglos de distancia, han desafiado las normas de género en sociedades hostiles, construyendo identidades en contextos de opresión y rechazo. Lo que Gascón representa en la pantalla, Céspedes lo vivió en carne propia en la España del siglo XVI.
Karla Sofía Gascón: Entre la pantalla y la polémica
Nacida en Madrid en 1972 como Carlos Gascón, Karla Sofía desarrolló su carrera en la actuación, alcanzando la fama en telenovelas mexicanas antes de realizar su transición. En 2018, anunció su identidad como mujer trans, enfrentando el escarnio público y el rechazo en la industria. Recientemente, ha sido el centro de un escándalo debido a antiguas publicaciones en redes sociales, lo que ha empañado su carrera justo cuando su protagonismo en Emilia Pérez la llevó a los Oscar.
En la película, Gascón interpreta a un líder del narcotráfico que se somete a una cirugía de reasignación de género para convertirse en Emilia Pérez. La historia resuena con su propia experiencia de transición y la lucha por la aceptación en un mundo que aún rechaza la diversidad. Sin embargo, su camino, por accidentado que parezca, no es el primero en la historia de España.
Karla Sofía, nacida como Carlos Gascón, conoció a Marisa Gutiérrez en 1991 en una discoteca de Madrid cuando tenían 19 y 18 años respectivamente.Desde entonces, su conexión fue inmediata y sólida.Se casaron en 2004, consolidando una relación que ya había demostrado su fortaleza con el paso del tiempo.
Desafíos y separación temporal
En 2009, Karla Sofía se trasladó a México para avanzar en su carrera artística, lo que llevó a una separación física de Marisa.Durante este periodo, Karla mantuvo una relación con otra persona, lo que puso a prueba su matrimonio.Sin embargo, el vínculo entre ellas se mantuvo, y eventualmente se reconciliaron, fortaleciendo aún más su relación.
Nacimiento de su hija y transición de género
En 2011, la pareja dio la bienvenida a su hija, Victoria Elena.Posteriormente, en 2016, Karla Sofía completó su transición de género, un proceso que Marisa apoyó incondicionalmente.A pesar de los desafíos que esto pudo representar, su amor y compromiso mutuo prevalecieron, demostrando la solidez de su unión.
Elena de Céspedes: Un caso insólito en la historia de España
Elena de Céspedes nació en Alhama de Granada en 1545, hija de una esclava negra y un cristiano viejo. Desde joven, desafío las normas de género al vestirse como hombre y asumir el nombre de Eleno. Se casó con un hombre a los 16 años y tuvo un hijo, pero huyó para construir una nueva identidad. A lo largo de su vida, trabajó como soldado, cirujano y sastre, hasta conseguir una licencia para ejercer la cirugía, convirtiéndose en la primera persona trans con reconocimiento profesional en la medicina española.
Sin embargo, su mayor desafío llegó en 1586, cuando se casó con una mujer. Esto despertó las sospechas de la Inquisición, que la acusó de sodomía, hechicería y bigamia. El juicio, documentado con detalles minuciosos, revela los intentos de Céspedes por justificar su identidad. Finalmente, fue condenada a 200 azotes y diez años de servicio en hospitales.
Dos mujeres, dos luchas, un mismo destino
Elena de Céspedes y Karla Sofía Gascón comparten una lucha común: la de existir en una sociedad que castiga a quienes desafían el binarismo de género. Aunque separadas por más de 400 años, ambas han sido objeto de escarnio, persecución y juicio público. Céspedes fue juzgada por la Inquisición, mientras que Gascón ha sido «cancelada» en redes sociales y excluida de proyectos debido a opiniones pasadas.
El cine suele contar historias de personajes extraordinarios, pero la historia real de Elena de Céspedes bien podría ser una película protagonizada por Karla Sofía Gascón. Un relato de lucha, resiliencia y supervivencia que demuestra que la identidad y el derecho a vivir conforme a quien se es han sido campos de batalla desde hace siglos. La gran pregunta es: ¿qué tan lejos hemos llegado desde entonces?